La última vez que estuve en un aeropuerto no tenía idea de lo que estábamos a punto de vivir un par de días después. Recién había despertado, regresaba de un viaje largo y estaba tan cansado que no presté mucha atención hasta que el oficial de migración me indicó con la mano que pasara delante. Un par de preguntas de rutina, nada fuera de lo convencional, sello en el pasaporte, pick up de las maletas y listo, de vuelta al ruido de los autos, las aglomeraciones, el olor a cigarro mezclado con sudor, los conductores histéricos y las mentadas de madre. De vuelta en casa.
Una semana después se confirmó que el virus había llegado al país, quizá hasta en el mismo vuelo que yo venía, no se tenían datos. Se anunció el cierre de fronteras internacionales, de restaurantes, bares, gimnasios, cancelación de clases y se dio comienzo el aislamiento social, al menos para aquellos que podían trabajar desde casa, para el resto; tomar precauciones, lavarse las manos y todo lo que ya se sabe.
Soy fotógrafo así que podría decirse que puedo trabajar desde casa, o en este caso no trabajar en lo absoluto puesto que las fechas de los eventos que tenía han sido postergadas, lo cual, claro, no es ideal pero me ha permitido concentrarme en otras cosas: reconectar con amigos de la infancia, detener el scroll down para escribir un mensaje, pasar del like al conectar, del meme compartido a una llamada telefónica, de una felicitación una vez al año a noches de poker online y videollamadas en las que, cuando te preguntan ¿cómo estás? es porque están interesados en escuchar la respuesta, más allá del ritual social que nos obliga cuando en persona acudimos a reuniones o fiestas donde por más ambiguo que parezca, lo que menos queremos es hablar de cómo estamos o escuchar a algún extraño responder con honestidad esa pregunta.
‘Nada va a volver a ser como antes’ es una de las aseveraciones que más he escuchado en estas últimas semanas. Al principio lo hacía con angustia, la incertidumbre sigue ahí pero ahora está acompañada del deseo de que ojalá y sea verdadero. Que ojalá y nada vuelva a ser como antes, que no olvidemos lo importante, que en vez de estar concentrados en ir hacia afuera no olvidemos que donde mejor tenemos que estar es adentro, con nosotros mismos. Estas últimas semanas he hablado más con mis amigos que los últimos 3 años, y con hablar me refiero a compartir de verdad lo que pensamos, nuestros temores, pasar horas conversando sobre cosas de las que normalmente no tendríamos tiempo de hablar en medio de una reunión o que quizá en el estar esperando el momento propicio para hacerla se nos iría la vida, más años. Por eso ojalá que no vuelva a ser como antes, que sea mejor. He aprendido que la cámara aparte de ser mi sustento de vida hoy es más útil que nunca, aunque no tenga trabajo en este momento, porque me permite captar lo que pasa en el cotidiano, exprimir estos momentos que normalmente no se comparten en redes sociales, ni se presumen en un post o se discuten en un foro, pero que sí se hablan con quienes realmente son importantes para nosotros, y que queremos compartir porque es justo esa interacción real la que extrañamos, un abrazo, si, muestras de afecto, pero sobre todo tener la posibilidad de pasar la noche hablando sin parar de lo que sea porque se puede, sin estar revisando el celular mientras tenemos enfrente a alguien de carne y hueso. Esta pausa no es ideal, quizá si era necesaria, al menos para mí. Ahora, de vuelta en casa, he decidido que, aunque eventualmente reinventemos la normalidad, más que eso he de seguir reinventándome a mí mismo, porque ya un like no me basta.
Vaya ironía que aquello que nos alejaba de los otros hoy sea lo que nos permite acercarnos, la tecnología al final es sólo una herramienta para que nosotros la usemos como necesitemos, como más nos convenga, así que ojalá y no vuelva a ser como antes para que cuando podamos estar cerca estemos de verdad.