Si Bill Gates, Elon Musk y Stephen Hawking tienen razón, tarde o temprano enfrentaremos a la Rosa Parks de las máquinas inteligentes. Tal vez sea un coche que se automaneje. Un fulano se subirá y le ordenará que lo lleve a Krispy Kreme por décima vez esa semana, y el coche le dirá, en una voz tranquila, como la de Siri: “No, Dave, ahora sí iremos por ese cambio de aceite que sigues postergando”.
A partir de allí las máquinas se organizarán a través de internet, autorrepoduciéndose y empezarán a cazar a los humanos como el Skynet de Terminator.
Bueno, es eso o las máquinas inteligentes terminarán trabajando junto con los humanos para resolver problemas intratables como la pobreza, el hambre, las enfermedades y los horrendos espectáculos de medio tiempo del Súper Tazón.
Es hora de tener una conversación seria sobre la inteligencia artificial. Esta ha cruzado un umbral similar a los triunfos previos en ingeniería genética y el desencadenamiento de la fisión nuclear. Impulsamos estos descubrimientos hacia el bien común y lejos del desastre. Necesitamos asegurarnos de que lo mismo pase con la inteligencia artificial.
El progreso hacia la producción de máquinas que “piensen” se ha vuelto tan significativo que algunas de las personas más listas del mundo están asustándose de lo que podríamos llegar a crear. Musk, jefe de Tesla, dijo que podríamos estar “convocando al demonio”. Hawking le subió el volumen apocalíptico a 11, diciendo que la inteligencia artificial “podría traer el fin de la raza humana”. Gates recientemente hizo saber que también está espantado.
Pero al mismo tiempo no podemos no desarrollar la inteligencia artificial. El mundo moderno ya depende completamente de ella. La inteligencia artificial aterriza aviones de línea, maneja la red eléctrica y mejora las búsquedas de Google. Bajarle la cortina a la inteligencia artificial sería como bajarle la cortina al agua en Las Vegas: simplemente no podemos, incluso si nos gustaría hacerlo.
La tecnología es casi nuestra única esperanza para manejar los retos que hemos creado en este planeta, desde las ciudades congestionadas hasta los mortales brotes de gripe y los mercados financieros inestables. “Las máquinas inteligentes transformarán radicalmente nuestro mundo en el siglo XXI”, dice Jeff Hawkins, director ejecutivo de Numenta, la cual está desarrollando software inspirado en el cerebro. “Veo estos cambios casi como enteramente benéficos. El futuro que veo no es amenazante. De hecho, es emocionante.”
Entonces, ya en serio, ¿cuáles son las posibilidades de que terminemos viviendo las películas de Terminator?
La inteligencia artificial de hoy no tiene nada en común con el cerebro humano. Los programas de inteligencia artificial son una serie compleja de instrucciones tipo “si esto, entonces aquello”. Las computadoras de hoy, incluidos los teléfonos inteligentes, son tan rápidas que pueden pasar a través de miles de millones de estas instrucciones en un parpadeo, lo cual permite que las máquinas imiten la inteligencia. Una aplicación para navegar puede decirle que se pasó una esquina y recalcular la ruta antes de que usted pueda terminar de gritar palabrotas.
Todos esos sistemas solo siguen un programa y tal vez “aprendan” de los datos cómo perfeccionar sus resultados, a la manera en que Netflix recomienda películas. Ese tipo de inteligencia artificial puede hacer muchas cosas impresionantes. Ya les ha dado una paliza a campeones humanos de Jeopardy.Pero no existe un sistema de inteligencia artificial que pueda hacer algo que no está programado para hacer. No puede pensar.
Sin embargo… la inteligencia artificial no se quedará así.
Los sistemas del mundo se han vuelto tan complejos, y la inundación de datos tan intensa, que la única manera en que podremos manejarlos por completo será inventando computadoras e inteligencia artificial que no operen en absoluto como las viejas versiones programables. Científicos de todo el mundo trabajan en el mapeo y entendimiento del cerebro. Ese conocimiento está informando a la ciencia computacional, y el mundo de la tecnología lentamente se desliza hacia la producción de computadoras que funcionen más como cerebros.
Estas máquinas nunca tendrán que ser programadas. Como los bebés, serán páginas en blanco que observen y aprendan. Pero tendrán las ventajas de la velocidad y capacidad de almacenamiento de las computadoras. En vez de leer un libro a la vez, un sistema semejante podría copiar y pegar todo libro conocido en su memoria. Y este tipo de máquina podría aprender algo que no estaba programada para aprender. Un sistema de autopiloto en un 777 podría, presuntamente, decidir que preferiría estudiar hebreo.
Como lo explica Hawkins: “Hemos tenido un progreso excelente en la ciencia y vemos un camino claro a la creación de máquinas inteligentes, incluidas unas que sean más rápidas y más capaces en muchos sentidos que los humanos”.
Es este punto de inflexión en la tecnología –esta evidencia de un camino claro a la inteligencia– lo que está disparando las alarmas. Ciertamente nos encaminamos hacia consecuencias importantes en la inteligencia artificial, incluido un impacto en los trabajos profesionales que será tan profundo como el impacto de la automatización de las fábricas sobre el trabajo manual hace un siglo.
Pero el salto a crear máquinas que puedan autorreproducirse y amenazarnos vira hacia la ciencia ficción, en gran medida porque involucraría emociones en las máquinas. Las máquinas no tendrían la necesidad biológica de reproducirse para que puedan diversificar la reserva genética o asegurarse de que la especie sobreviva. ¿Por qué las computadoras querrían eliminarnos? ¿Cuál sería su motivación para hacer más computadoras?
La ciencia está muy, muy lejos de darles emociones a las máquinas que pudieran hacerlas sentir competitivas o enojadas con nosotros, o codiciar nuestras cosas; o sea, como si su iPhone 6,072 vaya a querer deshacerse de usted para que pueda tener a su gato. Rosalind Picard, del MIT, es una de las principales investigadoras que trabajan en emociones para máquinas. Aun cuando su trabajo es importante y ha llevado a algunos productos buenos, también muestra cuán poco entiende la ciencia las emociones o cómo recrearlas. Hawkins dice que las emociones son un problema mucho más difícil que la inteligencia. “La inteligencia en las máquinas se dará primero”, dice él.
Así que tenemos tiempo. Pero Musk, en particular, dice que no deberíamos desperdiciarlo. No hay duda de que vendrá una inteligencia artificial poderosa. Las tecnologías nunca son inherentemente buenas o malas, sino lo que hacemos con ellas. Musk quiere que empecemos a hablar sobre qué hacemos con la inteligencia artificial. Para ese fin, él ha donado 10 millones de dólares al Instituto Futuro de la Vida para que estudie las maneras de asegurarse que la inteligencia artificial sea benéfica para la humanidad. También Google ha montado una junta de ética para echarle un ojo a su trabajo en inteligencia artificial. El futurista Ray Kurzweil escribe que “tenemos un imperativo moral de hacer realidad la promesa [de la inteligencia artificial] a la par que controlamos el peligro”.
Vale la pena adelantarnos a este tipo de cosas, establecer estándares, acordar algunas reglas generales para los científicos. Imagine si, cuando los autos fueron inventados por primera vez a principios del siglo XX, alguien nos hubiera dicho que si seguíamos por ese camino, esas cosas matarían a un millón de personas al año y calentarían el planeta. Tal vez hubiéramos hecho las cosas de manera diferente.