“Cuando escuchó que una puerta se abría, dejó de ahorcarme y se fue. Me robó mi teléfono para que no le hablara a la policía. Durante cuatro meses nos drogamos juntos, y cuando caes, esa droga es tu principio y tu fin”.
Lucía tiene 25 años. Su adicción al cristal comenzó cuando asistió a una fiesta y terminó en un encuentro violento con su ex pareja, quien hasta la fecha sigue consumiendo esa sustancia. Se llenó de llagas, dejó de dormir, perdió cabello y muchos kilos. Tras apenas dos meses en rehabilitación, lucha por olvidar este pasaje de su vida.
Según datos de la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco de la Comisión Nacional contra las Adicciones (Encodat) –dada a conocer el año pasado– el consumo de las anfetaminas (sustancia con la que se “cocina” el cristal) se ha disparado en esta entidad hasta en 1,500 por ciento –del 2008 al 2016– en jóvenes de 12 a 17 años, y hasta en 900 por ciento en personas de 12 a 65 años.
Además de proporcionar un efecto mayor que drogas similares (como la cocaína), su bajo precio lo hace más accesible. En Calvillo –en donde se ha registrado un aumento importante según la Secretaría de Salud– lo envuelven en papel aluminio y le llaman “dulce”, en San Francisco de los Romo lo piden con el nombre de crico, en otros lugares le dicen “piedra”, y hay quienes lo conocen como “vidrio”.
De acuerdo al National Institut on Drug Abuse, el cristal es un derivado de la metanfetamina sumamente adictivo y que afecta al
sistema nervioso central. Se considera como una de las drogas más mortíferas de la gama de sustancias ilegales.
“Lo primero que hacía cuando me levantaba era consumirla para poder pararme y llevar a mis hijos a la escuela, si no, no me podía levantar de la cama. Vas cayendo y no te das cuenta del hoyo en el que te vas metiendo. Se te pasa el efecto y estás incómodo, siempre necesitas, aunque se te esté cayendo la piel, otra línea o fume”, recuerda Lucía.
Entre las consecuencias de consumir cristal se encuentran cambios en el funcionamiento del cerebro, pérdida de memoria, conducta violenta, trastornos emocionales, graves problemas dentales, pérdida de peso y ulceraciones en la piel.
Como ejemplo, en diciembre del 2017, el área de urgencias del hospital psiquiátrico Gustavo León Mujica –adscrito a la Secretaría de Salud–, atendió a seis pacientes –de entre 16 y 17 años de edad– que presentaron daño neurológico secundario por abuso de sustancias, principalmente cristal, aseguró en entrevista Luis Miguel Méndez Sánchez, subdirector médico de este hospital, quien añadió que el consumo va en incremento.
De los casos de violencia más conocidos en Aguascalientes por consumo de cristal, se encuentra el de Erick Daniel “N”, un jalisciense que, bajo la influencia del cristal, asesinó a su mamá y a su hermano de tres años. El evento ocurrió en junio del 2017 en la comunidad Las Ánimas, del municipio de Pabellón de Arteaga. Luego de ser detenido y una vez que pasó el efecto de la droga, Erick Daniel, de 18 años, aseguró no recordar los hechos.
En mujeres, el consumo va en incremento y tiene otras consecuencias, entre ellas, embarazos no deseados y prostitución.
El día en que Lucía fue agredida por su ex pareja y decidió dejar de consumir cristal, fue porque se negó a tener relaciones sexuales. Ella forma parte de una estadística elevada de mujeres que comenzaron a ingerir drogas durante los pasados ocho años: un aumento del 376 por ciento en la prevalencia de consumo de todo tipo de drogas ilegales, según la Encodat.
“Las políticas que hacemos en igualdad tienen cosas positivas y negativas. La igualdad ya se está dando en muchas cosas, como en actividades laborales, presiones, y acceso de las mujeres a dichas sustancias. A mayor disponibilidad, mayor consumo”, dice Blas Tejeda Álvarez, Jefe de Departamento de Adicciones, Coordinador de Centros de Atención Primaria en Adicciones y Secretario Técnico Operativo del Consejo Estatal contra las Adicciones de la Secretaría de Salud Estatal.
“Muchas mujeres se prostituyen para consumir, desesperadas por querer más drogas. Los hombres se aprovechan, a mí me tocó a ver niñas hasta de 14 años consumiendo, chavitas embarazadas, niñas en las fiestas inhalando”, afirma Lucía.
La prevalencia en el consumo del cristal no fue la única que incrementó en Aguascalientes. Del 2008 al 2016 el consumo de mariguana pasó de .6 a 7.9 por ciento en el rango de edad de 12 a 17 años, lo que corresponde a un crecimiento del 1,300 por ciento; mientras que la cocaína pasó de 1.3 a 2.3 por ciento (177 por ciento de crecimiento) entre personas de 35 a 65 años.
Sin embargo, la encuesta se tomó de una muestra de 1,600 individuos con un 26% de no respuesta, por lo que existe un gran porcentaje de cifra negra.
Lo mismo ocurrió en el país, donde la prevalencia en el consumo de mariguana fue la que mostró mayor crecimiento, con un 2,650% de incremento entre jóvenes de 12 a 17 años; en el consumo de anfetaminas aumentó en un 200% entre personas de 12 a 34 años; y la cocaína incrementó en más de 150% en mujeres de 12 a 65 años.
Entre otras implicaciones, el aumento en el consumo de drogas ha originado la apertura de centros irregulares de tratamiento en donde la recuperación no está asegurada y, en muchos casos, los derechos humanos de los pacientes son violentados.
Anexos: Las otras cárceles
En el 2014, el Censo de Registo de Establecimientos Especializados en Adicciones de la Secretaría de Salud estatal, registró a 53 centros de atención –también conocidos como anexos– para personas con adicciones, 39 de los cuales no gozaban de certificación por parte del Centro Nacional para la Prevención y el Control de las Adicciones (Conadic).
Tres años después, en 2017, el número aumentó a 82, de los cuales 52 no están certificados, cinco fueron suspendidos por la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), y 13 más cerraron. Al margen de los centros registrados, existe otro número no definido de lugares en donde las personas permanecen recluidas con la promesa de salir de la adicción.
Se dividen entre los que operan bajo el modelo mixto (permite el trabajo interdisciplinario de profesionistas y grupos de autoayuda), los de ayuda mutua –que abarcan el mayor número–, y los centros ambulatorios y organizaciones de ayuda. José y Armando fueron atendidos en anexos. El primero escapó a los dos meses con un compañero, el segundo envió un mensaje a su
familia para que lo rescataran. El tiempo en reclusión no los ayudó a alejarse de las sustancias adictivas.
“Había golpes e insultos por parte de los encargados. No nos dejaban salir. Decían que los insultos eran como forma de terapia y los golpes sí eran más como una forma de castigo, hay mucho maltrato. Nos hacían sentir como que no valíamos nada”, asegura Armando.
El testimonio de José no dista mucho del de Armando. Dice que a las personas que recaían o se portaban “difíciles”, recibían golpes o eran obligados a escuchar pláticas de autoayuda hincados.
Además de las agresiones, se enfrentaron a condiciones deplorables: “en el que yo estuve sólo había un baño para muchisísima gente, dormíamos en el suelo”, añade Armando.
“Dormíamos en camas y en el suelo, había literas, pero también se turnaban. Unos dormían en una cama y otros, por unos tres días o una semana, en el suelo. Era un tipo de castigo que te mandaran para el suelo, ahí eran los que cupieran en una cobija, si cabían tres, pues tres”, platica José.
Los costos por el servicio de atención y rehabilitación van desde los 70 mil pesos –por un tratamiento de dos meses–, hasta mil pesos con una cuota semanal de 200 pesos. Y en el Centro de Atención para la Rehabilitación de Adicciones (Capra), perteneciente a la Secretaría de Salud, el precio es de 6,030 pesos por dos meses, sin incluir el costo por la desintoxicación –que puede realizarse en el Hospital Tercer Milenio– y medicamentos.
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