En términos de David Konsevick, “(…) las expectativas suben en elevador y el crecimiento, por la escalera (…)”. La falta de un crecimiento más vigoroso de la economía se acentúa por la cada vez mayor desigualdad y la percepción de marginalidad de grandes sectores sociales a lo largo del mundo.
Una mirada retrospectiva nos ayuda a entender de dónde venimos para comprender en dónde estamos y predecir en la medida de lo posible hacia dónde vamos.
El crecimiento de la economía mundial en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial —de 1945 hasta la década de los años 70— fue históricamente alto en Europa continental, en Japón y otras economías que habían quedado particularmente dañadas por el conflicto bélico.
El desarrollo europeo durante aquellos años se basó en un modelo de intervención estatal enfocada en el combate de la desigualdad y la protección social (Welfare State) que pareció funcionar adecuadamente. La razonabilidad del modelo descansaba en la responsabilidad del Estado como garante del interés público.
En México esta concepción de la economía y las políticas públicas también pareció funcionar a través del denominado modelo estabilizador basado en un comercio de fronteras cerradas, el fomento industrial y la participación del Estado en la economía. En el periodo de 1945 a 1970 México creció a las tasas más altas de la historia moderna, con un tipo de cambio fijo e inflación controlada.
Sin embargo, a principios de la década de 1970 el modelo mostró signos de agotamiento, la economía ralentizó su crecimiento, a pesar del gran impulso al gasto público, y la inflación y la deuda pública se dispararon.
El modelo —sin respuestas— perdió viabilidad, en países con economías más cerradas el modelo se desmoronó, lo que desató una primera ola de desilusión: se tuvo que emigrar a un modelo distinto asumiendo sacrificios importantes bajo la promesa de una mejora definitiva en el largo plazo.
Así las cosas, en la década de 1980 se dio un giro hacia la integración de mercados, la desregulación y un mayor uso de herramientas monetarias. La razonabilidad del modelo descansó sobre la idea de que los mercados que funcionan en sistemas libres eran capaces de lograr el desarrollo económico y social.
El modelo pareció funcionar en la década de 1990: una nueva expansión en economías desarrolladas, la puesta en escena de mercados emergentes vigorosos y la promesa de una solución de bienestar definitiva eran signos del momento. En materia política el derrumbe de sistemas cerrados y la emergencia de democracias liberales en muchas partes del planeta llevaron a intelectuales como Francis Fukuyama a suponer que habíamos llegado al fin de la historia.
En México, la década de 1990 fue de intensa transformación ya que, a pesar de la crisis de 1994-1995, se lograron resultados positivos en el conjunto: estabilidad macroeconómica, liberalización de la economía e integración a los mercados internacionales.
Sin embargo, el modelo mostró que los mercados por sí solos son capaces de llegar al caos y la corrupción como ocurrió con la crisis desatada en 2008 en Estados Unidos de efectos continuados a escala global en años posteriores. La crisis de este modelo llevó a una segunda ola de desilusión reflejada en malestar generalizado y falta de confianza en el futuro.
Ante la segunda ola de desilusión ha surgido el denominado discurso populista en distintas partes del planeta. El discurso populista es de gran rentabilidad electoral como lo demuestran triunfos en lugares tan insospechados como Estados Unidos y el Reino Unido. Supone escuchar a mayorías y decirles lo que quieren oír, aun cuando se trate de promesas imposibles de cumplir, de interpretaciones tergiversadas de la realidad o de simples falsedades.
El discurso populista es profundamente pragmático, basado en emociones y dirigido estrictamente a la búsqueda del poder. Carece de razonabilidad ética, técnica o estratégica.
Su carencia de razonabilidad hace fácil suponer que fracase en el mediano plazo lo que llevaría a una tercera ola de desilusión de consecuencias insospechadas: desde la explosión social, con todas las consecuencias que ello supone, hasta la todavía más peligrosa implosión, un vaciamiento que dejaría inerte y en estado de confusión todo el conjunto social.
Es momento de buscar la razonabilidad que nos lleve a encontrar las claves del verdadero desarrollo social, buscar respuesta en modelos antropológicos más que sistémicos. Volver a lo básico, a la mirada al centro de la política y la economía: el ciudadano. De lo contrario, continuaremos en la lógica de búsqueda, fracaso y frustración con consecuencias cada vez mayores.