¿Estamos preparados para un sismo como el de 1985?
El reloj se detuvo a las 07:19 de la mañana del 19 de septiembre de 1985. Fueron los dos minutos más largos de la historia de la ciudad de México, pues un terremoto de 8.1 grados en escala Richter sacudió la capital del país dejando tras su paso destrucción y muerte… Dos minutos en los que la vida se detuvo y, para algunos, se fue.
“Los policías tratan de confortar a un hombre que viene como de haber hecho ejercicio, viene con lo que llaman pants, de pantalón azul, la blusa blanca, no puede ni hablar, quiere entrar a donde estaba la Súper Leche, está desesperado en este sitio y quiere entrar; la Policía, cuatro, cinco policías, lo han rodeado con objeto de que no entre aquí”… narraba Jacobo Zabludovsky desde la esquina de la calle San Juan de Letrán —hoy el Eje Central—, en la capital mexicana, al tiempo que Víctor Manuel Fernández, el dueño de la Súper Leche, paralizado veía cómo lo que desde 1948 fue el negocio familiar había desaparecido.
A las 9:30 de la mañana Zabludovsky preguntó: “¿Cuál es su nombre, señor?”. “Víctor Manuel Fernández”, respondió el empresario. “¿Qué pasa, señor, por qué está usted tan agobiado?”. “Aquí estaba mi negocio, era el restaurante Súper Leche”. “¿Usted es el dueño del restaurante Súper Leche?”. “Sí, señor… sí, señor”. “¿A qué hora abren el restaurante?”. “A las siete de la mañana”. “¿Quiere decir que a la hora del temblor ya estaba abierto?”. “Ya, señor, y en el segundo piso vivía mi madre o vive mi madre, en el segundo piso vivía aquí mi madre y mi hermana, no sé yo…”.
Ese día, Víctor Manuel Fernández no solo perdió su negocio, con él también se fueron su madre, su hermana, su cuñado, dos sobrinos, su tío, su tía y sus primas, y desde entonces no ha vuelto a sonreír. El terremoto, dice en entrevista con Newsweek en Español, se llevó su felicidad.
“Mi suegro me dio cinco pastillas de Lexotan para que me calmara y así llegamos en coche hasta donde nos permitió la Policía, lo que quedaba de camino lo corrimos”, narra Fernández. “Cuando doy la vuelta veo delante de mí y digo: ‘Dios mío, ¿qué hago?’. Y cuando iba a dar un paso hacia delante llegó Zabludovsky, me abrazó y me dijo que de ahí no me movía… a los pocos segundos se cayó en mis narices un muro, de haber dado el paso yo también hubiera muerto ahí”.
Según la cajera del Súper Leche, quien gracias a que se atrasó en su horario de entrada al trabajo pudo presenciar, al bajarse del autobús, cómo la tierra se tragó el restaurante sin que ella estuviera dentro, el edificio de cuatro pisos —que albergaba en la planta baja el negocio y en las altas, departamentos donde vivían la familia de Víctor Manuel Fernández y otros vecinos— se hundió, así sin más, y se convirtió en ruinas en cuestión de segundos.
Ahí murieron seis empleados de los aproximadamente 100 que trabajaban en el Súper Leche, y unas 400 personas entre clientes del restaurante e inquilinos. “Cuando empezó a temblar pararon dos trolebuses frente al restaurante, y pensando en protegerse se metieron al Súper Leche… Si se hubieran quedado fuera seguirían vivos, tuvieron la opción…” lamenta Fernández.
Asimismo, su madre, su hermana, su cuñado y sus sobrinos tuvieron la opción. A su madre, Ofelia Fagoaga Castillo, meses antes le ofreció comprarle una casa en la zona oeste de la ciudad, la cual la señora rechazó; y su hermana y su familia tan solo 11 días antes del terremoto vivían en España. “Cómo es la vida, ellos llegaron aquí para morir”, recuerda Víctor Manuel Fernández.
El 19 de septiembre de 1985 no encontraron a nadie entre las ruinas del edificio del Súper Leche. Fue al día siguiente que apareció el cuerpo de Ofelia Fagoaga Castillo, cargando el peso de dos pisos. Fernández la pudo reconocer solo porque llevaba en la mano dos esclavas de oro con su nombre grabado.
“Ella fue a la única que encontramos, de los demás no supe más; bueno, solo de mi sobrina, Covadonga del Rocío Alea Fernández, de 11 años, quien salió con vida del terremoto, pero una vecina que estaba obsesionada con ella se la robó”.
A Covadonga la buscaron por muchos años y lograron dar con el lugar donde una pareja de doctores que trabajaban en el Instituto Mexicano del Seguro Social la tenían escondida; desafortunadamente ellos se enteraron de que su tío sabía en qué lugar de San Luis Potosí estaba y huyeron una tarde por el patio trasero.
Víctor Manuel Fernández recuerda los días posteriores al terremoto como los peores de su vida. Perdió a su familia, su negocio, tuvo que enfrentar demandas y luchar con el miedo y los recuerdos que lo mantuvieron medicándose todos estos años.
“Yo no estuve tranquilo nunca y ya no me gusta sonreír. Antes era muy alegre, ya no, aunque doy gracias de tener una gran familia con cuatro hijos felices y una gran esposa. Después de todo sé que Dios nos tiene marcado el dónde y a qué hora nos toca, esa vez no fue, pero en algún momento será”, concluye Víctor Manuel Fernández, quien hoy, a sus 71 años, trabaja en el negocio de la construcción.
“Dos policías se hacen cargo del señor que era dueño de este restaurante y cuyos familiares viven en este edificio totalmente derruido; siguen sacando tanques de gas cuando las columnas de humo negro son cada vez más espesas, más grandes, más altas, siguen sacando tanques de gas…”. De este modo Jacobo Zabludovsky describía, hace 28 años, el momento que a Víctor Manuel Fernández le cambió la vida.
Lo impredecible e inevitable
El epicentro del terremoto del 19 de septiembre de 1985 fue localizado frente a la desembocadura del Río Balsas, límite natural entre los estados de Michoacán y Guerrero, a las 07:17:48 de la mañana —tiempo del centro—, y alcanzó a 400 kilómetros de distancia a la ciudad de México a las 07:19 a. m. con una magnitud de 8.1 grados en la escala Richter.
Fue un sismo de tipo trepidatorio y oscilatorio a la vez que registró una extensión de 50 por 170 kilómetros y unos 18 kilómetros de profundidad, y se produjo como resultado del movimiento relativo de la Placa de Cocos con respecto a la Placa Norteamérica, dos de las cuatro placas principales de México junto con las del Pacífico y el Caribe. Al día siguiente, a las 19:38, hubo una réplica con una magnitud de 7.3 grados en la escala de Richter.
Los efectos que el terremoto causó a 400 kilómetros de distancia de su epicentro se debieron, según un informe realizado por el Servicio Sismológico Nacional: al patrón de radiación que produjo efectos direccionales a la capital mexicana; su similitud con un movimiento armónico, lo cual causó que las estructuras entraran en resonancia; y la resonancia del terreno blando, lo que causó la amplificación del movimiento.
Ambos sismos provocaron la muerte de aproximadamente 20 000 personas, la afectación de unos 2831 inmuebles en la ciudad y daños materiales evaluados en 5000 millones de dólares.
En entrevista con Newsweek en Español, el doctor en Sismología Víctor Manuel Cruz Atienza, jefe del Departamento de Sismología del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), dice que tal como se titula su nuevo libro —Los sismos, una actividad cotidiana—, los sismos son una amenaza cotidiana y en México la probabilidad de que nuevamente ocurra un sismo de tales características, o incluso de mayores, “es altísima, por no decir del 100 por ciento”.
El doctor hace tal afirmación con base en lo ocurrido a nivel mundial en la última década, como es el caso del terremoto submarino de Sumatra, el cual ocurrió el 26 de diciembre de 2004 en el océano Índico con una magnitud de 9.2 en el que se rompió una falla de 1000 kilómetros de longitud, desde Sumatra hasta las islas Andaman, y ocasionó una serie de tsunamis devastadores a lo largo de las costas de la mayoría de los países que bordean el océano Índico.
Otro ejemplo es el terremoto y tsunami de Japón que el 11 de marzo de 2011 azotó al país asiático con una magnitud 9.0 y creó olas de maremoto de hasta 40.5 metros.
