Un virus se levantó como serpiente amenazante en todos los continentes, no distingue roles, ni poderes, invade el cuerpo humano con virulentos síntomas y consecuencias. Sí, ha causado una infección esparcida por todo el mundo; empero, su actuación aparece cuando no se tienen defensas de ninguna índole. El coronavirus SARS-CoV-2 se padece con su peligrosidad, así en impacto en las naciones, como por el número de infectados, acosa a la humanidad. Críticamente podemos decir que a los políticos de las naciones y organizaciones internacionales les sorprendió la visita de tan distinguido huésped COVID-19, en esa virtud las prevenciones protocolarias de salud son la primera defensa; luego, las vacunas que aparecieron en medio de guerras de mercados y laboratorios, la inoculación masiva en medio de “nuevas olas”; además incertidumbre de medicación efectiva.
Esa amenaza microscópica ha cuestionado los sistemas sociales y culturales del mundo, impresionantemente los de México que deberá impulsar el cambio en sentido ético y científico, filosófico y educativo, comunicativo e instruccional. Para lograrlo, sin duda, deberemos cultivar, sin restricciones ideológicas, el pensamiento, superar nuestras maneras de ser y actuar, asumir actitudes sustentables con la naturaleza, hábitos deseables en las sociedades y en las instituciones. No regresaremos al modo que teníamos.
Esta pandemia ocupará un lugar especial en la historia de la humanidad. Señalará la opacidad de los líderes políticos de las naciones, sus retos se enfocan solo a los fundamentos de ideologías imperantes. Covid-19 enfrentó la convivencia entre países poderosos y débiles, arbitrada por el capitalismo; por otra parte, subrayó relaciones humanas efímeras, el individualismo impactó los ámbitos del pensamiento, la naturaleza, la sociedad; nos enfrentó de manera intempestiva al fenómeno de la nueva realidad, 300,000 kilómetros por segundo, sustentado en tecnologías de información y comunicación; nos ambicionó a los apegos, el consumo irracional nos hizo confiar en que tenemos seguridad, pero sostenida en inseguridad en lo público y privado.
COVID-19 no escucha ni atiende, solo daña y somete, se acopla al ritmo de la posmodernidad. Lo vemos reflejado en el famoso “distanciamiento social” que se muestra diferenciado, excluyente, claridad de la desigualdad. El marketing gubernamental hizo famosa la frase “quédate en casa”, en ese imperativo oficial dejó al descubierto la brecha entre tener y no tener. Para algunos fue un ejercicio de seguridad y cuidado, para otros un infierno económico y emocional, si no sales de casa te mueres de hambre. El reflejo de pésimas políticas públicas quedó al descubierto y en posverdades. Los gobiernos no tuvieron la imaginación para transferir recursos a los desposeídos, ¿cómo quedarse en casa?, ¿cómo ganarse la vida en la soledad sanitaria de las calles?, o bien, ¿cómo actuar en la desesperación y agotamiento de personas que salen sin freno, presas de egoísmo que no alternan con los desprovistos? La solidaridad de Estado y de personas se perdió y nadie la puede encontrar.
Sin duda, el tema educativo es el tema. El interregno fue precipitado, ni aulas ni pantallas. La enseñanza a distancia es un reto que no se resuelve con discursos ni conferencias de prensa, la enseñanza demanda una renovación de la pedagogía, deberá adecuarse a la realidad de la velocidad de la luz, antecedentes y consecuentes. Si de aulas hablamos, tenemos zonas en las que son patrimonio de extraños, si lo revisamos desde la Internet no abraza la totalidad del territorio, tampoco puede conectarse la comunidad estudiantil, ya que un porcentaje amplio no cuenta con equipos. Tenemos un déficit ético en acción educativa, solo educamos para formar normales, impedimos la excepcionalidad, entonces no sabemos qué hacer con los grupos escolares diferentes, débiles visuales, auditivos, psicomotrices, con las diferencias culturales, sociales…; es responsabilidad colectiva rehacer planes y programas que actualicen los retos, déficits e infortunios, es obligación del Estado obtener coherencia sindical y política, colaboración de medios de comunicación y de padres y madres de familia, así mismo, vincular a los partidos políticos en su calidad de “entidades de interés público”…
El cierre de las escuelas le costará a nuestra Patria mucho, inimaginable, las dificultades de adaptación de la comunidad escolar y estudiantil merecen la colaboración de la sociedad. Adecuación política a la intempestiva forma de abandono de las aulas, quedaron al amparo de la rapiña, sumada al aumento de la deserción educativa. Hoy se llama al regreso a las escuelas “a criterio”. No conocemos un plan que sea garante de enfrentar y resolver las afectaciones cognitivas y emocionales de la Patria; tenemos certeza que la educación en línea fracasó, ni docentes preparados, ni autoridades facultadas, para cumplir con la Constitución y sus leyes, han estado acotados a criterios políticos e ideológicos, con ello se niega igualdad educativa para los desiguales. La disrupción resolverá con la creación de la pedagogía del siglo XXI y una manera ética de gobernar.
¡Las democracias tienen la palabra!