A partir de estos sucesos, en su novela más reciente, Apreciable señor Wittgenstein, la escritora mexicana Adriana Abdó relata cómo un profesor halla en una librería de Cracovia unas cartas que Trakl le escribió a Wittgenstein. En estas, además de narrar algunas experiencias personales, el poeta reflexiona sobre cuestiones universales como la ignorancia, el alma humana, la bondad, la perversión y la búsqueda de la perfección y la belleza. De esta manera, la obra pretende trasladar al lector al esplendor intelectual de principios del siglo XX a través de dos pensadores dotados de una insólita lucidez.
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“En una época leí mucho el Tractatus Logico-Philosophicus, los diarios de Ludwig Wittgenstein, y en uno de sus ensayos encontré al poeta Trakl, que fue uno de los beneficiarios de su fortuna”, cuenta Abdó en diálogo con Newsweek en Español. “El papá de Wittgenstein era hijo del hombre más rico del imperio austrohúngaro después del emperador y su familia, y cuando murió dejó a sus hijos su dinero. Ludwig repartió la mitad de su fortuna entre artistas necesitados para que pudieran trabajar en su arte. Así supe de Trakl, quien me interesó mucho y empecé a averiguar quién era y a leer su poesía. Tenía una vida antes de la Gran Guerra, era un hombre extremadamente sensible, aunque a veces pareciera seco porque era un expresionista puro que murió a los 27 años”.
Por esa razón, explica la autora, la novela, puesta en el mercado por la editorial Tusquets, es un recorrido por la azarosa vida del poeta austriaco: “El lector se va a encontrar con un poeta que relata su vida muy al estilo de principios del siglo XX, la época que le tocó vivir. La relata no con poesía, por supuesto, pero sí utilizando la forma que yo imagino cómo hablaba. Fue una vida muy llena de arte, de caminos por Salzburgo, Viena, Berlín o Venecia. Hay mucha pintura, algo de música y personajes importantísimos que estuvieron en la Viena de antes de la Gran Guerra y, sobre todo, una sensibilidad fuera de serie”.
Dramaturga, cuentista, novelista y editora, Adriana Abdó es autora de varios libros de cuentos. Algunas de sus obras han sido llevadas a los escenarios de teatro, como Intimatum y La catrina de pasada.
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—Llama la atención, Adriana, que esta novela exhiba un amplio esplendor intelectual. ¿Esa era su intención?
—Eso es importantísimo. Si una persona busca aquí lo intelectual lo va a encontrar, y el lector que no está buscando más que leer un libro que le llame la atención también va a encontrar una historia muy dura a través de una persona sensible que lo va a meter en aquella época. En la novela, Georg Trakl mete a sus lectores en ese momento histórico y les describe con sus ojos de poeta cómo se vivía y qué pasaba en la sociedad, en la política; quiénes vivían en Viena, los hombres y mujeres que cambiaron el mundo.
—Desde su perspectiva, ¿en qué radica la trascendencia de Georg Trakl y Ludwig Wittgenstein?
—Wittgenstein fue un hombre que venía de una familia muy rica. Tuvo una educación impecable y su casa era un palacio en Viena en donde recibían a la inteligencia de aquella época y a los artistas más grandes. Desde muy chico fue un hombre muy inteligente. Se fue a Cambridge y estudió con Bernard Russell. De Cambridge se fue a Noruega, a un lugar friísimo, a pasar un tiempo porque quería estar solo y vivir lo que era el ser humano. Ahí empezó a escribir el Tractatus, a los 22 años.
“Y Trakl nació en Salzburgo, en una familia burguesa. Es el cuarto hijo de la familia y tenía unas dotes impresionantes para el arte, él y su hermana más pequeña, Margarethe, o Gretl. Cuando pasó a la preparatoria no tenía el grado de bachillerato superior, tenía el grado para estudiar solo una carrera corta, y se inscribió a farmacia, donde empezó a probar y consumir sustancias con cocaína u opio. El alcohol también le gustaba mucho. Desde muy chico comenzó a escribir, primero teatro y luego poesía, y en Viena conoció a una gran cantidad de intelectuales y artistas, como León Trotsky. Vivió en un ambiente importante, de arte, poesía y revistas maravillosas; a él lo publicaba Der Brenner, cuyo dueño fue Ludwig von Ficker, su amigo y protector. Karl Kraus lo admiraba mucho, también era amigo de Oskar Kokoschka y conoció a muchos de los grandes pintores que estuvieron en aquella época en la Viena de antes de la Gran Guerra”.
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—¿Cómo fue el proceso de imaginar las conversaciones epistolares de estos artistas?
—En la vida real existen muchas cartas de Georg Trakl. Pero las cartas de Trakl a Wittgenstein que escribí en la novela no es que yo las haya rescatado, sino que no sabía cómo abordar al poeta. Yo no tenía intención de escribir solamente de él, me gustaba mucho aquella época y este poeta en particular, y entonces de la nada, dije: tengo que escribir en primera persona, no puedes alejar de ti al poeta porque es demasiado íntimo.
“Cuando acabé la novela le hallé sentido, vi que sí era un lenguaje que correspondía y tenía la sensibilidad requerida. Concluí que los manuscritos sí pudo haberlos escrito Trakl, pero yo no quería que lo dijera él, así que inventé al profesor Haegel, quien encuentra las cartas en Cracovia y, en un momento dado, aclara que presupone que son de Trakl. Fue un trabajo de muchos años, viví muy obsesionada con Trakl, y muchas veces repentinamente me tenía que sentar a la computadora porque decía: me está diciendo algo. Ya sabes, luego nos volvemos medio locos porque escribimos”.
—¿Qué imagina que obtendrá el lector tras la lectura de Apreciable señor Wittgenstein?
—Humanidad. Que la gente se sienta igual de humana que cualquier persona. Que acepte que todos tenemos lo mismo, pero unos desarrollamos unas cosas y otros desarrollamos otras. Wittgenstein era un hombre que, a fuerza de nacer en una familia como la suya, para él lo más importante era desarrollar la inteligencia de los hijos y lo artístico y todo lo que tenía que ver con la sofisticación. En cambio, Trakl no nació en una familia así y llegó a ser lo mismo. Me encantaría que la gente se diera cuenta de que somos exactamente iguales. El ser humano puede sufrir terriblemente y, aun así, hacer grandes cosas.