TAP, TAP, TAP. Scott Standfast llamó a la puerta otra vez. Había estado haciéndolo por varios minutos, parado enfrente de una casa de ladrillos de un piso en Niceville, Florida, en un día cálido y seco de noviembre de 2015. El infante de marina, por entonces de 59 años de edad, y su esposa habían manejado más de 11 horas para llegar allí, con la esperanza de responder a una pregunta que lo había obsesionado por cuarenta años. Llamó otra vez. Esta vez más duro. ¡Bum, bum, bum! Seguían sin responder.
Hace unas cuatro décadas, Standfast peleó en la última batalla de la Guerra de Vietnam, y sus recuerdos de ella son claros, desde la ubicación de las posiciones del enemigo hasta el sofocante follaje selvático. Pero no es lo que recuerda lo que lo atribula; es lo que no puede recordar sobre ese día traumático. Ha intentado todo. En 2015, incluso, se unió a un grupo de veteranos para un viaje de vuelta al campo de batalla donde se vieron con sus otrora enemigos. Algunos se estrecharon la mano, se presentaron y siguieron adelante. La experiencia ayudó, pero no fue suficiente. “Está bloqueado”, me dice por teléfono, con voz entrecortada. “Lo siento”.
El 15 de mayo de 1975, Standfast, entonces un soldado de primera y líder de escuadrón con un batallón de infantería del Cuerpo de Marines de Estados Unidos, peleó en lo que se conoce como el Incidente del Mayagüez, una batalla sangrienta y en gran medida olvidada en una isla camboyana conocida comúnmente como Koh Tang. Comenzó cuando soldados de los Jemeres Rojos capturaron un carguero de Estados Unidos y a su tripulación en la costa de Camboya. Los militares estadounidenses acudieron al rescate, pero docenas de soldados murieron durante la operación. El presidente Gerald Ford llamó a la misión un éxito rotundo, pero en el caos de su salida, tres marines se perdieron: Joseph Hargrove, Gary Hall y Danny Marshall. Los marines luego investigaron y dijeron que los tres desobedecieron órdenes al no llegar a los helicópteros a tiempo y que posiblemente fueron muertos antes de que despegara el último helicóptero estadounidense.
Después del incidente, Ford gozó de uno de los picos más grandes en los índices de aprobación presidenciales, pero el trauma de la batalla y la desaparición de sus compañeros de armas carcomió a los marines como Standfast. Los tres hombres perdidos eran miembros de un equipo de ametralladora asignado a su escuadrón. Se suponía que estarían sentados junto a él en ese último helicóptero que salió. Más bien, se habían desvanecido.
INFOGRAFÍA: Newsweek en Español.
Standfast no recuerda que le hayan dicho que estaban perdidos esa noche. No recuerda que alguien solicitara regresar por ellos. Sabe que asistió al servicio conmemorativo de sus compañeros caídos, pero tampoco puede recordar eso. Lo último que recuerda es que su helicóptero aterrizó en la oscuridad en un portaaviones. Todo después de eso es un vacío. Tal vez es una manera de protegerse a sí mismo del dolor. Se las arregla para mantener oculto ese dolor en gran medida, pero hay muestras de él debajo de su fachada endurecida de infante de marina. A veces es amistoso y relajado; al momento siguiente es rígido y retraído.
Él fue a Niceville porque Cary Turner, un primo de Hargrove, lo llamó semanas antes con una noticia sorprendente: un excontrolador de la Fuerza Aérea afirmaba saber lo que le había pasado a su primo y los otros dos marines. Standfast de inmediato empezó a planear el viaje.
Ahora, parado frente a esa puerta cerrada, llamando y esperando, se preguntaba si la llamada había sido un engaño. Standfast vio a un vecino, quien le dijo que era la casa correcta y que el hombre estaba en casa. Así que llamó de nuevo, esperó un poco más. Y luego, después de varios minutos, la cortina de la ventana de la puerta se movió, y un hombre canoso con lentes de armazón oscuro miró hacia fuera con cautela. Standfast le mostró su identificación de veterano y le explicó quién era y por qué estaba allí. Le suplicó la verdad que se le había escapado todos estos años.
La cortina se cerró. El picaporte giró. La puerta se abrió, y Standfast y su esposa entraron en la casa.
Una vez dentro, Robert Velie, sargento primero de la Fuerza Aérea, le dijo todo lo que sabía de los hombres que habían desaparecido en las costas manchadas de sangre de Koh Tang; los tres hombres cuyos restos nunca se encontraron oficialmente, pero cuyos nombres están entre los últimos inscritos en el Muro Conmemorativo de Veteranos de Vietnam en Washington, D. C., y cuya desaparición trágica sigue siendo uno de los misterios más duraderos de una de las guerras más desastrosas de Estados Unidos.
DESAPARECIDOS EN COMBATE: Cuando los estadounidenses salieron de Koh Tang, tres marines de Estados Unidos no llegaron al último helicóptero que dejó la isla: Gary Hall, Joseph Hargrove y Danny Marshall. Foto: US MARINES.
LOS PEONES PRISIONEROS DE GUERRA
Pocos problemas en Estados Unidos han sido tan polémicos o dolorosos como el destino de los miles de soldados estadounidenses que fueron hechos prisioneros o desaparecieron durante la Guerra de Vietnam. En su libro Until the Last Man Comes Home, Michael Allen, profesor adjunto de historia en la Universidad Northwestern, anota que el presidente Richard Nixon —un hombre que hizo campaña en 1968 sobre su “plan secreto” para terminar el conflicto— fue de los primeros en politizar el problema al hacer desfilar a las esposas de los prisioneros en televisión en 1969 para justificar su expansión de la guerra. “¡Tenemos a esos bastardos liberales en fuga ahora!”, supuestamente se pavoneó.
La administración de Nixon prometió que Estados Unidos nunca dejaría Vietnam hasta que el último soldado regresara a casa y, escribe Allen, infló la cantidad de estadounidenses posiblemente en cautiverio para debilitar a quienes pedían una retirada rápida. Esta fue una estrategia ganadora hasta que súbitamente le fue contraria a Nixon. Conforme la guerra se prolongó —y los vietnamitas seguían usando prisioneros estadounidenses para su propia propaganda— estas familias empezaron a hablar en contra del conflicto, exigiendo que Washington trajera a sus hombres a casa. “[Los prisioneros] se convirtieron en la imagen del sacrificio estadounidense en la Guerra de Vietnam”, dice Allen a Newsweek.
En enero de 1973, Estados Unidos terminó sus operaciones militares de combate directo en Vietnam, pero la guerra por los prisioneros de guerra estadounidenses continuó. Poco después de que se firmó el acuerdo de paz en París, menos de la mitad de la cantidad de soldados estadounidenses que la Casa Blanca había dicho que estaban desaparecidos o en cautiverio habían sido regresados por los norvietnamitas, según Allen. La administración de Nixon sostuvo que todo prisionero había regresado. Pero sus afirmaciones previamente infladas dejaron muchas familias resentidas e incrédulas en un momento en que el escándalo ya estaba acabando con la confianza en el gobierno. “Allí es cuando el mito de los prisioneros de guerra dejados atrás empieza a despegar”, dice Allen.
En las siguientes dos décadas, estas familias siguieron exigiendo respuestas (e imputando culpas), lo que llevó a investigaciones e incluso audiencias congresistas. Durante la década de 1980, estas acciones a menudo fueron explotadas por los legisladores —en su mayoría de la extrema derecha— para acusar a sus oponentes de debilidad, dice Allen, y cuando los prisioneros de guerra se volvieron un elemento básico de la cultura popular a través de películas como Ramboy Perdido en acción, el público se volvió todavía más cínico con respecto al gobierno que le había mentido repetidamente sobre la Guerra de Vietnam, desde el Incidente del Golfo de Tonkín hasta la caída de Saigón.
