¿Hasta dónde el fin justifica los medios? En un mundo cada vez más digitalizado, la protección de la privacidad se ha convertido en una de las mayores preocupaciones de la sociedad. Y es que, mientras las tecnologías avanzan a una velocidad vertiginosa, surgen nuevos dispositivos y herramientas que prometen transformar nuestra forma de vivir, trabajar e interactuar. Sin embargo, a menudo olvidamos las implicaciones que estas innovaciones, como el reconocimiento facial, pueden tener sobre la intimidad y la seguridad personal.
Un ejemplo de lo anterior es el doxing, la práctica de recopilar y compartir información digital personal de los usuarios sin su consentimiento. Un desarrollo reciente es el proyecto I-XRAY, un dispositivo capaz de identificar a personas en la vía pública y extraer información personal de ellas como su nombre, dirección, número de teléfono y otros datos confidenciales.
El término doxing proviene de la palabra documents (documentos), que se refiere a la práctica de investigar y publicar información personal y privada de alguien, algo que en la era de las redes sociales es más fácil, pues gran parte de nuestra vida personal está expuesta de manera pública. Sin embargo, lo más preocupante es cómo la tecnología ha facilitado la realización de estas prácticas de forma más rápida y automatizada.
Es inquietante ver cómo las nuevas tecnologías han facilitado este tipo de actividades al permitir que personas sin ningún tipo de especialización técnica puedan recopilar y divulgar información personal de manera rápida y eficiente.
El análisis automatizado de grandes volúmenes de datos a través de algoritmos impulsados por inteligencia artificial (IA) está llevando esta práctica a niveles nunca imaginados.
LA EVOLUCIÓN DEL “DOXING” IMPLICA UN GRAN RIESGO PARA LA SOCIEDAD
Tradicionalmente, el doxing se llevaba a cabo mediante la búsqueda manual de información en redes sociales, foros en línea o registros públicos, lo que requería tiempo y habilidad para descubrir datos dispersos. Sin embargo, el avance de la IA ha permitido que esta actividad se realice de manera automática, con algoritmos que analizan millones de fuentes de datos en cuestión de segundos.
Por ejemplo, hoy en día existen motores de búsqueda facial que permiten encontrar el perfil social de una persona con solo analizar una foto suya. Servicios como PimEyes permiten realizar búsquedas inversas de rostros para identificar a personas en plataformas públicas, lo que abre la puerta a una invasión masiva de la privacidad.
A esto se suman las bases de datos públicas, como FastPeopleSearch, que agrupan información personal de individuos, incluidos direcciones, números de teléfono y familiares. Con solo un nombre, estas herramientas permiten rastrear a cualquier persona en el mundo digital. Esto convierte el doxing en una amenaza más inmediata y peligrosa.
Uno de los desarrollos más sorprendentes en este sentido es el proyecto I-XRAY, creado por AnhPhu Nguyen y Caine Ardayfio, dos investigadores en el campo de la física y la inteligencia artificial aplicada, cuyo objetivo principal ha sido demostrar cómo el reconocimiento facial y los modelos de lenguaje a gran escala pueden ser un gran peligro para la privacidad personal.
Utilizando una serie de tecnologías accesibles y relativamente comunes, como cámaras de reconocimiento facial, motores de búsqueda facial, bases de datos públicas y grandes modelos de lenguaje (LLM) que extraen URL y otros datos personales, a través de los lentes “inteligentes” logran inferir la información confidencial de cualquier persona simplemente observándola.
YA ES POSIBLE OBTENER INFORMACIÓN PRIVADA A PARTIR DEL RECONOCIMIENTO FACIAL
Aunque Nguyen y Ardayfio aseguran que no tienen intención de comercializar esta tecnología, el hecho de que hayan demostrado su viabilidad resalta una realidad alarmante: hoy en día se puede obtener información privada a partir de una simple mirada. Por ello es crucial establecer un debate ético sobre el desarrollo y uso de estas herramientas, sobre todo, en un entorno donde la privacidad está en constante amenaza.
Si bien las tecnologías de reconocimiento facial y la IA tienen aplicaciones legítimas y pueden contribuir a la seguridad pública, como en la identificación de delincuentes, también debemos considerar las implicaciones que pueden tener para la sociedad y abogar por un equilibrio que priorice la protección de la privacidad.
Las gafas I-XRAY podrían ser el inicio de una era de “vigilancia invisible”, donde cualquier persona en la calle sería susceptible de ser identificada y rastreada en tiempo real, sin su conocimiento ni consentimiento. En consecuencia, es crucial que tanto la sociedad como los legisladores afronten estos desafíos y se apresuren a establecer un marco ético y legal que regule el uso de este tipo de tecnologías antes de que el futuro nos rebase.
En suma, este es un momento crítico en el que debemos tomar decisiones conscientes sobre cómo queremos que nuestras vidas digitales se gestionen y protejan. La privacidad no es un lujo, es un derecho, y debemos asegurarnos de que las tecnologías emergentes no pongan en peligro a los más vulnerables: nuestros niños y jóvenes. N
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Alicia Trejo es gerente ciberlegal en IQSEC. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.