“¿Cómo estás, Donald?”, preguntó Hillary
Clinton mientras estrechaba la mano de su oponente en el escenario este lunes
en la Universidad Hofstra de Hempstead,
Nueva York. No usaría el título honorífico de “Sr. Trump” como una especie de concursante de The Apprentice.
Trump, por otra parte, le preguntó si “Secretaria Clinton” era un título apropiado, y luego se escabulló y usó “Hillary” varias
veces.
Con frecuencia, los debates se ganan o se
pierden con esos detalles, o según lo bien que los contendientes se preparen y
se desempeñen. Si atacas a Janet Yellen, directora d la Reserva Federal, cuyo
nombre no es precisamente familiar, pierdes el tiempo. Trump hizo justamente
eso, mientras que durante gran parte del debate, Clinton se mostró calmada y
segura. No se impresionó fácilmente. Lo más importante fue que aprovechó sus
oportunidades y reprendió eficazmente a su rival republicano. En relación con
las imágenes en la pantalla dividida, Trump fue un dechado de sonrisitas y
muecas. ¿Y qué hay con los gimoteos? ¿No se suponía que Clinton era la enferma?
Y sin embargo, resultó claro que Trump
estaba resfriado o tenía una alergia.
En ocasiones, el candidato republicano también
parecía alérgico a los hechos. Clinton no había combatido a ISIS “durante toda
su vida adulta”, ya que el grupo Estado Islámico fue fundado en 2004. El Servicio de Inmigración y Control de
Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) no pudo haber apoyado a Trump porque
los organismos gubernamentales no hacen eso. (Él ha recibido el apoyo de los
sindicatos que representan a los trabajadores de la patrulla fronteriza y a los
funcionarios de inmigración). Su insistencia en que dejó el movimiento
“birther”, según el cual Barack Obama no nació en EE UU, para
proteger al Presidente, fue risible. Además, sus propuestas realmente
aumentarían el déficit, de acuerdo con grupos de observación independientes.
Y sin embargo, una parte de lo que Trump dijo
fue efectivo en relación con el comercio. Atacó a China, México, Ford y a
nuestros estúpidos negociadores comerciales que “no saben qué demonios estamos
haciendo”. Este fue un round bastante bueno para el multimillonario
neoyorquino, que se mostró rudo y ofreció a su público algunos enemigos
fáciles. Pero luego no pudo controlarse. Censuró a los saudíes que no pagan sus
cuentas, a los gorrones de la OTAN, a los aliados de Clinton Sidney Blumenthal y Patti Solis
Doyle, al alcalde de Nueva York Bill de Blasio y, por supuesto, a Clinton
misma. Criticó el sobrepeso de los piratas informáticos y no se mostró
arrepentido por haber insultado a Rosie O’Donnell.
Trump se posiciona a él mismo como el
candidato que cambiará al país, pero fue demasiado lejos al exagerar todos los
problemas de EE.UU, convirtiéndolos en crisis existenciales. El TLC era el peor
acuerdo de todos los tiempos hasta que mencionó el acuerdo nuclear de
Irán. De nueva cuenta, comparó a los
vecindarios afroestadounidenses con “el infierno”, y dijo que la decadencia de
Estados Unidos es tal que “somos un país tercermundista”, lo cual podría
resultar sorprendente para el Tercer Mundo. Sin embargo, cuando Clinton habló sobre una demanda
federal por discriminación en el otorgamiento de vivienda contra el negocio de
bienes raíces de su familia, Trump presentó una excusa poco convincente, diciendo que la empresa nunca admitió ninguna
culpa.
Por su parte, la defensa de Clinton de su
energía fue astuta y taimada. Señaló los 112 países en los que ha estado y las
11 horas que pasó testificando ante el comité de Benghazi. Las críticas que
hizo a Trump con base en aspectos de género fueron mordaces y efectivas. Y para
muchas mujeres, las constantes
interrupciones por parte del candidato fueron una señal de condescendencia.
La exSecretaria de Estado dio a sus
partidarios varias razones para acudir a las urnas. Habló acerca del “racismo
endémico” y juró reformar los departamentos de policía, temas especialmente cercanos para muchas personas
afroestadounidenses. Mencionó a la concursante de belleza de origen latino a la
que Trump menospreció y presentó otros ejemplos de discriminación dirigida a
los votantes hispánicos. La coalición de Clinton de los grupos en ascenso (votantes jóvenes,
minorías, profesionales con
educación) obtuvo la clase de tranquilidad que ansían recibir por parte de la
candidata demócrata.
Trump le ayudó en
cierta forma. Titubeó con respecto a sus declaraciones de impuestos,
presentando una torpe excusa para no revelarlas y defendió su uso de la ley de
quiebra, lo cual no le ayudará con los votantes estadounidenses promedio. Clinton
le saltó encima cuando el candidato se mostró demasiado despreocupado con
respecto a la proliferación nuclear: Un hombre “que se deja provocar por un
tuit no debe tener los dedos cerca de los códigos nucleares”, dijo. Y Trump
habló demasiado acerca de los asesinatos en Chicago en lugar de hablar acerca
de los salarios en Pennsylvania.
El candidato
republicano estuvo a la defensiva durante gran parte de la noche, pero en
ocasiones superó a Clinton. Con respecto al Acuerdo Transpacífico, la obligó a
defender el tratado o a denunciar al Presidente Obama, quien lo apoya. Sin
embargo, Trump nunca aprovechó la controversia de los correos electrónicos, ni
siquiera cuando se le preguntó acerca de la ciberseguridad, que era el momento
oportuno para hablar acerca del servidor privado de la candidata.
Es probable que Trump
se haya ayudado a él mismo al estar de acuerdo con Clinton sobre la atención
infantil, aunque los planes de ambos son bastante distintos. El candidato
rompió con la Asociación Nacional del Rifle y estuvo de acuerdo en que es
necesario prohibir la venta de armas a las personas que se encuentren en las
listas de vigilancia de terroristas. Asimismo, se presentó, de manera
inteligente, como un no-político, al tiempo que descartaba a Clinton como una
política de poca monta que ha estado por aquí durante 30 años, prometiéndolo
todo y cumpliendo muy poco. “Los políticos”, dijo, “no son más que palabras y
nada de acción”.
Generalmente, al
retador le va bien en el primer debate: Ronald Reagan en 1980, John Kerry en 2004,
Mitt Romney en 2012. Esta vez, el retador se tambaleó. Después de varios meses
de utilizar los debates para apalear a otros republicanos, el candidato de ese
partido no logró convencer al país de que está listo para ser presidente. La
buena noticia para Trump: aún le quedan dos debates.