Mientras tanto, investigadores como Lynn O’Shea trataban de demostrar que soldados de Estados Unidos todavía estaban cautivos. Ella sacó a la luz el estudio Proyecto X de 1976 del gobierno, el cual decía que hasta 57 estadounidenses podían estar todavía cautivos en el Sudeste Asiático, y los Memorandos Tourison, los cuales decían que algunos soldados estadounidenses declarados muertos por Estados Unidos habían estado en custodia del enemigo con vida. O’Shea también proveyó el recuento más completo a la fecha de la Operación Morralla, un plan de 1981 de la administración de Reagan para rescatar a prisioneros de guerra de Laos (la operación fracasó debido a filtraciones congresistas y mala inteligencia provista por la CIA).
Pero nadie respondió definitivamente la pregunta de qué les
pasó a los hombres desaparecidos que corrieron a rescatar al
S. S. Mayaguez. El Cuerpo de Marines se negó a comentar para este artículo, pero en los últimos cinco años, al hacer viajes a Camboya, leer miles de páginas de documentos del gobierno de Estados Unidos y entrevistar a combatientes de ambos bandos, así como a oficiales militares camboyanos actuales, he descubierto nuevos detalles perturbadores en relación con lo que le sucedió a esos hombres, información que el gobierno estadounidense ha ocultado a sus amigos y familiares por décadas.
MENTIRA BRILLANTE: La administración del presidente Nixon infló la cantidad de estadounidenses posiblemente en cautiverio para debilitar a quienes pedían una retirada rápida de Vietnam. Foto: HECTOR ROBERTIN/DPA/CORBIS/GETTY
KOH TANG ENLUTADA
En la tarde del 12 de mayo de 1975, el Mayaguez, un carguero estadounidense, navegaba de Saigón (ahora Ciudad Ho Chi Minh, Vietnam) hacia Sattahip, Tailandia, cuando fuerzas de los Jemeres Rojos en un esquife le dispararon cuando estaba a dos millas de la costa de territorio camboyano. Cuando el barco se detuvo, siete marinos jemeres portando AK-47 y lanzacohetes subieron a bordo. La tripulación alcanzó a mandar una señal de auxilio, la cual fue recibida por una compañía privada en Yakarta, Indonesia, y retransmitida a la embajada de Estados Unidos. A las pocas horas, funcionarios de Washington supieron del secuestro y lanzaron a la Fuerza Aérea, desplegaron a la Armada y movilizaron a marines de las selvas de Okinawa.
Pilotos navales vieron desde arriba cómo artilleros de los Jemeres Rojos anclaban el Mayaguezcerca de Koh Tang y llevaban a la tripulación hacia la masa continental. Pero los funcionarios estadounidenses ignoraron en gran medida esta información y continuaron planeando una operación de rescate en la isla. Funcionarios de defensa calcularon que había hasta 200 combatientes de los Jemeres Rojos fortalecidos y armados con artillería pesada allí, pero nadie les pasó la información a los marines a quienes se les había ordenado atacar la isla. Se les dijo que esperaran entre veinte y cuarenta viejos y granjeros.
Temprano en la mañana del 15 de mayo, cuatro helicópteros estadounidenses se abatieron hacia la parte norte de Koh Tang, y los Jemeres Rojos rápidamente derribaron dos. Ambos se estrellaron en la playa o en las aguas bajas, y unos cuantos sobrevivientes alcanzaron el bosque. Otros, algunos heridos severamente, fueron obligados a nadar bajo un fuego fulminante fuera del mar, donde fueron rescatados por soldados estadounidenses en un bote pequeño enviado desde un destructor cercano. A los otros dos helicópteros les fue solo un poco mejor; artilleros de los Jemeres Rojos dañaron ambos cuando trataban de entregar a los marines. Uno regresó a la costa de Tailandia para un aterrizaje de emergencia; el otro revoloteó al mar donde se estrelló y mató a un aviador.
Sin embargo, al final 131 marines, médicos y aviadores navales alcanzaron la isla, y por 14 horas combatieron con los soldados de los Jemeres Rojos codo con codo.
Poco después del mediodía, Standfast llegó con cien refuerzos, incluido su equipo de ametralladora: Hargrove, Hall y Marshall. Las tropas frescas informaron a los marines en el lugar que un destructor estadounidense había recuperado la tripulación del Mayaguez esa mañana, a la deriva en un bote pesquero, y que marines habían incautado el barco. Traducción: los habían enviado a un tiroteo brutal sin razón. Funcionarios en Washington ordenaron una retirada, pero planearla y ejecutarla requeriría de tiempo, por lo que los marines tuvieron que esperar hasta que la flotilla dañada de helicópteros pudiera ir en su rescate.
Mientras un torrente de balas surcaba los aires, Standfast colocó su equipo de ametralladora en el extremo derecho de la posición de los marines. El sargento Carl Anderson montó bengalas de paso enfrente del equipo y revisó las líneas para asegurarse de que sus compañeros de armas estuvieran bien, dice. Bombarderos estadounidenses luego empezaron a golpear la selva, y los disparos disminuyeron conforme los Jemeres Rojos se retiraban.
Pero conforme caía la oscuridad y se acercaban los helicópteros de rescate, los comunistas se arrastraron de vuelta a sus nidos de araña y lanzaron otro asalto contra los estadounidenses. Pilotos de la Fuerza Aérea desafiaron el fuego pesado en helicópteros apenas funcionales y llegaron uno a la vez a rescatar a los marines, los cuales trataban de hacer retroceder a los comunistas. Sin embargo, con menos soldados de Estados Unidos en el terreno, los Jemeres Rojos avanzaron. En la playa oeste, mientras más y más estadounidenses subían a los helicópteros, el capitán James Davis se hizo cargo de los soldados restantes. A algunos, como Hargrove, Hall y Marshall, él nunca los había visto. En cierto momento, Davis usó las ondas de radio para decir que estaban a minutos de ser rebasados.
Antes de que ello pudiera pasar, subió al último helicóptero. Algunos de los marines a bordo de ese helicóptero le dijeron a la tripulación que todavía había hombres en la playa. La tripulación aérea le preguntó a Davis, el oficial más alto a bordo, que interviniera, pero él estaba relativamente seguro de que todos habían sido recogidos, según transcripciones de radio de la Fuerza Aérea. En las siguientes horas, funcionarios militares repitieron las afirmaciones de Davis una y otra vez, hasta que se percataron de que estaban equivocados.
MAYORÍA ESTRIDENTE: Objetantes detrás de barricadas policiacas les gritan a manifestantes que marchan en contra de la Guerra de Vietnam en Manhattan, en 1966. Foto: AP
FANTASMAS EN LA RADIO
Robert Velie, el sargento primero de la Fuerza Aérea, estaba detrás de su consola de radio a bordo del Centro Aerotransportado de Comando y Control de Campo de Batalla EC-130E, una aeronave de transporte militar con un sofisticado equipo de comunicaciones. Velie y su equipo habían coordinado la batalla comunicándose con los comandantes, el apoyo y los hombres en el lugar. Cuando el último helicóptero se iba, Velie y compañía oyeron en la radio que todos los marines habían sido recogidos. Ellos dirigían los últimos ataques aéreos en la isla antes de encaminarse a casa.
Poco después de las 20:20 h, la radio de Velie siseó y oyó una voz estadounidense preguntando cuándo regresaría el siguiente helicóptero a recogerlos. Velie estaba perplejo; él sabía que no había más helicópteros dirigiéndose a la isla. De hecho, había cañoneros encaminándose, listos para acribillar. Velie le preguntó a quien llamaba si estaba en el último sitio de recuperación y por qué no había abordado el helicóptero. “Nos dijeron que proveyéramos fuego para cubrir [los helicópteros] y que regresarían por nosotros”, recuerda que le dijo el hombre.
Velie inmediatamente pensó que era un truco de los Jemeres Rojos para atraer más helicópteros, así que le pidió a quien llamaba el código de autentificación. El infante de marina no dudó; respondió correctamente con la respuesta apropiada. Velie dice que su superior entonces dijo a los comandantes navales que todavía había marines en la isla. Poco tiempo después, los comandantes respondieron: Davis, dijeron ellos, les había dicho que todos estaban presentes.
El comandante de Velie radió a un destructor en el área, el
U. S. S. Harold E. Holt. Alguien en el Holt lo instruyó que hiciera que los marines abandonados se metieran en el mar, donde tratarían de recogerlos. Pero a los hombres, dice Velie, no les gustó el plan; todavía creían que un helicóptero iría en su rescate.
El reporte del Cuerpo de Marines sobre la desaparición de los tres hombres declara que uno era mal nadador y los otros dos no sabían nadar, por lo que meterse en el mar en la oscuridad habría sido peligroso. Velie dijo al infante de marina por radio que él y los otros deberían ponerse a cubierto de inmediato porque los cañoneros estaban por llegar. El infante de marina dijo: “Roger”, y pronto dos cañoneros acribillaron la isla con fuego de cañones.
Después de la cortina de fuego, Velie llamó de vuelta al infante de marina. No hubo respuesta.
EL INFIERNO EN UN LUGAR MUY PEQUEÑO: Soldados estadounidenses cargan a un compañero caído a un helicóptero. Incluso después de que las armas acallaron, la guerra por los soldados prisioneros y desaparecidos continuó por décadas. Foto: JOHNER/AP
“PENSÉ QUE ERA MI CULPA”
Velie no es el único que disputa la versión del Cuerpo de Marines sobre lo que le sucedió a esos tres soldados. David Wagner, soldado de primera clase, entre otros marines, dijo a los investigadores que los tres artilleros lo cubrieron mientras cargaba heridos dentro de los helicópteros, y dijo que incluso le dio munición a Hall.
Ray Buran Jr., sargento primero de la Fuerza Aérea, recuerda la llamada de los marines para afirmar aún más la afirmación de Velie. “[Un infante de marina] sí habló con alguien [a bordo de la aeronave de Velie]”, dice. Buran operaba una consola diferente en la aeronave de Velie, por lo que no estuvo al tanto de la conversación, pero él recuerda haber oído que los marines eran perseguidos y recibían fuego pesado de tierra, lo cual difiere un poco del recuento de Velie.
Anderson, el último estadounidense que vio a los tres vivos, según reportes militares, no recuerda haberlos visto en la zona de aterrizaje, pero sí recuerda su llamada después de que despegó el último helicóptero. Dice que oyó una grabación de esta en Okinawa, varios días después de la batalla, mientras era investigado por dejar a los marines detrás (fue absuelto de la responsabilidad). “Hubo una grabación de [los marines] que pensé que la había hecho el enemigo”, dice (según Velie, los estadounidenses grabaron todas las comunicaciones de radio con los marines en el lugar). “Eran definitivamente Hall, Marshall y Hargrove”, añade Anderson. No puede recordar lo que dijeron, pero no oyó voces camboyanas en la grabación. “[La grabación] me llegó. Pensé que era mi culpa”.
Con los tres marines posiblemente todavía vivos, pero que ya no respondían, los militares estadounidenses tenían una decisión difícil que tomar. Velie dice que hubo muchas razones posibles por las cuales los marines en la playa no volvieron a contestar la radio. Su aeronave pudo haberse movido fuera de rango. O habían sido heridos u obligados a esconderse porque los combatientes de los Jemeres Rojos estaban cerca. Dada su poca capacidad para nadar, él duda que trataran de meterse en el mar. Su aeronave se quedó en el área hasta después de la medianoche, con la esperanza de contactarlos de nuevo, pero la radio siguió en silencio.
Davis murió en 2012. Años antes, dijo a CBS News que se había ofrecido como voluntario para regresar a la isla, pero su solicitud fue rechazada. Velie, Anderson y Buran concuerdan en que regresar a Koh Tang habría sido peligroso en extremo. “No había recursos [para regresar por ellos]”, dice Buran, refiriéndose a los helicópteros dañados. “Todo fue derribado o acribillado”.
En verdad quedaba una sola esperanza para el equipo de ametralladora desaparecido: los SEAL de la Armada.
REGRESO A KOH TANG: Décadas después de la batalla Standfast regresó a la isla en busca de respuestas, y tratar de seguir adelante. Foto: Especial.
PROPONER EL SUICIDIO
En la noche del 15 de mayo, Tom Coulter, entonces teniente y líder del Pelotón Delta del Equipo 1 de los SEAL de la Armada, llegó al portaaviones U. S. S. Coral Sea mientras el humo todavía pendía sobre el campo de batalla de Koh Tang. Coulter no había oído sobre la misteriosa última llamada de radio, pero marinos en el Holt dijeron que había “un problema con el conteo de hombres”. Coulter se reunió con Robert Coogan, vicealmirante de la Armada y comandante en la escena de la Armada, y su reunión se acaloró rápidamente. Coogan quería dejar caer volantes sobre Koh Tang anunciando que los SEAL irían, dice Coulter, luego enviar a los hombres hacia la orilla, desarmados, durante el día para retirar “cuerpos de marines” que “pudieran estar o no en la playa”. Coulter pensó que Coogan proponía un suicidio. “Le dije que no asumiríamos esa misión”.
Coulter finalmente persuadió a los altos mandos de que los SEAL deberían planear su propia misión. Sugirió que fueran armados y de noche, para evitar ser detectados. Él y sus 13 hombres entonces se dirigieron al Holt con dos botes inflables, y el destructor dio la vuelta hacia Koh Tang.
Era una hora tardía, recuerda Coulter, cuando fue llamado a la oficina de Robert Peterson, comandante del Holt, para una teleconferencia con la Casa Blanca. Él no piensa que el presidente Ford estaba en la conferencia, y no puede estar cien por ciento seguro, pero cree que Coogan estaba en ella, igual que el secretario de Defensa, James Schlesinger, y el secretario de Estado, Henry Kissinger. “Alguien en la conferencia tenía un acento”, dice, refiriéndose a Kissinger, nacido en Alemania. Estaban cancelando la operación SEAL de rescate, recuerda Coulter, porque “el riesgo era demasiado alto”. Kissinger no respondió a las solicitudes de Newsweek en busca de sus comentarios. Coogan; su superior en el Comando del Pacífico, el almirante Noel Gayler, y Schlesinger están muertos. El almirante James Holloway III, presidente interino del Estado Mayor Conjunto, dice a Newsweek a través de un portavoz que él no tenía conocimiento de algún reporte sobre marines dejados atrás y que no recuerda ninguna discusión subsiguiente sobre ellos.
Al día siguiente, el destructor U. S. S. Henry B. Wilson patrulló la costa de Koh Tang, buscando señales de sobrevivientes, mientras aeronaves peinaban el denso follaje selvático, pero no hubo señales de Hargrove, Hall y Marshall. Estados Unidos decidió no lanzar una misión de rescate.
Dos semanas después, dice Velie, sus superiores le ordenaron nunca discutir de nuevo la llamada de radio, pero hasta hoy no la puede olvidar. “Fui el último que habló con ellos —dice—. Tuve que decirles que nadie regresaría por ellos”.
¿DEJADOS ATRÁS? Una bandera de Prisioneros de Guerra/Desaparecidos en Combate en el Cementerio Nacional de Arlington en Virginia. Foto: ALEX BRANDON/AP
CUERPOS ABANDONADOS EN LA PLAYA
En el otoño de 2012 viajé a Phnom Penh, Camboya, donde me reuní con el excomandante de guarnición de Koh Tang en un café vacío. Em Son es un hombre delgado con una sola pierna con piel quemada por el sol. A primera vista, parecía demasiado débil para ser un veterano comandante de fuerzas especiales y adjunto cercano a Pol Pot, líder de los Jemeres Rojos, que él afirmaba ser. Pero sus ojos cuentan una historia diferente: eran oscuros, vacíos, temibles.
