LAS REMESAS se parecen al dicromático halcón peregrino, un ave migratoria que surca los cielos a más de 300 kilómetros por hora (es la más veloz del mundo), se somete ante muy pocos depredadores y nace en Norteamérica, pero elige México como destino.
Cada giro que viaja de Estados Unidos a México lleva consigo unos 293 dólares. Y es un ave metafórica que, junto con millares más de su especie, conforma cada año una poderosa parvada que evita que la pobreza extrema sea aún más lacerante en nuestro país.
Hace unos días, Banxico confirmó que las remesas sumaron 13 156 millones de dólares durante el primer semestre del año. Y se prevé que superen los 26 000 millones de dólares en diciembre. Es el nivel más alto de la historia.
Pero pongamos las remesas en contexto: hoy, estas aportan más riqueza al país que el turismo —y México es uno de los diez destinos más visitados del mundo— y superan largamente los ingresos totales generados por Pemex en un año.
DE NORTE A SUR
Las remesas crecen con solidez desde hace dos décadas. Solo las doblegó temporalmente (2008-2010) la crisis económica de Estados Unidos. Y así, sin hacer aspavientos, México es hoy el principal receptor de remesas de América Latina y el cuarto más importante del mundo, solo superado por India, China y Filipinas.
¿Quién lanza a estos halcones peregrinos al vuelo?
Las estadísticas son escurridizas (e insuficientes). Tomemos como referencia las generadas por fuentes sólidas como el Banco de México, la CEPAL o el Banco Mundial. En 95 de cada 100 casos, los fondos que llegan a México provienen de trabajadores (legales o ilegales) radicados en California, Texas e Illinois, en Estados Unidos.
Son hombres y mujeres que laboran en el sector agrícola, en la construcción y en los servicios percibiendo un salario promedio de 2600 dólares mensuales. Unos 48 000 pesos que resultan atractivos al sur del río Bravo, pero que en América permiten solo rozar una vida digna.
Las remesas tienen como destino a siete millones de mexicanos que, paradójicamente, se han visto beneficiados por la devaluación del peso. Se trata de familias que viven en Michoacán, Guanajuato, Jalisco, la Ciudad de México, el Estado de México, Guerrero o Oaxaca, y que utilizan dichos fondos para financiar sus gastos cotidianos, la educación de sus hijos y la vivienda.
VOLAR MÁS ALTO
Pero el mercado de las remesas vive un fenómeno extraño. Aunque la migración mexicana ilegal hacia Estados Unidos es cero desde el año 2012, es decir, aun cuando instituciones como el célebre Pew Research Centre confirman que —por deportaciones y una mayor vigilancia fronteriza— desde hace cuatro años salen más mexicanos del territorio estadounidense de los que ingresan, los envíos de dinero siguen en aumento.
Los giros no se mantienen por debajo de los 300 dólares, pero se han vuelto más frecuentes. ¿Ganan más los trabajadores? No realmente. Y el monitoreo migratorio no ha logrado descifrar aún el porqué. Las empresas, no obstante, tienen claro que continuará.
Western Union Mexico anunció en agosto un acuerdo con Walmart México que permitirá que este otoño los receptores mexicanos de remesas puedan retirarlas en las 1200 tiendas de autoservicio que tiene el grupo en nuestro país. Ambos socios saben que el mercado seguirá creciendo.
El nombre del futuro inquilino de la Casa Blanca es pues importante, pero no decisivo para estos flujos. Incluso si en un improbable escenario ganara el republicano Donald Trump, le sería imposible cumplir con la promesa de frenar las remesas de los migrantes mexicanos y de obligarles a pagar un muro que recorrería las fronteras entre California, Arizona, Nuevo México, Texas y México porque existen 35 ciudades fronterizas y 45 puntos de cruce legales que generan un intercambio comercial de más de 1000 millones de dólares diarios. Serían los propios estadounidenses los primeros opositores a esta barrera.
Las remesas seguirán ganando altura y necesitan más análisis. Se requieren nuevos estudios que descifren el peso específico que tienen sobre la redistribución del ingreso en México y que derriben la careta de los oportunistas del gobierno que adjudican sus bondades a “sus” políticas públicas.
Y urge también más competencia en el sector. Los migrantes mexicanos envían fondos esencialmente vía giros telegráficos, órdenes de pago (money orders) y transferencias bancarias; servicios que castigan el tipo de cambio que ofrecen (por ejemplo, entregando 17.50 pesos por dólar en vez de los 18.50 que paga el mercado de divisas), además de cobrar comisiones que van desde los 80 hasta los 200 pesos por cada transacción. El marco que rige a este mercado exige más atención.
Las remesas son una poderosa parvada de halcones peregrinos que ofrece uno de los pocos rostros afables de la migración. Y si seguirán creciendo, es tiempo de que lleguen salvas a su destino.