Aunque las piezas traigan mucha carga conceptual, siempre disfruto el proceso, lo mágico. Me encanta irme a otro lado, a veces trato de que no sea una política la que rija el camino de la exposición, pero es imposible porque es algo que vives todos los días. En esencia, las piezas se rigen por la poética de los materiales, el cachondeo, el estrechar el material y encerrarte. La obsidiana toma todo lo que está a su alrededor, es un espejo en donde te ves, un objeto que te contiene, un objeto que puedes tocar, es una relación dual de mucho contacto.
FOTO: ANTONIO
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Ahora por fin estoy en México y eso me gusta porque el mundo se ha hecho chiquito, con el internet se perdieron los límites y las fronteras. He podido exponer en España, en Japón (mi favorito), en Vancouver (mi otro favorito), en Nueva York y en Colombia. Más que pensar en la internalización del artista pienso que ya no existen las fronteras y la única razón por la que no estaba en México es porque tenía proyectos en otros lados.
En mi experiencia exponiendo en distintos países del mundo creo que todos pensamos y sentimos más o menos igual, lo que es distinto es el ritmo y el acento; por eso, cuando como extranjero dices algo que ya han escuchado, suena distinto y a lo mejor toca puntos que no habían sido tocados. Con las piezas que tienen que ver con procesos relacionales siempre pretendo ser parte del conglomerado y me involucro mucho con la gente.
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Un proceso relacional tiene que ver con que están involucradas personas que no son artistas, el proceso es muy importante para la obra porque a veces genera cambios en la sociedad con la que estás trabajando. Como empecé a trabajar procesos relacionales antes de que existiera el término, mi necesidad de buscar establecer diálogos con el público es muy natural. He tratado de no convertirme en un teórico del concepto, sino en un práctico del qué hacer. El público es muy importante porque, aunque yo decido por dónde va el camino, me imagino o cambio de rumbo cuando me encuentro con algo espectacular: la pieza no es lo que yo quise, es lo que ocurrió y lo que ven los otros.
Yo me doy el permiso de ser espectador y eso es bueno, ser el testigo hace que goces o sufras lo que ocurre con tu obra. Me gusta la obsidiana porque, al reflejarte, el objeto te toma y tú tomas del objeto. Es un intercambio entre el objeto y el sujeto.
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Pero no siempre trabajo de esta manera, en realidad tengo dos caminos creativos: por un lado, es quitar y quitar hasta llegar a donde planeo, porque siempre tengo un plan. Y por otro lado es poner y quitar e ir modelando, como con el barro. Con el barro casi siempre sé a dónde voy, en cambio, cuando tallo, la pieza dialoga, siempre tengo una intención, pero de repente la pieza me dice que vaya para otro lado, o me dice ‘ya te equivocaste’.
Una virtud de la escultura es que es tridimensional, entonces hay que aprovechar eso y hacer objetos tridimensionales. Objetos que fluyan, me gusta que el espectador vaya viendo una evolución del objeto al caminar. A veces tengo un plan, pero veo que no hace la novela correcta y hay que quitar personajes y transformar los paisajes. Es un asunto de mucho cachondeo y seducción.
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