Reed Hastings, director ejecutivo de Netflix y quien cofundó la compañía mucho antes de que la “transmisión en línea” entrara en el léxico popular, nació en 1960, un año bastante notable en cuanto a películas. Entre los clásicos estrenados: “Psicosis”, de Alfred Hitchcock; “Piso de soltero”, de Billy Wilder; “Espartaco”, de Stanley Kubrick, y “Tres rostros para el pánico”, de Michael Powell.
En el mundo enorme de la transmisión en línea de Netflix, hay una película de 1961 disponible (la “Operación cupido” original) y una selección de 1959 (“Impulso criminal”), pero ni una sola película de 1960. Es como si nunca hubiera pasado. Tampoco, si vamos al caso, 1968, 1963, 1955 o 1948. No hay películas de Hitchcock en Netflix, ningún clásico de Sergio Leone o François Truffaut. Cuando Debbie Reynolds murió, la Navidad pasada, sus seguidores dolientes tuvieron que acudir a Amazon Video para ver “Cantando bajo la lluvia” y “Las tres noches de Susana”. Se podría llenar un gran libro de texto sobre estudios de cine con lo que no está disponible.
A la fecha, Netflix ofrece solo 43 películas hechas antes de 1970 y menos de 25 de la era previa a 1950 (varias de las cuales son documentales de la Segunda Guerra Mundial) en su plataforma de transmisión en línea. Si eres uno de sus 4 millones de suscriptores de DVD, tienes una selección mucho más amplia, pero la compañía está optando cada vez más por la transmisión en línea y el contenido original. ¿Y qué le dice eso a un amante del cine clásico? “Que esas películas tienen menos que ofrecer”, dice Nora Fiore, la escritora de 26 años de edad detrás de un blog dedicado a las películas viejas, The Nitrate Diva. “Es un mensaje terrible que mandar”.
Netflix, que acaba de cumplir 20 años, se expandió a la transmisión en línea en 2007. En los años siguientes, Fiore estaba emocionada por las ofertas eclécticas, muchas de ellas gracias a la sociedad de la compañía con Criterion Classics (que terminó en 2011, cuando Criterion firmó un acuerdo con Hulu). “Vi ‘Sin aliento’ por primera vez en Netflix”, dice. “Vi ‘Jules y Jim’. También tenían cosas en verdad extrañas que te daban la impresión de que las compraron con un paquete, como ‘El espectro de la rosa’, una película de cine negro de clase B sobre un bailarín de ballet loco”. Para 2013, Fiore había cancelado su suscripción y se cambió a Fandor y Warner Archive.
¿QUIÉN ES TU PADRE FÍLMICO? Netflix desdeña la obra de Hitchcock, mientras defiende la de Sandler, quien recientemente firmó otro acuerdo por cuatro películas con la compañía. FOTOS: HULTON ARCHIVE/GETTY; JASON LAVERIS/FILMMAGIC
Stephen Prince, profesor de estudios cinematográficos en Virginia Tech, recuerda su angustia cuando Netflix fue eliminando gradualmente su archivo de DVD de cine mundial conforme se hacía el cambio a la transmisión en línea. “Ahora, vemos el peligro inminente en este cambio: un énfasis en las películas comerciales contemporáneas —dice—, haciendo menos visibles películas del pasado o de otras culturas”.
Han desaparecido las cadenas como Blockbuster o las extravagantes tiendas de renta de DVD que convirtieron a Quentin Tarantino en un fanático del cine. Ello significa que si no vives en un lugar con múltiples locales para el cine clásico —como Nueva York, Los Ángeles y Austin, Texas—, el acceso a películas no contemporáneas cuesta mucho esfuerzo. Prince ha visto esto reflejado en sus estudiantes, quienes están “tremendamente prejuiciados a favor de lo que es nuevo y lo que puede ser transmitido en dispositivos portátiles. Lo que no está disponible para transmitirse esencialmente no existe. He tenido estudiantes que preguntan si está bien ver ‘Vértigo’ en YouTube”. (No.) Cuando él dio un curso sobre películas de horror, un estudiante que había visto ‘El resplandor’ solo en una laptop “estaba asombrado de cuán poderosa era al verla en grande”.
¿Por qué las ofertas clásicas de Netflix son tan malas? “Creo que su lectura del mercado y las vicisitudes de adquirir materiales de las bibliotecas fílmicas de los estudios son factores claves”, dice Jan Olsson, el erudito cinematográfico sueco y autor de (más recientemente) Hitchcock à la Carte. Traducción: los derechos de transmisión en línea son costosos, y Netflix probablemente no piensa que el público de películas viejas sea lo bastante grande para que valga la pena. (Netflix se negó a comentar para este artículo). La respuesta más larga requiere de un clavado profundo en la ley de derechos de autor y el precedente legal de la doctrina de primera venta, la cual le facilitó a Netflix rentar medios tangibles (DVD), pero no se aplica a la distribución digital.
Es un enigma: el internet promete un siglo de multimedia en las yemas de tus dedos, pero privilegia despiadadamente cualquier cosa que se estrenó ayer. Algunas películas se han quedado atrás en el infierno del formato obsoleto. “Hay películas con las que básicamente se tiene que violar la ley para verlas”, dice Fiore de, por ejemplo, la tristemente no disponible ‘Letty Lynton’, una película de Joan Crawford (1932).
Puedes hallar cine clásico si sabes dónde buscar. Amazon tiene un catálogo bastante gordo para transmisión en línea, pero el precio de $2.99 dólares por renta lo hace menos atractivo. (La selección de Amazon Prime, gratuita para los suscriptores de Prime, es más limitada.) FilmStruck, un servicio de transmisión en línea lanzado por Turner Classic Movies en 2016, tiene un gran archivo, pero está pensado en el nicho cinéfilo no el general (en el pasado no tan distante, podían toparse con los placeres del cine clásico mediante simplemente cambiar de canal en la TV).
“Nunca había sido más difícil —o más costoso— zanjar la brecha entre el ‘aficionado al cine informal’ y el ‘conocedor de la historia del cine’,” argumentó Todd VanDerWerff, crítico de Vox.com, en un artículo de 2016. La conclusión de VanDerWerff: “Nunca había sido más fácil ver películas clásicas, pero nunca había sido más difícil obsesionarse con ellas”.
¿Cuándo el interés por las películas hechas antes de, digamos, 1980 se convirtió en un nicho de bichos raros?
A principios de 2017, Netflix presentó una nueva característica inteligente: los espectadores podían presionar un botón y saltarse los créditos de entrada de los programas de TV. Tenía sentido; cuando ves seguidos seis episodios de su drama original Stranger Things, ver la misma secuencia de créditos una y otra vez se vuelve aburrido.
Luego, en mayo pasado, Netflix expandió la característica, permitiendo a los espectadores saltarse las secuencias de créditos de ciertas películas también. Los cinéfilos estaban horrorizados: estas secuencias a menudo dan oportunidades inventivas para los cineastas brillantes, desde la desolación nevada con que abre Fargo hasta los acercamientos pavorosos que te jalan hacia Vértigo. ¿Por qué te saltarías eso? “Cuando perdemos las secuencias de títulos, estamos perdiendo algo de valor artístico”, escribió el crítico de cine Noah Gittell en The Guardian.
Para los conocedores de cine, esta opción desacertada fue más que un traspié. Parecía indicar una compañía que entiende de algoritmos, pero no de autores, una compañía desconectada del conocimiento cultural y seleccionador proporcional a su enorme poder de distribución. En otras palabras, escribió Gittell, significó que Netflix “carece de reverencia por la historia del cine”. Fue un tropiezo menor pero un ejemplo mayor de la incomodidad creciente que los cinéfilos sienten por el dominio de Netflix.
Netflix comenzó el 29 de agosto de 1997 como una especie de Blockbuster por correo, basada en la corazonada de que los consumidores estaban cansados de las multas por retrasos. (El mito fundador de Netflix es que Hastings tuvo la idea después de pagarle a Blockbuster una multa por retraso de $40 dólares por una copia perdida de Apolo 13.) Para 2007, Netflix había enviado más de millón y medio de DVD; la compañía era rentable y crecía. Pero Hastings tenía ambiciones más elevadas. “Las películas por internet están por venir, y en algún momento, se convertirán en un gran negocio”, dijo él en 2005. La meta de su compañía, añadió el próximamente multimillonario, era “[convertirse en] una compañía como HBO que transforme la industria del entretenimiento”.
Esa meta se logró. El momento de parteaguas fue 2013, cuando la primera obra de programación original de Netflix, House of Cards, se convirtió en un éxito con la crítica y comercial. Orange Is the New Black —ahora con su quinta temporada disponible para transmisión en línea— le siguió ese verano. Cuatro años después, Netflix gasta $6,000 millones de dólares para añadir contenido tanto original como licenciado en 2017, y como HBO, podría decirse que se ha convertido más en sinónimo de la televisión por estos días que del cine. (Cuando los jóvenes hablan coloquialmente de “quedarse y ver Netflix”, a menudo quieren decir ver episodios seguidos de TV, ya sea 30 Rock o una comedia original.) Hay una pequeña industria de medios digitales dedicados a rastrear lo que entra y sale de Netflix cada mes.
Otrora una biblioteca digital, la compañía ahora opera más como un estudio con bolsillos grandes. El poder universal del aburrimiento garantiza que cualquier pedazo de programación de Netflix será visto por millones simplemente por estar pegado por toda la página de inicio. Considere la sociedad notablemente lucrativa con Adam Sandler. En marzo, el actor firmó otro acuerdo por cuatro películas con Netflix (con un costo por ellas de 320 millones de dólares o más). En abril, se reveló que los usuarios habían pasado más de 500 millones de horas viendo películas de Sandler. Ellas tuvieron un impacto cultural mínimo, pero para los millones que navegan por Netflix.com en busca de contenido, la mercadotecnia es invencible.
Lo que queda atrás es el viejo modelo de selección. “La declaración de misión de Netflix ha cambiado”, dice el veterano crítico de cine Leonard Maltin. “Su enfoque está en el contenido original. Ya no están enfocados en servir a su antigua base de clientes”.
La fricción entre Netflix y segmentos de la comunidad cinematográfica se convirtió en franca hostilidad a mediados de 2017. En mayo se dio la riña por los créditos iniciales. Ese mismo mes, en Cannes, la presencia del logo de Netflix provocó abucheos de asistentes cascarrabias al festival durante una proyección de Okja, de Bong Joon-ho, una de las dos películas que Netflix inscribió en la competencia del festival (la segunda fue The Meyerowitz Stories, de Noah Baumbach). Los críticos y los jueces se quejaron de que las películas no habían tenido un estreno propio en cines. Thierry Frémaux, director del festival, finalmente dictaminó que las próximas películas sin estreno en cines en Francia no calificarían para la prestigiosa Palma de Oro. Pedro Almodóvar, presidente del jurado de Cannes, atacó todavía más a Netflix, como también los hizo el director Christopher Nolan, quien, en una entrevista el mes siguiente, juró que nunca trabajaría con la compañía a causa de su estrategia “sin sentido” y “aversión extraña” a la experiencia en cines.
Hay muchas razones para que te guste Netflix, y sus defensores, especialmente entre los cineastas y productores independientes, la ven como una alternativa viable al Hollywood tradicional. Okja es un buen ejemplo. La extravagante sátira aclamada por la crítica, clamada como la primera gran película original de la plataforma de transmisión en línea, no fue barata de producir. “No pienso que alguien hubiera hecho esto si no fuera por Netflix”, dijo Jon Ronson, guionista de la película, a Newsweek en mayo. No podía imaginarse que un estudio tradicional la financiara.
El modelo de Okja podría ser integral para las películas independientes del futuro, pero ¿tiene que darse a expensas del pasado? Tal vez algún día Netflix caerá en cuenta de que todavía existe un mercado viable para las películas viejas. Sin embargo, Maltin no tomará riesgos. “Francamente, por esto es que estoy guardando todos mis DVD”, dice. “Y es un dolor de cabeza, porque abarcan mucho espacio”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek