He esperado varios días antes de publicar un texto sobre el fallecimiento del expresidente de Estados Unidos Jimmy Carter porque, a diferencia de la mayoría, el mío no será un homenaje lleno de alabanzas.
En algunos aspectos su legado es notable. Su trabajo con Hábitat para la Humanidad es un ejemplo de cómo ayudar eficaz y humanamente con hechos más que con palabras.
El Centro Carter, que fundó en Atlanta, ha realizado un trabajo extraordinario en la promoción de la democracia y la supervisión electoral en diversas partes del mundo. Y su labor frente a los desafíos médicos en países en desarrollo es admirable y ha tenido un impacto significativo a escala mundial.
Sin embargo, su política exterior, tanto durante como después de su mandato, dejó un legado ambiguo que sigue teniendo repercusiones en la actualidad. Por un lado, el establecimiento de relaciones diplomáticas con China y sus esfuerzos por reunir a Israel y Egipto en Camp David destacan como logros históricos notables.
Estos sucesos trascendieron su administración y siguen siendo sellos distintivos de la diplomacia. Sin embargo, no debemos ignorar algunos de sus fracasos más flagrantes.
La caída de Mohammad Reza Pahlaví, el sah de Irán, en 1979 marcó un punto de inflexión significativo en la política iraní y mundial. Los eventos que llevaron a la Revolución Islámica fueron complejos y estuvieron determinados por una variedad de factores, como el descontento interno, los desafíos económicos y las influencias externas.
LAS POLÍTICAS DE JIMMY CARTER CONTRIBUYERON A LA CAÍDA DEL SAH
Entre estas influencias destaca el papel de Estados Unidos, especialmente bajo la presidencia de Jimmy Carter, como decisivo y controvertido. Las políticas de Carter, marcadas por su compromiso con los derechos humanos y su renuencia a respaldar regímenes autoritarios, contribuyeron de manera indirecta a la caída del sah y transformaron las relaciones entre Estados Unidos e Irán durante décadas.
Yo trabajaba en la embajada de Canadá cuando el entonces presidente y su esposa pasaron la Nochevieja de 1977 con el sah y dijeron a los iraníes que este era un líder que representaba la estabilidad y la fuerza en una región inestable.
Sin embargo, en 1978, en vísperas de la revolución iraní, la administración envió mensajes muy contradictorios cuando el sah, enfermo, empezó a perder el control sobre las manifestaciones en las calles que acabarían sacudiendo su gobierno.
El sah había dependido durante mucho tiempo del apoyo de Estados Unidos para reprimir la disidencia y mantener su control sobre el poder. Las críticas de Carter debilitaron la legitimidad de Mohammad Reza Pahlaví y alentaron a las fuerzas opositoras, que interpretaron el descontento estadounidense como una señal de que su lucha contra el régimen estaba ganando respaldo internacional.
A medida que la situación se deterioraba, Estados Unidos intentó mediar en una transición que evitara el colapso total del gobierno del sah y allanara el camino hacia un régimen más democrático. Sin embargo, estos esfuerzos resultaron infructuosos, ya que los grupos opositores no estaban unidos y con frecuencia tenían visiones divergentes sobre el futuro de Irán.
ESTADOS UNIDOS VACILÓ A LA HORA DE INTERVENIR CON DECISIÓN
El punto de inflexión se produjo a finales de 1978, cuando el gobierno del sah comenzó a perder el control de la situación. La comunidad de inteligencia de Estados Unidos, que anteriormente le había asegurado a Jimmy Carter que el sah estaba estable, comenzó a reconocer la gravedad del panorama.
Sin embargo, para entonces la posición del sah se había vuelto precaria y la Revolución Islámica estaba cobrando impulso. Estados Unidos vaciló a la hora de intervenir con decisión y convencer a los militares de Mohammad Reza Pahlaví para que lo apoyaran en esta crisis existencial, lo que desató críticas por la pasividad de la administración Carter ante una situación que se transformaba a gran velocidad.
En enero de 1979, el general Robert E. Huyser fue enviado a Irán. Según la versión del gobierno de Carter, A Huyser lo mandaron para prometer el apoyo de Estados Unidos al sah. Sin embargo, informes desclasificados recientemente muestran que el general Huyser fue enviado, de hecho, para impedir que los líderes militares iraníes orquestaran un golpe de Estado para salvar al sah.
A mediados y finales de enero de 1979, según documentos recientemente desclasificados, el gobierno de Jimmy Carter admitió de facto que no tendría objeciones a la abolición de la monarquía iraní y su ejército, que mantenían conversaciones diarias con el general Huyser, siempre y cuando el resultado final se diera de manera gradual y controlada. En ese momento, Jomeini y su séquito se dieron cuenta de que Carter había descartado a Mohammad Reza Pahlavi.
EL REMEDIO FUE PEOR QUE LA ENFERMEDAD
El papel de Jimmy Carter en la caída del sah de Irán se caracterizó por un compromiso con los derechos humanos que, sin querer, debilitó el régimen que él mismo había apoyado. Aunque las intenciones de Carter estaban basadas en un deseo de reformas democráticas y una política exterior ética, sin tomar en cuenta la realpolitik, el resultado de las políticas de su administración contribuyó a la caída del sah. En mi opinión, el remedio fue peor que la enfermedad.
Según la BBC, los documentos recientemente desclasificados revelan que Jomeini estaba mucho más comprometido con Estados Unidos de lo que ninguno de los dos gobiernos ha admitido nunca. Lejos de desafiar a Estados Unidos, el ayatola cortejó a la administración de Carter, enviando señales discretas de que quería dialogar y delineando una posible República Islámica favorable a los intereses estadounidenses.
Carter acabó creyendo las mentiras del ayatola, y la revolución que siguió no solo convirtió a Irán en una república islámica, sino que también sentó las bases de una tumultuosa relación entre Estados Unidos e Irán que perdura hasta nuestros días.
Jimmy Carter también se vio sorprendido por la invasión soviética de Afganistán en 1979, al mismo tiempo que el ayatola Jomeini creaba su República Islámica en el vecino Irán.
LA PREFERENCIA DE JIMMY CARTER POR UNA POLÍTICA DE ABSOLUTISMO LO LLEVÓ A COMETER SERIOS ERRORES
La obsesión de Carter por hacer de los derechos humanos la principal fuerza impulsora de la política exterior de su administración ignoró la realpolitik de la época: el desafío de la Unión Soviética y el naciente movimiento islamista globalista, que comenzó en el Irán de Jomeini y fue alimentado por el apoyo de Carter a los muyahidines con líderes como Osama bin Laden en Afganistán.
El legado de Carter en este contexto sirve como recordatorio de las complejidades y consecuencias imprevistas que pueden surgir en las relaciones internacionales cuando se aplican principios contra la realpolitik y esos principios pierden ante la realidad.
Facilitar el regreso de los ayatolas a Irán en 1979 fue un grave error de juicio con horribles repercusiones para los iraníes y la comunidad mundial desde entonces.
Carter hizo importantes contribuciones a la humanidad en los campos médico, político, social y racial. Sin embargo, su preferencia por una política de absolutismo, en lugar de la relatividad de la conveniencia política, lo llevó a cometer serios errores en el camino.
Las huellas dactilares de Carter están en uno de los principales males que nos asolan hoy en día: el régimen tiránico de Irán que asesina a su propio pueblo y apoya el terrorismo internacional. Y esto debe tenerse en cuenta en cualquier análisis serio de su vida y su impacto en la historia. N
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Eduardo del Buey es diplomático canadiense jubilado, autor, internacionalista, catedrático y experto en comunicaciones estratégicas. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.