Justo cuando pensábamos que el sexismo era cosa del pasado, las revelaciones acerca de que Donald Trump alardeaba haber toqueteado a varias mujeres llegaron a los medios de comunicación. Sin embargo, únicamente 13 por ciento de las mujeres republicanas piensen que el magnate debería detener su campaña por la presidencia. Aunque las mujeres en general favorecen a su rival demócrata Hillary Clinton, 49 por ciento de ellas le dan una calificación desfavorable. A pesar de su compromiso de toda la vida con el servicio público, con frecuencia es criticada por ser una mala madre. También la primera ministra del Reino Unido Theresa May suele ser considerada como fría e intratable, mientras que Margaret Thatcher era conocida como la “Dama de Hierro”, competente pero fría.
Con frecuencia, a las feministas se les considera de la misma manera. Pensemos en la entrevista realizada a Meryl Streep acerca de su experiencia con las diferencias salariales entre hombres y mujeres en la industria cinematográfica. Cuando se le preguntó si era feminista, ella no utilizo esta palabra e hizo énfasis en su amor por los varones, como si estuviera previniendo un ataque. Sin embargo, ¿por qué tiene que existir esa incomodidad y esa renuencia que rodean al feminismo, el cual, después de todo, lucha por la igualdad de los sexos? La causa podría estar en la naturaleza misma del sexismo.
El sexismo contemporáneo posee una naturaleza principalmente ambivalente. Con frecuencia, sostenemos actitudes positivas (benevolentes) y negativas (hostiles) hacia las mujeres (y los hombres). El sexismo hostil se relaciona con una negatividad anticuada y abierta hacia las mujeres, según la cual estas son percibidas como seres que desean controlar a los hombres. Esta forma de pensar refleje creencias que indican que los varones deben tener más poder que las mujeres, que las mujeres pueden utilizar su sexualidad para beneficiarse de la condición de superioridad de los hombres, y que las mujeres son menos competentes que los varones.
Por otra parte, el sexismo benevolente es más sutil. Tiene una valencia positiva pero, aun así, debilita y trata con condescendencia a las mujeres. Considera a estas últimas desde un punto de vista estereotipado y restringe sus funciones sociales. Comprende creencias que indican que las buenas mujeres son cariñosas y aptas para la crianza y que los varones deben protegerlas, lo cual implica que son más débiles. Esta forma de sexismo suele pasar desapercibida y sin embargo, tiene consecuencias negativas para las mujeres al hacer que se interesan menos en el activismo, que no aprecien plenamente sus propias competencias e incluso al hacer que reduzcan su desempeño.
El poder del statu quo
Podría resultar sorpresivo, pero las personas con una alta calificación de benevolencia hacia las mujeres en pruebas psicológicas también tienen probabilidades de obtener una calificación alta en cuanto a su hostilidad. Con frecuencia, las personas pueden tener este tipo de actitudes conflictivas sin siquiera darse cuenta. Esto se debe a que las personas clasifican a las mujeres como “buenas” (aquellos que merecen actitudes “positivas”) y “malas” (aquellas que merecen ser castigadas). A esto se le conoce en ocasiones como la división entre la Madonna y la prostituta. Resulta crucial darse cuenta de que ambas formas de sexismo mantienen el statu quo.
El sexismo hostil castiga conductas consideradas como inadecuadas para las mujeres. Algunos ejemplos son la historia de Malala Yousafzai que sacudió al mundo en 2013: ella recibió varios disparos simplemente por ir a la escuela. En Estados Unidos, Caroline Criado-Perez recibió amenazas de violación en Twitter tras realizar su campaña para lograr que la imagen de una mujer apareciera en el billete de 10 libras esterlinas.