En los días posteriores a la batalla por el Mayaguez, Son afirmó que él y sus camaradas notaron que faltaba comida de una choza cercana a la playa este. Se acusaron unos a otros, luego pusieron una trampa para atrapar al ladrón. Después, esa tarde, capturaron a Hargrove y lo tuvieron cautivo durante la noche en una celda improvisada, donde él les dijo sobre los otros dos marines sobrevivientes (Son dijo que Hargrove le dio esa información sin ser torturado). Al día siguiente, cuando Son y varios soldados de los Jemeres Rojos marcharon con Hargrove a otra área de cautiverio, el infante de marina trató de escapar. Son dijo que le disparó en la pierna y Hargrove cayó. Luego, Son caminó hacia él, disparó de nuevo, y lo mató en el lugar. (Él dijo que matarlo fue compasivo porque no había asistencia médica en millas.) Los Jemeres Rojos, dice Son, enterraron a Hargrove bajo un mango cercano. Más tarde, ese día, atraparon a Hall y Marshall, dice Son, y los llevaron a la masa continental, donde los entregaron al jefe naval de los Jemeres Rojos, Meas Muth. Los comunistas tuvieron cautivos a los marines en un templo convertido en prisión, pero finalmente, dice Son, los guardias marcharon con los dos marines hacia la playa, donde los apalearon hasta morir (Muth se negó a una solicitud de entrevista de Newsweek a través de sus abogados).
El gobierno de Estados Unidos ha disputado las afirmaciones de Son, las cuales han cambiado un poco con el tiempo, tal vez para evitar ser acusado en el tribunal de guerra de Naciones Unidas en marcha en Phnom Penh.
En 2015 regresé a Camboya, esta vez con Cary Turner, el primo de Hargrove, Standfast y otros veteranos del tiroteo de Koh Tang, para reunirnos de vuelta con Son. Lo vimos hablar en una ceremonia para conmemorar el cuadragésimo aniversario de la batalla. Allí, él contó la misma historia que me dijo, solo que esta vez añadió que había hecho un disparo de advertencia cuando Hargrove corrió y lo mató accidentalmente.
Turner estaba frustrado. Él se había reunido antes con Son y oyó una historia similar. Había estado en la isla dos veces e incluso encabezó excavaciones. Ahora, mientras él y la traductora Norma Sarvong charlaban con el hombre que mató a su primo, Turner le suplicó la verdad sobre lo que pasó ese día, prometiéndole que no habría repercusiones.
Son le dijo una historia de guerra similar sobre Hall y Marshall, pero esta vez su recuento de la muerte de Hargrove fue diferente. La mañana después de la batalla, contó, cinco hombres de Son fueron a un estanque cerca de la playa este de Koh Tang por agua para cocinar arroz. Los combatientes oyeron un ruido al otro lado del agua. Cuando fueron a investigar, un infante de marina que encaja en la descripción de Hargrove abrió fuego contra ellos y mató a un capitán de los Jemeres Rojos que era amigo de Son. Hargrove luchó hasta que se le acabó la munición, y entonces fue capturado. Son dijo que Hargrove fue herido arriba de la rodilla derecha y rengueaba, pero la herida estaba seca, como si le hubieran disparado el día anterior. Los combatientes llevaron a Hargrove a un prado cercano, donde se reunieron con Son. Al oír que el infante de marina había matado a su amigo, Son le disparó a Hargrove en el lugar, cerca del mango, y ordenó a sus hombres que lo enterrasen en las cercanías.
Era una historia perturbadora, pero Turner confiaba en que finalmente sabía la verdad, o por lo menos algo cercano a ella. Son nunca negó haber jalado el gatillo, y sostuvo sus declaraciones previas sobre cómo murieron los otros dos hombres. También dijo que funcionarios estadounidenses lo habían entrevistado, y él parecía auténticamente perplejo de que el gobierno de Estados Unidos todavía afirmase que lo sucedido a los hombres no tenía explicación.
