En todo el mundo, miles de millones de personas han estado en confinamiento en algún momento durante la pandemia de COVID-19, por lo que puede decirse que la respuesta al nuevo coronavirus no tiene precedentes.
Desde el primer brote, ocurrido a finales del año pasado en Wuhan, una ciudad del centro de China, se han confirmado más de 1.3 millones de casos de COVID-19 en todo el mundo, más de 76,300 personas han muerto, y más de 292,000 se han recuperado, de acuerdo con la Universidad Johns Hopkins.
Las medidas para combatir el virus que han tomado los líderes del mundo, desde prohibir los viajes hasta aconsejar a sus ciudadanos que permanezcan en casa sin obligarlos abiertamente, plantean muchas cuestiones éticas.
Para explorar estos temas, Newsweek habló con Margaret McLean, directora de bioética del Centro Markkula de Ética Aplicada de la Universidad de Santa Clara.
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Durante la pandemia, hemos visto imágenes de personas en sitios como parques o playas, contraviniendo abiertamente las recomendaciones de quedarse en casa para evitar la propagación del coronavirus ¿Es un acto egoísta no quedarse en casa cuando se ha recomendado hacerlo, o es algo más complejo que eso?
Creo que es más complejo que eso. Algunas personas necesitan información adecuada y confiable, y esa información debe ser presentada en una forma comprensible y aplicable para que sepamos qué se espera de nosotros y por qué.
El Secretario General de Naciones Unidas Antonio Guterres ha dicho que el mundo no solo enfrenta al “enemigo común” del nuevo coronavirus, sino que “nuestro enemigo también es la creciente oleada de desinformación” sobre el COVID-19.
La desinformación se propaga más rápidamente que la información precisa. Buscamos a nuestros líderes y periodistas para que nos transmitan los datos y la información científica que pueda ayudar a “promover la esperanza y la solidaridad por encima de la desesperación y la división [como señaló Guterres]”.
Desde el punto de vista ético, ¿existe una diferencia entre las personas que van a la playa durante una pandemia y aquellas que se sienten obligadas a desacatar las reglas, por ejemplo, debido a que no se les ha proporcionado una red de seguridad que les permita dejar de trabajar?
Las empresas, el gobierno estadounidense y el de otros países tratan de ayudar a los trabajadores para que puedan trabajar en casa y continúen viendo por ellos y por sus familias. Se han tendido redes de seguridad para ayudar a las personas que han perdido sus empleos o están subempleadas y/o cuentan con un seguro insuficiente.
Es muy importante recordar que nuestra única oportunidad de detener la propagación desenfrenada de este virus es mantener nuestra distancia y no contagiar a otras personas. En estas circunstancias sin precedentes, necesitamos reducir voluntariamente nuestras libertades. Tenemos que cuidar no solo de nosotros mismos, sino también de los demás, pues podemos infectar a un promedio de dos o tres personas antes de enterarnos de que estamos enfermos.
Mientras permanecemos en casa trabajando, educando a nuestros hijos e innovando la manera en que nos relacionamos con los demás, necesitamos reconocer que quedarnos en casa es un privilegio del que no disponen las personas que malviven con trabajos como empacar y entregar nuestros alimentos y nuestros cartuchos de tinta. Las personas que viven en las calles o en prisión y que no pueden lavarse bien las manos ni mantener una distancia de un metro y medio son particularmente vulnerables.
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El deber de evitar hacer daño nos obliga a actuar en nombre de los más vulnerables, incluyéndolos en nuestros planes de protección.
¿Qué tan problemática es la desconfianza en las autoridades cuando se trata de hacer que las personas sigan recomendaciones como quedarse en casa? ¿Las pruebas indican que la desconfianza ha empeorado en todo el mundo en los últimos años?
Ahora mismo, la confianza es la divisa ética más importante que poseemos. La confianza es lo que nos lleva a hacer lo correcto y quedarnos en casa, lavarnos las manos y toser en el pliegue del codo. El SARS nos enseñó que una toma de decisiones transparente, informada públicamente y bien comunicada aumenta la confianza del público, calma los miedos y da como resultado la aceptación de restricciones individuales en interés del bien común.
También aprendimos que tratar con justicia a las personas en tiempos de incertidumbre y miedo desatado es extremadamente importante para la estabilidad social y para el éxito final de las medidas de salud pública.
Nunca antes habíamos visto consejos de distanciamiento social, ciudades enteras en confinamiento y la cancelación de eventos a escala global como ocurre ahora. ¿Esto podría explicar por qué algunas personas no siguen las reglas?
Soy una de las personas que piensan que sería útil cambiar la terminología de “distancia social” a “distancia física”. Ciertamente, queremos mantener, e incluso fortalecer, nuestras relaciones con los demás y con nuestra comunidad en general. Nuestra familia y nuestras relaciones sociales más amplias son lo que nos ayudan a salir adelante en casos de desastre y duelo.
Sabemos que las personas y comunidades con lazos sociales débiles no tienen una muy buena capacidad de responder a lo inesperado y a los desastres. La ética tiene que ver con las relaciones, y necesitamos mantener fuertes esas relaciones para poder salir adelante en estos tiempos de incertidumbre, enfermedad y muerte.
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La mayor amenaza que enfrentamos es que el coronavirus no respeta fronteras físicas ni geográficas. Entre los desafíos mundiales está el de aprender rápidamente cómo cambiar la competencia por cooperación. Necesitamos aprender de otros países (China, Hong Kong, Singapur) cómo controlar las infecciones, cómo aplanar la curva. Necesitamos prepararnos ahora para cuando el coronavirus vuelva, cerca del otoño. Además, necesitamos estar listos para ayudar al Sur del mundo, cuya infraestructura de salud pública y acceso a los servicios de atención a la salud son mucho más débiles que los nuestros.
Como decía mi padre, “las reglas existen por una razón”; ahora, esa razón es nada menos que proteger millones de vidas.
¿Cuáles son tus mayores preocupaciones en relación con detener la pandemia?
Que ya es un poco tarde; que estamos deplorablemente mal preparados médica y éticamente para los estragos del COVID-19. La principal directriz ética es prepararse, tener un plan, contar con los recursos para poner en práctica ese plan, aplicar el plan, adaptar el plan según sea necesario y tener la esperanza de que nunca lo necesitemos.
No tenemos un buen plan. Los recursos necesarios para mantener seguros a los trabajadores de salud y para mantener vivos a los pacientes son penosamente escasos. Hacemos planes sobre la marcha, aumentamos la producción de recursos para proteger y salvar vidas, ponemos en práctica medidas de salud pública para permanecer seguros, aprendemos, y la próxima vez, que podría ocurrir desagradablemente pronto, estaremos mejor preparados para prevenir, detener y tratar.
¿Hay algo en estas reacciones que te haya dado esperanza?
Que estamos aprendiendo nuevas formas de ser familia, de ser comunidad, de cuidar a los demás y a nosotros mismos. Que aquí están las semillas para una conexión y una cooperación mundial más profundas. Que los datos y la información generada por los científicos, bioingenieros y especialistas en datos está disponible gratuitamente para que otras personas realicen análisis e innovaciones. Que los trabajadores de salud, desde el personal de aseo hasta las enfermeras y los médicos, son verdaderos héroes, desinteresados, valientes y merecedores de nuestra más profunda gratitud.
¿Cuál es tu consejo para las personas que no están seguras de si deben quedarse en casa o no?
A menos que seas un trabajador de salud o realices algún otro servicio esencial, ¡quédate en casa!
Tienes el deber contigo mismo y con tu familia de mantenerte seguro y sano.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek