En los primeros meses de este año, en el puerto de Acapulco, Guerrero, comenzó a circular un mensaje en cadena a través de la aplicación Whatsapp.
El texto, plagado de faltas de ortografía y firmado por los Guerreros del CJNG (Cártel de Jalisco Nueva Generación), está dirigido a la ciudadanía de Acapulco, así como al CIDA (Cártel Independiente de Acapulco), al que señala como responsable de la violencia que ha tenido lugar en el puerto en los últimos meses.
Dicho mensaje fue entregado, a través de un tercero, a dos periodistas extranjeros que viven en esa ciudad desde hace medio año y trabajan en un libro de historias acerca de la violencia y sus efectos en la sociedad. La española Elisabet Sabartés, corresponsal del periódico La Vanguardia para México, Centroamérica y el Caribe, y el italiano Giulio Petrocco, periodista freelance de varios medios europeos, observan que las advertencias y amenazas desplegadas en dicho texto comenzaron a cumplirse hace tiempo. Por ejemplo, el jefe de la Policía Municipal, Daniel Pérez Crisóstomo, mencionado en el narcomensaje, fue asesinado la mañana del 4 de abril mientras conducía su automóvil sobre la muy transitada avenida Cuauhtémoc; con él viajaban su esposa, que resultó ilesa, y su hijo, que fue herido. Dos chicos que transitaban en una motocicleta aprovecharon la luz roja del semáforo para acercarse y descargar sobre el rostro del comandante la carga de una pistola .38 súper.
Ese mismo mes, durante una serie de protestas en el penal Las Cruces, de Acapulco, personas que se identificaron como familiares de algunos internos señalaron que varios de sus compañeros mantenían el control en la cárcel mediante diversas formas de intimidación, entre ellos un tal Jhoni, tal y como se menciona en el mensaje. Poco después, tres hombres fueron ejecutados dentro del penal, si bien no se informó nada de manera oficial. Al mismo tiempo, en los barrios La Laja y Renacimiento comenzaron a tener lugar crímenes en pleno día.
Ese abril terminaría con 83 asesinatos violentos más. Y un mes después, en mayo, la ciudad concluiría su conteo de muertos con 105 “homicidios dolosos”; el más elevado desde principios de año. Pero, por más que aumentasen, no parecía algo novedoso. Desde que comenzó 2015, Acapulco presentó una elevada tasa de asesinatos, los cuales tenían lugar lo mismo en barrios de la periferia propensos a la delincuencia que en la zona de playa del llamado Acapulco Dorado.
En enero hubo 35 asesinatos; en febrero 45; en marzo 30; en abril 84 y en mayo, ya se ha dicho, 105. Junio terminaría con 79 asesinatos y hasta los últimos días de julio se tenían registrados 99 asesinatos violentos. En total, se dispone del registro, de acuerdo con las cifras de las notas policiales que ofrecen los periódicos, de 483 asesinatos violentos hasta el cierre de este reportaje. Eso significa un promedio de dos homicidios por día, contando entre ellos una decena de cadáveres hallados en siete fosas clandestinas en la colonia Olímpica (tres mujeres entre ellos), que habían sido sepultados en ese lugar dos semanas antes.
Pero las cifras de la violencia en este puerto, todavía uno de los balnearios más importantes de México, se resguardan como si se tratara de un secreto de Estado. Ni el gobierno estatal ni el federal las proporcionan cuando se les solicita. Lo que se obtiene, apenas, son filtraciones, números sueltos sin fuentes precisas. Y generalidades. Por ejemplo, hasta mayo de 2015, la Secretaría de Seguridad Pública y Protección Ciudadana mantenía un registro de 336 “homicidios dolosos” en Acapulco, 162.9 por ciento más que en el mismo periodo del año anterior, en el que ocurrieron 237. Asimismo, la Fiscalía General del Estado manejaba cifras de 946 “asesinatos dolosos” en todo el estado. Randy Suástegui Cebrero, vocero de esta, proporcionó dichas cifras a cuentagotas, tras dos semanas de insistencia. Cuando se le inquirió si disponían de los datos segmentados por municipios, respondió que no.
Con todo y esta opacidad, el año pasado, de acuerdo con el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, Acapulco se posicionó como la tercera ciudad más violenta del mundo; sólo atrás de la ciudad centroamericana San Pedro Sula, en Honduras, que se ubicó en primer lugar, y abajo de Caracas, Venezuela, que se hallaba en segundo sitio. San Pedro Sula cerró 2014 con 171.20 homicidios por cada 100 000 habitantes; Caracas con 115.98 y Acapulco con 104.16. Esas mismas ciudades ocuparon los mismos tres sitios en 2013.
De mantenerse la tendencia actual, Acapulco se perfila, por tercer año consecutivo, como la tercera ciudad más violenta del mundo.
El fiscal general del estado, Miguel Ángel Godínez Muñoz, tiene una explicación a todos estos crímenes: “No pasa nada”, dice, y basa su dicho en dos cosas: quienes mueren son gente, “al parecer”, ligada al crimen organizado y a que los índices de violencia que se registran hasta ahora no han rebasado los números anteriores. Por eso, insiste, “no pasa nada diferente a lo que estaba ocurriendo antes”.
Lo que dice Godínez tiene lógica dentro de la lógica del gobierno. No muchos días antes, el 26 de junio, el gobernador Rogelio Ortega Martínez declaró a reporteros que entregaría al gobernador electo, Héctor Astudillo Flores, un estado “en paz y armonía” el 27 de octubre próximo. Lo dijo cuando los números de homicidios violentos ya rebasaban la cifra de 350, sólo en Acapulco, y cerca del millar en todo el estado, esto de acuerdo con las cifras oficiales.
No hay mayores registros en Acapulco para explicar lo que pasa. La generalidad, el lugar común, es que los cárteles de todos los nombres se pelean el territorio. Lo cierto es que estos grupos están reclutando jóvenes de diferentes colonias. Chicos cada vez más chicos. Y aunque también es un lugar común, el fiscal Godínez lo reconoció en una entrevista. “La media (sic) —dijo desde la Ciudad de México, adonde acudió a una reunión nacional de seguridad— es que quienes cometen este tipo de delitos en Acapulco son muchachos de menos de veinte años”.
—¿A qué grupos pertenecen? —se le preguntó.
—Al CIDA, a los Ardillos, a los Rojos, a la Familia Michoacana, al Cártel Jalisco Nueva Generación.
—¿Quiénes mueren, quiénes son las víctimas?
—Al parecer son gente vinculada al crimen organizado.
—¿Cuál es el tipo de arma que más utilizan los homicidas?
—Armas cortas. 38, 9 milímetros o calibre 45.
—¿Qué está pasando?
—No pasa nada diferente a lo que estaba ocurriendo antes.
—¿Por qué dice eso?
—Los índices actuales no han rebasado los números anteriores.
Del modo que sea, la cifras de la violencia están poniendo nerviosos a los empresarios del ramo turístico. El Consejo Ciudadano de Seguridad y Desarrollo Económico del Estado de Guerrero —una asociación civil integrada sobre todo por inversionistas— se reunió el martes 23 de junio en un hotel de la Costera con el delegado de Gobernación, Erick Castro Ibarra. Allí, el presidente del Consejo, Jorge Ochoa Jiménez, dijo al funcionario federal que temen que la violencia desbordada ahuyente, otra vez, a los pocos visitantes. Y lo hizo unas horas después de que exhumaran los diez cuerpos de las fosas clandestinas de la colonia Olímpica.
Castro Ibarra respondió con lugares comunes: que la pugna entre grupos del crimen organizado por el territorio es la causante de la violencia; que de todos modos son hechos aislados; que eso no ocurre en la Costera; que el crimen organizado infiltró las instituciones, etcétera, aunque no sea del todo cierto.
Por ejemplo, entre el 21 de junio y el 9 de julio fueron asesinadas cinco personas en la zona de playa de Acapulco, un sitio que se suponía controlado por las fuerzas federales para garantizar la seguridad de los visitantes.
La noche del 21 de junio, dos hombres fueron ejecutados en una enramada de la playa Papagayo mientras bebían unas cervezas; la Papagayo es una de las playas más visitadas los fines de semana por el turismo nacional. Tres semanas más tarde, el martes 7 de julio, otro hombre fue asesinado a balazos en un restaurante de Playa Condesa, en la zona del llamado Acapulco Dorado; y el jueves 9 de julio un hombre y una mujer fueron ejecutados en Playa Hornos, una zona más cercana al Acapulco tradicional. Por si no bastara, un par de meses atrás, el lunes 27 de abril, fue ejecutado un hombre en el fraccionamiento Las Playas, distante unos metros de La Quebrada, sitio famoso en el mundo debido a los clavadistas que se arrojan al mar entre los acantilados.
Elisabet y Giulio, los dos periodistas extranjeros que radican en Acapulco desde principios de 2015, tienen la certeza de que la descomposición del puerto va más allá de una simple pugna entre cárteles, y que el mensaje que recibieron vía Whatsapp y en el que se advierte del arribo del Cártel Jalisco Nueva Generación, sólo menciona esa parte de la violencia que genera la guerra entre cárteles de la droga.
Pero existe otro tipo de violencia… invisible, oculta, aseguran: la que surge de la ausencia del Estado de derecho, un concepto del que ya nadie se acuerda hoy en Acapulco.