Fui testigo directo de toda la guerra que
le hicieron los llamados obispos miembros del “Club de Roma”, comenzando por
los cardenales Rivera y Sandoval y otros obispos como Onésimo Zepeda, Berlié y
otros… por no ser del equipo de Sodano y Prigione, por su trabajo en contra de
Maciel y por su rescate de Don Samuel Ruiz y de la diócesis de San Cristóbal.
En lo que se refiere al caso Maciel, por
supuesto que, desde que llegó a México en junio de 1997 -y tal vez antes,
porque Maciel le plagió muchas cosas al Opus Dei desde que estaba en España y Mons.
Mullor tenía una relación muy estrecha con esa organización- tenía toda la
información que existe en y desde México, como la tienen las embajadas que
reciben asuntos muy delicados, como el de Maciel desde los años 40’s, porque
toda la información de los obispos mexicanos y otros… (desde lo que sucedió con
sus tíos obispos, los informes de Luis María Martínez; Miguel Darío Miranda,
Francisco Orozco y Jiménez y Sergio Méndez Arceo, con sus anexos de Legionarios
fundadores críticos y muchos otros documentos), pasaron necesariamente por la
Nunciatura para llegar a la Santa Sede.
A esa documentación histórica que está en
manos de la Congregación de Religiosos, Mullor vivió las denuncias públicas en
contra de Maciel iniciadas en 1997 y que él personalmente intervino a partir de
la publicación de la carta abierta de los exlegioarios publicada en la revista
Milenio de diciembre de 1997
A regañadientes pero, aunque no quiso
recibirlos por haber hecho pública su posición ante el papa, él sí tuvo una
conversación telefónica con los exlegionarios y los escuchó. En cambio, el
cardenal Rivera, desde el principio los difamó de calumniadores y acusó de
mentirosos y de haberle pagado al periodista Salvador Guerrero de la Jornada,
de dejarse sobornar para publicar sus mentiras en La Jornada en mayo del 97.
El también conoció toda la denuncia formal
contra Maciel por parte de los exlegionarios porque su representante legal -el
P. Antonio Roqueñí- se reunió con él para eso y su recomendación fue presentar
el caso ante la Congregación para la Doctrina de la Fe que presidía el cardenal
Ratzinger, quien la aceptó en un primer momento y luego la mantuvo detenida
indefinidamente…La denuncia formal en contra de Maciel era que no sólo
abusaba de los niños de su Congregación, sino que los absolvía sacramental
mente y les daba la comunión y ese delito no prescribía nunca en ese momento,
aunque poco después el cardenal Ratzinger cambió la normativa al respecto.
Justo Mullor, el aún nuncio apostólico y José Barroso Chavez, durante la entrega de la reconocimiento la “Cruz de Malta”, en una iglesia cerca del teatro Helenico, en febrero del 2000.
FOTO: Cuartoscuro
A él fue a quien, ese mismo día que no
quiso recibir a los exlegionarios por haber publicado la carta abierta al papa
y entró muy enojado a su oficina por ello, le pregunté si se trataba de las
víctimas del P. Maciel y me dijo que sí y le dije que yo también tenía un
“asunto de conciencia” para la Iglesia que no podía dejar de lado,
aunque el cardenal Rivera no quisiera escucharme e, incluso, me había corrido
de su oficina y me respondió con pleno conocimiento de causa: “Ah entonces ¿fue
usted quien atendió al P. Juan Manuel Fernández Amenábar?” Y le respondí que
sí. Y me dijo inmediatamente: “y con el arzobispo que tiene…” Y le conté todo
lo que me había dicho Juan Manuel y lo que me había pasado con el cardenal…
Después de escucharme, él fue quien me
aconsejó escribirle una carta al cardenal Ratzinger en la que le contara mi testimonio
con el P. Juan Manuel Fernández Amenábar, tal como me había sucedido y mi
encuentro con los otros exlegionarios y lo que me estaba pasando con mi
arzobispo: el deterioro creciente de mi relación con él a partir de haberle
dicho que no todo era un complot contra la Iglesia, sino que había casos reales
y yo había atendido uno y sabido de otros 8.
El fue quien me aconsejó a quién dirigir la
carta: al cardenal prefecto de la Conregación para la Doctrina de la Fe (CDF),
porque es la instancia en la Iglesia que lleva ese tipo de “casos graves” en la
Iglesia. Él me dijo cómo escribir la carta y él fue quien me dijo que yo se la
llevara personalmente al cardenal y se la entregara en mano a él y a nadie más
porque, me insistió: “en esa Congregación hay muchos legionarios que son
informantes y que si se enteran de la carta y la obtienen, no se la van a
entregar al cardenal sino que la van a hacer perdidiza…”
Y terminó diciéndome algo que me dejó
pensando y no lo hice: “Ah, y por cierto, no me mencione que yo le dije todo
esto en su carta, manténgame al margen de la situación…”
¿Cómo podría yo justificar una acción así
sin los conocimientos en derecho canónico ni institucionales, sin hacer referencia
a que alguien con pleno conocimiento del derecho y de los procesos
institucionales me lo había indicado?… Así que incluí en mi carta que le
escribía esa carta al cardenal Ratzinger porque me lo había aconsejado el
Nuncio Justo Mullor. Si no lo hubiera hecho, los intentos de descalificación de
mi proceder hubieran sido más fáciles.
El fue quien supo todo lo que pasó después
cuando el cardenal Rivera me quiso sacar de todos mis servicios al Episcopado
-porque le informaron desde Roma que yo le había escrito a Ratzinger- y él
intervino junto con el arzobispo Luis Morales -presidente de la CEM- para que
me dejara terminar la coordinación del Documento de jubileo 2000 y aceptó a
regañadientes: Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos.
FOTO: Cuartoscuro
El supo que el cardenal se enojó mucho
conmigo cuando yo les avisé a él y a los obispos que me había sacado de todos
mis servicios al Episcopado y que Rivera me dijo que él sabía que otros obispos
quería hacerme obispo pero que la Santa Sede le había dicho a él que no me
harían obispo si él no estaba de acuerdo, por lo que él ofrecía hacerme obispo
si yo me callaba y aceptaba un cargo bajo su autoridad directa.
El fue quien me pidió que le repitiera en
la Nunciatura lo que le había dicho ante sus dos secretarios y que constara lo
que el cardenal Rivera me había dicho, cito sus palabras: “coincidimos los dos
secretarios y el Nuncio en lo que el cardenal ha hecho con usted”: Coacción de
la conciencia de un sacerdote; condicionar un nombramiento episcopal a un cargo
y silencio de un caso grave bajo autoridad de un obispo; romper el silencio
pontificio respecto del nombramiento de un sacerdote como obispo, asunto que
atañe a la exclusiva autoridad del papa y nadie lo puede revelar y manipular…
Que esto que me y nos ha dicho el P. Athié conste ante la Nunciatura no sólo
ante el Nuncio, que quede claro y concluyó: “sálgase de esta diócesis y
busque un obispo benévolo…”
El fue quien se enteró de que Mons.
Talavera -quien insistía en que obedeciera al cardenal y aceptara el cargo que
me ofrecía, porque la vida da muchas vueltas y Dios será el juez definitivo de
la historia y un día haría justicia- me mandaba a Roma a entrevistarme con el
cardenal Van Thuan para que obedeciera sin cuestionar lo que me pidiera –y lo
que me pidió, después de contarme su vida, fue que obedeciera a mi obispo
porque la vida da muchas vueltas y él era testigo de ello y Dios sabe por qué
permite las cosas…-, lo que no acepté y le informé a mi regreso al obispo
Talavera –el más grande padre, amigo, consejero, compañero sacerdotal de toda
mi vida- que no aceptaba obedecer en esas condiciones a mi obispo y por ello se
rompió para siempre nuestra valiosa y profunda relación y me fui a Chicago en
medio de la noche más oscura y densa de toda mi vida.
El fue quien se enteró que tuve que irme
forzado de México porque me corrió el cardenal Rivera al no aceptar lo que me
ofrecía coaccionando mi conciencia y me fui a Chicago, donde me enteré de los
abusos y encubrimientos de los obispos americanos a cientos de pederastas que
habían abusado de más de 3000 niñas y niños en diversas diócesis de los Estados
Unidos y del encubrimiento sistemático del cardenal Bernard Law de, al menos,
87 sacerdotes de su diócesis y de cómo el mismo papa Juan Pablo, para protegerlo
de un juicio por encubrimiento y por mentir a un juez federal, había afirmado
no saber nada de los cambios de parroquia de los pederastas, cuando todas las
cartas de cambios de parroquia y otras, tenían plasmada su firma.
El fue quien me llamó por teléfono a
Chicago, después del programa “Círculo Rojo” de Carmen Aristegui y Javier
Solórzano -en el que denuncié todo lo que había vivido con el caso Maciel y lo
que estaba descubriendo en los Estados Unidos y anuncié públicamente que estaba
pensando en dejar el ministerio y, además de a los pederastas y sus obispos
encubridores, hacía también responsable de esa atrocidad institucional, al
mismo papa Juan Pablo II-, diciéndome: “no deje el sacerdocio padre Athié y
diga todo lo que quiera menos tocar al papa”. Y yo le respondí: “También el
papa es responsable de esto!” Y me volvió a decir: “todo menos tocar al papa…Me
entendió?” Le volví a decir, gritando: “también el papa es responsable!” Y le
colgué el teléfono.
El fue quien, según testimonio directo del
Dr. José Barba, estando ya en Roma como presidente de la Academia de
Diplomáticos, redactó la carta que mandaron traducir al polaco y firmó el P.
Antonio Roqueñí y que le entregaron al secretario particular del Papa Juan
Pablo, Mons. Stanislaw Dziwizs, para que le hiciera saber al papa que si no se
actuaba en contra de Maciel mientras él estuviera vivo, el daño a su
pontificado y a la Iglesia sería enorme e irreversible.
Tal vez esta fue la última acción que él
llevó a cabo, siempre de manera indirecta respecto del caso Maciel.
¿Qué hizo él directamente desde la
Nunciatura, además de entregar su informe, y cuando llegó a Roma como
responsable de la Academia de diplomáticos de la Santa Sede? No lo sabemos
todavía. ¿Algún día de algún siglo lo llegaremos a saber? Es probable si la
Institución lo considera prudente para mantener en pie su imagen…
Lo que sí sabemos es lo que empezó a decir
después en entrevistas con el objetivo de salvar y proteger a todas las
autoridades superiores y de manera especial a los papas y que, de hecho, sus
declaraciones terminaban negando o contradiciendo todo lo que, de manera
inédita, habría hecho un Nuncio, saltándose las reglas del protocolo
establecido por Crimen Solicitationis del 1963.
Para comenzar hago una aclaración que no es
cierta: Justo Mullor, se adjudicó la autoría de la estrategia para denunciar a
Maciel: “yo fui quien le quitó la máscara a Maciel”. Perdón pero quienes en
varias ocasiones le quitaron la máscara a Maciel, fueron los primeros
denunciantes desde los años 40’s en adelante, pero nunca fueron escuchados y,
sobre todo, los exlegionarios que se atrevieron a denunciarlo públicamente en
1997, incluso antes de que llegara a México y sin consultarlo por supuesto.
Fue precisamente en mayo de 1997 que se
conocieran los testimonios de los 8 exlegionarios en un periódico de los
Estados Unidos, el Hartford Currant, que lo hicieron y el periodista Salvador
Guerrero Chiprés se encargó de publicarlos y comentarlos en México en el
periódico La Jornada.
Mullor, aunque fue nombrado Nuncio para
México en abril del 97, como dije, llegó a México en junio y no supimos de él
sino hasta que se negó a recibir a los exlegionarios por haber hecho pública la
carta abierta en la revista Milenio de diciembre del 97.
El mismo le dijo a Valentina Alazraki que
se había enterado de los abusos de Maciel por las denuncias de los
exlegionarios en la carta abierta que publicaron en la revista Milenio de
diciembre del 1997.
Lo segundo que hizo en Roma -supongo que
por principio de ser un clérigo y por indicaciones de la Santa Sede-, fue
tratar de salvar la autoridad del cardenal Ratzinger, que para ese entonces era
ya Papa Benedicto XVI y para ello, dijo que Ratzinger había actuado en
consecuencia (cuando fue hasta el 2006 que renunciaron a no procesarlo y lo
invitaron a retirarse a una vida de oración y penitencia) y, por otro lado,
reconstruyó falsamente la historia sobre el caso Maciel, de acuerdo al
protocolo del 1963, que establecía que le tocaba al obispo titular del lugar
donde se había cometido el delito, abrir la investigación correspondiente y que
el que hiciera público el asunto sería excomulgado ipso facto.
Para ello, contrariamente a lo que a mí me
había aconsejado, de escribirle al cardenal Ratzinger y entregarle en mano la
carta, en una entrevista a Valentina Alazraki le dijo, mintiendo, que “días
más tarde, a la entrevista telefónica con el Dr. Barba, dos eclesiásticos, a
quienes un servidor conocía y apreciaba, me pidieron audiencia. Con gusto
acepté el encuentro. Se trataba de los padres Antonio Roqueñí y Alberto
Athié…” y continúa Valentina:
“Ambos, me comentó monseñor Mullor,
estaban al tanto de que las acusaciones al padre Maciel eran por desgracia
reales —“tan reales que yo no podía imaginarlas en su integridad”—, y cada uno
de ellos se haría responsable de defender a los acusadores. Es más: dada la
experiencia anterior, convinieron en que en adelante se evitaran los escritos
transmitidos por correo, y en que se dirigirían, el primero de ellos, a la
Congregación para la Doctrina de la Fe, competente en la delicada materia, y
el segundo –yo Alberto Athié- al Tribunal Metropolitano de México, “ya que su
confidente y amigo —muy conocido sacerdote legionario, que fue el primer rector
de la Universidad Anáhuac— había muerto en la capital, abandonado y olvidado
del fundador y de sus hermanos”.
Luis Morales, presidente la CEM, Justo Mullor y Norberto Rivera durante la misa de despedida al otrora nuncio apostólico.
FOTO: Cuartoscuro
Con ello pretendía protegerse de no cumplir
con el derecho canónico y eximir de responsabilidad por protección,
ocultamiento o negligencia, al entonces cardenal Ratzinger por lo que le
respondió a Mons. Talavera a la lectura de mi carta: “…Mons. Lo lamento, el caso
del P.Maciel no se puede abrir porque es una persona muy querida del Santo
Padre y ha hecho mucho bien a la Iglesia. Lo lamento, no es prudente…”
Para ello, reconstruyó la historia de
acuerdo con el protocolo de la Santa Sede de mandarme al Tribunal que preside
el obispo donde murió Juan Manuel…, cuando en realidad, si me hubiera pedido
seguir tal protocolo, debería de haberme mandado a presentarla en las diócesis
de Roma y de Madrid por lo menos, donde el P. Maciel abusó de Juan Manuel y lo
convirtió en su cómplice para conseguirle la dolantina y que se la inyectara en
los hoteles donde se hospedaba.
Además, como escribí en el libro La
voluntad de saber:
“Con esta versión pública que él mismo
hace de lo que sucedió en esos días, de mi parte afirmo que jamás nos reunió al
P. Roqueñí y a mí para ese asunto, que no sé lo que le dijo a él al respecto
pero sí sé lo que me dijo a mí y que jamás se me hubiera ocurrido llevarle una carta
personal al Cardenal Ratzinger para tratarle ese asunto, si no hubiera recibido
una indicación explícita del Nuncio Apostólico, representante del Papa, en
México. Yo no soy un experto en Derecho Canónico y jamás hubiera procedido de
esa forma. Lo supe, gracias a él y a su sabio consejo, que era el entonces
Cardenal Ratzinger el que llevaba esos asuntos “tan graves” y en eso le estoy
profundamente agradecido. Si hubiera entregado una carta semejante al Tribunal
Metropolitano, que preside el Cardenal Metropolita Norberto Rivera, jamás
hubiera pasado nada, precisamente porque, para Rivera, todo era un complot
contra el Papa y la Iglesia”.
Lo tercero que dijo públicamente a
Valentina fue lo siguiente:
Le pregunté a monseñor Mullor si tuvo
ocasión de informar a Juan Pablo II de los pasos dados por esos dos
prestigiados sacerdotes. “Después del encuentro con los doctores Roqueñí y
Athié no pude hablar con Juan Pablo II del paso responsable que, por consejo
mio, ambos habían dado en aquel momento. Traté de informar a una persona muy
cercana al Papa, pero no fue posible. Pensé que mi obligación era dejar plena
libertad de acción, sobre todo, a la Congregación para la Doctrina de la Fe,
que, como ya hemos visto, estaba en las mejores manos de la Iglesia, después
de las del Sucesor de Pedro.”
Sin embargo, en la entrevista que concedió
al periódico Milenio en 2012, afirma que, a pesar de las relaciones de Maciel
en la Santa Sede y de los obstáculos que podría enfrentar “de todas formas,
como era mi obligación profesional, informé a quien debía informar…” y añadió:
“La información que él mismo elaboró y la documentación que daba sustento
a sus investigaciones, las entregó a “un alto jerarca” de la Congregación de la
Doctrina de la Fe, quien le dio procedimiento”.
Respecto de si informó o no al mismo Papa
Juan Pablo, lo primero que buscó fue eximirlo de cualquier responsabilidad y
para ello le dijo a Valentina lo siguiente: “Quienes más cerca hemos estado de
Juan Pablo II, mayores responsabilidades tenemos de dejar su memoria limpia de
polvo y paja. Es eso lo que tú y yo, Valentina, estamos tratando de hacer en
estos momentos…” y en otro momento añade Valentina:
En el curso de estos 10 años, monseñor
Mullor en muchas ocasiones lamentó tanto no haber podido ser la persona que
informara al Papa como nadie más lo hubiera hecho. De haber sucedido “la
historia —me dijo—, habría sido diferente”…
En pocas palabras, la historia se llevó a
cabo como la conocemos, porque, según Mullor, el papa no se enteró de los
delitos graves de Maciel, al menos por medio de su persona. Si lo hubiera hecho
la historia habría sido distinta? La hipótesis cabe…
Para dar a entender lo que realmente sucedió,
Mullor le dijo a Valentina que: “es posible que a los oídos del Papa Wojtyla
llegaran ecos de esas voces críticas —en sí acertadas, pero deformadas por
los simpatizantes de Maciel— de que éste había cometido graves, gravísimas
faltas morales tratando de pervertir a algunos de sus jóvenes e incautos
seguidores. Pero es evidente que el eco de esas voces era silenciado por el
falso e interesado mito de esos amigos de Maciel (se refería a Cardenales como Sodano,
Castrillón Hoyos, Rodhé, Rivera y otros prelados y ricos potentados) quienes
repitieron durante años, como un disco rayado, que a esas voces absurdas no
era posible darles algún peso o crédito”… A este respecto, no hay que
olvidar que la misma Valentina entrevistó al P. Corcuera quien reconoció que
habían hablado con el Papa respecto de las acusaciones en contra de Maciel y
que le habían mentido diciéndole que todo era un complot en contra de la
Iglesia y del Papa.
Finalmente, Mullor, afirma Valentina:
“tiene la certeza moral de que Benedicto XVI, entonces cardenal Ratzinger,
debido a su reconocida rectitud moral, informó a Juan Pablo II, al final de su
vida, de la extrema gravedad del caso Maciel. Esta posibilidad explicaría, en
su opinión, tanto las graves afirmaciones hechas en la novena estación del
viacrucis como su decisión de enviar en aquellos dias a monseñor Scicluna a
América. “Es legítimo pensar, con certeza moral, que el sufrimiento físico
de Juan Pablo II se debió unir al dolor de tener conciencia de que la real
figura de Marcial, tan llevada y traída por quienes cultivaron su mito, se reducía
a una triste realidad que se tradujo como una de los mayores contrasentidos
registrados en la historia de la Iglesia del siglo XX”.
El problema es que el mismo Papa Juan Pablo
felicitó públicamente al P. Maciel en Roma por sus 60 años de sacerdocio en
noviembre del 2004, reconociéndole su “fecundidad apostólica y
misionera” a lo largo de esos años y Mons Scicluna llegó a México en
diciembre del 2004, con el nombramiento del cardenal Ratzinger para abrir, no
continuar o reabrir, el caso de Maciel.
Cuando me entrevisté con Mons. Scicluna al
respecto, jamás me dijo que el papa Juan Pablo había intervenido en ello, lo
que hubiera sido muy importante para salvar, aunque fuera al final, su papado
durante su vida, pues no sólo se abrió el caso mientras estaba vivo, sino que
él mismo habría intervenido autorizándolo o mandatándolo y Scicluna no me dijo
nada al respecto.
Al contrario, me dio a entender que la
iniciativa venía directamente de Ratzinger y era muy importante que yo me
enterara de ello personalmente, por lo que había denunciado en tantas ocasiones
respecto de su decisión de no abrir un proceso a Maciel porque era una persona
muy querida del Papa y había hecho mucho bien a la Iglesia.
Justo Mullor y Luis Morales ofrecieron una reunion con los medios de comunicacion durante la asamblea extraordinaria de la Conferencia del Episcopado Mexicano en febrero del año 2000.
Foto: Cuartoscuro
Como conclusión, según Valentina Alazraki,
para Mullor, Maciel fue “una mancha artificial en la historia de Juan Pablo II.
Así lo vemos quienes convivimos realmente —y no sólo funcionalmente con
él…”
Como sabemos, estando ya en Roma, Mons.
Justo Mullor formó parte de la Congregación para la causa de los santos y participó
en el proceso de beatificación del Papa Juan Pablo. Sin embargo, a pesar de
todo lo que hizo mientras fue Nuncio en México y que entregó un informe
sustentado al cardenal Ratzinger y de nuestra parte, todo lo que hicimos e
informamos –incluyendo los 212 archivos desde los años 40’s; una denuncia
formal en contra de Maciel, mi carta y otras cartas anteriores como la de Juan
José Vaca y su propio obispo de los Estados Unidos- a la Congregación de la
Doctrina de la Fe y, además, todo lo que dijo en las entrevistas para afirmar
que Maciel fue un criminal perverso y que él lo hizo saber al cardenal
Ratzinger y éste al papa Juan Pablo, aun así, el informe oficial de la
Congregación de los santos, que investigó la probable santidad del siervo de Dios,
Karol Wojtyla, al final de sus investigaciones respecto de si sabía o no o
debió saber de los graves delitos y conductas de Maciel, publicó lo que la
Congregación para la Doctrina de la Fe le informó oficialmente, respecto de “si
había o no información relevante que el Papa Juan Pablo debió saber sobre el
Padre Maciel” y ésta le respondió:
que no existía “información relevante
que el papa debía saber”…sólo cartas y súplicas de algunas de las víctimas
dirigidas al Papa Juan Pablo II” respondió el Cardenal Levada.
Como conclusión respecto al papel de Justo Mullor
en el caso Maciel, diría:
1. A la afirmación del exclusivo protagonismo
de Mullor de que él entregó a Maciel, mi respuesta final es: no fue él quien
entregó a Maciel como el estratega y protagonista de las denuncias hasta
sentarlo en el banquillo de los acusados. Más bien, fue un actor relevante y
ayudó a encauzar las denuncias y los procesos, ciertamente, pero sin jamás
comprometerse directamente. Por ello, su participación en y desde México se
puede reconocer como importante, pero no determinante, porque nuca quiso
arriesgarse ni arriesgar su carrera yendo más allá de lo que establecen las
reglas de la Santa Sede.
2. Lo más importante es que no está claro
siquiera qué quiso decir con que lo entregó, para qué y a quien? Si fue a
Ratzinger como prefecto de la CDF, su contribución no llevó a lo que
esperábamos todos: que Maciel fuera procesado judicialmente al interior de la
CDF, que se le fincaran las responsabilidades respectivas por sus conductas
delictivas; que se reivindicara a las víctimas en su dignidad y derechos; que
el papa reconociera que se cometió un grave error al protegerlo y, por ende,
procedía a sancionarlo directamente de su parte y a exigir revisar las formas
de protección que había recibido y a sancionar a los responsables , etc. etc.
En realidad nada de eso sucedió.
No fue sino hasta el 2006, ya muerto el
papa Juan Pablo II, que la Santa Sede comunicaba que renunciaba a llevar a cabo
un proceso judicial en su contra y que se le “invitaba” al P. Maciel
a retirase del ejercicio del ministerio público ya llevar una vida de oración y
penitencia…
Y Sólo hasta el 2010, ya muerto Maciel, se
reconoció que había sido un verdadero delincuente, que había cometido no sólo
aberraciones morales sino auténticos “delitos graves” y que no había
tenido en su vida un auténtico “sentido religioso”.
3. Justo Mullor, habiendo podido hacerlo
por sus cargos en la Santa Sede, como Nuncio en México, como presidente de la
Academia de Diplomáticos de la Santa Sede y como alguien cercano a Wojtyla
desde el principio de su pontificado, nunca dijo que se reunió con el Cardenal
Ratzinger para ratificar su denuncia, ni que buscó o vio al Papa para
advertirle de los daños gravísimos que Maciel estaba cometiendo en contra de cientos
de víctimas, de sus familias, de la comunidad eclesial, de la sociedad en
general, de su autoridad en particular y del daño estructural a la Iglesia y a
su misión en el mundo, en especial, al cuidado de las niñas y los niños.
Por qué no lo hizo? sabiendo, como lo dijo,
que Maciel tenía amigos muy poderosos que buscaron hasta el final desacreditar
cualquier denuncia en su contra: “es posible que a los oídos del Papa
Wojtyla llegaran ecos de esas voces críticas —en sí acertadas, pero
deformadas por los simpatizantes de Maciel— de que éste había cometido
graves, gravísimas faltas morales tratando de pervertir a algunos de sus
jóvenes e incautos seguidores. Pero es evidente que el eco de esas voces era
silenciado por el falso e interesado mito de esos amigos de Maciel, quienes
repitieron durante años, como un disco rayado, que a esas voces absurdas no
era posible darles algún peso o crédito…”
Por qué no arriesgarlo todo para que el
Papa cumpliera con su misión de Vicario de Cristo y pastor universal? Porqué
cuidar tanto las formas en Roma si en México había escuchado por teléfono a las
víctimas y había escuchado y aconsejado adecuadamente al P. Roqueñí y a mí de
denunciar a Maciel ante la Congregación de la Doctrina de la Fe a pesar de las
presiones y marginaciónes de los cardenales y obispos del Club de Roma,
apoyados por el cardenal Sodano?
¿Porqué se preocupó más en cuidar la imagen
del Papa y en hacer deducciones moralistas sobre lo que no pudo ser (amigo y
colaborador cercano) porque no debía ser…que ayudar a que el Papa supiera y
actuara de acuerdo con su autoridad? “Yo lo vi rezar de bruces en la
nunciatura de Vilno cuando se creía solo, y pasar seis horas seguidas de
oración —entre la medianoche y las seis de la mañana— en la de México. Lo vi
en Costa de Marfil acariciar gozosamente a los leprosos, a cuyos hijos bautizó
como un misionero más. Un hombre y un cristiano así no podía ser realmente
un íntimo de Maciel. Como tantos otros —muchos de ellos seguidores en la
Legión de Cristo y admiradores fuera de ella—, podía estar engañado, pero no
obcecado. La historia lo dirá, y pronto.”
El mismo Mullor recordó cómo
“Monseñor Julius Paetz, arzobispo de Poznan, compatriota y colaborador
suyo al principio de su pontificado (1978!!!), fue suspendido de su cargo por
el Papa el Jueves Santo del 2002, a pesar de que jamás aceptó el fundamento
de las voces que lo acusaban de faltas semejantes, pero más limitadas, que las
atribuidas a Maciel. El Papa no obtuvo de determinados canales la debida información
sobre estas acusaciones, sino de su amiga Wanda Poltawska. ¿Por qué Juan Pablo
II, de estar debidamente informado, iba a dejar de castigar a Maciel, si había
castigado —dura e inmediatamente— a uno de los primeros colaboradores que tuvo
en su pontificado?”
Qué hubiera pasado si Justo Mullor se
hubiera reunido con el Papa y le hubiera hablado de todo lo que sabía de Maciel
-como él mismo afirmó que lo había hecho su amiga Wanda- para tenerlo
“debidamente informado” y así el Papa pudiera haber actuado en
consecuencia, aunque también tarde, como lo hizo con su amigo Julius Paetz? La
realidad es que no lo hizo mientras estuvo vivo…
Termino con la frase que le dijo el Dr. José Barba en una
sala de la Academia en el 2002, cuando lo buscó en 3 ocasiones porque sus
denuncias no avanzaban -seguían detenidas en la CDF por la “presión que el
cardenal Sodano ajercía sobre el cardenal Ratzinger” y, por otro lado, el
Papa seguía reconociendo a Maciel públicamente y ya estaba muy enfermo-:
“Que le correspondería hacer a un
caballero leal si supiera que un caballero perverso hace daño a su Rey”?
Y fue entonces cuando Justo Mullor decidió
escribirle la carta al secretario particular del Papa, Stanislaw Dziwizs,
alertándolo de las graves consecuencias si no actuaba…
Después, nuevamente negó ante Valentina Alazraki
que había escrito esa carta y que se la había entregado al Dr. Barba para que
la tradujeran al polaco, la firmara el Dr. Roqueñí y se la entregaran al
secretario particular del papa y a otros dos prelados…Otra vez, retractándose
de algo que, aunque insuficiente, era importante por el nivel del destinatario.
En este caso, él había colaborado de manera indirecta para tratar de influir en
que el papa actuara y no lo reconoció públicamente…Por qué?
Por todo lo anterior, repito lo que escribí
al principio:
Que si Monseñor Justo Mullor
puede…descanse en paz en aquello que realmente buscó e hizo el bien, más allá
de cuidar la imagen de la institución, el prestigio de sus autoridades y el suyo
propio.
Alberto Athié Gallo, ex sacerdote de la Arquidiócesis de México, es un incesante activista en contra de la pederastia en la Iglesia Católica desde 1994, cuando una víctima del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel Degollado, le contó su historia.