El dolor por haber sido rechazada permanecía ahí, inmutable. Unas veces afluía hasta sus pies y otras se retiraba, a tanta distancia que no podía verlo. Pero aquella niña indígena de la comunidad wixárika (huichol), hoy una joven de 28 años, transformó su experiencia de discriminación en activismo. En el rostro de Jobis Shosho, pintado con sombras de ojos, colorete y labial rosa, figura una sonrisa por levantar su voz a favor de la población LGBTTTIQ+.
Shosho nació en Tepic, Nayarit, aunque vivió su niñez en Mezquitic, de donde es originaria toda su familia, dentro del seno de la comunidad wikárika de Jalisco, rodeada de montañas verdes y xirikite (patios sagrados, semejantes a capillas).
Vestida con una kutuni (camisa de manga larga decorada con intrincados bordados de colores vibrantes) y un pantalón diseñado con animales sagrados y patrones geométricos, narra en entrevista con Newsweek en español su historia de vida. Desde su infancia, cuando se escondía para jugar con una muñeca, hasta el momento en que comenzó a sentir atracción por personas del mismo sexo y su paso por una estancia en un internado católico —una terapia de reconversión común—. Y deja en claro: “Mis pronombres son ella y elle”; es no binarie, concepto utilizado para describir a un individuo cuya identidad de género no es hombre ni mujer.
“Ke aku ne Iwaruma (saludo wixárika que se usa en la región de Jalisco entre la población LGBTTTIQ+ y significa ‘Hola, hermanas/os’). Descubrí mi orientación sexual a los seis años, pero fue muy complicado ser una misma en mi pueblo por las burlas de mis compañeros, incluso de profesores. No eran espacios seguros. Además, mi mamá no me dejaba jugar con muñecas o estar mucho con mis primas. Tampoco me dejaba involucrarme en el arte wikárika, que nosotras hacemos e incluyen piezas forradas de chaquira, tablas de estambre, collares, morrales y mucho más. Mi escaparate para no ser invisibilizada era llegar con mis abuelos”, dice Jobis, quien a veces se refiere a sí misma con las letras ‘a’ o ‘e’ para desbinarizar una palabra.
Despertar a esta verdad fue al mismo tiempo liberador y aterrador, un proceso solitario y confuso en un entorno donde la diversidad sexual era un tema tabú. Bajo un sol inclemente anhelaba cada viernes para visitar a sus abuelos, allí se sentía protegida y aceptada, lejos de cualquier amenaza o juicio. Sin embargo, dos frases colectivas resonaban constantemente en su cabeza: “Dios no creó a las personas homosexuales” y “Dios no ama a los gais”. Con tal de suprimir quien era y ceder ante las expectativas de su familia, ideó ingresar a un internado dirigido por monjas… —del que mantienen su nombre bajo anonimato— donde enfrentó aún más rechazo.
“FUI LA CONSENTIDA DE LAS MONJAS”, AFIRMA JOBIS SHOSHO
“Al principio pensé que era ukaratsixie (homosexual). Después de la pandemia, en 2021, concebí que soy no binarie, solamente que muchas veces no sabemos cómo se nombra. Cuando estudiaba y nos pedían que nos dividiéramos en niñas y niños yo quería formar otra fila para aquellas que no estamos dentro de estos géneros. También resulta apremiante abordar qué representa ser de Mezquitic, donde las carencias económicas, laborales y educativas son evidentes y eso genera un atraso en la inclusión”, agrega.
De acuerdo con la Universidad de Guadalajara (UDG), Mezquitic es el municipio más rezagado del estado de Jalisco y uno de los cinco más pobres de México. En este poblado habitan 19,500 personas, de las cuales 16,736 viven en situación de pobreza multidimensional (considera la observación de diversos factores presentes en los hogares, desde su nivel de vida básico hasta el acceso a escolaridad, agua limpia y atención de salud), que equivale al 84.8 por ciento, según una gaceta de 2019.
DE VIDA O MUERTE INGRESAR AL INTERNADO
En ese tenor, Jobis Shosho recuerda su primer juguete: un día, mientras caminaba hacia la casa de sus abuelos paternos, encontró una muñeca tirada en el basurero. La cuidó por mucho tiempo, la vestía con retazos de tela que le sobraban a su madre o abuela. Sin embargo, por miedo a ser descubierta ocultaba esa infancia colorida bajo tierra, donde guardaba todo en una bolsa cubierta con piedras. A los 12 años se mudó a Guadalajara para entrar en el internado —autoimpuesto—, en donde estuvo hasta cumplir los 17.
“Para mí era de vida o muerte ingresar. Cuando me preguntó una monja el porqué de mi decisión, contesté: ‘De grande quiero ser sacerdote; siempre estoy orando’, pero mi intención era cambiar. Mi primer año de secundaria fue complicado, me sentía vulnerable, apenas sabía hablar español”, rememora.
De 900 alumnos de nuevo ingreso solo 134 egresaron. Conforme a su testimonio, directivos del internado corrieron a personas de la diversidad sexual. Jobis fue de los únicos que permanecieron en la institución, pero a un alto costo: sufrió acoso escolar.
“Mis compañeros me golpeaban muchísimo, pero a nadie le decía. Temía contar que me gustaban los hombres y por ello me gritaban ‘joto’. Regresando de unas vacaciones la abadesa (superiora de una comunidad de monjas) me interrogó por qué era tan callada y si iba bien en mis calificaciones. Acto seguido, me mostró un coche y me afirmó que sería mío si me portaba bien. En ese punto dejé de ser yo; te endulzan el oído. Dejé de ser la más golpeada de la generación para ser la consentida de las madres”, lamenta.
