“Al menos sé dónde está”, dijo unas horas después de la noticia, pero su hijo está muerto. A ella, de escasos recursos y toda una vida de trabajo le dejó su historia un momento difícil de olvidar: enterrarlo. Con extraña resignación dice que es afortunada al saber que su hijo está en un lugar donde ya descansa, a diferencia de muchas madres que han pasado por la misma historia y siguen buscando los cadáveres de los suyos.
Fueron sólo unas horas de incertidumbre, su hijo no acostumbraba a faltar a casa a dormir, pero esa noche no llegó.
La búsqueda inició al día siguiente, el destino y la casualidad le llevó a su familia a parar en el frío espacio de la morgue y sí, ahí estaba él…
Antes de ser asesinado al joven se le vio nervioso, sentado cerca de la casa de donde salió aquella noche. Su rodilla no paraba de moverse de forma inquietante, pero nadie sabía porqué.
“Lo acabaron a balazos” se comentó en el discreto y humilde funeral. Su foto estaba ahí, apenas si había alcanzado unos años atrás su mayoría de edad.
El consuelo de su madre desde aquel día en el que casi nada de información se le dio sobre los responsables del ataque siempre fue el mismo: encontraron su cuerpo.
Fue uno de los tantos inmolados de la violencia y sólo quedó un altar sencillo con sal, agua, uña foto, un cigarro y un Cristo viejo.
Su familia en Aguascalientes es hoy en día una de tantas que lloran a su muerto sin dar seguimiento en un ámbito penal pues “de todos modos, ya está muerto y nadie sabe quién lo mató”.
Sin confiar en un sistema de procuración de justicia han dado por muerto un expediente “abierto” en el que nada se sabe, nada se informa y poco o nada se avanza.