UNA PÉRDIDA PERSISTENTE DE LA REALIDAD
Por Dr. Lance Dodes
Como Donald Trump
ha sido una figura muy pública durante muchos años, estamos en una posición
excelente para saber sus comportamientos —su discurso y sus acciones—, que son
precisamente la base para hacer una valoración de su peligrosidad, ya sea que
lo valoremos usando los criterios del Manual de Diagnóstico y Estadística de
Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría para trastorno
antisocial de personalidad —a continuación—, o si aplicamos nuestro
conocimiento del narcisismo maligno, ya que ambos incluyen las señales y los
síntomas de la sociopatía. Permítasenos considerar estos al momento.
FALTA DE EMPATÍA
POR OTROS; FALTA DE REMORDIMIENTO; MENTIR Y HACER TRAMPA
Que Trump se
burlara de la discapacidad de un reportero minusválido, no se preocupara por la
seguridad de los manifestantes en un mitin (“¡Desháganse de ellos!”), acosara
sexualmente a mujeres, amenazara con daño físico a su oponente en la elección
(aludiendo a los dueños de armas de fuego), atacara verbal y repetidamente a
una familia que perdió a su hijo luchando por el país, degradara a la gente que
lo critica (dándoles apodos insultantes, como lo hizo en las primarias
republicanas y la elección general), tenga una historia de engañar a la gente
que contrata al no pagarles lo que les debe, y acosara y amenazara a grupos
minoritarios, todo ello da una evidencia abrumadora de profundos rasgos
sociópatas.
PÉRDIDA DE REALIDAD
Que Trump insista
en la veracidad de cosas que se han demostrado falsas (“hechos alternativos”)
es bien sabido, incluso cuando tal negación no le interese. Ha afirmado
falsamente que el presidente Barack Obama no es estadounidense y que puso
micrófonos en el edificio de Trump, que su derrota en el voto popular de la
elección general fue a causa de extranjeros ilegales, que tuvo la multitud más
grande en la historia durante su inauguración y demás. Juntas, estas cosas
muestran una pérdida persistente de la realidad.
REACCIONES DE IRA E
IMPULSIVIDAD
Los ataques de ira
de Trump se han reportado en múltiples ocasiones, y lo han llevado a decisiones
y acciones súbitas. Despidió y subsecuentemente amenazó al director del FBI
después de oírlo testificar de maneras indeseadas ante el Congreso; lanzó más
de 50 misiles 72 horas después de ver una imagen perturbadora en las noticias, con
lo que dio marcha atrás a su política declarada en Oriente Medio; violó
precipitadamente las normas diplomáticas, creando tensiones internacionales
(con reportes de amenazar con invadir México, colgarle el teléfono al primer
ministro de Australia, antagonizar con Alemania, Francia, Grecia y otros), y
promulgó decretos presidenciales ilegales, aparentemente sin consultarlos con
abogados conocedores.
CONCLUSIÓN
Aun cuando
seguramente ha habido presidentes estadounidenses de quienes se podría decir
que eran narcisistas, ninguno de ellos había mostrado cualidades sociópatas al
grado visto en Trump. Por consecuencia, ninguno había sido tan definitiva y
obviamente peligroso. La democracia requiere de respeto y protección a
múltiples puntos de vista, conceptos que son incompatibles con la sociopatía.
La necesidad de ser visto como superior y una falta de empatía o remordimiento
por dañar a otras personas son, de hecho, las características específicas de
los tiranos, quienes buscan el control y la destrucción de todos los que se les
oponen, así como la lealtad a sí mismos en vez de al país que lideran.
La paranoia de la
sociopatía severa crea un riesgo profundo de guerra, ya que los jefes de otras
naciones inevitablemente no estarán de acuerdo con o desafiarán al líder
sociópata, quien experimentará el desacuerdo como un ataque personal, lo que lo
llevará a reacciones de ira y acciones impulsivas para destruir a este
“enemigo”. Las características sociópatas de Trump son innegables y crean un peligro
profundo para Estados Unidos.
—
El Dr. Lance Dodes
es un analista emérito de instrucción y supervisión en la Sociedad
Psicoanalítica de Boston.
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EL INFRANQUEABLE DÉFICIT DE CONFIANZA
Por Gail Sheehy
El cimiento
fundamental del desarrollo humano es la formación de una capacidad de
confianza, absorbida por el niño entre el nacimiento y los 18 meses. Donald
Trump ha presumido su falta total de confianza: “La gente confía demasiado. Yo
soy un tipo muy poco confiado”. “Contrata a la mejor gente y no confíes en
ella”. “El mundo es un lugar feroz y brutal. Incluso tus amigos quieren abusar
de ti. Quieren tu empleo, tu dinero, tu esposa”.
Sus biógrafos han
registrado su visión del mundo como saturada de una sensación de peligro y su
necesidad de proyectar dureza total. Como sabemos, su padre lo instruyó para
ser un “asesino”, la única alternativa a ser un “perdedor”. Trump nunca ha
olvidado la lección primordial que aprendió de su padre y en la escuela militar
a la que fue enviado para que lo endurecieran más. En palabras de Trump, “el
hombre es el más despiadado de todos los animales, y la vida es una serie de
batallas que terminan en victoria o derrota”.
Como presidente,
destroza sistemáticamente la confianza en instituciones que ahora comanda. En
los casi dos años que ha estado frente a nosotros casi a diario, ha sembrado
desconfianza en todos sus rivales republicanos y alienado a gran parte del
bloque conservador republicano que necesita en la Cámara de Representantes para
un éxito legislativo. También, ignoró a los congresistas demócratas e insultó
ferozmente a los líderes demócratas, llamándolos mentirosos, payasos, estúpidos
e incompetentes, y censuró al expresidente Barack Obama como “enfermo” y a
Hillary Clinton como “el diablo”. Tras desacreditar las 17 agencias de la
comunidad de inteligencia por actuar como nazis, también menospreció el Poder
Judicial por la ascendencia hispana de un juez y la oposición de otro a su
prohibición de viajes (léase, musulmanes). Incluso su juez en la Suprema Corte,
Neil Gorsuch, dijo que era “desalentador” y “desmoralizante” oír a Trump hablar
mal del Poder Judicial. No contento con difamar a los medios de comunicación
diariamente, Trump tomó prestada una frase usada por Lenin y Stalin para tildar
a los medios estadounidenses de “enemigos del pueblo”.
La definición no
médica de la paranoia es la tendencia a una sospecha excesiva o irracional y
desconfianza en otros. En sus propias palabras, Trump opera bajo la suposición
de que todos quieren abusar de él.
Oímos en repetidas
ocasiones que, al presidente, como administrador, le gusta el caos. Le pregunté
a un asesor adjunto de la Casa Blanca con Obama, un exoficial condecorado en
Irak y exasesor de la Casa Blanca de Obama, cómo semejante estilo de
administración impacta en la confianza. “Trump explícita o implícitamente
maneja la situación por lo que nunca es posible que sus asesores sepan dónde
están parados”, respondió. “Es lo opuesto de lo que quieres en una organización
de alto funcionamiento”.
Para la
consternación de incluso observadores conservadores, Trump parece totalmente
indiferente a la verdad. El tiempo le dio una oportunidad de aclarar su
negativa a corregir su larga lista de falsedades. Lo que la entrevista produjo
más bien fue una revelación pasmosa de su pensamiento: declara lo que quiere
que sea verdad. Si su declaración resulta ser falsa, no se inmuta y predice
confiadamente que los hechos demostrarán su creencia: “Soy una persona muy
instintiva, pero mi instinto resulta ser correcto”.
Detrás del
comportamiento grandioso de todo narcisista yace el pozo de una autoestima
frágil. ¿Qué tal si, en el fondo, la persona en quien menos confía Trump es él
mismo? El miedo a ser expuesto ampliamente como un “perdedor”, incapaz de
intimidar para cumplir las acciones que prometió durante la campaña, podrían llevarlo
a demostrar que es, después de todo, “un asesino”.
—
Gail Sheehy es una
escritora, periodista y conferencista popular.
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MARKS/GETTY
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UN ATERRADOR DIAGRAMA DE VENN
Por Philip Zimbardo
y Rosemary Sword
A través de nuestras
observaciones saltaba a la vista que Donald Trump encarnaba un tipo específico
de personalidad: un hedonista presente desenfrenado, o extremo. Como las
palabras lo sugieren, los hedonistas presentes viven en el momento, sin pensar
mucho en ninguna consecuencia de sus actos o del futuro. Un hedonista presente
extremo dirá lo que sea necesario para alimentar su ego y mitigar su baja
autoestima inherente, sin pensar en la realidad pasada o los potencialmente
devastadores resultados futuros. Nuestra aseveración de que Trump está entre
los hedonistas presentes más extremos que hayamos presenciado deriva de la
plétora de material escrito y grabado sobre él.
El pensamiento
impulsivo del hedonista presente extremo lleva a una acción impulsiva que puede
arrastrarlo a ponerse terco cuando se enfrenta con las consecuencias de esa
acción. Si la persona está en una posición de poder, entonces otros batallan
para negar o hallar maneras de respaldar la acción impulsiva original. En la
vida cotidiana normal, esta impulsividad lleva a malentendidos, mentiras y
relaciones tóxicas. En el caso de Trump, un pensamiento impulsivo podría
desatar una serie de tuits o comentarios verbales que luego incitan a otros a
tratar de cumplir, o negar, su acción imprudente.
Un buen ejemplo: el
tuit impulsivo de Trump: “Cuán bajo ha caído el presidente Obama para intervenir
[sic] mis teléfonos durante el muy sagrado proceso electoral. Esto es
Nixon/Watergate. ¡Tipo malo (o enfermo)!” provocó que miembros de su personal
batallaran para hallar evidencia y hacer “real” la afirmación falsa y
calumniosa.
Otra característica
preocupante de los hedonistas presentes extremos es la propensión a menudo
inconsciente —nos gusta darles a algunos hedonistas presentes extremos el
beneficio de la duda— a deshumanizar a otros en aras de sentirse superiores.
EL TIPO
INTIMIDATORIO
A principios de la
década de 1900, Sigmund Freud introdujo el narcisismo como parte de su teoría
psicoanalítica. A lo largo de las décadas siguientes se refinó y a veces se
denominó megalomanía o egocentrismo severo. Para 1968, el problema había
evolucionado en el diagnosticable trastorno narcisista de la personalidad. La
gente narcisista está desequilibrada en cuanto a que piensan muy bien de sí
mismos mientras que simultáneamente piensan muy mal de quienes ellos consideran
sus inferiores, que son casi todos. Los narcisistas son emotivos, dramáticos y
pueden carecer de compasión y empatía.
Lo que yace detrás
de este tipo de personalidad a menudo es una autoestima muy baja. Los narcisistas
no pueden manejar la crítica de ningún tipo, y menospreciarán a otros o se
enfurecerán o desdeñarán para hacerse sentir mejor cuando perciben que son
criticados. No es inusual que una personalidad narcisista sea ciega de su
comportamiento porque no encaja en su visión de su ser perfecto y dominante.
La investigación
indica que algunos abusones pueden sufrir de trastorno narcisista de la
personalidad, mientras que otros podrían tener dificultades para interpretar o
juzgar situaciones sociales y las acciones de otras personas; ellos interpretan
la hostilidad de otros cuando no hubo tal. Por ejemplo, una persona
accidentalmente choca con un abusón, quien ve este accidente como un acto de
agresión; por lo tanto, reacciona exageradamente, lo cual dispara la respuesta
de abusón de buscar vengarse. Los abusones a menudo han sido abusados o están
motivados por sus inseguridades. Ellos típicamente quieren controlar y
manipular a otros para sentirse superiores.
En Trump tenemos un
aterrador diagrama de Venn consistente en tres círculos: el primero es el
hedonismo presente extremo; el segundo, el narcisismo; y el tercero, el
comportamiento abusivo. Estos tres círculos se sobreponen en medio para crear
una persona impulsiva, inmadura e incompetente que, cuando está en un puesto de
máximo poder, fácilmente cae en el papel de tirano, completado con familiares
sentados en su proverbial “mesa de mando”.
TODO PUEDE VENIRSE
ABAJO
Al presentar
nuestro caso de que Trump no está mentalmente capacitado para ser presidente de
Estados Unidos, seríamos negligentes si no consideramos un factor más: la
posibilidad de un trastorno neurológico como demencia o enfermedad de
Alzheimer, la cual sufrió el padre del presidente, Fred Trump. De nuevo, no
tratamos de especular diagnósticos a la distancia, sino que, al comparar
entrevistas en video de Trump de las décadas de 1980, 1990 y principios de la
de 2000 con videos actuales, hallamos que las diferencias (reducción
significativa en el uso de palabras esenciales; un aumento en el uso de adjetivos
como muy, enorme y tremendo, y oraciones incompletas y mal construidas que no
tienen sentido y que podrían indicar una pérdida del hilo de pensamiento o de
memoria) son más que obvias.
Si Trump sufre de
un trastorno neurológico —o trastorno narcisista de la personalidad, o
cualquier otro problema de salud mental, dado el caso—, indudablemente seguirá
siendo una conjetura, a menos de que se someta a pruebas, lo cual es
tremendamente improbable dada su personalidad. Sin embargo, la falta de tales
pruebas no puede borrar los comportamientos bien documentados que ha exhibido
por décadas y los peligros que presentan. Cuando un individuo está
psicológicamente desequilibrado, todo puede titubear y venirse abajo si no
ocurre un cambio. Creemos que Trump es el hombre más peligroso del mundo, un
líder poderoso de una nación poderosa que puede ordenar el lanzamiento de
misiles contra otra nación a causa de su aflicción personal (o al de un
familiar) al ver escenas tristes de gente que es gaseada hasta morir.
Estamos seriamente
preocupados por los cambios abruptos y caprichosos de 180 grados de Trump y
cómo estas muestras de inestabilidad tienen el potencial de ser
desmesuradamente peligrosos. Las corporaciones y las compañías investigan a sus
prospectos de empleados. Este proceso de revisión frecuentemente incluye
pruebas psicológicas en la forma de exámenes o cuestionarios para ayudar al
empleador a tomar decisiones de contratación mejor informadas y determinar si
el prospecto de empleado es honesto o encajaría en la compañía. Estas pruebas
se usan para puestos que van desde dependientes de ventas en tiendas
departamentales hasta ejecutivos de alto nivel. ¿No es hora de que se exija lo
mismo a los candidatos al puesto más importante del mundo?
—
Philip Zimbardo, profesor
emérito en la Universidad de Stanford, es un erudito, profesor e investigador
quizá mejor conocido por su célebre estudio carcelario en Stanford.
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***
LAS MUCHAS SEÑALES DE PELIGRO
Por James Gilligan,
doctor en medicina
A los psiquiatras
de Estados Unidos hoy se les ha dicho que hay dos obligaciones profesionales
diametralmente opuestas, y si violan cualquiera de ellas se considera un comportamiento
sin ética. La primera dice que tienen una obligación de permanecer callados
sobre su evaluación de alguien si la persona no les ha dado permiso de hablar
de ello públicamente. La segunda dice que tienen una obligación de hablar e
informar a otros si creen que la persona podría ser peligrosa para ellos,
incluso si no les ha dado permiso de hacerlo. Desde un punto de vista tanto
ético como legal, la segunda manda sobre la primera.
El problema aquí no
es si el presidente Donald Trump está mentalmente enfermo. Es si es peligroso.
La peligrosidad no es un diagnóstico psiquiátrico. Uno no tiene que estar
“mentalmente enfermo” para ser peligroso. Trump podría cumplir o no con los
criterios de cualquiera de los diagnósticos de trastornos mentales definidos en
el Manual de Diagnóstico y Estadística de la Asociación Estadounidense de
Psiquiatría, o de muchos de ellos, pero eso no es relevante para el problema
que planteamos aquí.
La información más
confiable para valorar la peligrosidad a menudo no requiere de entrevistar a
los individuos sobre quienes vamos a forjar una opinión. La información más
confiable podría provenir de la familia y las amistades de la persona e, igual
de importante, de informes policiales, historias criminales y registros
médicos, carcelarios y judiciales, así como otra información disponible
públicamente de terceros. En el caso de Trump, también tenemos muchos registros
públicos, grabaciones y videocintas, así como sus propios discursos públicos,
entrevistas y tuits de sus numerosas amenazas de violencia, incitaciones a la
violencia y alardes de violencia que él mismo reconoce haber cometido repetida
y habitualmente.
A veces, la
peligrosidad de una persona es tan obvia que uno no necesita educación
profesional en psiquiatría o criminología para reconocerla. Uno no necesita
haber tenido 50 años de experiencia profesional en valorar la peligrosidad de
criminales violentos para reconocer la peligrosidad de un presidente que:
Pregunta cuál es el
sentido de tener armas termonucleares si no podemos usarlas. Por ejemplo, Joe
Scarborough, presentador de MSNBC, reportó que Trump le había preguntado a un
asesor de política exterior tres veces: “Si las tenemos, ¿por qué no podemos
usarlas?”.
Insta a nuestro
gobierno a usar la tortura o algo peor contra nuestros prisioneros de guerra.
Durante su campaña presidencial, Trump dijo en repetidas ocasiones que la “tortura
funciona”, y prometió traer de vuelta la “tortura con agua” e introducir nuevos
medios “que van mucho más allá”.
Instó que a cinco
jóvenes afroestadounidenses inocentes se les diera la pena de muerte por un
ataque sexual años después de que se demostrara más allá de la duda razonable
que había sido cometido por alguien más.
Presume de quedar
impune tras acosar sexualmente a mujeres dada su celebridad y poder. Trump fue
grabado diciendo, sobre su manera de relacionarse con las mujeres, que
“simplemente empiezo a besarlas. Es como un imán… Ni siquiera espero. Y
cuando eres una estrella, te dejan hacerlo. Puedes hacer cualquier cosa.
Agarrarlas de la panocha. Puedes hacer cualquier cosa”.
Insta a sus
seguidores en mítines políticos a golpear manifestantes en la cara y darles una
paliza tan grave que tengan que ser retirados en camilla. En un editorial, The
New York Times ha citado los siguientes comentarios de Trump en sus
mítines: “Me gustaría golpearlo en la cara, les digo”; “Amo los días de antaño.
¿Saben lo que solían hacerles a tipos como esos cuando estaban en un lugar como
este? Los sacaban en camilla, amigos”; “Si ven a alguien preparándose para
lanzar un tomate, desmáyenlo a golpes, por favor. En serio. ¿OK? Sólo desmayen…
Yo pagaré los costos legales, se los prometo”.
Sugiere que sus
seguidores siempre podrían asesinar a su rival política, Hillary Clinton, si
ella fuera elegida presidenta o, por lo menos, meterla en prisión.
Y la cosa sigue, en
un flujo interminable de violencia, alardes de violencia e incitaciones a la
violencia.
Si psiquiatras con
décadas de experiencia haciendo investigación sobre criminales violentos no
confirman la validez de la conclusión a la que muchos no psiquiatras han
llegado, que Trump es extremadamente peligroso —de hecho, mucho más peligroso
que cualquier presidente en nuestras vidas—, entonces no nos estamos
comportando con la reserva y disciplina profesional apropiada.
No obstante,
mientras que todos los psiquiatras, por definición, han estudiado enfermedades
mentales, la mayoría no se ha especializado en estudiar las causas,
consecuencias, predicción y prevención de la violencia. Por ello es tan
importante que los pocos de nosotros que lo hemos hecho adviertan a las
víctimas potenciales, en interés de la salud pública, cuando identificamos
señales y síntomas que indican que alguien es peligroso para la salud pública. Necesitamos
reconocer las señales tempranas de peligro antes de que se hayan expandido a
una epidemia de gran escala de lesiones letales o que ponen en riesgo la vida.
Si guardamos silencio con respecto a las numerosas maneras en que Trump ha
amenazado repetidamente con violencia, incitado a la violencia o alardeado de
su propia violencia, estamos apoyando y permitiendo pasivamente el error
peligroso y cándido de tratarlo como si fuera un presidente “normal” o un líder
político “normal”. No lo es. Y nuestro deber es decirlo.
—
El Dr. James
Gilligan es profesor clínico de psiquiatría y profesor adjunto de leyes en la
Universidad de Nueva York. Es un experto renombrado en estudios de violencia y
ha sido director de servicios de salud mental para las prisiones de
Massachusetts y el hospital mental carcelario, presidente de la Asociación
Internacional de Psicoterapia Forense y consultor del presidente Bill Clinton,
Tony Blair, Kofi Annan, la Corte Mundial, la Organización Mundial de la Salud y
el Foro Económico Mundial.
—
Adaptado de
los ensayos intitulados “Sociopathy”, derechos de autor 2017 por Lance Dodes;
“Trump’s Trust Deficit Is the Core Problem”, derechos de autor 2017 por Gail
Sheehy; “Unbridled and Extreme Present Hedonism: How the Leader of the Free
World Has Proven Time and Again He Is Unfit for Duty”, derechos de autor 2017
por Philip Zimbardo y Rosemary Sword; y “The Issue Is Dangerousness, Not Mental
Illness”, derechos de autor 2017 por James Gilligan; como aparecen en The
Dangerous Case of Donald Trump por la Dra.Bandy X. Lee,
organizadora de la conferencia de Yale “Deber de Alertar”, derechos de autor
2017 por la autora y reproducidos con permiso de St. Martin’s Press.
—
Publicado en
cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek