Sin embargo, ahora parece que Corea del Norte puede lanzar un misil hasta Estados Unidos, y el presidente Donald Trump ha convertido este asunto en una de sus máximas prioridades. Ha recurrido a una retórica muy dura contra los norcoreanos y, en determinados momentos, pareció amenazar con un ataque masivo, posiblemente nuclear. Todo esto ha causado tremendo alarmismo y paranoia ante una guerra inminente, mas hay poca evidencia empírica de que así será. Vivo en Corea del Sur, y si bien corren muchos rumores, Estados Unidos no ha posicionado aquí nuevos activos importantes. No están movilizando las unidades aéreas militares que hacen falta para un ataque por aire; todavía no ha llegado la armada con que Trump amenazó esta primavera; no han cancelado los permisos de los soldados estadounidenses; y no están evacuando a los no combatientes. En resumen, hay un abismo enorme entre la realidad de Corea del Sur y la retórica bélica de Trump.
Los medios occidentales se darán cuenta en algún momento y, a pesar de la grandilocuencia trumpiana, comenzarán a informar que la guerra es improbable. De hecho, durante un reciente discurso ante el parlamento de Corea del Sur, el mandatario dejó pasar su mejor oportunidad de preparar a la opinión pública para un ataque. La cooperación de Corea del Sur —aunque no su apoyo manifiesto— es vital para cualquier ataque. Muchos de los activos militares necesarios están en ese país, y los surcoreanos tendrán que soportar la peor parte de las represalias del Norte. Sin embargo, Trump no aprovechó la oportunidad para presionar por la guerra o, al menos, un ataque aéreo limitado. En cambio, promovió el esfuerzo para contener, disuadir, aislar y sancionar al Norte, cosa que Estados Unidos ha venido haciendo desde hace décadas. Si Trump no se molesta en vender un ataque a los surcoreanos, entonces lo más probable —sin importar lo que diga en Twitter— es que no ataque.
La razón, pese a todo su escándalo de que no podemos tolerar una Corea del Norte nuclear, es que podemos tolerar a los norcoreanos. Desde hace años, Estados Unidos ha tolerado a otros tres países de los que desconfía profundamente: Rusia, China y Paquistán; todos, con armas nucleares. Solo una vez (en Cuba, en 1962) contempló bloquear una expansión nuclear recurriendo a la fuerza militar, y el resultado fue la aterradora crisis de los misiles cubanos. Y aunque Estados Unidos tal vez ganó ese impasse,enervó tanto a los responsables de tomar decisiones en Washington, y al resto del planeta, que nunca repitió el ejercicio. En las décadas de 1960 y 1970, cuando los chinos desarrollaron misiles nucleares, no interfirió a pesar de que China estaba pasando por el alboroto de la Revolución Cultural. Del mismo modo, cuando Paquistán se nuclearizó, en la década de 1990, Estados Unidos no intervino, aun cuando Paquistán tenía —y aún tiene— graves problemas de fundamentalismo islámico.
En cada caso, un Estado en profunda oposición ideológica con Estados Unidos —estalinistas, maoístas y fundamentalistas islámicos— obtuvo armas nucleares y desencadenó un ansioso debate estadounidense sobre los “fanáticos” que tenían las peores armas del mundo. Sin embargo, las alternativas eran mucho peores. Los ataques aéreos contra China habrían encendido a toda Asia Oriental; soltar fuerzas especiales en Paquistán para secuestrar sus armas (una idea considerada brevemente) habría sido una misión casi suicida; atacar la “bomba islámica” habría desencadenado una revuelta musulmana regional. En todos los casos, los funcionarios estadounidenses determinaron que los riesgos de actuar eran muy superiores a los riesgos de tratar de gestionar el nuevo statu quo. Y, con el tiempo, Washington se adaptó.
Esto es, casi sin duda, lo que sucederá con Corea del Norte. De nueva cuenta, los “fanáticos” han obtenido la bomba, y ahora abundan las pesadillas hipotéticas de una guerra nuclear. Con todo, hay pocos indicios de que los norcoreanos estén desarrollando esas armas con fines ofensivos. A todas luces, atacar Estados Unidos con un arma nuclear resultaría en la rápida destrucción del Norte. La élite norcoreana no es suicida. Por el contrario, parece que desea sobrevivir. Han señalado que, si Sadam Husein o Muamar el Gadafi hubieran tenido armas nucleares, aún estarían vivos.
En resumen, los riesgos asociados con un ataque estadounidense contra Corea del Norte son muy altos, y han aumentado con el desarrollo de sus misiles nucleares. Así como aprendimos a vivir, aunque de mala gana, con la nuclearización soviética, china y paquistaní, vaticino que aprenderemos a vivir con Corea del Norte. Aun cuando nuestros líderes no lo acepten, públicamente, durante algún tiempo.
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