Un elemento esencial de los jugos de fruta podría ser la causa de la epidemia de obesidad actual. Diversas investigaciones han demostrado que la fructosa activa un interruptor metabólico que incrementa las sensaciones de hambre y sed, promueve la acumulación de grasa y propicia trastornos como resistencia a la insulina, inflamación sistémica y aumento de la presión arterial.
La fructosa es un azúcar que encontramos naturalmente en las frutas y en la miel. Sin embargo, desde la perspectiva de la dieta occidental moderna, las frutas representan solo un pequeño porcentaje del consumo total de este monosacárido.
“Casi toda la fructosa que ingerimos deriva del jarabe de maíz, el azúcar de mesa y el azúcar añadido. Todos esos son compuestos de glucosa y fructosa”, comenta a Newsweek el Dr. Richard Johnson, profesor de medicina en el Campus Médico Anschutz de la Universidad de Colorado, Estados Unidos. “Por ejemplo: un refresco puede contener hasta 30 gramos de fructosa, mientras que un kiwi aporta apenas entre 2 y 3 gramos”.
Y más aún: un estudio de 2018, publicado en la revista Cell Metabolism, afirma que la carga de fructosa que pueden contener las frutas se procesa casi completamente en el intestino delgado.
¿LA FRUTA ES SALUDABLE O DAÑINA?
“Si consumes cantidades moderadas de la fructosa que contienen las frutas naturales, tu cuerpo descompone ese azúcar para evitar que ingrese en el sistema”, agrega Johnson. “Por otro lado, además de la fructosa, las frutas aportan muchos nutrientes que nos benefician, como potasio y vitamina C, fibra que ralentiza la absorción, y flavanoles, todos los cuales contrarrestan el efecto de la fructosa”.
El problema se presenta cuando consumimos grandes cantidades de fructosa de una sentada. “Si comieras 100 frutas de una sola vez —como hacen los animales que se preparan para hibernar—, recibirías una carga de fructosa exagerada”, señala Johnson. “Eso es justo lo que sucede cuando bebes jugo de fruta, ya que concentras en un vaso la fructosa que obtendrías de cinco o seis frutas”.
Asimismo, el jugo de fruta contiene menos fibra que la fruta cruda entera, de modo que los azúcares se asimilan fácilmente en el torrente sanguíneo. Otro aspecto a considerar es que los jugos son una manera fácil y rápida de ingerir grandes cantidades de fructosa en poco tiempo; y dado que muchas de esas bebidas tienen azúcares añadidos, el contenido de fructosa aumenta de manera drástica. Es más, muchos jugos de fruta contienen tanta azúcar como una lata de Coca Cola.
¿EN QUÉ CONSISTE EL PROBLEMA DE LA FRUCTOSA?
“Sucede que la fructosa activa un interruptor biológico que, a su vez, desencadena una serie de procesos que incluyen hambre, impulso de comer, resistencia a la leptina (la hormona de la saciedad) y una colección de mecanismos que incrementan la acumulación de grasas”, explica Johnson.
“Nuestro estudio demostró que ese efecto es exclusivo de la fructosa, y que ese azúcar actúa engañando a las células para que ‘piensen’ que no tienen suficiente energía”.
El “engaño” consiste en que la fructosa reduce la concentración de la fuente de energía química más importante del cuerpo: el adenosín trifosfato, mejor conocido como ATP, cuya disminución activa los mecanismos de supervivencia del organismo e interfiere con la regulación del peso, detalla Johnson.
“Esos mecanismos estimulan las sensaciones de hambre y sed, así como la búsqueda de alimento. Pero, al mismo tiempo, bloquean las sensaciones de saciedad y plenitud”, prosigue el profesor.
La reducción del ATP a nivel celular es un rasgo característico de trastornos como obesidad, diabetes, la enfermedad de hígado graso no alcohólico y el alzhéimer.
Ahora bien, aun cuando evites consumir fructosa en tu dieta, es posible que experimentes los mismos efectos. “El problema no es solo la fructosa que comemos, sino la fructosa que el cuerpo produce a partir de carbohidratos como papas y arroz”, advierte Johnson. “Los carbohidratos aumentan los niveles sanguíneos de glucosa, y el cuerpo convierte esa glucosa en fructosa”.
LOS HUMANOS SON SENSIBLES A LA FRUCTOSA
Esta forma de producción de fructosa es más acentuada en individuos que llevan dietas ricas en azúcares y sal, aunque también el alcohol estimula dicho mecanismo.
Por desgracia, los humanos somos mucho más sensibles a la fructosa que otros animales. Tal vez como consecuencia de que nuestra evolución nos condujo por prolongados periodos de hambruna que duraron miles de años. “Y, como es evidente, esa adaptación genética ha resultado contraproducente en un mundo de abundancia”, comenta Johnson.
El profesor de medicina enfatiza que su investigación no apunta a la necesidad de reducir la cantidad de frutas que componen nuestra la dieta, sino a la importancia de reducir el consumo de bebidas y alimentos procesados con un alto contenido de azúcares añadidos, ya que las dietas ricas en fructosa bien podrían ser la causa de la actual epidemia de obesidad.
Hace poco, Johnson y su equipo divulgaron una revisión completa de las evidencias que respaldan la hipótesis sobre el papel de la fructosa en la obesidad, la cual apareció publicada en la edición del 24 de julio de 2023 de la revista Philosophical Transactions of the Royal Society B. N
(Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek)