Hace 60 años, en Roma, Francia trabajó hombro a hombro con sus vecinos para establecer la Comunidad Económica Europea, en lo que fue uno de los pasos más importantes para la creación del proyecto europeo.
Sesenta años después, Francia es escenario de lo que, para muchas personas, es un voto existencial sobre la Unión Europea, lo que ha provocado un comprensible nerviosismo entre otros estados miembros.
Tras la primera ronda de votaciones realizada el 23 de abril, Emmanuel Macron y Marine Le Pen se dirigen a la ronda final, a realizarse el 7 de mayo.
No se debe subestimar la importancia de este hecho: una candidata de ultraderecha ha logrado llegar a la última ronda, el gobernante Partido Socialista se ha derrumbado y, por primera vez en la historia de la Quinta República, en la segunda ronda no habrá ningún candidato de la derecha convencional.
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Los votantes franceses deberán decidir entre dos visiones encontradas de Francia y de Europa. Los europeos tienen razón al preocuparse sobre una presidencia de Le Pen, y quizás también tengan razón para mostrarse optimistas acerca de Emmanuel Macron.
Sin embargo, algunos comentaristas se equivocan al subestimar la capacidad de cualquiera de los dos candidatos de poner en práctica de inmediato sus visiones en caso de salir victoriosos en la segunda ronda. Es muy poco probable que Macron o Le Pen obtengan el control del Parlamento, lo que significa que el nerviosismo de los observadores continuará después de la elección presidencial.
El ciclo electoral francés tiene otro obstáculo: el 11 y el 18 de junio, los 557 escaños de la Asamblea Nacional estarán en juego en una elección de dos rondas. El resultado de esta elección legislativa, aunque parece menos glamoroso y definido desde el exterior, decidirá si la elección simbólica realizada en mayo podrá producir alguna reforma importante o no.
Ambos candidatos prometen “revolucionar” la política francesa, pero incluso en un sistema político dominado por un Presidente ejecutivo, éste necesita controlar al Parlamento para aprobar reformas y gobernar de manera efectiva.
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Aunque, en general, el presidente recién electo está bastante seguro de lograr la mayoría parlamentaria, las cosas podrían salir de manera distinta en junio. El 23 de abril, los votantes franceses rechazaron de facto a los dos partidos principales, lo que significa que, sin importar quién gane la presidencia, es casi seguro que no tenga el apoyo de una mayoría parlamentaria ya establecida en la Cámara Baja.
Aunque se necesitan 289 miembros del Parlamento para lograr una mayoría, el Frente Nacional de Le Pen tiene actualmente dos parlamentarios en funciones, mientras que En Marche! de Macon no cuenta con ninguno.
Antes de la elección en junio, es muy probable que Le Pen se acerque a candidatos nacionalistas independientes, así como al ala derecha de Les Républicains. Sin embargo, aun con el apoyo de estos, le será poco menos que imposible obtener una mayoría parlamentaria.
Además de tener un número muy limitado de miembros del Parlamento y prácticamente ninguna posible alianza con los partidos principales, el nerviosismo provocado por su elección podría hacer que los votantes acudan en masa a las casillas para limitar su capacidad de gobernar. Es posible que el Frente Nacional quede en tercer lugar, después de Les Républicains y del Partido Socialista.
Aunque Macron ha anunciado que En Marche! presentará candidatos en los 557 distritos electorales, lo más probable es que tenga que establecer una coalición de gobierno, dado que su partido, con apenas un año de edad, no tiene ninguna posibilidad realista de obtener 289 escaños a la vez.
Para prepararse para esa situación, Macron se ha estado reuniendo con los parlamentarios de Les Rèpublicains, así como con demócratas liberales del Partido Socialista, que ya consideran la posibilidad de unirse a su mayoría presidencial. Aunque el candidato podría ser capaz de unir a los parlamentarios moderados de derecha e izquierda para formar mayorías temporales y aprobar leyes específicas, una mayoría parlamentaria estable seguirá siendo difícil de lograr.
Por ello, lo más probable es que el presidente recién electo no logre obtener una mayoría en la Cámara Baja y que tenga que elegir a un primer ministro (y a un gabinete) que resulten aceptables para la mayoría gobernante del Parlamento, aunque la Cámara Baja podría estar demasiado fragmentada como para hacer funcionar a una clara mayoría opositora.
Esta situación de cohabitación, que ya ha ocurrido tres veces en la historia de la Quinta República, significa que los poderes presidenciales estarán reducidos y centrados principalmente en políticas de Relaciones Exteriores y de defensa, mientras que un primer ministro y un gabinete de la oposición estarán a cargo de los asuntos nacionales y podrían bloquear las reformas presidenciales.
Dado lo anterior, la verdadera pregunta a la que los europeos deberían prestar atención no es tantoquién será electo presidente, sinocómo dirigirá al país.
De manera realista, una presidencia de Le Pen sería una serie de crisis y parálisis institucionales, desde la obtención de una mayoría parlamentaria hasta la formación de un gobierno y la asignación de puestos para la administración. Es muy probable que ella gobierne mediante decretos presidenciales mientras trata de obtener una mayoría o termina disolviendo la Cámara Baja.
Aunque Macron no forma parte de ninguno de los partidos principales, le resultará más fácil formar un gabinete con miembros de varios partidos y atraer a servidores públicos del ámbito civil, logrando así una mayor oportunidad de una cohabitación “positiva”.
¿Por qué es importante para los europeos tener en cuenta estas consideraciones institucionales? Mientras que algunos políticos europeos ya han expresado su alivio ante la victoria de Macron en la primera ronda, será imperativo no caer en la trampa de las narrativas simplificadas y emocionales de “la Unión Europea está condenada/salvada” el próximo 7 de mayo. Ni una presidencia de Macron ni una de Le Pen serán pan comido, y ambos tendrán muchas dificultades para cumplir sus promesas europeas.
Quienquiera que resulte electo, tendrá un impacto en la seguridad europea, con la opción de permanecer en la OTAN o disminuir drásticamente la participación de Francia en el Tratado. Sin embargo, de manera más simbólica, ambos candidatos presentan proyectos mutuamente excluyentes para la Unión Europea: mientras que Le Pen desea una separación histórica de la Unión, Macron cree en su existencia esencial y desea reformarla.
Una victoria de Macron le dará más tiempo a la Unión Europea para tratar de reformarse, pero no garantizará su éxito. El candidato liberal a favor de la Unión Europea, comprometido con la formación de un Consejo Europeo de Seguridad y con el mantenimiento de la apertura de las fronteras internas, tendrá que negociar su programa con su coalición parlamentaria. Además, para reformar a la Unión, Macron necesitará tratar con socios de la Unión Europea en medio de una crisis de confianza extendida en todo el continente.
De la misma forma en que una presidencia de Macron no puede garantizar la salvación de la Unión Europea, una victoria de Le Pen será un fuerte golpe para la Unión Europea, pero no implicará una sentencia de muerte inmediata. Ella necesitará ganar la elección legislativa y, si llega a ser aprobado, ganar también el referendo para que Francia abandonen la Unión Europea, el cual desea organizar en un plazo de seis meses o un año después de su elección.
Mientras tanto, existen muchos factores que podrían alejar a la opinión pública francesa (que, aunque no está satisfecha con la Unión Europea, aún está a favor de seguir siendo parte de la misma) aún más de un “Frexit”: con quién y cómo habrá de gobernar, si puede aprobar reformas enfrentándose con un Parlamento hostil, como se desarrollen las negociaciones del Brexit, etcétera.
Si se lleva a cabo un referendo, la victoria de la permanencia en la Unión constituirá un duro golpe para su proyecto y su presidencia (ella ha prometido retirarse) y marcará una fuerte derrota para los eurófobos.
El resultado de la elección presidencial tendrá el suficiente poder simbólico para enviar ondas de choque a través de todo el continente y, para muchas personas, para redimir o condenar el proyecto europeo de 60 años de antigüedad que Francia ha ayudado a construir. Pero no bastará con observar la noche de la elección.
Los europeos deberán observar la elección legislativa de Francia con la misma atención que la elección presidencial, dado que el destino de Francia (y de Europa) podría estar aún en la balanza el próximo 8 de mayo.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek