EN 1833, poco más de un cuarto de siglo antes de la publicación de El origen de las especies, Charles Darwin se sentó en Port Desire, en el sur de Argentina, y dibujó una flor. Solo una flor, un espécimen no muy bueno de Gavilea patagonica, la orquídea de unos 30 centímetros de alto de pastizales templados que es la pastura favorita de los guanacos, los primos locales de las llamas. Primero, con una gruesa línea de lápiz, trazó el labelo, que es la parte procreadora de la flor; después, con un toque más ligero, dibujó los seis entreverados segmentos florales que la rodeaban. No pudo tomarle más de unos minutos. Luego, añadió la flor a su dibujo, lo firmó con su nombre y lo guardó, listo para enviarlo a Inglaterra.
Más de 180 años después, su dibujo está a punto de ser publicado por primera vez, en Plant, un nuevo y voluminoso libro que recopila arte botánico de todo tipo, desde un fresco minoico de golondrinas volando entre Lilium chalcedonicum de color rojo ocre, pintado alrededor de 1600 A.C., hasta una imagen coloreada a mano, tomada de un microscopio electrónico por escaneo, de la semilla de una flor alpina de escobilla morisca, con sus faldas color ciruela flotando en el aire como el tutú de una bailarina. Todos estos son objetos de belleza y propósito.
Cuando Darwin tomó su lápiz, no solo quería dibujar la orquídea. Deseaba conocerla. “El dibujo es una forma muy importante en que un botánico puede sentir una planta”, señala Phil Cribb, experto británico en orquídeas que encontró el dibujo de Darwin hace 25 años, extendido y protegido por varias hojas de papel protector, entre 7.5 millones de especímenes de plantas montados para herbario, conservados por los Reales Jardines Botánicos en su herbario de Kew, Londres. Su utilidad científica es una de las razones por las que no permitió que se retirara el dibujo, “es el tipo de trazo que yo haría deprisa en el campo”. Otra razón podría ser el sentido de hermandad: “Los botánicos suelen tenerle mucho cariño a Darwin: las orquídeas eran su pasión”.
El curador artístico de Kew mostró el dibujo a los editores de Plant, pero ellos no se limitaron a lo estrictamente científico. Un grabado de placa de cobre del siglo XVII de una amapola de jardín muestra sus distintas etapas de desarrollo, de ser una promesa celosamente guardada hasta mostrar su gloria desplegada y liviana; está impresa frente a una fotografía de Irving Penn de1968 que muestra el tallo moribundo de amapola oriental con su mustia corola como de papel de seda inclinándose ante lo inevitable. Cribb, que afirma que los papeles con especímenes del herbario de Kew están llenos de dibujos de varias generaciones de botánicos, anotando y respondiendo a esas anotaciones en una discusión expresada enteramente a lápiz, está de acuerdo. “Un verdadero artista”, dice, “suele ver cosas que un botánico pasa por alto. Nosotros miramos una planta creyendo saber qué esperar; ellos la ven con los ojos abiertos”.
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Plant: Exploring the Botanical World (Planta: Explorando el mundo botánico) está publicado por Phaidon, US$60.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek