Soy una “milenaria” y eso significa que pertenezco a la primera generación que no ha vivido en un mundo libre de VIH desde que la enfermedad fue diagnosticada en humanos. Podría decirse que los milenarios y el sida hemos crecido juntos, pues cuando los médicos nos ayudaron a salir del vientre materno, también estaban identificando el VIH como la más reciente amenaza viral para la raza humana.
Cuando aprendimos a caminar, los científicos aprendieron a combatir la devastación del virus en el cuerpo humano con el anticanceroso —hoy descontinuado— AZT; y luego, mientras aprendíamos a leer, las farmacéuticas lograron perfeccionar el “coctel” ideal contra el sida. No era el remedio, pero al menos prolongaba y mejoraba la vida de los pacientes. Así, la enfermedad se transformó de una sentencia de muerte en la década de 1980 a un padecimiento perfectamente tratable para el año 2000. Llegado 2010 se hicieron grandes esfuerzos para erradicar el estigma que rodeaba el virus y a los individuos infectados y, sin embargo, con todos esos adelantos, la cura del virus es esquiva. Tal vez porque los científicos han estado buscando donde no deben.
Cuando el VIH ingresa en el cuerpo ataca los linfocitos T (células T), y conforme destruye esos agentes vitales del sistema inmunológico, el cuerpo va perdiendo sus defensas. Si el virus avanza lo suficiente, el paciente desarrolla sida y se vuelve susceptible a una serie de patógenos —bacterias, hongos, parásitos y otros virus— que otro organismo adulto combatiría fácilmente. Además, los enfermos con sida tienen mayor riesgo de desarrollar cáncer y viven con síntomas sistémicos de infección. Pero por cada 100 individuos infectados por VIH, hay uno que casi no manifiesta síntomas. Esos contados afortunados se denominan “controladores de elite” y nacen así gracias a una mutación genética peculiar.
Ahora bien, la ciencia logró crear uno en 2007. Ese año, Timothy Brown, conocido como el “Paciente de Berlín”, se convirtió en el primer individuo curado de VIH al convertirse en un controlador de elite.
En 1995, la vida de Brown cambió para siempre al enterarse de que era seropositivo. Con ayuda de sus médicos logró controlar el virus utilizando opciones terapéuticas relativamente nuevas hasta 2006, cuando su salud dio otro giro inesperado: los doctores anunciaron que tenía leucemia mielógena aguda, una forma de cáncer óseo. El nuevo diagnóstico no tenía relación alguna con el virus pero, si no hacían algo, el cáncer lo mataría rápidamente. Brown necesitaba un trasplante de médula y en una ingeniosa medida su hematólogo, el Dr. Gero Hütter, decidió que, en vez de simplemente utilizar material de un donador compatible, lo que haría sería obtener médula de un controlador de elite conocido que, además, fuera compatible. Así, el 7 de febrero de 2007, Brown se sometió al primer procedimiento de esta naturaleza y la historia del VIH cambió para siempre. Para 2009, las pruebas revelaron que no solo se había curado del cáncer, sino que estaba casi completamente libre de VIH: su cuerpo contenía solo pequeños rastros del virus, ni siquiera suficiente para replicarse o diseminarse de manera significativa.
Los médicos aún no saben cómo Brown desarrolló inmunidad. Aunque han repetido el procedimiento en otros pacientes, no han logrado reproducir los resultados. Transcurridos siete años, Brown es el único individuo que se ha librado virtualmente del VIH y así ha permanecido.
Con anterioridad, científicos buscaron un tratamiento que matara el virus o las células infectadas; pero las dos estrategias han fracaso continuamente y, sin duda, eso no cambiará porque, si bien los antivirales pueden mantener las cifras del virus en niveles indetectables, parece que no hay manera de erradicarlo por completo del cuerpo humano. Después de que se dio a conocer el milagroso caso de Brown, un equipo de científicos —incluidos el premio Nobel, David Baltimore y el propio Hütter– formaron la compañía Calimmune para desarrollar una nueva estrategia. En vez de erradicar completamente el virus del cuerpo de los individuos infectados intentarían reproducir la experiencia de los controladores de elite (y el “Paciente de Berlín”), quienes conservan pequeñas cantidades de VIH en el organismo sin presentar problemas de salud ni requerir los medicamentos que usan otros pacientes para controlar la infección por VIH. De tener éxito, obtendrían la primera “cura funcional” verdadera para VIH.
Para entrar en la célula T, el VIH debe pasar por el receptor del gen CCR5, el “portal” de la célula. Una vez en el interior, el VIH toma el control y convierte la célula en una fábrica productora de virus. Se considera que el paciente está afectado de sida cuando su “carga” viral alcanza cierto umbral. En el caso de los controladores de elite, CCR5 muta de manera que el virus es incapaz de entrar en la célula T; eso significa que el virus no puede replicarse.
Los investigadores de Calimmune han utilizado la tecnología de células madre para crear células T sin el receptor de CCR5 y así volverlas resistentes a VIH. Luego, han reintroducido en el cuerpo de pacientes las células mutadas manualmente para que, en el caso de individuos seropositivos, controlen la cantidad del virus, o bien, prevengan la infección en personas que no han sido contagiadas. En otras palabras, el trasplante puede ser tanto una cura como una vacuna.
Hace poco, científicos de Harvard lograron recrear artificialmente la misma mutación del gen CCR5 utilizando la tecnología para edición genética CRISPR (siglas en inglés de Repeticiones Palindrómicas Cortas Agrupadas y Regularmente Interespaciadas), mecanismo relativamente novedoso que permite seleccionar y editar cualquier gen con toda precisión.
Chad Cowan, investigador que participa en el proyecto, explica que usar CRISPR para editar las células del paciente con VIH en el laboratorio y luego reintroducirlas en su cuerpo “podría proporcionarle inmunidad de por vida o incluso una cura contra el virus”. En esencia, agrega, el procedimiento “replicaría lo que sucede en los controladores de elite” y también reduciría el riesgo de transferir el virus.
Si funciona, existe la posibilidad de que cualquiera diagnosticado con VIH pueda unirse a ese exclusivo uno por ciento de la población con VIH. Diagnosticado en 1989, Nathaniel Smith espera que perfeccionen el tratamiento antes de que sea demasiado tarde para él. “Viví en una época en que no había esperanza ni tratamiento”, dice. “Nos decían que pusiéramos en orden nuestros asuntos porque teníamos solo dos años de vida.”
Smith señala que los milenarios diagnosticados con VIH tienen muchas más razones de optimismo que la generación pasada, aunque ahora su actitud frente al futuro es más positiva. “Con todos esos adelantos, abrigo esperanzas. Cualquier cosa es posible.”