Icono de la comunidad LGBTTTI, promotor de las campañas de investigación médica para combatir el sida, Staley considera que la democracia, el liberalismo y el pluralismo en EE. UU. están bajo amenaza. Su próximo libro de memorias busca inspirar a los manifestantes de hoy.
En un día de otoño de 1988, en lo más álgido de la epidemia del sida, cientos de activistas se presentaron en las oficinas centrales de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos en Rockville, Maryland. Tras bloquear las puertas y pasillos, gritaron la consigna: “Oye, oye, FDA, ¿cuántas personas has matado hoy?”
El número de muertos en Estados Unidos había llegado a casi 62,000, y los manifestantes exigían que los medicamentos se desarrollaran y aprobaran con rapidez. “Un amigo me lanzó hacia el quicio de la puerta principal del edificio”, recuerda Peter Staley, quien colgó una pancarta enorme con el lema ahora icónico: “Silencio = muerte”.
Como miembro de ACT UP (siglas en inglés de Coalición contra el Sida para Desencadenar el Poder), Stanley era parte de quienes encabezaban la protesta. En ese entonces tenía 27 años y le diagnosticaron sida tres años antes. Staley estaba seguro de que la enfermedad también lo mataría.
Ese día en la FDA fue el comienzo de un cambio en los corazones y mentes de los estadounidenses, comenta ahora. “Les dimos una gigantesca bofetada de culpabilidad, y eso llevó a que hubiera dinero federal para investigar el sida y que se triplicara el presupuesto para investigación de los Institutos Nacionales de Salud en tres años”.
En las tres décadas que han pasado desde entonces, Staley, de 57 años, ha ayudado a salvar millones de vidas (incluida la suya), con ACT UP y luego TAG (siglas en inglés de Grupo de Acción para el Tratamiento), su organización sin fines de lucro enfocada en acelerar la investigación de tratamientos, fundada en 1991. De nuevo, Staley sabía cómo aparecer en los titulares: en un evento por el lanzamiento de TAG, colocó un condón gigante sobre la casa de Jesse Helms, senador republicano por Carolina del Norte y un opositor a las investigaciones de la enfermedad del sida. El preservativo enorme decía: “Un condón para detener la política insegura; Helms es más letal que un virus”. (Años después, Staley reveló que el evento fue patrocinado por el magnate del entretenimiento David Geffen.)
Desde hace tiempo, Staley, icono de la comunidad LGBTTTI, se convirtió en una estrella nacional con el estreno de How to Survive a Plague (Cómo sobrevivir una plaga), el documental de David France en 2012 nominado al Óscar, en el que se le representa de manera sobresaliente. Un retrato conmovedor del poder de la protesta, Plague muestra cómo miembros de ACT UP, como Staley, y su presión incesante sobre las agencias gubernamentales transformaron la manera en que se investigaban los medicamentos en Estados Unidos y aceleró la aplicación de tratamientos para el sida.
Ahora, Staley escribe sus memorias (a publicarse en 2019 por Chicago Review Press), no solo para documentar su “paseo emocionante” en el movimiento por el sida, sino también porque teme que la democracia, el liberalismo y el pluralismo estén siendo amenazados de una manera que no se había visto en décadas. El activismo social puede crear un cambio notable cuando el mundo se siente como un “lugar muy aterrador”, comenta. “Mi activismo siempre se ha basado en el optimismo, y en verdad creo que el activismo significa superar el pesimismo. Eso es lo que espero que se entienda de mis memorias”.
Considera que ACT UP logró un cambio radical sin el beneficio de las redes sociales. De hecho, a menudo es usado como un plan de acción para cambiar efectivamente una política mediante la protesta. “Hay muchas, muchas lecciones para los activistas de hoy, sin importar por qué estén luchando”, dice Staley. “Soy un miembro leal y furioso de la resistencia actual”.
ACT UP se fundó en marzo de 1987 y el activismo por el sida obviamente tiene un rostro muy diferente hoy. Quienes tienen veintitantos años son más políticamente hábiles y están mejor organizados y, gracias a los medicamentos preventivos de la profilaxis preexposición (PrEP, por sus siglas en inglés), la enfermedad ya no equivale a morir. El cabildear a los legisladores para asegurarse de que los tratamientos sean ampliamente disponibles resulta ahora más efectivo que las acrobacias del pasado meritorias de los titulares de los medios. Además, protestar se ha vuelto menos efectivo que las campañas regionales, como aquella que persuadió al alcalde Bill de Blasio de convertir a Nueva York en la primera ciudad de Estados Unidos en poner a prueba los intercambios de agujas, previniendo la propagación del VIH y otras enfermedades contagiosas entre los consumidores de drogas.
Pero, cuando ACT UP comenzó, no había un tratamiento viable y la enfermedad misteriosa mataba de manera lenta y horrenda a hombres jóvenes, predominantemente gais y a consumidores de drogas intravenosas. El reto era hacer que el país se preocupara por un grupo rechazado y temido por gran parte de Estados Unidos. Ello requirió ganarse la atención del público con métodos a menudo sensacionalistas.
Como excomerciante de bonos de J. P. Morgan (su hermano es el director ejecutivo del banco Barclays), Staley era un radical inusual, pero era un alborotador desde hacía tiempo. “Era un poco bromista en la preparatoria”, comenta. Se unió a J. P. Morgan después de la universidad, y dos años después recibió su diagnóstico. “Cuando a la gente le dan una sentencia de muerte, hay dos caminos que puedes tomar, puedes hacerte bolita y esperar lo inevitable o puedes luchar por unos meses o años extra. Eso fue todo lo que hicimos”. Él y sus camaradas de ACT UP vivieron como si fueran a morir mañana: “No sabíamos si veríamos los frutos de nuestro activismo”.
Staley iba de camino a su trabajo cuando le dieron un volante para la primera manifestación. Durante un año de locura, fue un comerciante de bonos en Wall Street de día y un activista radical de noche. “Se requirió de un colapso de mi sistema inmunológico para obligarme a tomar la decisión de ser un activista de tiempo completo”, recuerda Staley.
Para 1991, el sida mataba más hombres jóvenes que casi cualquier otra enfermedad en Estados Unidos, y Staley aprendía que la protesta era un juego prolongado. Helms apoyaba a los políticos que definían el sida como una “plaga gay”, el castigo por lo que consideraban un comportamiento inmoral. Por lo tanto, aquellos con la enfermedad eran indignos de que se gastaran dólares de los impuestos en investigar medicamentos que salvaran vidas. “Tenemos que llamarle al pan, pan, y a un ser humano pervertido, un ser humano pervertido”, dijo Helms ante el Senado en 1988. Él apoyaba un proyecto de ley que negaba financiamiento federal a los programas contra el sida y argumentaba que dichos programas “promovían, motivaban o consentían las actividades homosexuales”.
Siendo uno de los grupos más despreciados en Estados Unidos, “convertimos nuestra aflicción y furia en acción”, comenta Staley. Pero el número de muertos seguía aumentando; los activistas estaban ganando la batalla, pero perdiendo la guerra.
Para 1997, más de 6.4 millones de personas habían muerto en todo el mundo. No fue sino hasta 1998 (una década después de la protesta de ACT UP en la FDA) que los científicos idearon el coctel de medicamentos que evitaría que el VIH se reprodujera y convirtiera en sida. Con ese descubrimiento, “el índice de muertes en Estados Unidos y Europa cayó en 80 por ciento en un año —dice Staley—, lo cual fue un avance médico extraordinario”. Más notablemente, el lanzamiento de los inhibidores de la proteasa que bloquean el VIH (usados en la PrEP) significó que una persona se podía exponer al virus que provoca el sida y sobrevivir.
Los momentos de Staley en How to Survive a Plague son memorables, en especial el metraje cuando aniquiló brillantemente a Pat Buchanan, director de comunicaciones de la Casa Blanca de Ronald Reagan, durante un debate televisado. Esto lo llevó a aparecer en Dallas Buyers Club (El club de los desahuciados), la película de 2013 ganadora del Óscar. Esa película se trata de Ron Woodroof (interpretado por Matthew McConaughey), un paciente con sida que contrabandeó a Estados Unidos medicamentos no aprobados y los distribuyó entre otros pacientes, incluida una mujer transgénero interpretada por Jared Leto. Se rumora que Staley salvó el guion inicial, del cual él admite que era problemático (él es nombrado como consultor). Cuando se estrenó la película, los críticos se quejaron de la representación incorrecta de la vida de Woodroof, así como el elegir a un hombre cisgénero y heterosexual para interpretar a una mujer transgénero.
Staley, a quien la película final le pareció decepcionante, lo considera una especie de victoria. “Una película importante de Hollywood sobre el sida es muy rara —opina—, así que cuando se hace una y gana premios Óscar, es una ventaja para la causa”.
Staley todavía es un activista. Él, su pareja y su perro dividen su tiempo entre la Pensilvania rural y un departamento en West Village, en Nueva York, no muy lejos de donde ACT UP lo reclutó la primera vez. Todavía queda mucho por hacer: él y sus colegas de TAG continúan presionando para que incremente el número de pruebas de medicamentos; se ayude a los VIH-positivos a hallar un tratamiento y se asegure que la PrEP esté disponible para las comunidades de mayor riesgo, incluidas las personas gais, los hombres afroestadounidenses y las personas transgénero, todos ellos afectados desproporcionalmente a causa de un sistema prejuicioso, comenta Staley. “Podríamos acabar con el sida hoy si hiciéramos el esfuerzo, y eso es el cambio enorme con respecto a los primeros años”, opina.
Él ve a grupos como Black Lives Matter (las vidas de los negros importan) como los descendientes de ACT UP, pero tiene sentimientos encontrados con respecto a internet y las redes sociales. “Deberían ser vistos como herramientas muy poderosas, pero no como una única plataforma”, comenta. “No hay nada que reemplace a una reunión de grupo de personas con ideas en común y que aporten sobre cómo cambiar al mundo. Si tratas de sustituir eso con quedarte en casa con la computadora, nunca lograrás hacer nada”.
Los adolescentes a favor del control de armas de fuego en la campaña Marchemos por Nuestras Vidas —quienes combinan el alcance de las redes sociales con el activismo tradicional a pie— lo llenan de una esperanza real. “Pienso que son extraordinarios”, confiesa. “Están mostrando una sabiduría más allá de su edad”.
Este es “un momento terriblemente aterrador” para vivir, comenta, con miedos auténticos por el crecimiento del nacionalismo e incluso del fascismo, tanto en Estados Unidos como alrededor del mundo. Pero Staley, siempre optimista, está convencido de que al final prevalecerán. “Los movimientos sociales siempre dan dos pasos adelante, un paso atrás”, concluye. “Estamos en un camino inevitable hacia una mayor equidad”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek