CUANDO SE OBSERVA LA REALIDAD de la República de Irlanda
con una democracia construida sobre las cenizas de un conflicto
ancestral con la Gran Bretaña, una de las economías más dinámicas y abiertas de la Unión Europea (UE), y una sociedad que busca
compaginar sus tradiciones con las demandas y necesidades de sus
habitantes, no puede uno sino reconocer –con asombro y franca
curiosidad– la transformación que este país ha realizado.
La turbulencia política e inestabilidad económica no le son ajenas. La prolongada lucha en contra del dominio británico culminó
con la firma del Acta de 1948 que establecía la República de Irlanda
y daba por terminada la autoridad que la corona británica había
ejercido hasta ese momento. Sin embargo, el Acta de 1948 mantuvo
un reclamo: dejaba en manos del parlamento del Ulster (Irlanda del
Norte) la decisión de unirse o no a la nueva república.
Predominantemente protestante, Irlanda del Norte optó por
permanecer bajo la tutela británica desatando la ira de una minoría
católica. Las incursiones del Ejército Republicano Irlandés (ERI) en
territorio sureño y la escalada de violencia entre católicos y protestantes que se vio agravada por la intervención del ejército británico
y la radicalización del ERI, tensaron las relaciones entre Irlanda y
Gran Bretaña e hicieron que la paz en Irlanda del Norte se convirtiera en uno de los temas más importantes para la joven república.
La incansable labor del gobierno irlandés a favor de una solución pacífica comenzó a rendir frutos en 1985, cuando Margaret
Thatcher y Garret FitzGerald, jefes de gobierno de Gran Bretaña e
Irlanda, respectivamente, firmaron el Acuerdo Anglo-Irlandés. Este
Acuerdo otorga al gobierno de la república el papel oficial de asesor
en los asuntos de Irlanda del Norte, al tiempo que reafirma que
cualquier modificación a la situación constitucional de Irlanda del
Norte debía quedar en manos de su mayoría parlamentaria.
Más de una década tendría que pasar para que la paz se visualizara. Producto de la colaboración entre Tony Blair y Bertie Ahern,
el Acuerdo del Viernes Santo pactado en Belfast el 10 de abril de
1998 representó ese punto de quiebre. Dicho acuerdo es un documento complejo que intentaba definir la situación constitucional y
el sistema de gobierno de Irlanda del Norte, así como la creación de
instituciones que facilitarían la colaboración entre los involucrados.
Se reconocen como legítimos tanto el deseo de la mayoría en Irlanda del Norte de permanecer en el Reino Unido, como la aspiración
de formar una Irlanda unida.
Como forma de gobierno, se contemplaba una asamblea legislativa y un poder ejecutivo de consenso no solo entre partidos políticos, sino también entre las comunidades unionistas (que defienden
la unión con Gran Bretaña) y los nacionalistas.
El desarme gradual de grupos paramilitares (ERI) ha sido
fuente de tensión entre los unionistas y el grupo nacionalista
Sinn Fein, aunque ambas fuerzas han mostrado su compromiso
con la implementación del Acuerdo y la persecución pacífica de
sus fines políticos.
A principios de la década de 1960, el gobierno de Fianna Fail
(uno de los tres partidos políticos más importantes en Irlanda) lanzó el programa de modernización económica que habría de sacar a
Irlanda de su base agraria y de las limitaciones propias de un mercado pequeño. En 1973 Irlanda estuvo en condiciones de acceder
a la Comunidad Económica Europea y en 1991 firmó el Tratado de
Maastricht; en 2002 el euro se convirtió en la moneda circulante.
La participación en la UE así como una combinación de inteligentes estrategias para atraer inversión extranjera directa, aunadas
a una mano de obra joven y altamente calificada, transformaron
a Irlanda en una plataforma de exportación para grandes compañías de la talla de Microsoft, Intel y Dell, deseosas de vender en el
mercado europeo.
Desde la mitad de la década de 1990 y hasta la Gran Crisis del
2008, la economía irlandesa se expandió a tasas promedio de 8 por
ciento anual, significativamente por encima del crecimiento promedio registrado por Estados Unidos y la UE. Este impresionante
desempeño –sólo equiparable a lo observado en el Sudeste Asiático– hizo que a la república se le conociera como el “Tigre Celta”.
La crisis global que azotó la zona del euro en el 2008 encontró
una Irlanda sumamente endeudada, con un sistema financiero
presa de una burbuja especulativa. La economía entró en una
profunda recesión: el desempleo alcanzó niveles no vistos desde
mediados de los noventa (11 por ciento en 2009) y el deterioro de
las finanzas públicas llevó al país a perder su calificación AAA
para bonos de deuda.
El rescate de Irlanda, que se concretó entre septiembre y noviembre de 2010 con el FMI y la UE, elevó la deuda pública hasta un
120 por ciento como proporción del PIB e impuso al país un severo
programa de austeridad que incluyó mayores impuestos y recortes
al gasto.
febrero de 2011. Dos años después el gobierno de Fine Gael, encabezado por Enda Kenny, llevó al país a salir oficialmente del programa de rescate habiendo cumplido todos los requisitos en tiempo y forma.
ciento y en 2015 de 7.8 por ciento. Para 2016 la Comisión Europea proyecta que la economía irlandesa crecerá a una tasa de 4.9 por ciento, la cual contrasta con el promedio de la Eurozona que se espera sea de 1.6 por ciento en este año.
en el gasto se ha conjugado con un fuerte crecimiento en los ingresos fiscales para reducir dramáticamente el déficit público de 32 por ciento, como proporción del PIB en 2010, a un 2.3 por ciento en 2015. El gobierno irlandés estima que para 2016 el déficit representará solo un 0.9 por ciento del PIB; estos resultados han convencido a firmas como Moody’s, Fitch y Standard & Poors de elevar la calificación de los bonos de deuda soberana emitidos por el gobierno irlandés.
La crisis fue devastadora para Irlanda, sin embargo, no afectó su lugar como una de las economías más abiertas y favorables a los negocios en el mundo. Forbes la ubica en el primer lugar de la Eurozona y en cuarto a escala mundial, y aparece en los primeros lugares de competitividad según la clasificación del International Institute for Management Development (IMD). Buena parte de las razones de todo esto se hallan en las fortalezas estructurales de la economía, especialmente por su mano de obra joven y bien calificada, y las condiciones favorables que ofrece a las multinacionales que establecen ahí su centro de producción para Europa, como lo demuestran la expansión de la farmacéutica Pfizer y la fuerte presencia de empresas de tecnología y medios tales como Apple, Facebook y Google.
de Gran Bretaña e Irlanda a la UE, se podría ver resquebrajado si la incertidumbre aviva viejas rivalidades y alimenta posturas radicales.