lo acompaño en su visita a las escuelas locales, y apenas nos acabamos de bajar del deportivo utilitario nos vemos rodeados de niños en uniformes más o menos similares que cantan y bailan. Doquiera que vamos, la gente —niños y adultos— espontáneamente empieza un cántico: “Asante, LifeStraw, asante!” (“¡Gracias, LifeStraw, gracias!”). En el Centro de Salud Emusanda, en Lurambi —construido con financiamiento de Vestergaard—, hombres con los ojos llenos de lágrimas expresan la gratitud de la comunidad, diciéndole a Vestergaard (él no usa el Frandsen de su apellido) que “hay recién nacidos a quienes llamarán como usted”.
Pocos días después, tras un peligroso viaje de dos horas en falúa a través de las islas del lago Victoria, empiezo a entender porqué.
Para llegar a la Escuela Primaria Maduwa, tienes que elegir tu camino desde la ribera del Victoria —el lago más grande del continente africano— a través de kilómetros de canales estrechos abiertos entre cúmulos de papiro, zonas enormes de jacintos de agua y otras plantas. La ribera keniana del lago es tan imprecisa como la estopilla, con riachuelos que fracturan la tierra en cientos de islas, pequeñas y grandes. Las curvas a través de estas vías de agua son cerradas y el avance es lento; a menudo nos atascamos en una u otra orilla, empujando con los remos o los juncos que arrancamos del fondo lodoso del lago. Finalmente, el bote atraca en la isla de la escuela, una extensión llana y cubierta de yerba ocupada por un par de vacas pastando y, en un extremo, unos cuantos salones de clase de concreto dispuestos alrededor de un patio polvoriento.
Maduwa atiende alrededor de sesenta niños de los poblados isleños cercanos, y fue la escuela primaria más optimizada en el distrito escolar Bunyala de Kenia el año pasado, pero todavía batalla. Los suministros están limitados a pizarrones, libretas hechas jirones y cabos de lápiz; una docena de estudiantes se apiña alrededor de un escritorio para cuatro, y es difícil atraer profesores talentosos a un área tan remota. Y es posible que los estudiantes sean la primera generación alfabetizada de sus familias.
Pero el mayor reto que enfrenta Maduwa es la pobre salud de los estudiantes. Si un niño está enfermo, él o ella debe ser llevado en bote a tierra firme, a horas de distancia cuando el lago es navegable; imposible si es después de las tres de la tarde y las olas han comenzado su agitación cotidiana. Lo remoto de la escuela significa que, cuando un niño está enfermo, él o ella podrían perder semanas o incluso meses de clases. “No hay servicios de salud aquí”, dice el director de Maduwa. “Vivimos por la gracia de Dios.”
Vine con un equipo de trabajadores sanitarios kenianos contratados por la firma de Mikkel, Vestergaard, una compañía de textiles con diez años de antigüedad y ahora con sus oficinas en Suiza, para aligerarle un poco la carga a Dios. Mientras hablo con el director, el equipo descarga el dispositivo para filtrar agua LifeStraw Community que le darán a la escuela. En condiciones de laboratorio, cada dispositivo sencillo de plástico azul puede purificar de 70 000 a 100 000 litros de agua antes de que requiera ser remplazado: lo suficiente, dice la compañía, para durarle varios años a una escuela del tamaño de Maduwa.
De todos los retos y amenazas que enfrenta un niño criado en la parte pobre de un país en desarrollo, ninguno está más generalizado, ni es más básico, que el agua sucia. En Estados Unidos y la mayoría del mundo occidental, uno simplemente abre un grifo y de él sale una cantidad ilimitada de agua. Pero en el África subsahariana, 36 por ciento de la gente (alrededor de 355 millones) todavía no tiene acceso a agua potable, según la información más reciente de la Unicef y la Organización Mundial de la Salud (OMS), y las consecuencias a la larga son desalentadoras: 80 por ciento de las enfermedades en los países en desarrollo están vinculadas al agua y condiciones sanitarias de mala calidad, y la OMS calcula que 3.4 millones de personas mueren de enfermedades relacionadas con el agua cada año. La falta de acceso al agua saludable es especialmente catastrófica para los niños: mundialmente, 20 por ciento de las muertes de menores de cinco años se deben a enfermedades relacionadas con el agua, y 2.5 millones de niños pierden clases cada día a causa de estas enfermedades.
El equipo les enseña a los niños cómo el LifeStraw puede convertir el agua marrón y fangosa del río en agua cristalina y apta para beber. Los miembros del equipo explican su uso y mantenimiento, pero antes de hacerlo, les preguntan a los niños si han tenido una enfermedad relacionada con el agua. Las manos se levantan, y los niños recorren la lista letal: cólera, tifoidea, diarrea, parásitos intestinales, disentería, malaria, dengue, fiebre amarilla. El líder del equipo, Daniel Okombe Olubero, se vuelve hacia mí y me dice: “Es asombroso que niños de esta edad puedan nombrar tantísimas enfermedades infecciosas”.
Los estudiantes de Maduwa, muchos de los cuales nunca han estado en tierra firme, están asombrados y ansiosos de complacer a sus invitados. También los adultos los adulan al grado de producir cierta incomodidad: después de quedarnos en Maduwa más de lo que esperábamos, gracias a las horas de pompa y circunstancia, Olubero tiene que parar incómodamente al subdirector a los quince minutos de su discurso de despedida. A causa del oleaje de la tarde, si no salimos de allí pronto, tendremos que pasar la noche.
Una idea para cambiar el mundo
Más tarde esa semana, sentado en la veranda de un hotel con una cerveza en la mano derecha y una taza de café en la izquierda, Vestergaard le resta importancia a las preguntas sobre una adoración. Él nunca la ha notado, dice, y tal vez todo lo que yo veo es “una verificación de que estamos eligiendo las escuelas correctas [que visitar]. Reciben tan poca atención de otros”.
El director ejecutivo de la compañía que lleva su nombre, Vestergaard, es un danés alto y trotamundos con los anteojos de marco de alambre y los modelos de un arquitecto prestigiado. Él está constantemente o llegando o yéndose a otra parte; la mayoría de nuestras conversaciones son interrumpidas por apartes con empleados sobre sus arreglos de viaje.
Empezó en su adolescencia. Vestergaard dejó la universidad y, con la bendición de sus padres, hizo autoestop por Europa hacia el Mediterráneo. Brincó los continentes hacia Egipto por seis meses antes de pasar una temporada en un kibutz en Israel. De allí, llegó a Nigeria, donde, a los diecinueve años, empezó su primer negocio: importar refacciones para motores de autos. Él no tenía idea de cómo llevar un negocio de importaciones, así que vendía las refacciones directamente en el puerto, antes de tener que lidiar con las aduanas. El negocio floreció, pero solo por un tiempo corto: un año después, un golpe militar lo convenció de que era hora de dejar el país.
Cuando regresó a Dinamarca, su padre le pidió que se uniera al negocio familiar, una pequeña compañía de textiles que fabricaba principalmente los uniformes estándares que se daba a las mucamas de hotel y los camareros de servicios de banquetes. “No podía imaginar el hacerme viejo vendiendo uniformes”, dice Vestergaard, así que le pidió a su padre la libertad para tratar de desarrollar un mercado nuevo: África.
A los pocos años, la compañía vendía redituablemente cobijas y textiles a los gobiernos africanos y grupos de ayuda para su uso en campamentos de refugiados y otras situaciones de emergencia. Vestergaard se había topado con un descubrimiento notable: podía mejorar las oportunidades de la gente en el mundo y hacer dinero con ello. De vuelta en casa, se enfocó en la innovación de productos. Un mosquitero empapado con insecticidas de larga duración llamado “PermaNet” fue recomendado para su uso en la prevención de la malaria por la OMS en 2004. A los pocos años, estaba en doscientos países. Se piensa ampliamente que el PermaNet y otras redes tratadas con insecticidas han reducido las muertes globales por malaria en alrededor de 50 por ciento de 2000 a 2014.
En 2005, Vestergaard tuvo otro acierto con la invención del LifeStraw, una gruesa pajilla de plástico que pesa dos onzas y puede filtrar más de 99.9 por ciento de las bacterias y otros parásitos de mil litros de agua. En 2005, Esquire la llamó la “Innovación del año” y, en 2008, ganó el prestigioso Premio Saatchi & Saatchi a las “Ideas que Cambian el Mundo”. Fue utilizada extensivamente en el terremoto de Haití y las inundaciones pakistaníes de 2010.
Vestergaard lanzó el proyecto Carbono por Agua en 2008 para canalizar dinero de compañías grandes a la compra de versiones de tamaño familiar del filtro LifeStraw. Está basado en la idea de que en las zonas rurales del mundo en desarrollo las familias juntan agua de fuentes en tierra —arroyos, lagos, perforaciones— y luego la hierven sobre fuegos de leña para matar las bacterias. El proceso emite gases de invernadero como el carbono, que son terribles para el planeta pero valiosos como mercancía si se puede idear una manera de eliminarlos, y cuantificar exactamente cuánto se eliminó.
Trabajando con la Gold Standard Foundation, una organización internacionalmente reconocida en la acreditación de bonos de carbono, Vestergaard determinó cuánta contaminación podían eliminar con cada dispositivo LifeStraw de tamaño familiar. Tan pronto como hicieron las cuentas, fueron capaces de vender bonos de carbono a corporaciones grandes como Land Rover y usar ese dinero para entregar filtros de agua LifeStraw a casi un millón de hogares kenianos. Parece una situación de triple ganancia: las compañías mejoran su responsabilidad corporativa, Vestergaard gana dinero, y muchas, muchas familias que no tenían acceso a agua saludable ahora lo tienen, sin costo para ellas. Pero todavía es difícil creer que no haya alguien aquí que pudiera perder.
Una “prostituta del desarrollo”
Podrá parecer desconcertante leer sobre una compañía con fines de lucro no solo profundamente arraigada en una parte del mundo donde el producto interno bruto per cápita es de solo 995 dólares (en comparación con los más de 53 000 dólares en Estados Unidos, o los 80 477 dólares en Suiza, país donde Vestergaard tiene su base), sino que también tiene ganancias. Y Vestergaard tiene sus críticos. En un artículo para la Stanford Social Innovation Review,el Dr. Kevin Starr, director ejecutivo de la Mulago Foundation, argumentó que las predicciones de reducción en las emisiones de Carbono por Agua estaban basadas en datos de mala calidad, y que no había evidencia alguna de que los filtros LifeStraw funcionen.
“Proyectos como Carbono por Agua hacen mofa de las acciones para evitar las emisiones de carbono”, escribió Starr, “y como médico, es especialmente deprimente ver un esquema chiflado de financiamiento emparejado con una terrible solución de salud pública”.
Las críticas de Starr suscitaron una serie animada de dimes y diretes: Paul van Beers, de FairWater.org, y Nick Moon, de KickStart International, también hallaron fallas en el proyecto Carbono por Agua, mientras que Adrien Rimmer, de Gold Standard, y Francis Odhiambo, subsecretario provincial de salud pública de la Provincia Occidental de Kenia, salieron a la defensa de Vestergaard.
Vestergaard se tomó las críticas con filosofía, invirtiendo en una junta de asesoría externa, así como auditorías adicionales y seguimientos. No obstante, el proyecto recibió un gran golpe en años recientes cuando el mercado de bonos de carbono se tambaleó, de más de 30 dólares por tonelada métrica de CO2 en 2008 a solo 6 dólares en 2013.
Larry Sthreshley, director nacional de IMA World Health para la República Democrática del Congo, ha trabajado con Vestergaard por muchos años. Él dice que lo sucedido con el proyecto del carbono ejemplifica tanto las virtudes como las desventajas de la compañía. “Ellos no esperaron una subvención”, dice. “La mayoría de las ONG esperaría hasta convencer a un donador. Ellos solo buscaron el financiamiento y fueron y lo hicieron con el riesgo de que podrían perder hasta la camisa en ello”. Vestergaard ha dicho que su compañía invirtió 30 millones en el proyecto; no está claro si recuperó el dinero.
Vestergaard está probando otros modelos de financiamiento. La innovación constante, dice, es lo que distingue a su compañía con fines de lucro en el mundo en desarrollo. Una frase que él usa a menudo es “los donadores no pueden seguir lanzando dinero nuevo a problemas viejos”. Muchos han discutido que los medios tradicionales de financiar la ayuda humanitaria y los proyectos de desarrollo —depender de donadores— se han vuelto demasiado formales o, peor aún, potencialmente contraproducentes e incluso peligrosos.
Supongamos, dice Pranab Bardhan, un economista de la Universidad de California, campus Berkeley, que el propósito de tu organización no gubernamental (ONG) es reducir la pobreza en una región de un país en particular. Si tienes éxito, tus donadores posiblemente se emocionen, y entonces te cortan el financiamiento. Esto no quiere decir que las ONG fracasen a propósito, pero Bardhan dice que hay un riesgo de desarrollar un incentivo para conservar el statu quo. “En conferencias donde hay discusiones estadísticas con respecto a si la pobreza ha disminuido”, dice, “he visto gente comportarse como si tuvieran un interés particular en mostrar que la pobreza no ha disminuido”.
Los fondos de los donadores fluyen cuando la mirada del público se halla en un problema (piense en el rosa para el movimiento contra el cáncer de mama), pero pueden agotarse cuando la cámara se apaga, como usualmente sucede en el mundo en desarrollo. Como resultado, “muy fácilmente puedes convertirte en una especie de prostituta del desarrollo”, dice Martin Fisher, director ejecutivo de KickStart International. Dice que hay “organizaciones que tomarán dinero de lo que sea”, incluso si no tienen experiencia en la materia.
