La de Linda Margarita Nolasco es una existencia atada a la cárcel. Allí le tocó vivir los extremos de un mundo brutal y los privilegios a los que puede acceder un capo, en este caso su madre, con quien se crio en cautiverio hasta los seis años. Entre los muros del penal de Tepepan tuvo su primera comunión, por ejemplo; presenció peleas, asistió a festejos, ocultó la droga que su madre vendía. Y la vio morir sin libertad, consumida.
Yolanda Alvarado, su madre, fue prisionera en tres ocasiones. La primera de ellas, cuando Linda era muy pequeña, recibió una sentencia de cuarenta años por secuestro, asociación delictuosa, portación de armas y daños a la salud. Credenciales que, adentro, confieren poder. Todos en la prisión se le cuadraban. Tenía dinero suficiente gracias a la venta de drogas como para mantener contentas a celadoras y directivos. Tanto así, que para ella y su hija dispuso de una celda privada.
El lugar, de dos por tres metros, tenía camas de piedra, colchones de esponja, baño y una pequeña mesa, lo recuerda Linda, hoy de treinta años, casada y con hijos. Fue feliz. Tiene dos hermanos menores que también rozaron el encierro, un varón y otra niña. Del hermano, Linda dice que terminó mal porque no quiso quedarse en el albergue de la Fundación Familiar Infantil (fundai), donde ella y su hermana terminaron de criarse al dejar el penal.
“Mi hermano decidió irse a vivir con mi tío Mauro, que es hermano de mi mamá”, cuenta. Pero resulta que el tío Mauro se dedicaba a desmantelar autos, así que antes de alcanzar la mayoría de edad, el hermano fue recluido en un tutelar para menores.
Después de los seis años siguió yendo a prisión para verse con Yolanda. Tiene recuerdos amables de aquella época infantil. La directora del reclusorio le llegó a preguntar alguna vez qué le gustaría conocer en la ciudad. Ella le respondió que la Feria de Chapultepec. Entonces la llevaron al sitio junto a los otros 15 niños que también vivían en Tepepan en ese momento.
Hay otras memorias:
“Cuando iba a visitar a mi mamá al reclusorio podía pasar hasta su habitación. La gente normalmente se quedaba en la sala de visitas. Mis hermanos, Ana Karen, Ángel y yo entrábamos hasta las celdas. Al llegar, ella tenía lista una mesa grande, con mantel, televisión, radio y chicas que nos atendían, a las que les solía preguntar: ‘¿A ver, quién va a atender a mis hijos!’”.
De voz tranquila y pausada, sin alterarse al platicar de su pasado, Linda habla de otros episodios, el rostro verdadero de la vida en cautiverio, como la violencia y la corrupción.
“Mi madre manejaba droga. Les pagaba a los custodios y la directora para que la entraran en el penal. Era la jefa. No recuerdo el nombre de la directora en ese momento (hace 25 años). Me tocó ver ese tipo de mafia. Cuando hacían cateos mi mamá nos escondía marihuana, chochos y piedra a mis hermanos y a mí porque a nosotros no nos revisaban”.
Su madre tenía tanto dinero —sigue contando— que cuando vivía con ella o iba de visita le daba 200 pesos para que se comprara lo que quisiera. Los billetes los escondía arriba de la puerta de su celda. En esa época las cárceles tenían puertas de madera y una reja general. Solía decirle a su hija que, si le pasaba algo, también tenía guardado 50,000 pesos en su colchón.
El poder le alcanzó para que una de sus hermanas mayores, que vive en Estados Unidos, se casara vestida de blanco en los patios de la cárcel de Tepepan, donde terminó purgando 22 de los cuarenta años que le dieron aquella primera vez. La directora fue madrina de arras y la fiesta corrió de las 11:00 a las 20:00 horas.
“Yo, por ejemplo, tuve mi primera comunión en la cárcel”, dice.
La relación entre los custodios y sus hijos es complicada también, porque a veces llegan a revisar las celdas de madrugada. “Los niños ya están durmiendo y los espantan mucho”. Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
JUEGOS DEL CAUTIVERO
Niñas y niños llegan tomados de la mano de sus madres. Caminan desde los dormitorios hasta un caracol de piedra pintado con distintos murales. Van directo a un patio con mesas para sentarse, en donde también hay aparatos para ejercitarse. De pronto se sorprenden. Frente a ellos aparece una zona de juegos infantiles.
