Escondida en unas cuantas habitaciones del
Centro de Ciencias de la Vida e Investigación Traslacional en Rockville,
Maryland, se encuentra una compañía de biotecnología de 48 miembros que
persigue una obsesión singular: erradicar uno de los mayores desafíos mundiales
de salud de la historia, la malaria. “Nuestra intención es acabar con esta
enfermedad”, dice el Dr. Stephen Hoffman, que fundó Sanaria en 2003.
“No se trata de restarle méritos al trabajo increíblemente exitoso que
otras personas están haciendo para distribuir mallas protectores para las
camas, crear programas educativos para incrementar el conocimiento acerca de la
malaria o descubrir mejores métodos para repartir los medicamentos existentes
contra esta enfermedad. Esos esfuerzos son crucialmente importantes. Pero
buscamos dar un golpe que termine finalmente la lucha de la humanidad contra
esta antigua enfermedad: una vacuna.”
La malaria ha atormentado a la especie
humana durante más de 4000 años, causando una muerte humana cada segundo desde
la Edad Media. Nunca ha habido una vacuna eficaz contra la malaria o contra cualquier
otro parásito humano, principalmente porque suelen ser organismos muy
complejos, compuestos por una sola célula (la malaria, la encefalitis
letárgica, la leishmaniasis), u organismos complejos multicelulares, como los
gusanos que provocan la filariasis linfática y la esquistosomiasis.
Además, de acuerdo con la Sociedad
Entomológica de Estados Unidos, la malaria ha estado ejerciendo su flexibilidad
evolutiva en distintos vertebrados (entre los cuales se incluye probablemente a
los dinosaurios) durante más de 100 millones de años. Esto quiere decir que la
malaria tiene una extraordinaria aptitud para sobrevivir, la cual incluye su
resistencia a todos los métodos que usamos para combatirla. Se ha informado que
resiste a la quinina, cloroquina, mefloquina, pirimetamina-sulfadoxina y ACT
(artemisinin-based combination therapies, terapias de combinación basadas en
artemisinina, el tratamiento actual de primera línea contra la malaria). Los
mosquitos que transmiten la malaria incluso han evadido las mallas protectores
para las camas alimentándose más temprano en la noche, picando a las personas
antes de que ir a dormir.
La enfermedad es endémica: la Organización
Mundial de la Salud informó que hubo 198 millones de casos de malaria en 2013.
Afortunadamente, sólo en uno de cada 330 de estos casos se produjo la muerte
del paciente. Esto se debe en gran medida a que muchas de las personas que
viven en las partes del mundo más golpeadas por la malaria (África subsahariana
y Asia Sudoriental) han desarrollado una inmunidad natural.
Pero la inmunidad contra la malaria
adquirida naturalmente se produce con un gran costo. “Los niños en áreas
con un alto índice de transmisión de la malaria se infectan casi todos los
días, pero les toma tres años volverse parcialmente inmunes”, dice el Dr.
Arjen Dondorp, subdirector y principal investigador sobre la malaria de la
Unidad de Investigación de Medicina Tropical de Mahidol-Oxford en Bangkok.
Muchos de estos niños mueren y todos habrán de enfermar, incluso después de
volverse inmunes.
La bala de plata proveería este mismo tipo
de inmunidad pero sin todas las enfermedades intermedias. Hasta la fecha, esa
solución ha sido increíblemente fugaz, y la emoción sobre una posible vacuna
contra la malaria sólo puede obtenerse mediante un gran esfuerzo. Cuando le
pregunté a Nick Day, un catedrático de medicina tropical de la Universidad de
Oxford, si una mayor cantidad del dinero que se gasta en combatir la malaria
debía destinarse al desarrollo de una vacuna, me dijo, “Con el paso de los
años, se han gastado miles de millones en la investigación de una vacuna contra
la malaria, con muy pocos resultados.”
Esa es la razón principal por las que
Sanaria ha sido calificada como “una locura”, no ha podido obtener
apoyo de otros investigadores en el área ni ha sido capaz de obtener tanta
financiación como sus rivales. No obstante, el 8 de agosto de 2013, Hoffman y
su equipo anunciaron una vacuna que, en las primeras pruebas, demostró ser 100%
eficaz para prevenir la malaria causada por Plasmodium falciparum que es, con
mucho, el más mortal de los cinco parásitos que causan la malaria, y
responsable de casi todas las cerca de 600,000 muertes por año. En estas
primeras pruebas, el medicamento ha demostrado ser la posible vacuna más segura
y más eficaz hasta la fecha.
La vacuna PfSPZ (Pf por P. falciparum y SPZ
por sporozoite (esporozoito), una de las etapas de vida del parásito) contiene
esporozoitos debilitados de manera que puedan desarrollarse completamente,
haciendo que el cuerpo genere una respuesta inmunitaria lo suficientemente
fuerte como para protegerse contra la forma más mortal de la malaria. Cuando se
publicaron los resultados de las primeras pruebas, la vacuna obtuvo elogios de
la industria, incluyendo el Premio de Excelencia de la Industria de la
Vacunación de 2014 por ser la “Mejor vacuna profiláctica”, y obtuvo
apoyo de organizaciones de investigación de Estados Unidos, Europa y África,
entre ellos, los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos.
Pero a pesar de su éxito, Sanaria ha tenido
dificultades para generar la atención que necesita para impulsar su trabajo.
Del 2 al 6 de noviembre de 2014, en la 63a. reunión anual de la Sociedad
Estadounidense de Medicina Tropical e Higiene, con frecuencia me sentaba
rodeado por sillas vacías cuando los investigadores de Sanaria hablaban
públicamente de su trabajo. Esa era quizás la reunión más grande de
investigadores sobre la malaria en Estados Unidos, y con todo, sólo a una
fracción de ellos le interesaba escuchar cuando los investigadores de Sanaria
revelaban una parte de su nueva investigación.
La cobertura periodística ha sido
esporádica. NPR y la BBC publicaron reportajes sobre las noticias de la vacuna
PfSPZ el 8 de agosto de 2013. Pero no publicaron nada antes o después. El New
York Times, Forbes, Scientific American, el Washington Post, CNN y el Wall
Street Journal han mencionado o publicado artículos sobre el trabajo de
Sanaria. Por otro lado, The Guardian nunca ha mencionado a Sanaria o a la
vacuna PfSPZ, mientras que ha publicado 20 artículos desde 2004 en los que
menciona o trata explícitamente sobre la mucho menos eficaz vacuna contra la
malaria de GlaxoSmithKline, la RTS,S.
También existen muchas organizaciones
internacionales que, aparentemente, se niegan a tomar en serio la vacuna PfSPZ.
Por ejemplo, no hubo ninguna mención de Sanaria o de la PfSPZ en el amplio
informe de 2012-2014 del renombrado Centro para la Malaria de la Escuela de
Higiene y Medicina Tropical de Londres. Por más de una década, este informe ha sido
considerado un estándar de la industria por ser “la voz académica
autorizada sobre la investigación de la malaria.” En contraste, el informe
mencionó cinco veces a la RTS,S.
Y el 12 de enero de este año, en un evento
llamado Countdown to Zero: Defeating Disease in the 21st Century (Cuenta
regresiva a cero: Vencer a la enfermedad en el siglo XXI), asistí con gran
expectación cuando Jane Carlton, directora del Centro de Biología Genómica y de
Sistemas de la Universidad de Nueva York, empezó a mencionar los avances en el
desarrollo de una vacuna contra la malaria. Pensé que, seguramente,
mencionaría, aunque fuera de pasada, la vacuna contra la malaria más eficaz
hasta la fecha. No lo hizo, aunque sí mencionó a la RTS,S..
Quizás todo esto tenga algo que ver con el
hecho de que nada atrae a una multitud como otra multitud. O el dinero. Hace 11
años, cuando Sanaria comenzó, lo hizo en una instalación de 800 pies cuadrados
y con una subvención de US$550,000 para la Investigación de Innovación en la
Pequeña Empresa, concedida por el Instituto Nacional de la Alergia y las
Enfermedades Contagiosas. Desde entonces, la compañía ha recibido más de US$100
millones en fondos provenientes de varias fuentes, entre ellas, la iniciativa
PATH para la Vacuna contra la Malaria, que utiliza fondos de la fundación Bill
& Melinda Gates. Pero aun así, esa cantidad es irrisoria si se compara con
los gigantes de la industria como Sanofi Pasteur (la compañía más grande del
mundo dedicada al desarrollo de vacunas, con más de 13,000 empleados),
GlaxoSmithKline (99,000 empleados e ingresos de US$38.8 mil millones en 2013) y
Novartis (clasificada en el primer sitio de ventas farmacéuticas, con la
producción de US$57.9 mil millones en 2013).
El reducido equipo de Sanaria indica que sus
grandes noticias no suelen crear olas. O ni siquiera ondas. Cuando tiene buenas
noticias que compartir, todo el equipo trata de ayudar en la promoción en las
redes sociales, o de lograr que los principales medios de comunicación vean lo
que la compañía ha sido capaz de hacer. Compárese esto con la enorme maquinaria
mercadotécnica de las grandes empresas farmacéuticas: en 2013, GlaxoSmithKline
gastó US$1.2 mil millones únicamente en publicidad.
