La Internet ha recableado a la sociedad civil, impulsando la acción colectiva hacia una
dimensión radicalmente nueva. Ahora, la democracia no solo se ejerce en la
casilla electoral, sino que se vive y se experimenta en línea diariamente. Aunque
esto podría tener implicaciones positivas para la participación política,
también está causando problemas a los líderes quienes, si bien han sido electos
mediante sistemas democráticos validados a lo largo del tiempo, ahora se
vuelven vulnerables a los caprichos de la galante muchedumbre en Internet.
La gente es alentada a
manifestarse en línea sobre temas que consideran de interés público, de modo
que la Internet demuestra cuán diversa puede ser la opinión pública. Esto es
particularmente visible en épocas de controversia, cuando puede esperarse que
un grupo de usuarios motivados se haga escuchar. Y en estos momentos, son
capaces de aplicar una presión enorme.
En todo el mundo se expresan
visiones contradictorias en línea, y esas visiones pueden entorpecer el buen
gobierno de un país. A veces, es un paso positivo, pero estamos ante un
territorio inexplorado. De modo que hay que cuestionar si nos encaminamos en una
dirección peligrosa.
El poder digital del pueblo
Los órganos democráticos
suelen elegirse en períodos de tres a cinco años; sin embargo, las opiniones de
los ciudadanos parecen fluctuar diariamente. Y a veces, el estado de ánimo
colectivo puede cambiar en una escala colosal. Cuando miles de personas empiezan
a tuitear, simultáneamente, sobre el mismo tema el mismo día, sabes algo que
está pasando.
Sería un grave error descartar
por completo las voces de la Internet, ya que no están desconectadas de las
situaciones políticas reales. Esto, por ejemplo, es algo que aprendieron por la
mala quienes hicieron campaña para que Gran Bretaña permaneciera en la Unión
Europea en el reciente referéndum. Los mensajes propagados en línea fueron
mucho más eficaces que la literatura oficial de la campaña. Los memes Brexit se
diseminaron más rápido que las estadísticas Permanecer y así, la campaña Salir
resultó triunfante.
Pero con tantos puntos de
vista circulando, ¿cómo pueden los políticos llegar a un consenso que satisfaga
a todos? Ese, por supuesto, es un problema tan antiguo como la propia
democracia, solo que ahora los ciudadanos tienen el poder real de reunirse en
línea. La fuerza de su descontento puede afectar a los gobiernos y poner en
peligro la seguridad de sus representantes, incluso fuera de los ciclos
electorales.
Acontecimientos repentinos que
llaman la atención, como desastres naturales o ataques terroristas, siempre han
tenido el potencial de inflamar la opinión pública, pero si esa opinión pública
es lo bastante poderosa para desencadenar decisiones políticas precipitadas,
puede sobrevenir la inestabilidad. Y las instituciones actuales han demostrado,
una y otra vez, que no pueden mantener el paso de las expresiones digitales del
sentir ciudadano.
Por ejemplo, los usuarios de
medios sociales de Islandia fueron fundamentales para que el primer ministro,
Sigmundur Davíð Gunnlaugsson, renunciara a consecuencia del escándalo de Panama
Papers. Del igual manera, la Internet se utilizó para organizar las protestas Euromaidan,
que causaron de prolongada agitación política en Ucrania.
Y en Gran Bretaña, la parlamentaria
laborista Emily Thornberry fue forzada a renunciar a resultas de la airada respuesta provocada por un
tweet.
La fuente populista
El referéndum sobre la UE fue
un claro ejemplo de lo que sucede cuando se combina el poder de la Internet con
la sensación persistente de que la gente común ha perdido el control sobre la
política que determina su vida. Cuando las personas sienten que sus
representantes democráticos han dejado de servirles, buscan a otros que compartan
esa opinión. Y la Internet facilita esa búsqueda. Allí, las quejas se
convierten en movimientos.
Los individuos que siempre han
abrigado ideas populistas, pero nunca tuvieron la confianza suficiente para
expresarlas abiertamente, se encuentran en condiciones de conectar en línea con
otros de ideas afines y adoptar nuevas identidades grupales. El movimiento Salir
tuvo una presencia en línea muy fuerte y resultó victorioso.
Sin embargo, esta tendencia
es preocupante, porque sabemos que el creciente contacto en línea con personas
que comparten nuestros puntos de vista hace que nuestras creencias previas se
vuelvan más extremas, en vez de alentarnos a ser flexibles.
Las redes sociales presentan
diversas opiniones, pero eso no significa que las veamos. Plataformas como
Facebook y Twitter nos permiten rodearnos de fuentes sociales que solo muestran
cosas que nos gustan. Elegimos a quién seguir y con quién trabar amistad. Y los
filtros que creamos se vuelven más estrictos gracias a los algoritmos de
personalización basados en ideas que hemos expresado anteriormente.
En vez de crear un ágora
mediada digitalmente, la cual propiciaría un debate amplio, la Internet ha agudizado
la segregación ideológica. Filtra la disidencia de nuestras fuentes y confiere
una influencia desproporcionada a las opiniones más extremas debido a su mayor
visibilidad y a los acelerados ciclos virales.
Es por eso que los aspirantes
a la presidencia de Estados Unidos, Bernie Sanders y Donald Trump, han llegado
a desempeñar un papel muy importante en la elección estadounidense. Ambos
representan puntos de vista políticos extremos, mientras que los otros candidatos
tenían agendas más moderadas.
Perspectiva para una democracia a prueba del futuro
En la filosofía política, el concepto
mismo de democracia se basa en el principio de la voluntad general, el cual fue
propuesto en el siglo XVIII por Jean-Jacques Rousseau.
Una sociedad debe ser
gobernada por un órgano democrático que actúe de conformidad con la voluntad
del pueblo en su conjunto. Sin embargo, Rousseau señaló que, cuando surgen
opiniones contradictorias, la voluntad general deja de ser la voluntad de
todos. Cuando el pueblo rechaza a su gobierno, las instituciones que deben
representarlo pierden su poder representativo.
La Internet hace que esto sea
un problema casi perpetuo más que un obstáculo ocasional. Solo se escuchan las
personas más apasionadas, motivadas y abiertas, como ocurrió durante la campaña
del referéndum sobre la Unión Europea. Y los políticos corren el riesgo de
tomar decisiones importantes basándose en la opinión popular durante un periodo
muy emotivo, en vez de considerar lo que es mejor para el país.
Por supuesto, la Internet
puede servir para hacer una contribución política positiva. Por ejemplo, es una
herramienta estupenda para que las personas comunes definan la agenda durante
las campañas políticas.
De manera que no somos
ingobernables a largo plazo. No obstante, nuestras instituciones políticas
actuales son incapaces de contender con el dinamismo y la diversidad de opinión
de los ciudadanos. Son susceptibles de estallidos emocionales y de dejarse
intimidar por el poder de los usuarios de la Internet. Por lo tanto, el desafío
fundamental es distinguir cuándo un movimiento, en apariencia popular,
representa realmente la voluntad general que emerge de la mayoría, y cuándo no es
más que el eco de una estridente, pero insignificante minoría.
Vyacheslav W. Polonski es un científico de redes de la
Universidad de Oxford.
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Publicado en colaboración con Newsweek / Published in colaboration with Newsweek