Se le conoce como boosting y se refiere al hecho de hacerse daño a uno
mismo; fracturarse un dedo adrede, infringirse heridas en los miembros
paralizados, y todo con el fin de estimular la presión sanguínea. Esta forma de
dopaje –específica en los minusválidos– se controla con el mismo rigor como si
de sustancias ingeridas se tratara. El Comité Paralímpico Internacional (CPI) atajó
el problema y lo prohibió desde 2004.
La práctica la llegan a utilizar los deportistas con
lesión en la médula espinal; sucede que además de la parálisis y la pérdida de
sensaciones en sus miembros, sufren problemas de presión sanguínea y de ritmo
cardíaco. Es decir, cuando las personas en silla de ruedas realizan un gran
esfuerzo no les aumenta la frecuencia cardiaca lo suficiente como para
responder a las demandas generadas por su cuerpo; registran una fatiga excesiva,
y con ello, falta de resistencia.
De ahí que algunos deportistas tratan de compensar sus
debilidades automutilándose en las partes insensibles para mejorar el flujo
sanguíneo en los músculos y, por tanto,
obtener mejores resultados.
El menú del boosting
es de horror, y el fin de ninguna manera
lo justifica: electroshocks, perforaciones, bloqueo de la sonda urinaria para distender la vejiga,
botas muy ajustadas en los miembros inferiores, torsión o aplastamiento de
testículos, fractura del dedo gordo, etcétera.
“Es muy marginal”, dice Michaël Jérémiasz, abanderado
de la delegación francesa en Río y jugador de tenis. “He oído hablar de ello
desde los Paralímpicos de invierno en 2014; no sé mucho pero puede existir, no suena
más descabellado que los que se inyectan sangre”, sostiene.
Ante todo el boosting es una cuestión de salud
pública; los adeptos pueden sufrir hiperrreflexia autónoma (HRA) –problema
médico muy común en paralíticos–, es la reacción del sistema nervioso
involuntario a la estimulación excesiva; se presenta con un brusco aumento de
presión arterial, junto con el riesgo de ataque cerebral o cardíaco –potencialmente
mortal–, como respuesta a una herida, llaga o inflamación.
Hace unos años, la Agencia Mundial Antidopaje y el CPI
publicaron un estudio con datos del 2008 y 2009: 16.7% de los participantes en
el estudio reconoció haber recurrido al boosting para mejorar su
rendimiento, ya sea en los entrenamientos o en la competición.
El CPI decidió controlar a los atletas antes de sus
pruebas midiendo su tensión. Se hizo en los Juegos Paralímpicos de Pekín en
2008 (donde hubo 37 controles) y después en Londres (41 controles), sin que
arrojara ningún involucrado en la práctica. En Río 2016, y tras analizar al detalle
la información de 160 atletas estos últimos años, el CPIelevó desde abril sus
exigencias.