EL CRIMEN fue tan extraño y horripilante, que parecía salido de un episodio combinado de Black Mirror y La ley y el orden: Unidad de Víctimas Especiales. En la primavera de 2014, dos niñas de 12 años oriundas de Waukesha, Wisconsin, convencieron a una tercera amiga de que las siguiera hasta el bosque y la apuñalaron 19 veces, luego la abandonaron allí para que muriera. Su justificación: las obligó Slenderman, un personaje sobrenatural de horror. Aquella acción impactante fue también una traición a la amistad que puso en duda todo lo que creíamos saber sobre la infancia y la inocencia en la era del internet.
Este año, al reanudarse los juicios de las jóvenes perpetradoras—Morgan Geyser y Anissa Weier—, un nuevo documental de HBO, Beware the Slenderman, cuenta la historia espeluznante de la perversión de una amistad infantil, y de cómo la obsesión con un macabro meme de internet terminó en el intento de asesinato de una amiga. Irene Taylor Brodsky, directora galardonada con el Emmy (One Last Hug: Three Days at Grief Camp) tuvo un acceso extraordinario a las familias de las dos agresoras apenas un par de meses después del crimen.
Beware the Slenderman inicia con un montaje al estilo La Bruja de Blair, con una niña que corre por un bosque oscuro, usando una linterna para alumbrar ramas desnudas mientras jadea desesperadamente. Un zumbido extraño se escucha en el fondo. De pronto, la cámara se fija en una silueta perfilada detrás de unos arbustos, vestida con un traje oscuro y corbata, con el rostro blanco y sin rasgos. Es Slenderman, el ente mítico de la internet, de brazos largos y delgados, y tentáculos que se proyectan de su espalda; acosador de niños; incitador de una “slenderenfermedad” (ataques de tos, pérdida de memoria); con el poder de quitarte los órganos o volverte loco. “¡Eh! ¡Por aquí!”, le grita la niña. “¡Por favor!”. Slenderman desaparece, pero un instante después se materializa justo frente a la cámara. Se escucha un grito, una descarga de ruidos brutales, seguidos de una ráfaga de imágenes espectrales pixeladas. Y luego, la pantalla pasa a negro.
La escena pretende aterrar, y quizá lo haga si estás mirando la película; pero si has seguido el “apuñalamiento Slenderman” los últimos dos años, recibirás el sobresalto unas cuantas escenas después. Luego del breve montaje de unos cortos noticiosos informándonos el quién, qué, dónde, cuándo, por qué y cómo del crimen, nos encontramos cara a cara con la bebé Morgan, balbuciendo de manera adorable en su sillita alta. Brodsky intercala videos caseros en la cinta de dos horas —Anissa y su madre cantando; Morgan vestida de rosa, lanzando hojas secas en el patio—, para recordarnos que las perpetradoras de ese acto atroz son niñas. Y luego se da a la tarea de explicarnos qué salió mal.
INFOGRAFÍA: Newsweek en Español.
Entre cortos de interrogatorios policiacos, audiencias en la corte, y grabaciones de drones que sobrevolaron Waukesha y el cercano Bosque Nacional Nicolet, Brodsky vuelve sobre los pasos de las niñas hasta el crimen. Para celebrar su duodécimo cumpleaños, Morgan invitó a dos amigas de esa misma edad a una fiesta de pijamas: Payton Leutner, su mejor amiga desde el cuarto grado, y Anissa, una conocida más reciente. Angie, la madre de Morgan, recuerda la alegre velada: “Corrían arriba y abajo por la escalera, tomadas de la mano y riendo”.
JUEGO IMAGINARIO: Anissa dijo a los investigadores: “Morgan y yo íbamos a ser como leonas persiguiendo a una cebra”. Foto: MICHAEL SEARS/MILWAUKEE JOURNAL SENTINEL/TNS/GETTY
No tenía idea de que, meses antes, su hija y Anissa habían hecho un pacto siniestro para convertirse en “agentes” de Slenderman y asesinar a Payton durante la fiesta. Las niñas habían tramado cubrir la boca de Payton con cinta para embalar, apuñalarla en el pecho, cubrirla con frazadas y, luego, correr hacia la mansión de Slenderman, que presumían estaba en algún lugar de Nicolet, a unos 300 kilómetros de allí. Sin embargo, esa noche decidieron esperar hasta el día siguiente. “Quise darle una mañana más”, dijo Morgan a la policía, en su declaración.
Al amanecer, las tres desayunaron donas con fresas (frutillas) y luego fueron al parque de la localidad. Antes de partir, Morgan tomó un cuchillo de la cocina, lo ocultó bajo su chaqueta y dijo a su madre que la quería. Al llegar al parque fueron al baño público; era allí donde Anissa y Morgan habían decidido atacar a Payton. “Había un drenaje para que escurriera la sangre, y luego pensábamos sentarla en el inodoro, cerrar la puerta, e irnos a Nicolet”, dijo Anissa durante su interrogatorio. Había leído en línea que era más fácil matar a alguien mientras la persona dormía o estaba inconsciente; así que, en algún momento, dijo, golpeó a Payton en la frente empujándola contra una pared de concreto. Morgan le entregó el cuchillo, pero tuvo miedo, de manera que Anissa la abrazó. No queda claro cuánto de todo este intercambio presenció Payton o en qué parte del baño se encontraba para entonces, pero de alguna manera, Anissa y Morgan resolvieron las cosas con Payton lo suficiente para convencerla de que saliera del baño público y jugara a las escondidas con ellas. Payton se negó, pero sus amigas prometieron que ella podría elegir el siguiente juego.
“Morgan y yo íbamos a ser como leonas persiguiendo a una cebra”, dijo Anissa a la policía. Explicó que condujo a Payton a un escondite en el bosque, y tan pronto como Morgan las encontró, ambas atacaron. Anissa derribó a Payton y se sentó sobre ella, pero cuando Payton gritó que no podía respirar, Anissa se quitó de encima, temerosa de que los gritos llamaran la atención. Morgan dio el cuchillo a Anissa y dijo: “No puedo hacerlo. Tú sabes dónde están todos los puntos blandos”. Anissa tomó el cuchillo, pero se lo devolvió a Morgan, diciendo: “Hazlo tú. Como quieras. Vuélvete loca”.
“No lo haré hasta que tú me lo digas”, respondió Morgan.
Anissa retrocedió unos pasos y entonces, exclamó: “¡Ahora!”.
Morgan derribó a Payton, se sentó en sus piernas y dijo: “No temas, soy solo una gatita”. Inclinándose hacia el rostro de Payton, añadió en un susurro: “Lo siento mucho”, y empezó a apuñalar sus brazos, piernas y torso; perforó su estómago, páncreas e hígado, y apenas por un milímetro no cortó una arteria importante próxima al corazón. “No sentí nada. Fue como aire”, dijo Morgan a la policía, más tarde, moviendo el brazo derecho como si apuñalara.
“¡Te odio!”, gritó Payton cuando Morgan al fin se quitó de encima. “¡Confié en ti!”. Payton logró ponerse de pie y comenzó a trastabillar hacia un camino cercano, pero Anissa la sujetó de un brazo, y le dijo que se acostara mientras ella y Morgan pedían ayuda. En vez de ello, las dos echaron a correr hacia Nicolet. A la larga, Payton se arrastró hasta una acera, con la sangre rezumando en su chaqueta negra con forro afelpado, y allí quedó tendida hasta que un ciclista la descubrió y llamó al número de emergencias. Unas horas después, encontraron a Anissa y a Morgan caminando por una autopista local, según dijeron, de camino a la mansión de Slenderman.
¿Cómo es posible que dos niñas de 12 años cometieran un acto tan espantoso? Para responder la interrogante, Beware the Slenderman recurre a un panel de expertos que relata la historia del personaje, desde su concepción en 2009 durante un concurso de Photoshop hasta su surgimiento como parte del folclore de internet. “Slenderman es el Coco moderno”, dice Trevor Blank, un folclorista digital. “Es el monstruo que vive en mi ropero. Es el tipo que viaja en la camioneta blanca sin ventanas. El extraño sin rostro que secuestra niños… De hecho, Slenderman es quien tú quieras que sea”. La internet es un caldo de cultivo para el folclore siempre cambiante de Slenderman, desde videos en YouTube chapuceros y publicaciones en Tumblr hasta supuestos avistamientos y videojuegos cautivadores. La escena donde unos niños aparecen enfrascados en juegos de Slenderman en línea, con una mezcla de terror y enamoramiento, es una prueba poderosa de que la internet es, realmente, un mundo nuevo, un lenguaje nuevo, una nueva religión.
Anissa y Morgan fueron acusadas de intento de homicidio en primer grado, y cada una enfrenta hasta 65 años de cárcel. Beware the Slenderman termina tan pronto como el juez determina que las dos serán juzgadas como adultos. “Esa es la mayor interrogante moral en todo esto”, dice Brodsky. “No fue que lo hicieron, sino cuán responsables debemos hacer a los niños que cometen crímenes que consideramos crímenes de adultos”.
La cinta hace un estupendo trabajo al investigar el apuñalamiento de Slenderman con tecnología, psicología y relaciones de amistad entre niñas, pero su logro más poderoso es humanizar a los padres de Anissa y Morgan (los Leutner se negaron a participar).
CÍRCULO SOCIAL INFERNAL: La víctima fue mejor amiga de una de sus agresoras desde el cuarto grado. Foto: ABE VAN DYKE/AP
En los Geyser y los Weier descubrimos a unos progenitores que se derrumban, porque jamás vieron venir semejante pesadilla. Con expresiones exhaustas, estupefactas, fijas casi permanentemente en sus rostros, deploran las señales que no vieron y ansían explicaciones. “Algo que siempre nos pareció extraño en Morgan es que no reaccionaba como era de esperar; como cuando íbamos al cine”, dice Angie, su madre. “Si algo le sucedía al personaje principal, no mostraba empatía”. Corto de la muerte de la madre de Bambi. “Morgan solo decía: ‘¡Corre, Bambi, corre! ¡Sal de allí! ¡Sálvate!’. Pero no se mostraba triste”.
Kristi, la madre de Anissa, recuerda que su hija pasaba mucho tiempo a solas en su dormitorio, pegada al iPad. “Le daba un medio para no sociabilizar con la familia”, recuerda. “Me arrepiento completamente del iPad”. Uno de los momentos más provocativos de la cinta es un montaje de cortos de la historia en YouTube de Anissa, que incluye videos de un conejo comiendo una zarzamora, una joven alimentando a su serval con un ratón vivo, y numerosas encuestas en video que ofrecen confirmar si eres psicópata. “¡Oficial, espóseme! Respondí correctamente”, comenta Anissa en una de ellas.
El padre de Anissa, Bill, afirma que vigilaba estrechamente su uso de la computadora. “Excepto por sentarme en un rincón y vigilar cada uno de sus movimientos, no sé cuánto más pude haberme involucrado”, dice. En una ocasión, Anissa le mostró un dibujo que hizo de Slenderman y Jack Skellington, un personaje de El extraño mundo de Jack. “En aquel momento no me pareció algo inherentemente peligroso. No tuve indicio alguno de que necesitaba investigar más el asunto”. El trauma de los últimos años ha ocasionado que Bill tema que su hijo menor reciba su primer iPad en la escuela. “Dudo que alguien pueda criticarme por creer que no está bien que un montón de chiquillos de quinto grado reciban un montón de iPads después de lo que ha pasado esta familia”, dice, mientras su hijo juega con un videojuego en el que prende fuego a un pato. “Por otra parte, no quiero entorpecer su aprendizaje. Supongo que tendré que superar mis reservas al respecto. Si las cosas fueran como quiero, no se lo daría”.
Los Geyser y los Weier enfrentaron otro obstáculo en su recuperación: entender los diagnósticos psiquiátricos que emergieron durante el juicio. Anissa tiene esquizotipia, un trastorno que le dificulta distinguir la realidad, y Morgan es esquizofrénica. Resulta que Matt, el padre de Morgan, también es esquizofrénico. “En este momento, hay patrones de luz y formas geométricas”, revela. “Es algo como siempre cambiante. Siempre. Ahora mismo. Siempre he querido saber si ella ve las mismas cosas”. Y añade, lágrimas de por medio: “Sé que el diablo no viaja en el asiento trasero, pero el diablo viaja en el asiento trasero, ¿sabes? A veces sabes que no es real, pero aun así huele y sabe y parece real, así que es real”.
Estos diagnósticos permiten explicar algunos de los detalles más incriminatorios surgidos en la corte, como que Morgan se jactara de tener control mental vulcano, así como la capacidad de ver unicornios y a Severus Snape, un mago de la serie de libros de Harry Potter. Cuando la policía registró su dormitorio encontró muñecas a las que había cortado los brazos y los pies, y dibujos de Slenderman con frases como “¡Quiero morir!” y “Ayúdame a escapar de mi mente”.
Angie confía en que, a la larga, Morgan sea enviada a una institución de salud mental donde reciba ayuda, en vez de terminar en una prisión. “Su madre realmente valora que la mediquen y estando casada con un esquizofrénico, entiende la enfermedad mental de una manera compasiva”, dice Brodsky. “Sabía que, cuando Morgan empezara a tomar medicamentos y sus delirios cedieran, se daría cuenta de lo terrible de su situación. Aquel primer año, Angie se consoló pensando que su hija seguía rodeada de amigos [imaginarios], aunque estuviera sola en un cuarto”.
El único momento en que los Geyser parecen realmente felices es cuando revisan un proyecto de arte que hizo Morgan cuando estuvo en el Centro de Detención Juvenil del Condado de Washington. “Tiene muchos detalles, es asombroso”, dice Angie. “No le permiten usar tijeras, así que todos esos pedacitos los cortó a mano”.
Angie levanta los componentes en miniatura de una casa de muñecas: un televisor decorado con personajes de caricatura, una ensalada, una rebanada de pizza, una laptop con detalles en la pantalla. “¿Ya viste qué lindo el corazoncito al frente de la computadora?”, pregunta Angie, sonriendo al pedazo de papel diminuto, como si fuera la propia Angie.
“Nadie saldrá de esto como por arte de magia”, sentencia Brodsky. “Cuanto más profundizas en el mundo que habitaba [Morgan], menos lo entiendes”.
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Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek
