En México,hasta hace no más de tres décadas, decir “cine documental” era referirse a reportajes de National Geografic y Discovery Channel, o bien, cine antropológico aburridísimo producido por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, o por el desaparecido Instituto Nacional Indigenista.
Todavía hasta hace una década, hablar del documental era ir a la proyección de una que otra película en la vieja Cineteca Nacional de la ciudad de México, a donde solo iban cinéfilos empedernidos (la Cineteca se renovó apenas en 2012). Pero desde hace pocos años, decir cine documental mexicano nos hace pensar en las más revolucionarias, y quizá mejores, películas que se han producido en este país (y con poco dinero).
Realmente, en breve tiempo y por méritos propios, el género ha dado un enorme salto. El cronista Carlos Monsiváis no daba crédito al ingente número de documentales que se producían en Estados Unidos, por decir algo, frente a la prácticamente estéril producción de México. El cine estadounidense —parafraseando al autor de Días de guardar— documenta desde los triunfos del beisbolista Babe Ruth, hasta la historia del auto Mustang, pasando por la vida del inventor de la malteada… En contraste, en México, poseedor de una tan amplia como profunda historia, casi no se hacía documental. Exageraba, desde luego, el autor de la chilanga colonia Portales. O quizás no tanto.
Lo que sucedió es que a Monsiváis (1938-2010) la muerte le impidió ver documentales maestros, como el recientísimo La danza del hipocampo (México, 2014), dirigido por Gabriela D. Ruvalcaba y que se cataloga como documental porque no existe el género, dijéramos, poético: se trata de un documental-ensayo autobiográfico, que al escarbar en el pasado va tejiendo una gran red de ideas, imágenes y recuerdos. También Eco de la montaña (México, 2013) forma parte de esas piezas maestras que no pudo ver Monsi: su director, el famoso Nicolás Echevarría, acompaña al artista huichol Santos de la Torre en su peregrinaje de 620 kilómetros a la sagrada Wirikuta, donde pedirá permiso a los dioses para hacer un nuevo mural.
Hace unas semanas, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) dio a conocer la lista de artistas mexicanos que se incorporan al Sistema Nacional de Creadores de Arte (un sistema que otorga dinero mensualmente por tres años, como retribución por su obra). Es interesante que estén incluidos documentalistas como Adriana Trujillo (Félix: autoficciones de un traficante, 2011), Roberto Fiesco (Quebranto, 2013) o Eugenio Polgovsky (Mitote, 2012; Los herederos, 2008; Trópico de Cáncer, 2004). Puede esto asumirse como un reconocimiento oficial a su obra, en medio del lamentable panorama que dibuja el mercado del cine nacional para los realizadores de documental.
No es para menos. Este nuevo cine documental mexicano ha logrado la vuelta de tuerca que la ficción no había conseguido tras años de promesas y subvenciones oficiales. Además de llevarse premios por todo el orbe (Cannes, San Sebastián, Ariel…), Trujillo, Polgovsky y Fiesco, pero también Everardo González (Los ladrones viejos, 2007), Juan Manuel Sepúlveda (La frontera infinita, 2007) o Juan Carlos Rulfo (Del olvido al no me acuerdo, 1999; En el hoyo, 2006; De panzazo, 2011), replantearon, de manera inédita en México, la manera de hacer documental, y pusieron el ejemplo para el propio cine de ficción que, como demuestran películas como la premiadísima La jaula de oro (2013), de Diego Quemada-Díez, han adoptado las técnicas del montaje documental como elemento fundamental de su creación.
Lo lamentable es que, a pesar de lo interesante de las propuestas y las altas apuestas creativas en su producción y montaje, los documentales mexicanos no le interesan sino a unos cuantos cinéfilos. En su más reciente Anuario Estadístico de Cine Mexicano (de 2013), el Conaculta informa que el año pasado en México se produjeron 126 películas, de las cuales 30 son documentales. ¿Gran noticia? Sí, en términos de producción, pues refleja que los documentalistas han ganado mucho terreno en concretar sus proyectos. Penosamente, sin embargo, esto no se ha proyectado en la distribución de las películas en salas de cine, y, mucho menos, en su consumo por los espectadores.
El mismo Anuario Estadístico señala que, en cuanto a la distribución, se encontraron tres escenarios diferenciados: “Un cine comercial que resultó altamente exitoso, otro de escala media lanzado con menos de 50 copias —en el que se encuentra la mayor parte de la oferta nacional del año— y otro más de estrenos limitados, independientes y de nicho, que oscila entre una y 10 copias.”
Y es justamente en esta última clasificación donde se ubican muchos de los excelentes documentales producidos en estos últimos años. En contraste con ficciones como la aburrida Amor a primera visa, que recaudó 91 millones de pesos, el maravilloso Quebranto, de Roberto Fiesco —que según el propio director tardó casi una década en producirse, y cuenta bellamente la decadencia del artista transgénero Coral Bonelli—, recaudó ¡12 000 pesos! Eso por no hablar de películas como No se aceptan devoluciones(la famosa comedia rosa de Eugenio Derbez), que reunió ¡600 millones!
Esto destaca algo por partida doble: la pésima distribución del mejor cine documental que se hace en México desde hace décadas se debe al gusto del gran público, que prefiere por mucho las comedias sosas. ¿Cómo pedirle a las empresas distribuidoras que inviertan en distribuir un cine que no sería rentable para ellas?
Para escribir este texto, busqué sin éxito en mensajes directos tanto por Facebook como por Twitter a los documentalistas Everardo González, Roberto Fiesco y Eugenio Polgovsky. Quería contrastar con ellos mi opinión, más bien esperanzadora, de que, parafraseando a Fernand Braudel, estamos ante el comienzo de un proceso de larga duración. Creo que, quizá en el futuro, algún historiador destaque la tragedia de que, en su año de estreno, Quebranto solo haya recaudado 12 000 pesos. Espero que en ese momento futuro, Quebranto, junto con muchos documentales, sea reconocido y festejado y famoso. Entonces, el proceso de larga duración se habrá completado.