La malversación de los fondos se puso tan mal que “en la década de 1980 íbamos para atrás: la gente literalmente se hacía más pobre”, dice Ben Jackson, director ejecutivo de Bond, en Londres, la cual da apoyo a grupos que trabajan en desarrollo internacional. Tras años de críticas, añade, se ha hecho un “progreso extraordinario”. Pero, explica, “siempre hay más que podamos hacer y deberíamos hacer para mejorar nuestra participación con respecto a la transparencia y la responsabilidad”.
Por otra parte, Vestergaard no tiene más opción que ser un ciudadano modelo cuando se trata de finanzas, y en dar resultados. “Estamos fácilmente expuestos en el sector privado”, dice. “Necesitamos ser muy transparentes en lo que hacemos”.
¿(RED)undante?
La acción más reciente de la compañía es Sigan los Litros: por cada producto LifeStraw comprado a distribuidores al menudeo como REI o Dick’s Sporting Goods, Vestergaard da agua potable saludable a “un alumno por un año escolar”. En octubre de 2014, el programa llevó filtros de agua a la escuela isleña Maduwa, y otras trescientas escuelas en la Kenia rural.
La estrategia, hasta ahora, es un éxito: la compañía reporta haber vendido más de 750 000 versiones al menudeo del producto LifeStraw en el último año fiscal, lo que llevó a la instalación de 1639 purificadores LifeStraw Community. Las ventas también apoyarán el costo de dar educación sanitaria en cada escuela LifeStraw, así como el monitoreo y mantenimiento de los próximos cinco años.
Sigan los Litros es la última probada de una tendencia en la que los “consumidores toman el papel que usualmente toman las ONG de financiar proyectos de desarrollo”, dice Vestergaard. Probablemente lo has visto en tu plaza comercial local: Por cada X vendida, Su Marca Favorita dará dólares a caridad. Una de las manifestaciones más generalizadas es (RED), la etiqueta pegada a productos que van desde cortinas para baño hasta estuches para iPhone y que solía canalizar millones de dólares “del sector privado para combatir el sida”, según el sitio en la red de la organización sin fines de lucro.
Vestergaard es cuidadoso de distinguir la labor de su compañía de la de (RED), señalando que la mayoría de los consumidores se las verá duras para conectar un par de gafas oscuras con un orfanato en Zambia. Es mucho más sustentable, dice él, un programa como el suyo que conecta directamente al consumidor (en este caso, al comprar el LifeStraw) con el proyecto de desarrollo (la entrega de LifeStraws a las escuelas primarias kenianas).
Hay algunos escépticos. El programa, dice Starr, “está limitado por las ventas del LifeStraw en los países ricos y como tal no es algo malo. Solo que no es una solución real a ningún tipo de escala”.
Una brecha intolerable
El sol se oculta tras los bosques nubosos de Kakamega, la tercera ciudad más grande de Kenia y la base local de Vestergaard. En el campo de golf del hotel de tres estrellas, los proveedores de comida están montando la enorme carpa de lona blanca que albergará una gran fiesta de Vestergaard esta noche. Esto está muy a tono con la vibra de año-sabático-mezclado-con-Silicon-Valley de Vestergaard: es una compañía donde se trabaja duro y se juega mucho.
“Para mí nunca se trató de hacer el bien o salvar el mundo o algo por el estilo”, dice mientras saca su quinto chicle de nicotina de la tarde. “Tampoco se trató de hacerme rico. El tema subyacente de casi todo lo que he hecho ha sido la aventura”. Luego, el licor fluirá y la carpa estará llena de humo y láseres y cuerpos bailando —incluido Vestergaard— hasta las primeras horas del día.
Pero su trabajo es muy serio. “Muy fácilmente pudieron haber ido tras el mercado estadounidense de campismo primero y hacer más dinero” con el LifeStraw, dice Sthreshley, “pero más bien fueron tras las necesidades del mundo en desarrollo. Pienso que es admirable”.
La más grande esperanza de Vestergaard es que su compañía pueda demostrar que el trabajo de desarrollo puede ser rentable; que otros innovadores en el sector privado asuman la misma responsabilidad, y que el talento joven sea atraído hacia el mundo en desarrollo en vez de hacia Silicon Valley. Él me recuerda una y otra vez que la expectativa de vida promedio es de ochenta años en los países ricos y de cuarenta años en los más pobres. (Según la Organización Mundial de la Salud, en realidad es de 84 y 46.) “Esa es una brecha intolerable”, dice, “pero también representa muchas oportunidades para que las compañías vengan y en verdad marquen una gran diferencia.”