Ni
prejuicios moralinos ni exacerbados tapujos sexuales, la oferta desmedida de
porno en línea hacen que la idea de lo romántico quede por completo fuera de
contexto, que suene incluso ridículo, y abre el camino para una concepción del
sexo un tanto distorsionada y, en ocasiones, irreal.
Pepa
Marcos, en su blog El amor en tiempo de
Tinder, lo dice así: “El problema de la pornografía es que ‘lo normal’ cansa, y el
consumidor habitual pide cada vez cosas más extremas”. Anota que casi todas
esas cosas suponen someter a la mujer, quien, a la postre, es la que se aburre,
la que se harta, y la que se enoja.
No
se trata de satanizar el porno –cada quién sus gustos–, es subrayar que el
abuso, en ninguna de sus manifestaciones, es agradable de ver, y menos de ser
la víctima, y en la pornografía abunda el sometimiento.
Hay
que saber distinguir entre el sexo real y eso que se ve en internet. Pepa agrega:
“Está tan asumido que el porno es una manifestación de la libertad sexual, que
nos lo hemos tragado hasta el fondo”. Tanto, que el acceso gratuito a los
canales pornográficos en la red ha favorecido a que sea una de las fuentes de
la que la juventud abreva en la búsqueda de educación sexual.
Incluso
ya hay una adicción a la pornografía; personas que ven compulsivamente videos de este
tipo, todo el tiempo. La necesidad de ver porno no sólo altera las expectativas
en el sexo real, también en la vida cotidiana.
En
el caso de los adolescentes, la adicción llega a dañar el desarrollo sexual a
nivel cerebral, sostiene Alexandra Katehakis, terapeuta y directora del Center for
Healthy Sex, de Los Ángeles, en Estados Unidos. En un artículo que publicó en revista Psychology
Today, sentencia: “Cuando un adolescente consume pornografía
compulsivamente, su química cerebral puede amoldarse a las actitudes y
situaciones que está observando”; la pornografía pinta un cuadro poco realista
de la sexualidad y de las relaciones, que puede llegar a crear una serie de
expectativas que nunca se cumplirán en la vida real, acota.
El
asunto trasciende a los púberes. El actor Terry Crews, de 48 años, confesó su
adicción en Facebook, en febrero pasado: “El porno ha destruido muchas facetas
de mi vida”, se lamenta, públicamente.
De
acuerdo con los resultados de una investigación realizada por la Universidad de
Cambridge, en el Reino Unido, la pornografía desencadena en el cerebro de los
adictos reacciones similares a las que provocan las drogas. Pero luego, científicos
de la Universidad de California, dice no, que no sigue los patrones de otras
adicciones, por lo que consideran que “no es apropiado llamar adicción al porno
desde una perspectiva científica”. Ahí está en línea, en eso todos coinciden.