Porras, de 54 años, ha vivido siempre en esta aridez, el último polígono periférico del extremo sureste de Chihuahua, una región colindante con Coahuila y Durango, conocida por su enigmática actividad celestial.
El rancho que cuida, donde hay unas cuantas yeguas, gallinas y borregas, ha sido visitado por periodistas de México y Latinoamérica, Estados Unidos, Japón y Europa. El más reciente de ellos, un equipo de la BBC de Londres, arribará en enero. También ha hospedado a excursionistas que quieren cargarse de energía y a estudiosos del fenómeno ovni.
La historia que cuenta el ranchero es parte de una experiencia que vivió con su esposa Rosalía, una noche muy calurosa de 2000.
“Eran como las 11, 12 de la noche, y mi esposa me despertó. La luz era como de la dimensión de una troca y eso duró como más de una hora”, dice, mientras sostiene la llave de media con la que repara una vieja camioneta Ford con redilas al fondo de su propiedad.
En el marco metálico de la entrada del rancho hay dos platos de antenas parabólicas que semejan un platillo volador pequeño, y una de las primeras cosas que se ve es una estructura de maderos para prácticas ancestrales de temazcal.
Porras, un hombre corpulento con barba descuidada y de piel áspera y enrojecida “por el polvo del camino andado”, dice él mismo, lleva una chamarra y un pantalón de mezclilla, y una cachucha con la marca de los rifles para cacería Remington.
Una de las paredes de adobe de la casa del Rancho Palacios está cubierta de memorias que enorgullecen a Benjamín Palacios Perches sobre los misterios que han perdurado en el lugar. En una esquina, hay un tronco petrificado que encontraron en la Zona del Silencio.
Durante el recorrido de Newsweek en Español, el cielo está despejado, pero en la tierra hay nieve salpicada del día anterior.
Porras dice que para los moradores de aquí es común ver luces extrañas en el cielo y que eso es muy atractivo para turistas y curiosos.
Hace unos tres meses, durante la noche, un joven que trabajaba antes con él en el rancho pensó que era vigilado por un dron cuando una luz intensa y quieta le sobrevolaba encima.
“Ruido no hacía, y corría un kilómetro para allá y luego regresaba”, menciona.
Las montañas calvas que rodean el páramo inmenso en la Reserva de la Biósfera de Mapimí, llamadas “San Ignacio”, “Pastelone” y “Tetas de Juana”, son conocidas por los lugareños como “los guardianes de la Zona del Silencio”.
Los poblados aledaños a la zona son Escalón, Chihuahua, y Ceballos, Durango. Uno tiene menos de 700 habitantes y, el otro, poco más de 3,500. Sus poblaciones han disminuido durante el siglo por las políticas de la globalización.
La angosta carretera por donde nos adentramos luce remota y vacía. Hay mezquites, cactus y gobernadoras y una yegua desnutrida que pasta a corta distancia. A lo lejos se escucha el canto intermitente de un pájaro, es un correcaminos.
JAVIER PORRAS asegura que para los pobladores es común ver
luces extrañas en el cielo, y que eso es muy atractivo para turistas y
curiosos. FOTO: NUBIA GAMBOA/NW NOTICIAS
Más adentro de la ruta que llega al área protegida por las autoridades de ecología está un rancho donde hay una vivienda de adobe cuarteado, una camioneta Isuzu con el cofre levantado y maquinaria agrícola oxidada. Su encargado es Dionisio Landeros Zapata, un ranchero de 80 años que nunca ha emigrado del área.
Durante los años que tiene de radicar aquí ha visto toda clase de curiosos que se han acercado a conocer los misterios del lugar.
“Para la Semana Santa viene gente y se suben a las tetas a ver qué hallan”, comenta.
Hace más de 30 años, un grupo de estadounidenses le preguntó por unas piedras que cayeron del cielo, quizá meteoritos o trozos de cometas desintegrados en la atmósfera. Dionisio no sabe qué era lo que buscaban, pero les dijo que no sabía nada.
“Traían aparatos, que según esto podían localizar las piedras a 300 metros”, recuerda.
La Zona del Silencio está en un pedazo del desierto de Chihuahua, en México, cerca del Bolsón de Mapimí, en un área conocida como Vértice de Trino.
Fue identificada por primera vez en la década de 1930 por el piloto Francisco Sarabia, cuando dijo que su radio dejó de funcionar y que los instrumentos del avión se habían vuelto locos mientras volaba sobre la zona. Después de ese evento, se supo que las ondas de radio no se podían transmitir por encima del área debido a los campos magnéticos locales.
La Zona del Silencio ha atraído a turistas de todo el mundo, aunque los lugareños dicen que antes venían más a menudo que ahora.
“Más antes venían más gringos”, dice Dionisio.
Pareciera que los moradores no se han puesto de acuerdo sobre el lugar exacto del corazón de la zona, pero hay visitantes atrevidos que incluso han sugerido la posibilidad de que se trata de una especie de cono magnético movible.
“Dicen que cuando llegas al centro dejan de rundar las trocas”, agrega.
Los promotores de la zona tienen la creencia de que acontecen eventos sobrenaturales. Como que en el centro de la zona los relojes y vehículos dejan de funcionar. Los testimonios abundan, entre ellos que las ondas magnéticas de la tierra son las que producen los extraños fenómenos, incluidas mutaciones en la flora y la fauna.
Se han hecho pruebas no científicas en las que las brújulas pierden el control cuando se colocan cerca de piedras del suelo, y eso lo han atribuido a los depósitos subterráneos de magnetita, así como a los restos de meteoritos que han caído.
DIONISIO LANDEROS ha visto a toda clase de curiosos que se
han acercado a conocer los misterios del lugar. FOTO: NUBIA GAMBOA/NW NOTICIAS
ZONA DE METEOROS
Más allá de los controvertidos testimonios, grandes bólidos que han atravesado la atmósfera terrestre han chocado muy cerca de aquí durante el siglo XX, siendo uno de ellos el más estudiado de toda la historia: el Allende.
Los dos grandes meteoritos de Chupadero cayeron exactamente en el mismo rancho, detrás del Cerro “Tetas de Juana”, uno en 1938 y otro en 1954.
“Algunos científicos dicen que hay una enorme cantidad de minerales en el subsuelo, y combinados entre sí, hacen una especie de potente imán que atrae cuerpos celestes”, manifiesta Benjamín Palacios Perches, un hombre de 60 años, originario de Escalón.
Palacios, quien es propietario del Rancho Palacios, es uno de los cronistas de Zona del Silencio. Él dice que el nombre del lugar comenzó a acuñarse en 1966 cuando Petróleos Mexicanos envió una expedición para explorar la región.
“El líder, Augusto Harry de la Peña, estaba frustrado por los problemas que estaba teniendo con su radio. Por eso lo bautizó como la Zona del Silencio”, dice.
La Zona del Silencio cobró fama mundial luego de que en 1970 un misil estadounidense aparentemente defectuoso cayó por error justo en ese rincón de arena. Tras ello arribó una caravana de especialistas para encontrarlo y extraer material radiactivo.
Un año antes, el famoso meteorito Allende había caído en el municipio del mismo nombre, a unos 160 kilómetros al Oeste.
El 11 de julio de 1970, Estados Unidos lanzó el cohete Athena desde una base de la fuerza aérea en Green River, Utah, como parte de una misión científica para estudiar la atmósfera superior. Se suponía que el cohete aterrizaría con paracaídas cerca de White Sands, Nuevo México, pero se dijo que se había desviado de manera alocada y se había enterrado a las dos de la mañana en el corazón de la Zona del Silencio, localizada a casi 800 kilómetros de distancia.
“Con ese pretexto, esa misión de norteamericanos permaneció 28 días, recopilando material en 50 kilómetros, y enviando a Estados Unidos en aviones de la Fuerza Aérea Mexicana”, dice el cronista.
Wernher Von Braun, el famoso científico nazi que había ayudado a los estadounidenses a desarrollar su programa espacial, vino en nombre de Estados Unidos a investigar la zona y permaneció durante 28 días después del choque.
Con la ayuda de 300 trabajadores mexicanos, se construyó un acceso ferroviario de 16 kilómetros a través del desierto hasta el lugar del cráter. Los estadounidenses trajeron dormitorios temporales, instalaciones médicas, cocinas y laboratorios y los instalaron aquí en medio del desierto.
“Construyeron dos enormes pistas para sacar toneladas de escombros y se regresaron a Estados Unidos con mucho material de arena que decían que estaba contaminada”, dice Palacios.
FRANCISCO RAMÍREZ, presidente de la Asociación del Meteorito
Allende, asegura que todo el material del meteorito es patrimonio del lugar
donde chocó. FOTO: NUBIA GAMBOA/NW NOTICIAS
El lugar despertó el interés del gobierno de México y en 1979 instaló aquí la Reserva de la Biósfera Mapimí.
Cerca de las laderas del cerro de San Ignacio se instaló el Laboratorio del Desierto. Esta unidad de investigación alberga a científicos de todo el mundo, muchos de los cuales son biólogos atraídos por la flora y fauna inusual, incluida la enorme tortuga del desierto, única en el mundo (mide hasta 46 centímetros), y el reptil terrestre más grande de América del Norte.
La Reserva de la Biósfera de Mapimí, localizada en la parte central del Bolsón de Mapimí, a 130 kilómetros al sur de Jiménez, Chihuahua, y a unos 180 kilómetros al noroeste de Torreón, Coahuila, y Gómez Palacio, Durango, cuenta con más de 342,000 hectáreas destinadas a la conservación de estas especies. Hace unos cien millones de años, la Zona del Silencio se encontraba bajo el Mar de Tetis, cuyos restos pueden verse en conchas marinas fosilizadas y grandes depósitos de sal.
Palacios anhela que la zona se convierta en una meca turística, como sucede en Marfa, Texas o Roswell, Nuevo México, donde los gobiernos han desarrollado grandes complejos. Pero aquí las carreteras parecen desbaratarse en tramos y los trenes de pasajeros desaparecieron a finales del siglo pasado. Aunado a ello, la percepción de mucha gente es que el lugar se ha vuelto inseguro.
Entre sus esfuerzos de atracción turística ha incluido visitas guiadas y ceremonias con los cuatro elementos de la antigüedad, donde los turistas pueden disfrutar de aguas termales que se esconden en una cueva.
LABORATORIO DEL DESIERTO
Los escépticos investigadores del laboratorio, que fue instalado ahí con fines ecológicos y para proteger la gran tortuga del desierto, a menudo se irritan cuando se les relaciona con las historias que se cuentan en torno a la zona. Dicen que esa confusión tiende a dañar la credibilidad e influencia en los esfuerzos científicos que han emprendido.
Alberto González Romero, un investigador del área de Biología y Conservación de Vertebrados del Laboratorio del Desierto, propiedad del Instituto de Ecología, dice que, en efecto, las características de algunos animales de la zona son únicas en el mundo. Pero aclara que esta condición no se debe a que la tierra contenga minerales muy particulares, sino por el aislamiento geográfico y otros factores de orden ecológico.
“Si se refiere a que el magnetismo presente en algunas partes del área tiene algo que ver con las especies endémicas o la distribución de las especies animales y vegetales en la zona, enfáticamente le digo que no”, dice.
La reserva de la Biósfera de Mapimí fue creada en 1979 para la protección de la tortuga del Bolsón de Mapimí (Gopherus flavomarginatus), que no se encuentra en ningún otro rincón de la tierra. Esta tortuga terrestre de la zona es la más grande de Norteamérica, y antes de la creación de la reserva estaba en peligro de extinción.
“Su población era saqueada y los pobladores la consumían. Actualmente estos problemas quedaron atrás y ahora los pobladores del área las protegen de los saqueadores”, afirma González.
Los investigadores han estudiado aquí al venado bura desde hace unos 20 años y la razón es que es uno de los recursos faunísticos más importantes para México, tanto desde un punto de vista cinegético como especie importante para mantener el ecosistema desértico.
“Al principio sus poblaciones estaban muy disminuidas por la cacería furtiva”, explica.
Además de la tortuga de Mapimí, tanto la tortuga de lodo (Kinosternon durangoense), la lagartija de las dunas (Uma paraphygas) y la lagartija nocturna (Xantusia bolsonae), son especies únicas en el planeta y también se encuentran aquí, asegura.
BENEDICTO NAVARRETE cuenta que compradores de todas partes
han venido a preguntarle por el meteorito. FOTO: NUBIA GAMBOA/NW NOTICIAS
POLVOS DE OTROS MUNDOS
A primera hora de la mañana del 8 de febrero de 1969, cerca del viejo poblado de Allende, en Chihuahua, un meteorito se acercó desde el sudoeste y encendió el cielo trazando una trayectoria por decenas de kilómetros, hasta impactar en la Zona del Silencio.
El inmenso bólido explotó y se desintegró produciendo miles de fragmentos de corteza fundida. Se cree que la roca original debe haber tenido el tamaño de un automóvil y que viajaba, a través del espacio con rumbo a la Tierra, a poco más de 15 kilómetros por segundo.
En 1969, la NASA había preparado laboratorios con el fin de analizar los primeros materiales lunares que la histórica misión del Apolo 11 devolvería a la luna ese mismo año, pero el Allende apareció justo cuando todos esperaban poner en acción su equipo de última generación.
Con la participación del Museo Nacional de Historia Natural y el Observatorio Astrofísico Smithsoniano, Estados Unidos se dedicó a estudiar el meteorito con la enorme cantidad de material recolectado.
Los científicos descubrieron que el material resultó ser mucho más importante que las rocas traídas de la luna. Gracias al Allende, los científicos encontraron la clave para desbloquear los primeros 500 millones de años de la historia de la Tierra.
Cuando los científicos cortaron en rodajas muestras del meteorito Allende, descubrieron parte de la primera materia sólida que se formó en el sistema solar, polvo arremolinándose alrededor del Sol joven, con más de 4,500 millones de años.
De hecho, en composición, su material es el mismo de nuestro Sol (menos el hidrógeno y el helio). El meteorito Allende es, en esencia, material preplanetario. Al estudiarlo, los científicos pueden leer la historia del comienzo del sistema solar.
Cuando José Francisco Ramírez, un profesor jubilado del Valle de Allende, se enteró de lo que significa el meteorito Allende, comenzó a reunir parte del material que se conserva en el pueblo.
“El Allende rebasa en más de 500 años la antigüedad del Sol… tiene más de 70 elementos de la tabla periódica, entre ellos las que dieron origen a las primeras formas de la Tierra y se generó a partir de una o dos supernovas”, dice.
José Francisco tiene 72 años y ha dedicado más de 12, sin tener gran eco, para crear un museo regional del Meteorito Allende que convierta al pueblo en un atractivo turístico.
“No existe ningún material más antiguo ni más completo en la Tierra. Tiene nueve óxidos de titanio que no existen en el planeta”, dice.
Por ley, todo el material del meteorito es patrimonio del lugar donde chocó, explica Ramírez, quien resguarda en un par de cajas varios restos del meteorito que ha logrado juntar.
“Es una barbarie estar vendiendo un material que es fundamental para la ciencia y para la cultura de la región. Un solo norteamericano, Robert Haag, se llevó más de cuatro toneladas”, dice.
Es oriundo de Aguascalientes, y cuando se mudó al poblado de Allende, en 2000, se enteró de que había personas que se dedicaban a vender pedazos del meteorito, entre ellos su suegro, un peluquero que ha sido buscado por compradores de varias partes de mundo.
Ramírez dice que ni su suegro ni el resto de los que han comerciado con el Allende son responsables del saqueo, sino los gobiernos que no han defendido el patrimonio nacional.
Benedicto Navarrete Esquivel, su suegro y único barbero que queda en el pueblo, cuenta que compradores de todas partes han venido a preguntarle por el meteorito.
“Le vendí mucho meteorito a Robert (Haag). Nada más que le gusta mucho fumar marihuana”, dice el barbero de 89 años, sentado en la vieja silla hidráulica de la peluquería, en la que antes le cortaron el pelo a Pancho Villa.
Dice que comenzó a entrarle al negocio del meteorito Allende en 1972 y que con los años el precio del gramo ha variado. Actualmente ronda los 60 pesos.
“Trae un aluminio llamado 26 y diamante negro”, cuenta.
En un cajón de la peluquería guarda dos rocas del Allende. Aún hay extranjeros interesados en los restos del meteorito que le han ofrecido comisión si les consigue fragmentos.
Ese muestrario del universo se agota irremediablemente.