La sucesión presidencial está en marcha y el presidente de la República se sentirá cada vez más acorralado por los grupos de presión que buscarán influir en su decisión sobre cómo llevar a cabo la transición en 2018.
El problema para el presidente es que bajo las condiciones actuales no basta con inclinarse por uno de sus secretarios de estado como candidato del PRI para garantizar la permanencia en el poder.
El PRI y el propio mandatario mantienen niveles de aprobación por debajo del 20 por ciento, una verdadera pesadilla frente a la sucesión presidencial.
A la debacle priísta se suma el crecimiento político del enemigo público número uno del establishment mexicano: Andrés Manuel López Obrador.
Además de la drástica caída en la imagen pública de los principales cuadros del PAN, una estructura política que ha sido aliada durante décadas del partido del presidente.
Bajo estas circunstancias, el poder político del presidente de la República se acota, y corre el riesgo de reducirse al de un actor más, poderoso, pero uno más en la mesa del ajedrez político mexicano frente al 2018.
Las alternativas del presidente parecen reducirse.
Se la juega con un candidato priísta luego de una negociación interna con los grupos de poder del partido, o establece una trama más amplia y compleja para regresarle el poder al PAN o impulsar desde las sombras una candidatura independiente.
Cualquiera de las dos alternativas tendría que pasar por una operación política para restarle poder a López Obrador en un tiempo récord.
La palabra clave en lo que decida hacer el presidente será negociación.
Tendrá que negociar con los jerarcas de su partido para imponer un candidato en el PRI, pero tendrá que negociar mucho más y con mucha más gente si decide asumir las consecuencias de la segunda alternativa.
El presidente tendrá que decidir pronto si apuesta su resto a un candidato priísta bajo condiciones totalmente adversas, o apoya una operación política más compleja para blindar su mandato y detener a Andrés Manuel López Obrador.
La encrucijada del presidente no es menor.
Y la apuesta tampoco.
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