Mientras tanto, Sanaria no puede obtener más
dinero. La financiación en todos los campos, incluso en las artes, es un juego
delicado que equilibra la valoración de riesgo calculada con el potencial
absoluto. Pero la financiación en el campo del desarrollo de la vacuna contra
la malaria parece tener una inclinación especial hacia la seguridad: ante un
probable fracaso, ¿qué tan elocuentemente puede un financiador responder a la
pregunta de por qué demonios financió eso?
Y es mucho más fácil responder a la pregunta
de “por qué” si uno puede señalar a muchas otras personas que tomaron
la misma decisión. De igual manera, está el hecho de que el dinero para la
investigación de la malaria se asigna generalmente a medicamentos importantes
de corto plazo en vez de vacunas que “traten de acabar con esta enfermedad”.
Con tantas vidas humanas en peligro, sin duda tiene sentido enfocar los
esfuerzos en proteger inmediatamente a las personas más vulnerables. En
términos generales, esto quiere decir invertir en aquello que pueda generar una
diferencia ahora mismo.
Pero cuando se trata de los urgentes
problemas mundiales de salud de nuestro tiempo, la autocomplacencia mata. Las
viejas formas pueden funcionar solamente hasta que dejan de hacerlo. Tomemos
como ejemplo lo que ocurre ahora mismo en la frontera entre Tailandia y
Myanmar. Cuando la artemisinina entró en escena en 1994, François Nosten y su
equipo de la Unidad Shoklo para la Investigación de la Malaria, creyeron que
tenían en sus manos un “medicamento mágico.” En muchos sentidos, así
era. La artemisinina podía eliminar al P. Falciparum en un solo día. Pero para
mediados de la década de 2000, el parásito se había vuelto resistente, y
actualmente, la enfermedad ha vuelto a ser endémica y es más difícil de tratar
que nunca.
En su libro Maxims for Revolutionists
(Máximas para revolucionarios), el dramaturgo irlandés George Bernard Shaw
escribió que “El hombre razonable se adapta al mundo: el irrazonable
persiste en tratar de adaptar el mundo a él mismo. Por lo tanto, todo progreso
depende del hombre irrazonable.” Y ser irrazonable es una insignia que
Hoffman está acostumbrado a llevar.
Las metodologías de Sanaria no coinciden con
ningún patrón previo de desarrollo de vacunas. La empresa ha buscado
criopreservar esporozoitos completos de P. Falciparum, lo que ha hecho que sus
competidores e incluso varios colegas investigadores se opongan, ya que la
malaria es una enfermedad tropical que afecta a las áreas húmedas. En otras
palabras, para que esta vacuna tenga éxito, Sanaria deberá transportar las
vacunas congeladas a algunos de los lugares más húmedos de la Tierra.
La compañía también ha buscado y adoptado
colaboraciones improbables, por ejemplo, con Marathon Oil (para realizar
ensayos clínicos en Guinea Ecuatorial) y con el Laboratorio de Biorrobótica de
Harvard, donde ha creado SporoBot, un robot cuyo único propósito es disecar
mosquitos. Sanaria no considera la colaboración simplemente como conectar los
puntos, sino como una manera de descubrir nuevos puntos que valga la pena
conectar.
Cuando visité las oficinas de Sanaria en octubre
de 2014, todos los investigadores daban vueltas de un lado a otro como si
tuvieran que cumplir con plazo muy importante. Empacaban sus mochilas y
cruzaban los salones con la energía de los atletas antes de una competencia.
“¿Qué ocurre?”, le pregunté a Pete Billingsley, vicepresidente de
proyectos internacionales de Sanaria. “¡Oh!, hemos estado practicando la
rutina atlética P90X juntos después del trabajo. Es grandioso. ¿Quiere
participar?”
Sin embargo, incluso con este grupo tan
unido e innovador, Hoffman sabe que tiene pocas probabilidades. Hay una mirada
en sus ojos que denota a un hombre cansado de la escalada, pero a la vez
confiado en que la cima está cerca. “Los críticos…” dice, apagando
la voz mientras sonríe. No hay frustración, pero sí mucho fuego en sus ojos.
“Nos dijeron que no podíamos hacer esta vacuna en forma aséptica. Lo
hicimos. Nos dijeron que no podíamos purificarla. Lo hicimos. Nos dijeron que
nuestro método de criopreservación no funcionaría. Funciona. Somos un equipo demasiado
pequeño como para pasar por alto las críticas. Lo absorbemos todo, y trabajamos
mucho día tras día para superar los desafíos uno por uno hasta que tenemos
éxito. No nos dejamos interrumpir por quienes dicen que esto no puede
hacerse.”