CUANDO LA GENTE DICE que el conocimiento es poder, por lo general quiere decir “dinero”. Incluso el gran científico e innovador Galileo Galilei sabía eso.
En 1609, Galileo asombró a los peces gordos de Venecia cuando les permitió usar su telescopio para ver barcos lejos en altamar, alrededor de dos horas antes de que sus dueños los vieran entrar en el puerto. Los venecianos se impresionaron (duplicaron el salario de Galileo y le dieron una planta vitalicia en la Universidad de Padua) porque ellos vieron inmediatamente las enormes ventajas financieras y militares que ofrecía este dispositivo visionario. Pocos cientos de años después, estamos en el umbral de una transformación igual de radical en cómo la información se recopila, analiza y monetiza. Y si prestamos atención, incluso podríamos salvar el planeta.
La cantidad de satélites que orbita la Tierra aumentó en 40 por ciento en solo los últimos cinco años, y estos pedazos de metal toman fotos a un ritmo vertiginoso. Esta explosión de imágenes no es solo la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos espiando febrilmente tu recámara y tu laptop; es una revolución que va a cambiar radicalmente cómo respondemos a los desastres medioambientales y administramos nuestras granjas. También va a poner de cabeza el mercado bursátil, porque está convirtiendo todo el mundo en datos usables, dándonos un conteo preciso de los buques petroleros en todos los puertos del mundo y cuántos autos están en el estacionamiento de un Wal-Mart. Sabe eso y podrás —como los cuates venecianos de Galileo— hacer algunas inversiones muy lucrativas.
Por ello docenas de compañías compiten para ponerse en órbita. BlackSky Global, domiciliada en Seattle, planea lanzar seis naves espaciales; Terra Bella, una subsidiaria de Google-Alphabet, tiene dos satélites en órbita y promete video que puede “ver objetos del tamaño de un auto”, mientras que Spire posee diez satélites en órbita y planea tomar millones de imágenes de los océanos del mundo. Estas y otras compañías incipientes persiguen a gigantes de las imágenes como DigitalGlobe, Airbus y Rapid Eye, las cuales tienen cientos de millones de dólares de hardware flotando a kilómetros sobre nuestras cabezas. Pero nadie ha lanzado tan rápido y tan a menudo como Planet, una compañía incipiente administrada desde un viejo almacén gris en el Mission District de San Francisco. En un vecindario lleno principalmente de tiendas de muebles antiguos, restaurantes de onda y cafeterías, Planet tiene 62 satélites en órbita, la colección privada más grande del mundo, y para finales del año tendrá 100, suficiente para que todo rincón, rendija y ojo de cerradura en la Tierra tenga su propia foto de mediana resolución todos los días. Esta avalancha de imágenes creará una base de datos sin precedentes del planeta entero, una que pueda usarse para detener incendios forestales y tal vez incluso guerras.
EN LLAMAS: Las fotos diarias que cubren todo el mundo pueden rastrear mejor los incendios forestales, como este en el sur de California fotografiado por un satélite de la NASA en 2007. Foto: NASA.
¿QUÉ HA PROVOCADO EL TELÉFONO INTELIGENTE?
Nada en el lanzamiento de un satélite es barato o fácil, pero ¿qué tal si usted pudiera simplemente lanzar su iPhone y hacerlo orbitar? En 2010, dos ingenieros del Centro de Investigación Ames de la NASA, Will Marshall y Chris Boshuizen, básicamente hicieron eso. Ellos se percataron de que el poder de los teléfonos en sus bolsillos superaba con creces cualquier cosa en órbita en términos de poder computacional, y la tecnología detrás de esa pantalla de vidrio se superpone muchísimo con los tornillos y tuercas de la mayoría de los satélites. “Tienes que tener energía, baterías, GPS, un transmisor”, dice Marshall. “Lo único que faltaba eran los paneles solares para mantenerlos cargados y un sistema para orientarse en el espacio”.