No les importa quién inaugura el sitio, cómo lo hicieron, cuánto costó o en qué condiciones se encuentra. Solo quieren jugar. Ir a la resbaladilla, subirse a los carritos, correr por el lugar, romper el protocolo que los tenía atados a sus madres, obligadas a escuchar a los funcionarios esa mañana de febrero en el reclusorio femenil Santa Martha Acatitla.
En ellos habita en realidad la tristeza. Son niñas y niños olvidados por el Sistema Penitenciario Nacional. Pueden vivir con sus madres desde que nacen hasta los cinco años 11 meses y 29 días. Pero muchos no conocen la calle; otros están sobreestimulados sexualmente; algunos más han sido usados para ingresar o vender droga en el lugar y presentan patrones de conductas violentas que no necesariamente son bien atendidas. Son diagnósticos psicológicos.
Una de las internas que lleva a su hijo a la sala de juegos cuenta que la inauguración del espacio es una buena iniciativa. “No había un lugar así donde los niños pudieran estar”, cuenta. “En ocasiones se lastiman en las áreas verdes; están encerrados durante el día y se aburren”.
La vida para los infantes es dura, dice. “No dejan pasar ni la fruta ni carne cruda para los niños. En el Cendi (Centro de Desarrollo Infantil) sí les dan de comer, pero solo una porción. El resto del día nosotras tenemos que ver qué comen. Aquí en la recaudería no venden fruta. Tampoco nos dejan pasar mucha comida desde la calle”.
La relación entre los custodios y sus hijos es complicada también, porque a veces llegan a revisar las celdas de madrugada. “Los niños ya están durmiendo y los espantan mucho. Los despiertan para ver las cosas que tenemos. Los chiquitos se sacan mucho de onda”, dice la mujer, ataviada en jeans y camiseta azul de manga larga.
No les importa quién inaugura el sitio, cómo lo hicieron, cuánto costó o en qué condiciones se encuentra. Solo quieren jugar. Ir a la resbaladilla, subirse a los carritos, correr por el lugar. Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
EL ENCIERRO INFANTIL
La población infantil en reclusorios del país es de 618, de acuerdo con un informe de junio de 2016 de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Se trata de una población que aumentó exponencialmente desde 2012. Básicamente se duplicó.
La cifra se dimensiona mejor si se matiza con otro dato, incluido en el mismo informe de la CNDH: de los 379 centros penitenciarios en México, solo 16 albergan exclusivamente a mujeres.
“En los diagnósticos realizados al Sistema Penitenciario Nacional, dentro de los indicadores evaluados se ha observado de manera recurrente la deficiencia en atención a la salud, educación, alimentación y a una estancia digna primordialmente, situación que incide con mayor intensidad en niñas y niños”, señala el documento.
Para diciembre de 2016, de las 13,000 mujeres prisioneras, 80 por ciento son madres, de acuerdo con otro informe conjunto del Instituto Nacional de las Mujeres y la organización Reinserta un Mexicano. De ese 80 por ciento, la tercera parte tiene a sus hijos con ellas, unos 600 menores de cinco años en total.
“El Estado tiene el deber de garantizar la supervivencia y el desarrollo de las personas menores de edad que viven con sus madres en centros penitenciarios. En la medida de lo posible les debe procurar un ambiente de crianza que sea igual al de niñas y niños que viven afuera. Se debe garantizar que las instalaciones tomen en cuenta las necesidades especiales tanto de las madres, como de sus hijos e hijas”, dice el informe de 2014 de la Comisión de Derechos Humanos capitalina.
“También debe prever las condiciones e implementar las medidas pertinentes para contar en el interior de los centros penitenciarios con guarderías infantiles provistas de personal calificado, así como con servicios educativos, pediátricos y de nutrición suficientes y adecuados que garanticen el interés superior de las y los niños, así como su desarrollo físico, mental, moral y social”, añade.
Esas y otras especificaciones dictadas para garantizar el buen desarrollo infantil en cárceles difícilmente se cumplen.
La atrocidad mayor, sin embargo, es la de la prostitución de sus madres y el riesgo de ser ellos mismos, los niños, víctimas de trata. Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
SEXO, DROGAS Y ABUSO INFANTIL
La desolación para los infantes con madres prisioneras es enorme, comenzando por el hecho de que más del 90 por ciento de las internas viven en abandono, dice Saskia Niño de Rivera, presidenta de Reinserta.
“Después de cinco años de estar en la cárcel sus familiares dejan de visitarlas”, explica. “Alrededor de 67 por ciento del total de mujeres que tienen hijos viviendo con ellas hasta la edad que deben abandonar el sitio, prefieren enviarlos a casas hogares antes que con sus padres, hermanos o tíos”.
La estancia de los menores es otro tema. A las siete de la noche se les encierra junto con sus madres, a pesar de que Protección Civil prohíbe tal práctica.
“Hace un año y medio, en una cárcel donde había varios niños, se ahorcó una mujer a las dos de la madrugada”, cuenta Niño de Rivera para señalar la brutalidad a la que se les expone. “Las guardias la sacaron a las seis y media de la mañana, cuando fueron a pasar lista, y los chiquitos vieron durante ese tiempo a la mujer que se había suicidado”.
La atrocidad mayor, sin embargo, es la de la prostitución de sus madres y el riesgo de ser ellos mismos víctimas de trata.
“En Chihuahua, en el penal de Puente Grande de Guadalajara y en otros lugares” ocurre, afirma la activista. “Si bien no es comprobable porque no se conocen casos, puede haber una línea delgada entre esa red y la trata de niños”.
“Cuando me preguntan cómo están los niños dentro de las cárceles, respondo: ‘¿Cómo están las cárceles de este país? De la chingada’. Así están los niños”. Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
La psicóloga Amor Teresa, integrante del proyecto Mujeres en Espiral, del Centro de Investigaciones de Género en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), coincide en que el abuso infantil en los penales es difícil de comprobar, pero el tema lo hablan algunas internas que se prostituyen con personal de los juzgados, es decir, del mismo Sistema Judicial.
El problema con los niños en los penales es que en México hay 80 por ciento de autogobierno en las cárceles. Hay muchos penales a los que ni siquiera se puede ingresar. Por ejemplo, cuando fue el motín del Topo Chico, las autoridades no sabían que había 13 niños hasta que entraron a ver de qué se trataba el asunto, comenta Niño de Rivera.
Enumera entonces una lista de anomalías que tocan a los infantes: “En la cárcel de Oaxaca hay un niño con parálisis cerebral. En el penal de Acapulco hay dos, de 14 y 15 años, viviendo en un reclusorio mixto. Hablar del sistema penitenciario es hablar de perspectiva de género, pero al hacerlo también hay que abordar la maternidad. Los penales de nuestro país no tienen condiciones para atender bien a la gente. Cuando me preguntan cómo están los niños dentro de las cárceles, respondo: ¿cómo están las cárceles de este país? De la chingada. Así están los niños”.
Mercedes Castañeda es psicóloga de Reinserta un Mexicano. Para ella, otro tema destacable es el trasiego de droga en los penales.
“Tenemos niños que vendían droga dentro de la cárcel. Los custodios no pueden revisarlos porque está prohibido por derechos humanos. Algunas mamás les meten droga a sus hijos en el pañalito porque el guardia no puede quitárselo”, cuenta.
“Tenemos uno que vendía droga. Él era el encargado de vender. Su mamá le decía: ‘Vas con ella’. Él lo hacía y cobraba. Cuando empecé a trabajar con él, me decía: ‘¡Te voy a enseñar cómo es aquí!’. Me dio un tourpor Santa Martha y me dijo: ‘¿Ves a las que están ahí y tienen eso amarillo en la mano? Eso se llama ‘mona’. La ‘mona’ te la pones en la nariz y le inflas y le inflas y te pones hasta tu madre’. Así me contaba”.
—¿Qué edad tenía cuando lo conociste?
—Como tres o cuatro años.
—¿Y a esa edad te dio esa explicación?
—A los cinco.
—¿Antes de que se separara de su madre?
—Justo ocho o nueve meses antes de salir.
—Y ahora ese niño…
—Está afuera. Salió hace tres meses.
—¿Dónde vive?
—En una casa hogar. La familia no tiene redes de apoyo y la mamá tiene 25 años de sentencia todavía. Lleva dos meses en la escuela y ya lo han expulsado. Ya mordió a sus compañeros. Empujó. Tiene una sobreestimulación sexual fuerte porque los menores que viven con sus madres en las cárceles están en contacto con pornografía las 24 horas al día. Antes de que se aprobara la nueva Ley de Ejecución Penal las mamás se llevaban a sus hijos a las visitas conyugales. Ahora lo pueden hacer hasta los dos años del menor.
“No hay una situación en la que se considere que tienen derechos. Aunque es positivo que mantengan el contacto con su mamá, no se les da alimentación adicional, salud y medicinas”. Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
Amor Teresa no sabe si hay trata de niños en los reclusorios de México, sin embargo, “las cárceles son como una especie de reducto de la sociedad —dice—. Si afuera hay corrupción, adentro la hay. Si hay maltrato, adentro se reproduce con una magnitud terrible. Me enteré alguna vez de que una interna estaba vendiendo un bebé recién nacido”.
Elena Azaola Garrido, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), explica por qué las condiciones de los niños en reclusión son muy difíciles.
“No hay una situación en la que se considere que tienen derechos. Aunque es positivo que mantengan el contacto con su mamá, no se les da alimentación adicional, salud y medicinas, entre otras cosas que tendrían que tener”, dice.
“Las medicinas las deben proveer otros familiares. Tampoco se asegura que reciban educación. Esta situación varía de un centro a otro y depende también mucho de la sensibilidad particular que los directores tengan para estos niños. Digamos que hay cosas que son más establecidas. En la Ciudad de México tienen una guardería, pero la que está en este centro femenil de Santa Martha, por ejemplo, es mucho más para los hijos del personal que trabaja en la prisión y atiende realmente muy pocos niños de las propias internas. Nadie vigila que tengan las mejores condiciones”.
En el interior del país esto varía, dice Azaola. “Hay lugares que no tienen una guardería. Hay incluso un centro federal donde existen mamás a las que solo se les está aceptando que se queden con sus hijos que han nacido mientras ellas se encuentran en prisión, lo cual es discriminatorio para otros menores”.
La razón por la que existen estos niños en cautiverio es porque sus madres no cuentan con una red familiar que las soporte. Así que la mejor opción para los infantes es que puedan preservar su vínculo con la madre.
“Lo ideal es que ellos pudieran salir a una escuela, a una guardería afuera de la prisión. Así se hace en otros países: que tengan contacto con la madre, pero que estén en el mundo exterior, que no estén en condiciones de encierro, mucho menos en condiciones de encierro que no garanticen sus derechos”, dice Azaola.
“Tenemos niños que vendían droga dentro de la cárcel. Los custodios no pueden revisarlos porque está prohibido por derechos humanos”. Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
APOYO Y SOLIDARIDAD
Linda Margarita Nolasco Alvarado salió del Reclusorio Femenil de Tepepan a los seis años. Tomó sus cosas, se despidió de su mamá, Yolanda, y se fue.
Durante un año vivió con algunos familiares. Pero al cumplir los siete llegó a instalarse a la Fundación Familiar Infantil (Funfai). Ahí ya se encontraban sus hermanos Ángel y Ana Karen.
Cuando su mamá salió de la cárcel la primera vez, Linda ya se había casado y estaba embarazada. Lo que recuerda tras ese momento es que Yolanda se desapareció un año. “Ella siempre fumó marihuana, pero no consumía nada más. Desde que salió me enteré de que se empezó a meter de todo. […] Me volví a enterar de ella cuando desde la fundación me llamaron para decirme: ‘Linda, ya sabemos dónde está tu mamá: en el reclusorio’. Duró 22 años en la cárcel, salió y al año siguiente volvió a caer”.
Le tocó ir a visitar a su mamá en los reclusorios de Santa Martha, el Norte, el Oriente y, obviamente, Tepepan. Esto trajo muchos problemas entre ambas.
“Las diferencias entre mi mamá y yo eran muy cañonas”, dice. “Si bien no le quito crédito, es verdad que tuvimos muchos conflictos. Mi hermano Ángel no estuvo mucho tiempo aquí por problemas de conducta. Él se fue con un hermano de mi mamá, Mauro. Estaba en un ambiente supermalo porque Mauro se dedicaba al desvalijamiento de autos. Ángel aprendió eso y de chico cayó en el tutelar”.
Yolanda Alvarado Martínez murió hace seis meses en el reclusorio. Linda piensa que una de las razones por las que falleció es, además de que estaba enferma, un cuadro depresivo: “Cuando volvió a la cárcel ya no tuvo el poder que había tenido. Las internas la respetaban, pero nada más”.