JOBIS SHOSHO: SER DE LA DIVERSIDAD SEXUAL NO ES SINÓNIMO DE TENER VIH
Después de esa época Jobis decidió, con valentía, revelar su orientación sexual a su madre, una mujer con discapacidad que apenas comprendía términos como lesbiana y gay, pero que era el sostén familiar al llevar dinero a casa.
“Una sale del clóset innumerables veces: con tu mejor amigo, amiga, en el trabajo y con la familia, no solo una ocasión. Mi madre es la persona más importante en mi vida, y por eso era crucial compartir con ella mi decisión. Recuerdo mencionar mi esfuerzo por corregir mi orientación sexual al entrar a la iglesia, pero no surtió efecto”.
Cuando Jobis conversó con su madre estaba en primer semestre de ingeniería agronómica en la UDG y tenía un novio, un detalle que su madre desconocía por completo. Ella, por su parte, aceptó a Shosho, aunque lanzó un comentario desatinado, en palabras de la activista no binarie. “Me abrazó, pero luego me dijo: ‘Cuídate del VIH’”.
Aunque inicialmente su respuesta fue de total apoyo, a veces su madre hacía comentarios que mostraban lo contrario… Si bien Jobis Shosho no fue expulsada de su hogar, según la primera “Encuesta sobre la salud mental de las juventudes LGBTTTIQ+”, publicada por The Trevor Project México, los jóvenes de pueblos originarios reportaron en 2023 la tasa más alta de movilidad forzada al vivir en situación de calle, tener que huir o ser expulsadas de casa debido a su identidad.
LA SALUD MENTAL DE LA POBLACIÓN LGBTTTIQ+
La discriminación y estigma social pueden tener un impacto significativo en la salud mental de la población LGBTTTIQ+. Estos factores pueden causar estrés crónico, ansiedad, depresión y baja autoestima, entre otros problemas. En México, uno de cada tres jóvenes intentó suicidarse durante el año pasado. Del total, 77 por ciento expresó que la motivación fue por una situación familiar y 60 por ciento fue relacionado con el ambiente escolar.
Según el artículo, estas personas enfrentan factores estresantes únicos como amenazas o exposición a una terapia de conversión. Estas últimas son intervenciones cuya finalidad es cambiar la orientación sexual o identidad de género de un individuo mediante presuntas autoridades religiosas o profesionales.
Con la mirada inclinada al suelo, Jobis relata cómo su contexto influyó en varias de las decisiones que ha tomado en su vida. Aunque se graduó como ingeniera agrónoma, su verdadera pasión era el diseño de modas. Ante la falta de voces que representaran a la comunidad wixárika y los pocos referentes de la diversidad dentro de su municipio jalisciense, Shosho empezó a generar contenido en redes que combinara estos dos aspectos.
“VENIMOS DE UNA CULTURA MUY PATRIARCAL”
“Mi familia me decía que debía estudiar una carrera que fuera de hombre. Venimos de una cultura muy patriarcal. Poco tiempo después de salir del internado, un amigo y activista guatemalteco, Gustavo Monzon, comentó que yo había sufrido homofobia; jamás había escuchado esa terminología. Hace unos años, en 2014, fui a mi primera marcha del orgullo, que me sirvió de inspiración para crear mis videos”, añade.
En su canal de YouTube encontramos varios títulos, desde experiencias personales como su primera relación de noviazgo y recomendaciones para comprar artesanía huichol, hasta vocabulario gay en wixárika. En el material de casi 13 minutos ofrece un sinfín de oraciones o frases: aletea, preciosa (neu ta wi); llegó la que anima, la dama divina (ari nepu nuari), homosexual (ukaratsixie)…
Actualmente, Jobis Shosho —seudónimo otorgado por un amigo— es embajadora en The Trevor Project México. Esta organización sin ánimo de lucro es líder en intervención de crisis y prevención de suicidio en las juventudes LGBTTTIQ+ (lesbianas, gais, bisexuales, transgénero, queer y más). Para conmemorar el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, Jobis adelanta a este medio que prepara para agosto el Primer Encuentro Nacional de Pueblos Originarios de la Diversidad Sexual, cuya sede será en Guadalajara.
“Se realizará del 9 al 11 de agosto. Nos ayudará a tener realmente una agenda nacional, una red sólida de lo que queremos trazar en los próximos años. Uno de los principales problemas es la discriminación y la violencia que padecen las personas indígenas LGBTTTIQ+ en contextos urbanos; permea el racismo y clasismo por su origen étnico. Tenemos en lista alrededor de 50 personas de unos 30 pueblos originarios”, apunta la también coordinadora nacional de Pueblos Originarios de la Diversidad Sexual en Red Gay Latino.
TODAVÍA HAY VACÍOS
El Sistema de Información Cultural (SIC) del Gobierno de México indica, según datos de 2023, que existen 71 pueblos originarios en el país. De igual manera, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) establece que más de 23 millones de personas de tres años en adelante se identifican como indígenas.
“Hoy puedo decir que afortunadamente se ha avanzado mucho, recién se aprobó la Ley Nada que Curar, pero todavía hay vacíos”, concluye Jobis. Con 275 votos a favor, 102 en contra y 30 abstenciones, la Cámara de Diputados aprobó la iniciativa que prohíbe las terapias de conversión a nivel nacional, llamadas ECOSIG. N