El dúo fue al desierto Black Rock de Nevada y ató unos cuantos teléfonos inteligentes a cohetes amateur para ver si podían soportar la fuerza g y vibraciones de un lanzamiento. Esta prueba improvisada no fue aprobada por la NASA —“en realidad no le habíamos dicho a nadie lo que estábamos haciendo”, dice Marshall—, pero fue un éxito. Los teléfonos fueron capaces de soportar las vibraciones de un lanzamiento y el vacío del espacio, por lo que los dos ingenieros convencieron a la NASA de intentar una prueba más grande. Para finales de 2013, la agencia oficialmente estaba a bordo, poniéndolos a cargo de una misión para lanzar tres teléfonos Nexus 1 de Google, modificados en un cohete, hacia la Estación Espacial Internacional, donde fueron tirados a orbitar. Los teléfonos volaron alrededor del orbe, felizmente enviando fotos para que las recopilaran operadores de radio amateur en la Tierra. El costo final: apenas 3500 dólares.
Las tres naves espaciales diminutas usadas para esa misión —apodadas Alexander, Graham y Bell— tomaron imágenes de muy baja resolución, casi inútiles. Pero Boshuizen y Marshall, ahora trabajando con el ingeniero de la NASA Robbie Schingler, vieron una oportunidad enorme: ellos querían hacer una compañía espacial (Planet) que se moviera como una compañía tecnológica, actualizando sus dispositivos electrónicos constantemente, como Apple lo hace con el iPhone. En vez de planear una misión con años de anticipación, como lo hace la NASA, Planet empezó a construir y lanzar barato y rápido, y simplemente siguió actualizando.
Incluso después de todas sus actualizaciones, las imágenes de Planet no serán las mejores en el mercado de la resolución. Se pueden ver edificios, pero los detalles como los autos son más difíciles de distinguir. Por ejemplo, las asombrosas imágenes disponibles en Google Maps son mucho más claras, pero esa resolución más alta requiere de satélites más grandes, algunos del tamaño de una recámara, con lentes que tienen que apuntarse cuidadosamente. Ello significa que solo pueden tomar una parte diminuta del planeta en un día.
Planet no quiere competir con estas imágenes de alta resolución, opta por la cantidad. Solo quiere pegarle un telescopio de un metro, algunos motores eléctricos y paneles solares a partes de teléfono. Sus satélites son lo bastante baratos y pequeños para caber en un rincón de un cohete, permitiéndoles ir de polizones en viajes más grandes de carga espacial, reduciendo todavía más el costo. La imagen es apenas decente, pero cada satélite que toma fotos es tan poco costoso que la compañía puede alinearlos como perlas en un cordón arriba en el cielo, corriendo desde el Polo Norte hasta el Polo Sur, y crear una base de datos extraordinariamente rica que revelará cómo cambia la Tierra.
Por supuesto, estos millones de imágenes serán poco más que una curiosidad a menos de que haya una manera de convertirlas en datos usables. No hace mucho, hacer que una computadora reconociera una imagen —una tarea sencilla para los humanos: ¿cuál de estas diez fotos es una de mamá?— requería de supercomputadoras y algoritmos escritos por departamentos universitarios enteros de ciencias computacionales, e incluso entonces los resultados eran muy vagos. Planet fue afortunada; apareció en el momento preciso para aprovechar el poder de uno de los campos más de moda en la ciencia computacional: el aprendizaje de máquinas. Los científicos han avanzado muchísimo para que las computadoras actúen más como un cerebro: deja esas computadoras libres con cantidades enormes de datos, y ellas “aprenderán” cómo resolver problemas por su cuenta. En 2012, Google acopló una red neural con una base de datos enorme construida con videos de YouTube. Como era YouTube, la computadora con el tiempo llegó a ser muy buena para reconocer gatos.
Desde entonces, el aprendizaje de máquinas ha aparecido en muchos lugares en línea; por ejemplo, es lo que le permite a Facebook emparejar a tus amigos con sus rostros cuando tú subes fotos. Las computadoras siempre han sido capaces de hacer cosas que los humanos nunca podrían; ahora pueden hacer lo mismo con las imágenes. Ello significa que tú puedes apuntar una computadora hacia algo en el archivo de fotos de Planet, como un campo de béisbol, y entonces decirle que ubique y cuente todos los que hay en la Tierra. Podría hacer lo mismo para los aeródromos en Europa o las plantas químicas en África. Planet podría, según un analista, proveer un conteo diario de todo árbol en el planeta.
Por supuesto, no puede hacerse mucho dinero contando árboles, pero alguien podría hacerse asquerosamente rico contando barriles de petróleo. Los gobiernos y los comerciantes de materias primas gastan miles de millones de dólares todos los años tratando de manejar la industria petrolera, pero el mercado es tan salvaje que los expertos lo han llamado descompuesto o incluso manipulado. Los satélites ofrecen una solución, porque la mayoría del petróleo es almacenado en cilindros gigantescos. Para evitar que el gas explosivo se acumule en estos grandes tanques, las tapas flotan encima del petróleo, subiendo y bajando conforme se llenan y vacían. Coloca una cámara directamente encima de uno de esos tanques, crea un video a intervalos de tiempo, verás una sombra creciente que se hará un poco más grande conforme el tanque sea drenado y la tapa se hunda. Un genio de las matemáticas (o una computadora) puede entonces calcular cuánto petróleo hay en ese tanque con base en la hora del día, el diámetro del tanque y sus sombras. Es un truco bonito que la gente ha usado por años —con la ayuda de fotos con helicópteros— para jugar en el mercado petrolero.
Pero con las imágenes de Planet y el aprendizaje de máquinas, cualquiera puede descifrar cuánto petróleo se almacena en todo el mundo (y apostar millones de dólares en concordancia). Tú podrías hacer lo mismo con la cantidad de contenedores navales que entran a Seattle o los camiones estacionados en toda planta de producción en China, datos que podrían predecir dónde se dirigen los mercados claves.
Por lo menos ese es el modelo de negocio de Orbital Insight. Está ubicada en una calle tranquila que podría alojar a un asesor fiscal en la mayoría de Estados Unidos, pero en Palo Alto, California, es el hogar de otra compañía espacial incipiente que busca cambiar el mundo. Dentro de un insulso edificio de oficinas de dos pisos, el fundador de Orbital Insight, James Crawford —quien trabajó en inteligencia artificial y, con Google Books, ayudó a digitalizar toda página de todo libro en el mundo— señala una gráfica que muestra cuántos autos fueron ubicados en todos los estacionamientos de un importante minorista estadounidense de ropa (que él prefirió no nombrar aquí) y el ingreso de la compañía en los últimos cinco años. Las dos líneas se mueven en conjunto a través de alzas y bajas. En el trimestre más reciente —un periodo para el cual la compañía todavía no reporta sus ingresos—, el conteo de autos en el estacionamiento se ve muy bien. “Lo mostramos [al minorista de ropa] ligeramente arriba —dice Crawford—, lo cual es interesante porque el mercado los muestra a la baja”.
Casi se puede oír a un corredor de bolsa gritar: “¡Compra!”.
OJOS EN EL CIELO: En mayo, la Estación Espacial Internacional lanzó varios satélites Dove diseñados por Planet Labs, la cual planea tener 100 satélites en órbita para finales del año. Foto: NASA.
TRACTORES EN EL ESPACIO EXTERIOR
La mayoría de los clientes de Orbital Insight ahora están en finanzas, pero la revolución de las imágenes podría tener un impacto mucho mayor en la agricultura y, extrañamente, en la búsqueda de la paz mundial.
El Departamento de Agricultura de Estados Unidos tiene un presupuesto anual de 180 millones de dólares para analizar los datos del suministro de alimentos, así como un historial muy bueno sin usar satélites: sus predicciones en la producción normalmente fallan en apenas cuatro por ciento. Pero Descartes Labs, una compañía de análisis de imágenes satelitales, cree que tiene una nueva herramienta que podría derrotar eso. La mayoría de las plantas llenas de clorofila, como recordarás de tus clases de biología en la secundaria, absorben el espectro completo de la luz menos el verde, lo que les da su tono. La clorofila también refleja la luz cercana a la infrarroja, la cual está apenas fuera del espectro visible para los humanos, pero al buscar la infrarroja en una foto, se puede dar una muy buena mirada a la densidad de la clorofila; la alta densidad es una señal de buena salud en la planta. Descartes puede usar imágenes de densidad de clorofila, tomadas por satélites, para predecir la producción agrícola. Según su director ejecutivo, Mark Johnson, la predicción del algoritmo Descartes en la producción de maíz fue errónea por apenas 2.5 por ciento en los últimos diez años.
Ello podría parecer una noticia apropiada para la Página 24 de una publicación aburrida de los mercados de materias primas, pero las malas predicciones en producción de alimentos pueden llevar a confrontaciones armadas en una calle cerca de ti. Por ejemplo, los precios del trigo se dispararon justo antes de la Primavera Árabe, y se ha citado una sequía como una de las causas de la Revolución Francesa. “Si uno ve la aparición de Boko Haram e incluso del Estado Islámico, ambas fueron precedidas por escasez de alimentos”, dice Johnson. Descartes planea ir más allá del maíz hacia otros cultivos y más allá de Estados Unidos para hacer cálculos internacionales también. Pero para hacer eso, necesita imágenes con una resolución mucho más alta de la que se toma ahora sobre las áreas rurales. “Entender la actividad en un campo, diferenciar entre tipos diferentes de cultivos, no puedes hacer eso con baja resolución”, dice Johnson. Por ello Descartes empieza a usar imágenes de Planet.
Otras compañías usan satélites para maximizar la producción de granjas individuales. Por años, los cultivadores han tratado de producir eficientemente mediante aplicar diferentes cantidades de fertilizante a partes diferentes de su tierra, dependiendo del tipo de suelo. Ello significaba que tenían que dividir la fábrica en una cuadrícula gigantesca y probar el tipo de suelo de cada cuadrado. Pero con las imágenes satelitales, mucho de ello puede ser automatizado. Una compañía canadiense llamada Farmers Edge puede tomar la imagen satelital, pasarla por un algoritmo y descifrar rápidamente la composición del suelo de cada parte del campo. La compañía envía señales directamente a los tractores que automáticamente aplican el tipo correcto de fertilizante para cada área. El proceso podría ahorrarles dinero a los granjeros y hacer que usen menos fertilizante, lo cual frenaría el escurrir de nitratos hacia los ríos.
Reducir la contaminación es solo uno de los beneficios sociales que los satélites traerán. “Finalmente tenemos la tecnología para entender el planeta como un organismo vivo”, dice Johnson. Él ve la misión de Descartes como un “análisis viviente del mundo, en el que entendemos los recursos que minamos, cultivamos y sacamos del suelo, y observar cómo los usamos los humanos”.
NERDS ESPACIALES: Will Marshall, director ejecutivo y cofundador de Planet Labs, primer foto, y Alex Bakir, presidente de publicidad al producto,arriba, dirigen su negocio desde un almacén en el Mission District de San Francisco. Fotos: MICHELLE LE PARA NEWSWEEK
EJECUCIÓN POR ARMA ANTIAÉREA
En la mayor parte de la historia, los humanos nunca habían visto una imagen completa de la Tierra. En la década de 1960, mientras se calentaba la carrera espacial, un retrato que mostrara todo el planeta se convirtió en una especie de santo grial. Stewart Brand, exmiembro de los Merry Pranksters y fundador de Whole Earth Catalog, comenzó a cabildear en la NASA para publicar una imagen del planeta en 1966. Cuando la tripulación del Apolo 17 regresó con la imagen de la Canica Azul el 7 de diciembre de 1972, Brand la puso en la portada de su revista y esperaba que la conciencia humana floreciera. Lo hizo, por así decir: había algo en el vernos a nosotros mismos suspendidos en la negrura del espacio. Tener una imagen de nuestro planeta que cambia con el tiempo podría alterar fundamentalmente cómo nos pensamos a nosotros mismos y a nuestro medioambiente. Y podría cambiar como actuamos y reaccionamos a los desastres.
El 14 de abril de 2016, a pocas semanas de la elección presidencial en Perú, la primera plana del periódico más influyente del país publicó dos imágenes tomadas por DigitalGlobe. La primera, de noviembre de 2015, mostraba el bosque pluvial verde y completo, roto solo por un lago lodoso. La segunda fue tomada en abril de 2016 y mostraba la misma extensión de bosque abierta por la mitad, el lago más grande y, lo más crítico, estructuras de hechura humana esparciéndose como los zarcillos de un tumor. Era una prueba de “deforestación provocada por buscadores de oro en la Reserva Tambopata”, decía la primera plana. Las fotos propiciaron un debate nacional sobre la minería ilegal en la jungla que se convirtió en una gran parte de la elección presidencial.
Esas imágenes fueron descubiertas y publicadas por la Asociación de Conservación de la Amazonia (ACA), un grupo con gente en el terreno en las partes de la Amazonia andina que desaparecen más rápido, así como un equipo de analistas satelitales trabajando en Washington, D. C. Matt Finer, especialista en investigación de la ACA, recibe alertas de un programa de la Universidad de Maryland que automáticamente escanea el bosque e indica nuevas señales de deforestación usando imágenes de Landsat de la NASA.
Las dos naves espaciales Landsat toman imágenes de todo el planeta, pero las fotos son de baja resolución y se actualizan solo cada 16 días. “Se puede confirmar o negar que la deforestación está sucediendo, pero no se puede ver el bosque”, dice Finer. “En realidad, no mueve mucho las fibras de su corazón”. Pero en cuanto obtiene una alerta de Landsat, Finer puede rastrear imágenes mejores y más recientes de Planet que muestran cambios casi cuando suceden, y a una resolución en la que, por ejemplo, los cambios en las curvas de un río son visibles. Solía demorar meses hallar una historia de degradación medioambiental; ahora demora días, y los activistas pueden acudir a los legisladores y votantes a tiempo para marcar una diferencia.
Otras compañías usan imágenes satelitales para proteger monumentos culturales o ciudadanos desafortunados bajo la bota de un déspota demoniaco. AllSource Analysis, domiciliada en Longmont, Colorado, usa las fotos para contar historias sobre “lugares que son demasiado difíciles, demasiado peligrosos o demasiado remotos para viajar a ellos” para gobiernos, organizaciones no gubernamentales y grupos comerciales, dice su director ejecutivo, Stephen Wood. Por ejemplo, AllSource rastreó la destrucción del más antiguo monasterio cristiano en Irak por el grupo Estado Islámico y vio a Corea del Norte usar armas antiaéreas en ejecuciones.
Cuando un tsunami chocó con Japón en 2011, el equipo de AllSource se quedó despierto toda la noche para ayudar en las acciones de búsqueda y rescate y luego monitoreó un accidente nuclear total en una enorme planta de energía. “Observamos a Fukushima mientras pasaba por estos cambios, incluidos los estallidos unas cuantas veces, y somos de las pocas personas en el mundo que lo vimos —dice Wood—. Veíamos esos poblados, hermosos pueblos de pescadores, justo después de que el tsunami había pasado… solo una devastación completa y total”.
Marshall, de Planet, dice que fueron capaces de hallar todo un poblado que había desaparecido en un deslave durante el terremoto de 2015 en Nepal. Nadie habría sabido que debía enviar ayuda si no hubiera comparado las imágenes antes y después.
Las misiones de búsqueda y rescate y la respuesta rápida a desastres son dos áreas donde una base de datos visual de todo el planeta y actualizada con regularidad podría salvar vidas e incluso el planeta.
LUCES DE LA CIUDAD: Las imágenes de alta resolución como estas de París, derecha, y Hokkaido, en Japón, izquierda, requieren de satélites mucho más grandes que la nueva generación, pero ello también significa que el costo es mucho más alto. Foto: JTB PHOTO/UIG/GETTY
CAJAS NEGRAS Y JOHN PRINE
Es difícil no golpearse la cabeza contra retruécanos bajos en las oficinas centrales de Planet; la jerga laboral como espacio y lanzamiento tiene mucha más importancia aquí. Los empleados aprovechan al máximo el hecho de que todos trabajan “en” el espacio; se refieren a sí mismos como “planetarios” y celebran el “viernes de traje de vuelo” (los trajes de vuelo no los hace la compañía, pero hay varios que se pueden elegir en Etsy, me dice un empleado). A primera vista, parece la oficina de una compañía genérica de tecnología: hay un anaquel gigantesco de bicicletas, una cafetería de buen gusto con ladrillos expuestos, refrigeradores llenos de agua de coco, un sistema de sonido que toca a John Prine y los Kinks. También se mueve como una compañía de tecnología. Planet creó 13 versiones de sus satélites en poco más de tres años, un ritmo de iteración que incluso Steve Jobs habría envidiado.
Pero hay muchas señales de que Planet trabaja en algo más grande que un Uber para helados. Afuera de la cafetería hay una puerta que lleva a su ambiente estéril, donde ingenieros ensamblan las delicadas entrañas electrónicas del producto principal de la compañía: satélites. Una vuelta a la izquierda lo lleva a una caja negra acolchada, una “cámara anecoica” que bloquea las señales de radio para que los ingenieros puedan probar los radios sin interferencia de teléfonos celulares o estaciones de televisión. Escaleras arriba hay filas de escritorios y pizarrones llenos de lo que me parecen matemáticas abrumadoramente serias. También hay una pared gigantesca de pantallas —más o menos como lo que se ve en fotos del centro de comando y control de la NASA— que rastrea el movimiento de cada uno de los satélites de la compañía, trazando parábolas sobre el planeta, tomando fotos constantemente a su paso. Ellos han lanzado tantos satélites que están más allá de celebrarlo con champaña. Ocho fueron subidos en la semana previa a mi visita a principios del verano.
Cada satélite de Planet es una obra de arte, en parte porque un artista añade diseños arremolinados y un toque de individualidad a cada uno. Pero el cuidado extra no significa que vayan a durar. Todos los satélites en órbita siempre están cayendo, perdiendo una cantidad diminuta de velocidad y altitud con cada viaje alrededor de la Tierra. Los satélites más grandes y más costosos se empujan hacia arriba con pequeños propulsores, pero Planet permite que sus satélites caigan. Después de dos años de dar vueltas y vueltas, vuelven a entrar en la atmósfera y brevemente se convierten en estrellas fugaces al arder. Planet ha lanzado 133, y 51 todavía están operando. No soy bueno en matemáticas, pero sé que esas son muchas estrellas fugaces.
Contar árboles e incluso tanques petroleros no suena sexi, y tal vez ni siquiera sea importante si tú no eres un inversionista o un amante de los árboles, pero esta tecnología va a serpentear en todo camino vecinal y callejón de la Tierra y mostrarnos cosas que queremos ver, así como muchas que no sabíamos que necesitábamos ver. De vuelta a esa gran pared de monitores, un “planetario” saca una imagen de Alepo, Siria. No es muy nítida, como lo que se obtiene de Google Earth, pero puedo descifrar lo que pasa allí abajo, puedo ver cómo se construyen terraplenes. Alguien me explica que la gente está haciendo frenéticamente barreras de tierra para proteger sus hogares y familias de los autos bomba suicidas. Y súbitamente siento horror, miedo y culpa.
Es un detalle diminuto de una panoplia enorme de empeños humanos, uno que la curvatura de la Tierra normalmente nos lo oscurece, pero por un minuto hace que esa guerra en el otro lado del planeta se sienta un poco más cercana y que detenerla sea muchísimo más urgente.