Sin embargo, la hostilidad abierta, por si misma, conduce a la rebelión, lo cual provoca que no logre mantener el statu quo. Por ello, este “puño de hierro” necesita un “guante de seda”. Y este guante es, precisamente, el sexismo benevolente: este último recompensa el apego a las reglas del sistema. Las mujeres que deciden apegarse a los roles de género tradicionales son colocadas en un pedestal social y son protegidas. Pensemos en las presentadoras de los programas de cocina de la televisión inglesa Mary Berry o Nigella Lawson (antes de su supuesto escándalo de drogas), quienes son consideradas como las diosas domésticas ejemplares. De esta manera, se refuerzan las conductas de género estereotipadas de las mujeres.
De hecho, esto se ha demostrado una y otra vez en varios estudios. Ya he demostrado que esto ocurre también en la publicidad. Otros investigadores han encontrado que funciona en la esfera laboral, educativa, judicial, económica y social, la cual comprende también las relaciones románticas. Al incursionar en ámbitos “tradicionalmente masculinos”, las mujeres adquieren experiencia pero reducen su capacidad de resultar agradables. Esto también puede ser una de las razones por las que las mujeres suelen mostrarse renuentes a hacer frente abiertamente a situaciones de sexismo.
Entonces, ¿de verdad resulta sorprendente que incluso algunas mujeres se opongan al feminismo? En conjunto, ambas ideologías sexistas condicionan y socializan a las mujeres (y a los hombres) para mantener el statu quo. Simplemente, es más seguro mantenerse alineado. A fin de cuentas, todos deseamos agradarles a los demás.
Como resultado, las mujeres suelen interiorizar las expectativas estereotipadas. Es posible que sostengan sinceramente puntos de vista más conservadores y piensen que las mujeres se adaptan mejor a ciertos roles. Por ejemplo, es posible que disfruten estar a cargo del hogar y de los niños y sientan que las feministas tratan de quitarles ese poder al exigir que los varones compartan la responsabilidad en esta área. Es posible que otras no estén de acuerdo con las interpretaciones más extremas del feminismo.
De hecho, la creencia de que las mujeres son mejores que los hombres en el ámbito doméstico, y de que los varones se desmoronarían sin su ayuda y su apoyo en casa, puede ser utilizada por las mujeres para justificar su oposición al feminismo. Otros mecanismos de justificación comprenden el hecho de creer que un enfoque más suave y menos polémico para lograr la igualdad de géneros tiene mayores probabilidades de obtener eficazmente el apoyo de los varones.
Avanzando hacia una mayor tolerancia
¿Qué podemos hacer al respecto? Bueno, el solo hecho de estar abiertos a lo que ocurre es ya un buen comienzo. Identificar las estructuras ocultas cuya intención es mantenernos alineados podría ayudar a hombres y mujeres a cuestionar al sistema. Y el siguiente es un gran incentivo para hacerlo. Diversas investigaciones han demostrado que una mayor igualdad en realidad resulta beneficiosa para hombres y mujeres por igual. No sólo mejora el desempeño organizacional y la economía nacional, sino que también las parejas que comparten las tareas domésticas informan que tienen más sexo y son más felices en su relación romántica. Entonces, ¿por qué no luchar por ello?
Ciertamente, es algo que puede lograrse, pero necesitamos modelos de rol femeninos más asequibles, así como apoyo por parte de los varones y campañas de información apoyadas por un aprendizaje experiencial para lograrlo.
Mis propias investigaciones indican que la democratización, con su enfoque en fomentar la comprensión y la tolerancia, podría resultar útil. Mis investigaciones más recientes también indican que la conducta no verbal, como el hecho de asumir “posturas de poder”, es decir, gestos físicos que comunican poder, podría ayudar a las mujeres al aumentar su interés en ámbitos no tradicionales como las estadísticas, las matemáticas o la tecnología.
De manera muy adecuada, la tolerancia es el tema de mi próxima charla pública. Junto con el respeto mutuo, la tolerancia puede generar un ambiente seguro en el que todos podamos progresar. Un ambiente en el que la palabra “feminismo” puede utilizarse sin riesgos. O quizás sea un ambiente en el que no será necesario utilizar en absoluto dicho término.