Hoy tenemos el sistema de mercado menos libre que se haya creado. Es una corrupción mucho más profunda que la corrupción de individuos o compañías; es la corrupción inexplorada de un ideal, de los mercados libres, conforme las economías son amañadas a favor de los dueños de activos —los “rentistas”— mientras se hunden los ingresos por el trabajo.
Los políticos, financieros y burócratas han subvertido las afirmaciones hechas en nombre del capitalismo en la construcción de un sistema que es radicalmente diferente. Ellos aseveran una creencia en los “mercados libres” y quieren que creamos que las políticas económicas los están extendiendo. Eso es falso.
¿Cómo pueden los políticos mirar a las cámaras de TV y decir que tenemos un sistema de libre mercado cuando las patentes garantizan el monopolio de los ingresos por veinte años, evitando que cualquiera compita? ¿Cómo pueden afirmar que hay mercados libres cuando las normas del derecho de autor dan un ingreso garantizado por setenta años después de la muerte de una persona? ¿Cómo pueden afirmar que existen los mercados libres cuando a una persona o compañía se le da un subsidio y no a otras, o cuando venden los recursos comunes que nos pertenecen a todos, con descuento, a un individuo o compañía favorecido? ¿O cuando Uber, TaskRabbit y similares actúan como corredores laborales no regulados, sacando provecho al trabajo de otros?
En vez de tratar de parar estas negaciones de los mercados libres, los gobiernos crean normas que las permiten y promueven…
El sistema de distribución del ingreso del siglo XX se ha roto irremediablemente. Desde la década de 1980, la parte del ingreso que se deparaba al trabajo se ha empequeñecido, globalmente y en la mayoría de los países de importancia económica. Los salarios reales en promedio se han estancado o caído. Hoy, una minoría diminuta de personas e intereses corporativos en todo el mundo acumulan riqueza y poder vastos, no del “trabajo duro” o de la actividad productiva, sino del ingreso de las rentas.
Los “rentistas” obtienen su ingreso de la propiedad, la posesión o el control de activos que son escasos o se hicieron escasos artificialmente. El más familiar es el ingreso por la renta de tierras, las propiedades, la explotación de minerales o las inversiones financieras, pero otras fuentes también han crecido. Estas incluyen el ingreso que los prestamistas obtienen del interés de una deuda; el ingreso por poseer “propiedad intelectual” (como patentes, derechos de autor, marcas posicionadas y registradas); las ganancias de capital en las inversiones; ganancias de la compañía “por encima de lo normal” (cuando una firma que tiene una posición dominante del mercado que le permite cobrar precios altos o dictar términos); el ingreso de los subsidios gubernamentales, y el ingreso de intermediarios financieros y de otro tipo derivados de transacciones de terceros.
Es bien sabido que John Maynard Keynes, el economista más influyente de mediados del siglo XX, desestimó al rentista como “el inversionista sin función” que ganaba un ingreso solamente con la propiedad de capital, explotando su “valor de escasez”. Él concluyó en su históricaGeneral Theory que, conforme el capitalismo se propagara, “ello significaría la eutanasia del rentista y, en consecuencia, la eutanasia del poder opresivo acumulativo del capitalista para explotar el valor de escasez del capital”.
Ochenta años después, el rentista no está muerto para nada; los rentistas se han convertido en los principales beneficiarios del sistema emergente de distribución del ingreso del capitalismo…
Conforme el neoliberalismo cobró forma en la década de 1980, el concepto de “competitividad” se convirtió casi en una obsesión. Un país sólo podía desarrollarse o crecer rápido si era más competitivo que otros, lo cual en gran medida significó tener costos de producción más bajos y mayor rentabilidad que los competidores, así como impuestos más bajos a los inversionistas potenciales.
La economía política clásica se había enfocado en el comercio, motivada por una teoría de “ventaja comparativa”; los países deberían especializarse en los bienes y servicios en cuya producción fueran más eficientes en comparación con otros. De repente, el mensaje parecía ser que todos los países tenían que ser mejores en las mismas cosas.
El principal juego económico era el hallar maneras de atraer y conservar inversión extranjera, para impulsar las exportaciones y limitar las importaciones. Esto llevó a la justificación política para recortar impuestos directos, en especial al capital, y proveer subsidios a los inversionistas. Pero las corporaciones y los financieros han usado su nuevo poder para inducir a los gobiernos y las instituciones financiera supranacionales a construir una infraestructura que favorece sus intereses.
Ellos han construido un marco legal de instituciones y regulaciones que permiten a las elites maximizar su ingreso por rentas. La afirmación de que el capitalismo global se basa en mercados libres es la primer mentira del capitalismo rentista. En especial desde 1995, la propiedad intelectual se ha convertido en una fuente primaria de ingreso por rentas, a través del poder de mercado creado por la diseminación de marcas registradas (cruciales para el posicionamiento de marca), los derechos de autor, los derechos de diseño, las indicaciones geográficas, los secretos comerciales y, sobre todo, las patentes. Las industrias del conocimiento y de tecnología intensiva, las cuales ahora suman más de 30 por ciento de la producciónglobal, están ganando tanto o más en ingreso por rentas de los derechos de la propiedad intelectual que en la producción de bienes o servicios. Esto representa una elección política de los gobiernos alrededor del mundo para otorgar monopolios sobre el conocimiento a intereses privados, permitiéndoles restringir el acceso público al conocimiento y aumentar el precio de obtenerlo o de productos y servicios que lo encarnan.
La afirmación de que los derechos de la propiedad intelectual motivan y recompensan a quienes asumen riesgos es la segunda mentira del capitalismo rentista. Muchas invenciones patentadas se basan en investigación subsidiada públicamente, en instituciones públicas. Es el público global quien paga, a través de los impuestos que financian la investigación, los precios más altos de productos patentados y, en el proceso, la pérdida de recursos intelectuales comunes. Aún más, la mayoría de las innovaciones que producen grandes rendimientos en el ingreso por rentas a través de patentes y demás en realidad son el resultado de una serie de ideas y experimentos atribuibles a muchos individuos o grupos. Como lo ha dicho Gar Alperovitz, Bill Gates contribuyó con un guijarro a un Gibraltar de avances tecnológicos. No hay razón moral para que él reciba todo el Gibraltar de recompensas por los esfuerzos de quienes estuvieron antes que él. Uno podría repetir esta metáfora con muchos avances que han dado miles de millones de dólares a pocos individuos.
La tercera mentira del capitalismo rentista es que la estructura institucional del capitalismo global construida en la era de la globalización es “buena para el crecimiento”. En realidad ha entorpecido el crecimiento y ha hecho menos sustentable al crecimiento que ha ocurrido, con un aumento en los costos ecológicos que son en parte el resultado de los mecanismos rentistas en marcha, especialmente a través de los acuerdos de comercio e inversión. No hay evidencia de que los acuerdos de inversión promuevan la inversión extranjera, su propósito aparente. La mayoría de los estudios ha hallado correlaciones débiles o no existentes entre los tratados de inversión y los flujos de inversión, los cuales no sorprende que hayan gravitado hacia los mercados más promisorios como China y Brasil. Tampoco hay mucha correlación entre abrirse a la inversión extranjera y el crecimiento económico. Más bien, la correlación es con la inestabilidad financiera.
Una cuarta mentira del capitalismo rentista es la afirmación de que las ganancias reflejan la eficiencia gerencial y los rendimientos de asumir riesgos. En realidad, la proporción aumentada de las ganancias ha sido principalmente para quienes reciben ingresos por rentas, mucho de ello vinculado a activos financieros. No ha habido aumento en la eficiencia gerencial y ningún riesgo aumentado a la inversión.
El capitalismo de plataformas que está cobrando forma, ejemplificado por Uber y TaskRabbit, no es una “economía compartida”. Pero está transformando el mercado laboral, directamente, al generar trabajo para millones de “encargados”, e indirectamente, a través de su impacto en los proveedores tradicionales de servicios invadidos.
Las plataformas maximizan las ganancias a través de la propiedad y el control del sistema tecnológico, protegido por patentes y otras formas de derechos de propiedad intelectual, y por la explotación del trabajo, tomando 20 por ciento o más de las ganancias. Son rentistas, ganando mucho por hacer poco, si aceptamos su afirmación de que sólo proveen tecnología para poner a los clientes en contacto con “contratistas independientes” de servicios.
El punto sistémico es que los ingresos del trabajo están cayendo para la mayoría de la gente en y alrededor del precariado, mientras que el ingreso por rentas se acumula con rapidez. Y así llegamos a la quinta mentira del capitalismo rentista: la afirmación de que el trabajo es la mejor ruta para salir de la pobreza. El ejército de encargados y el precariado en general son un testimonio de esa mentira.
Lograr la eutanasia del rentista de Keynes será toda una lucha pero es eminentemente viable. Requiere un sistema nuevo de distribución del ingreso, del cual un elemento sería un ingreso básico pagado de una exacción al ingreso por rentas. Las políticas se harán más desagradables, a menos que la búsqueda de rentas pueda ser contenida y a menos que la necesidad desesperada de seguridad económica básica para todos sea reconocida y satisfecha. Sin un sistema nuevo, nos amenaza una era oscura.
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Este es un fragmento editado de The Corruption of Capitalism: Why Rentiers Thrive and Work Does Not Paypor Guy Standing (Biteback, 2016).
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek