La ambigüedad calculada y la diplomacia coercitiva parecen ser el elemento central del enfoque del presidente estadounidense Donald Trump para hacer frente a Corea del Norte.
Cuando era candidato, Trump parecía deleitarse al mantener a sus oponentes en la incertidumbre, por ejemplo, cuando anunció su “plan secreto” para enfrentar al grupo militarista Estado Islámico (ISIS).
Ahora, al enfrentar la amenaza de Corea del Norte, gobernada por Kim Jong Un, parece estar en juego una dinámica similar. El envío de una fuerza de ataque de portaaviones al Pacífico Occidental es un sombrío indicador de la posibilidad de una acción militar, que puede incluir ataques preventivos contra las instalaciones nucleares de Corea del Norte. Esta acción deja claro que Estados Unidos está dispuesto a ir por sí solo para resolver finalmente el problema norcoreano.
Los objetivos detrás del enfoque estadounidense parecen ser tres: imponer la máxima presión disuasiva a Corea del Norte para desalentar la realización de futuras pruebas con misiles o un posible sexto ensayo nuclear; incentivar a China para que imponga sanciones económicas más severas contra Corea del Norte como una forma de disciplinar a su recalcitrante aliado y para evitar el riesgo de una escalada que podría desembocar en un conflicto armado en toda forma, y demostrar al público estadounidense que la Casa Blanca de Trump ha roto de manera decisiva con la política fallida de la “paciencia estratégica” que definió el enfoque de los gobiernos estadounidenses anteriores.
Sin embargo, ¿alguno de estos objetivos estará cerca de materializarse? El frustrado lanzamiento de misiles realizado por Pyongyang el 16 de abril pasado fue un claro acto de desafío. Y las severas advertencias realizadas por el Viceministro de Relaciones Exteriores Han Song Ryol en una entrevista con la BBC, quien dijo que Corea del Norte seguirá realizando sus pruebas de misiles “con una periodicidad semanal, mensual y anual”, constituyen una señal de que Kim no se ha dejado intimidar por la exhibición del “garrote” de la fuerza militar realizada por Trump.
Aunque China ha acordado con Corea del Sur que estaría dispuesta a imponer sanciones más serias contra Pyongyang si éste continúa con sus provocaciones, además de haber dejado entrever la opción de interrumpir el suministro de petróleo a ese país, no resulta claro de ninguna manera si Beijing estaría dispuesto a imponer un castigo duradero a su aliado por temor a derrocar al régimen de Kim y generar un desestabilizador vacío de poder en Corea del Norte
Con respecto a la opinión pública en Estados Unidos, el veredicto aún está pendiente. Se trata de un oportunismo de alto riesgo que confunde una postura asertiva con una combinación calculada e integrada de un cuidadoso manejo de alianzas y un envío de señales de intención plausibles y coherentes a los adversarios.
A pesar de la visita de Pence, los aliados clave de Estados Unidos en la región están preocupados. El Primer Ministro japonés Shinzo Abe ha advertido que Corea del Norte podría ser capaz de atacar Japón con misiles cargados con gas sarín, y en el país ya se realizan simulacros de evacuación para prevenirse ante un posible conflicto en la península.
En Corea del Sur, Moon Jae In, el candidato con mayor ventaja en la próxima contienda presidencial del 9 de mayo, ha advertido de manera crítica que cualquier acción militar estadounidense debe ser consultada plenamente con la República de Corea, al tiempo que destacó la importancia de una futura participación de Pyongyang.
La historia nos recuerda que en las crisis internacionales, el diálogo y las líneas de comunicación claras son indispensables para minimizar el riesgo de conflicto que surge no de una mala intención, sino como resultado de una mala percepción y la realización de cálculos erróneos. En el punto más alto de la crisis de misiles de Cuba en 1962, cuando el mundo se encontraba al borde de un Armagedón nuclear, la advertencia que Nikita Khrushchev hizo al presidente estadounidense Kennedy fue lo que ayudó a expresar la importancia de un acuerdo negociado en lugar del uso de la fuerza:
“Señor Presidente, no debemos tirar de los extremos de la cuerda en la que usted ha atado el nudo de la guerra, ya que cuanto más tiremos ustedes y nosotros, tanto más se apretara el nudo. Y podría llegar un momento en que el nudo esté tan apretado que ni siquiera aquel que lo ató tendrá la fuerza para desatarlo”, dijo.
Para Estados Unidos y Corea del Norte, dos países sin relaciones diplomáticas formales, no existe ningún canal de comunicación directa o para el intercambio de misivas, como ocurría hace 55 años.
El peligro del callejón sin salida en el que estamos actualmente es que la psicología de ambos protagonistas, líderes con enormes egos, una sensibilidad excesiva y preferencia por soluciones extremas, los alentara a seguir apretando el nudo, lo que tendría consecuencias potencialmente devastadoras.
De manera racional, los ataques militares preventivos por parte de Estados Unidos tiene poco sentido, dada la escasa probabilidad de eliminar todas las reservas de armas de destrucción masiva de Kim y la alta probabilidad de que Corea del Norte pueda lanzar un ataque convencional incapacitante contra Seúl. Aunque es casi seguro que Estados Unidos y su aliado surcoreano prevalezcan en una guerra con Corea del Norte, si este país queda devastado, ello planteará su propio desafío, dado el riesgo de que materiales fisibles ocultos pudieran caer en manos de organizaciones extremistas o de otros regímenes enemigos, es decir, una situación de “proyectiles nucleares sueltos”.
Estados Unidos tiene pocas opciones, con excepción de imponer sanciones económicas más severas, las cuales solo podrían lograr un impacto sustancial en Corea del Norte si son apoyadas por China.
Beijing ha dejado claro que las sanciones, por si mismas, no son suficientes y presiona para retomar las conversaciones, sea de manera formal o informal, entre Estados Unidos y Corea del Norte. A fin de cuentas, ello requerirá que ambas partes hagan concesiones: como mínimo, el congelamiento de las pruebas con misiles nucleares por parte de Kim. A cambio, podría ofrecérsele una suspensión de los ejercicios militares conjuntos entre Estados Unidos y Corea del Sur. Esto podría generar una expansión de las relaciones diplomáticas entre Washington y Pyongyang y, finalmente, un acuerdo de paz en la península.
Tales conversaciones requerirán tiempo y una participación sostenida, considerada y paciente por parte de los Estados Unidos de Trump y su equipo de seguridad nacional. Dados los enormes riesgos que se enfrentan, entre ellos, el destino de alrededor de 75 millones de coreanos de ambos lados de la zona desmilitarizada, es momento de prestar atención al Consejo de Khrushchev:
“No nos limitemos a relajar las fuerzas que tiran de los extremos de la cuerda. Tomemos medidas para desatar el nudo”.