“Esa clase de sismos fueron y son muy relevantes, además de por el peligro y la devastación que implicaron, porque rompen paradigmas que los sismólogos creíamos como inamovibles, como lo es el que cada zona de subducción está caracterizada por un tamaño máximo de terremoto; en ambos casos los terremotos sobrepasaron cualquier magnitud esperada”, explica Cruz Atienza.
El especialista agrega que en México la probabilidad de que haya un terremoto de tales características o mayores es muy alta por su geodinámica interna, ya que gran parte del territorio está delimitada hacia el mar del Pacífico —desde Colima hasta Chiapas—por una zona de subducción, es decir, una región donde la placa oceánica se va por debajo de la placa continental, y en esa región, por la convergencia y movimiento continuo, estas entran en contacto y ocurren sismos. Solo en 2012 hubo más de 5000 sismos en México.
“Es la información histórica la que permite predecir qué es factible que suceda eventualmente. En México han ocurrido sismos de gran magnitud, el del 85 no es ni remotamente el de mayor magnitud que tengamos conocimiento en México, el 9 de junio de 1932, en el estado de Jalisco ocurrió el sismo más grande de la era moderna, pues registró una magnitud de 8.2”, manifiesta el jefe del Departamento de Sismología del Instituto de Geofísica de la UNAM.
También recuerda que el sismo de mayor magnitud del que se tenga conocimiento ocurrió en 1787; con 8.6 grados de magnitud rompió todo a lo largo de la costa de Oaxaca provocando un tsunami que invadió la costa de Oaxaca, lo que hoy es Puerto Ángel, a seis kilómetros tierra adentro. “Pese a ello, el sismo que por excelencia recordaremos todos los mexicanos es el del 85, ya que fue el que reveló la vulnerabilidad de nuestra sociedad y, en particular, la de la ciudad. Antes del 85 la dimensión del peligro de un terremoto en nuestro territorio no se conocía”.
¿Y si ocurriera?
Según Victor Manuel Cruz Atienza, si rompiera otro sismo en la Costa Grande de Guerrero, en donde no ha roto desde 1913 un sismo mayor a 7.5, se estima que el movimiento del suelo sería tres veces más grande, más violento y potencialmente más destructivo que en el 85 para la ciudad de México, teniendo en cuenta que el epicentro estaría a por lo menos 150 kilómetros más cercano a la capital que la zona epicentral (Michoacán) de 1985.
“Pero lo verdaderamente importante es hablar de qué ha pasado desde el 85 en cuanto a nuestra vulnerabilidad, qué tanto se han modificado, por un lado, los reglamentos de construcción y hasta dónde se han construido cultura y protección civil en nuestro país que hayan hecho de la nuestra una sociedad capaz de reponerse a los estragos de un desastre en el menor tiempo posible, que es lo que va a determinar, si hoy ocurre un sismo como el del 85, qué consecuencias tendría”.
En ese sentido, 1985 se considera como una pauta que no solo le enseñó a México lo vulnerable que es ante una amenaza de este tipo, si no también, el tamaño de las amenazas que existen en su ciudad capital.
Ante ello, Cruz Atienza asegura que se instrumentó a la ciudad de México con más de 100 sismómetros que han registrado desde 1985 varias decenas de miles de sismos, lo que ha permitido entender la respuesta sísmica del valle y, con base en eso, mejorar muy sustancialmente los códigos y normas de construcción.
“En 1985 se pensaba que el Código de Construcción era lo suficientemente bueno ante lo que pudiera ocurrir en México, pero no fue así y dos años después hubo modificaciones; en 1987 salió la nueva versión del reglamento de construcción y en 2004 se emitió la última versión del reglamento que hoy sí ya es casi infalible, es de las mejores que hay en el mundo; además, en 1986 se fundó el Sistema Nacional de Protección Civil y se ha generado una cultura que va evolucionando, pero que aún tiene deficiencias graves”.
Sin embargo, pese a los logros alcanzados, el doctor afirma que el “rampante crecimiento urbano de los últimos años”, aunado a prácticas comunes de autoconstrucción y escasa cultura cívica y de legalidad en la que no se respetan las normas, continúan haciendo que el riesgo sísmico sea elevado en grandes extensiones de las urbes.
“El riesgo es producto de la vulnerabilidad y el peligro; nosotros los humanos no podemos hacer nada ante el peligro más que medirlo, o sea, no podemos reducirlo. Los sismos seguirán ocurriendo, pero sí podemos jugar con la vulnerabilidad, minimizar la vulnerabilidad ante el peligro para que el riesgo sea menor. Si nuestra vulnerabilidad es baja a pesar de que el peligro sea grande, el riesgo que corramos va a ser bajo”.
Las alertas sísmicas en México
Según el autor de Los sismos, una amenaza cotidiana, en México, y particularmente en la capital, las alertas sísmicas son una herramienta de gran utilidad puesto que los sismos grandes como el de 1985, los potencialmente más destructivos, vienen de las costas del Pacífico, y la costa en su segmento más cercano a la ciudad de México es la de Acapulco con 300 kilómetros.
Lo cual significa que si un sismo grande rompiera en la costa en su segmento más cercano, Acapulco, “las ondas sísmicas emitidas por ese sismo tardarán dos minutos más o menos en llegar a la ciudad de México, lo que no pasa en cualquier lugar del mundo, es decir, en Tokio hay mucho menos kilómetros de esa zona sismogénica, de tal manera que las ondas llegan mucho antes, muy poco tiempo después de haber sido emitidas por la ruptura”.
México tiene así la suerte de que gran parte de los sismos potencialmente peligrosos ocurren lejos de la ciudad, lo que significa que con la existencia de instrumentos instalados como el Sasmex (Sistema de Alerta Sísmica Mexicano) se es capaz de medir, pocos segundos después de que inició el sismo, las ondas y determinar el tamaño del sismo o la violencia con la que el suelo está vibrando cerca del epicentro.
“Podemos desarrollar métodos para estimar cuando lleguen esas ondas, que van a tardar todavía varios minutos en llegar a la ciudad de México, por ejemplo, cuál va a ser la aceleración máxima en el suelo. Y si se es capaz de estimar qué tan grande va a ser el movimiento inducido por esas ondas que todavía no llegan, entonces puedes alertar a la gente con un minuto de prevención para que hagan lo que deben de hacer, evacuar, ponerse en zona de seguridad, lo que en muchos casos puede salvar vidas”, asegura el experto.
Sí se puede estar preparado
El caso de Japón, un país de primer mundo, mucho más desarrollado que México, indica que estar realmente preparados ante un fenómeno natural de las características de un terremoto es casi imposible. Sin embargo, el doctor Cruz Atienza asegura que sí se puede.
“Lo que ocurrió en Japón es que ellos pensaban, como el resto del mundo, que en su zona de subducción no podían ocurrir sismos mayores a 8.1 o 8.2 porque históricamente nunca había ocurrido. Sin embargo, rompió un sismo de magnitud 9, o sea, 40 veces más grande. Ante tal escenario las normas de construcción antitsunami y antiterremotos están rebasadas porque el fenómeno rebasó por mucho la expectativa de los expertos”.
En el caso de México, el especialista considera que, de ocurrir otro terremoto como el del 19 de septiembre de 1985, sería distinto ya que desde entonces se ha logrado avanzar en muchas materias.
Existe ya el Sistema de Alerta Sísmica Temprana, el Sistema de Alerta Sísmica Mexicano y el sistema SAPS II UNAM —que genera una serie de mapas de intensidades y daños sísmicos en tiempo real de la ciudad de México, donde se pueden ver las regiones en las que es más probable que los daños se concentren—, los cuales permiten la posibilidad de minimizar las consecuencias de una tragedia.
Asimismo, las normas de construcción ya han sido mejoradas y hay brigadas de protección civil en cada edificio público, de tal forma que ha crecido la cultura de prevención de desastres en México y la gente ya está instruida y sabe qué debe de hacer.
“Entonces sí se puede estar preparado, aunque eso no quiere decir, si ocurre otra vez un sismo como el de 1985, que no habrá grandes pérdidas, porque seguro va a volver a pasar algo grave, que también se deberá a que en los últimos 30 años la ciudad ha crecido muchísimo en zonas donde no ha habido control alguno de la calidad de las construcciones y a que hemos avanzado, pero no lo suficiente, como para asegurar que no haya pérdidas significativas”.