Imagen dolorosa, patética y aciaga. Cuesta trabajo mirarla con detenimiento sin que los dos cuerpos boca abajo provoquen una infausta reacción en la intimidad del alma. Testigo gráfico de algo que nunca hubiéramos deseado contemplar. La pequeña hija metida en la camiseta del padre, donde habría pensado que acaso ahí estaría más segura. No fue así.
Hay sucesos cuya impronta resulta imposible eludir. Ahí está la noticia de los niños de kínder víctimas del fuego de la negligencia oficia, o los pequeños ahogados en un canal de Guanajuato cuando se dirigían a un festejo en el vehículo de su maestra. Hechos que se imprimen en la memoria y que marcan el alma, aunque nunca hayamos conocido a las víctimas.
En el mundo de la saturación informativa, es imposible abstraerse a esos acontecimientos de la vida real, sobre todo cuando los medios gráficos nos invaden y nos cercan para obligar a convertirnos en voyeristas de la muerte, mirones de palo de la desgracia ajena.
Es una pena que padre e hija hayan culminado su periplo desde El Salvador en la rivera del traicionero Bravo, como víctimas de la estulticia extremista que no sabe distinguir entre el derecho a la migración y la intención de molestar.
Tan lamentable como esa circunstancia es el hecho de que una imagen captada por un fotoperiodista exhiba la cara más miserable de la muerte. ¿Podemos juzgar al trabajador de la lente? ¿Solo hacía su trabajo? ¿Es ética la propalación de esa macabra imagen? Las respuestas no se encuentran fácilmente.
Por un lado, no podemos pretender que no pasa nada y mirar a otra parte, resulta indispensable mostrar al mundo la realidad de las consecuencias de un discurso que lejos de ceñirse a meras palabras, provoca un caldo de cultivo para que sucedan cosas como las que ahora vemos.
Por el otro, habrá quienes opinen que, en este caso, el fotoperiodismo excede los principios éticos de la profesión al exhibir material gráfico de manera fría y sin condescendencia alguna para quienes la exposición puede significar una seria agresión a su dignidad. No cualquier imagen por el simple hecho de ser captada por una lente debe ser divulgada.
Una gráfica así presentada puede generar efectos indeseados. En este punto viene a la memoria aquel caso del periodista Kevin Carter, quien captara aquella famosa foto de un niño sudanés a cuyo alrededor merodeaba un buitre y de quien se dice que, a la postre, se suicidaría por los supuestos remordimientos provocados por la divulgación de su imagen. Aunque en realidad parece que no fue esa la causa, lo cierto es que la fotografía dio la vuelta al mundo y radicalizó las opiniones sobre algo que no era exactamente lo que parece que sucede en la imagen.
En un mundo cibernético como el que vivimos la imagen ha pasado a ser un elemento esencial en la formación de la opinión pública. Pocos son los que se detienen a leer y a profundizar sobre un tema cuando este es presentado vía gráfica. Nos quedamos solo con esa percepción visual, que nos basta para darnos por enterados y formular una opinión.
Claro que resultaría absurdo exigir a cualquier reportero gráfico que sopese con detenimiento las consecuencias de las imágenes que capte, pero hay casos en los que resulta evidente la presencia de poderosas razones que deben provocar la reflexión, como aquellas que invaden la intimidad y privacidad de las personas, las de evidente contenido pornográfico o las que involucran a menores de edad.
Ante la presencia de un dilema deontológico y ético del propio periodista, existe la libertad de comunicar por cualquier medio de difusión lo que se quiera, situación que descubre un evidente conflicto axiológico al momento de decidor publicar o no determinados materiales visuales.
Frente a semejantes paradojas, ¿qué habría sido mejor, publicar o no la imagen del padre e hija salvadoreños postrados en la margen del río? Difícil responder, no hay manera válida de adoptar una posición rígida.
La prensa gráfica está llamada a mostrar los horrores de la guerra, la realidad de la pobreza o el drama de la migración mundial. No son cosas agradables, pero sí necesarias. Es la manera más eficiente en que podemos salir de nuestra zona de confort y asomarnos a la realidad circundante.
Podemos mirar y pasar de largo o detenernos en la contemplación, asumir la dimensión de la imagen mostrada y ser parte del mundo real por espantoso que pueda llegar a ser.