Desde finales de la década de 1990, investigadores estadounidenses han ido enérgicamente a Koh Tang con picos y palas, y han recuperado los restos de 13 hombres que murieron en batalla. Pero dicen que no pudieron encontrar los de Hargrove, Hall o Marshall. En 2008, investigadores excavaron donde Son afirmó que ordenó el entierro de Hargrove. Hasta hace poco, la Agencia de la Defensa para Contabilidad de Prisioneros de Guerra/Desaparecidos en Combate (DPAA, por sus siglas en inglés) no comentaría qué recuperó exactamente allí, pero en una entrevista reciente con Newsweek,dicen que hallaron solo cuerpos camboyanos cerca del mango y fragmentos de huesos de animales donde Hall y Marshall supuestamente fueron golpeados hasta morir.
Sin embargo, Turner es escéptico con los hallazgos de la agencia, y no es el único. En años recientes, la DPAA ha estado envuelta en una serie de escándalos que involucran los restos de soldados de Estados Unidos. Uno implicaba quejas internas de que la agencia no había registrado correctamente su trabajo en Koh Tang en la búsqueda de Hall, Marshall y Hargrove. De hecho, una fuente camboyana —cuya identidad protege Newsweek porque el individuo no está autorizado a hablar con la prensa— cree fuertemente que el cuerpo que los investigadores de Prisioneros de Guerra/Desparecidos en Combate de Estados Unidos retiraron cerca del mango en 2008 era estadounidense. Los restos eran demasiado altos para ser surasiáticos; los huesos eran largos, según la fuente camboyana, y los estadounidenses en la escena estuvieron de acuerdo. Charles Ray, exembajador estadounidense en Camboya y subsecretario adjunto de Asuntos del Personal de Prisioneros de Guerra/Desaparecidos en Combate, dice que investigadores del gobierno de Washington le dijeron lo mismo. La DPAA disputa esto y dice que sus resultados de laboratorio demostraron lo contrario, pero la agencia se negó a proveer pruebas de lo que halló a Newsweek o la familia de Hargrove.
En 2016, la DPAA anunció que había hallado la identificación y artículos personales de Hall en una fosa común vacía en Koh Tang. Lo que no reveló públicamente, según la fuente camboyana de Newsweek,es que la DPAA también encontró una radio estadounidense y un chaleco antibalas de infante de marina no muy lejos de donde despegó el último helicóptero estadounidense. El chaleco tenía un nombre y un número. En una entrevista con Newsweek, funcionarios de la DPAA reconocieron que hallaron esos artículos, pero se negaron a decir a quién pertenecían.
También me dijeron que habían desechado tanto el radio como el chaleco antibalas.
De vuelta en Florida, Standfast se inclinó hacia delante en el borde de su silla, escuchando atentamente mientras el aviador envejecido lo transportaba de vuelta a esa batalla horrorosa con los Jemeres Rojos y explicaba por qué finalmente decidió contar su historia. Ahora de setenta años, Velie sentía la necesidad de aliviar esta carga.
Standfast me dijo después que mientras oía a Velie, estaba hipnotizado conforme un evento se volcaba sobre el siguiente. Velie habló con autoridad, dijo, sin dudar. Sabía todos los acrónimos correctos y palabras clave y parecía tener la mente muy clara. El exinfante de marina había manejado hasta Niceville con escepticismo. Ahora, cuando Velie terminó de contar su historia, se convirtió en un creyente. “No hay manera en que esto fuera ensayado —dijo—. Era una confirmación de que fueron abandonados en la isla”.
En su largo viaje a casa, Standfast y su esposa discutieron todo lo que Velie les había dicho. Él estaba contento de haber sabido finalmente la verdad sobre esa críptica llamada de radio final. No está seguro de que sea suficiente para exorcizar sus fantasmas, pero le dio todavía más determinación de ayudar al primo de Hargrove a hallar los restos de los marines que dejaron atrás.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek