En julio, fuera de la Comic-Con de San Diego, los asistentes descubrieron volantes de persona desparecida pegados a los postes de luz y las paredes circundantes. Anunciaban: “¿Has visto a este niño? Will Byers. Edad: 12 años. Estatura: 1.46. Peso: 49 kg.”. En la parte inferior incluían el hashtag “#StrangeHunt”.
Resultó que los volantes eran parte una estrategia de mercadotecnia de muy mal gusto para “Stranger Things”, la serie Netflix estrenada el 15 de julio. Ambientada en la década de 1980, trata de la desaparición de Byers a manos de un monstruo, y de los intentos de amigos y parientes para encontrarlo, con la ayuda de una niña con habilidades sobrenaturales. El programa ha recibido reseñas estupendas, con críticos aclamándola como un “fenómeno cultural” y “un clásico de culto instantáneo”. Con razón: la serie es un homenaje emocionante a las películas de los años 80, con la energía de Steven Spielgerg en sus mejores años. Pero también explota otro elemento de aquel periodo, uno mucho más real –y quizás, más espeluznante- que el monstruo.
Byers se pierde en una época de pánico nacional motivado por desapariciones o secuestros de niños, informa Robert Lowery Jr., vicepresidente de la División de Niños Desaparecidos del Centro para Niños Desaparecidos y Explotados. Señala que, en aquellos días, varios casos de niños perdidos hicieron noticia, incluyendo los de Etan Patz, quien desapareció en la Ciudad de Nueva York en 1979, y Adam Walsh, quien fue secuestrado en una tienda departamental de Florida en 1982 (su padre, John Walsh, fue después el anfitrión del programa “America’s Most Wanted”). Una película popular hecha para la televisión, sobre el caso Walsh, fue estrenada en octubre de 1983.
En 1984, Newsweek publicó un reportaje de portada sobre secuestros infantiles y el caso de Kevin Collins, quien desapareció ese año en San Francisco. “Hasta los últimos años, los padres de niños secuestrados sufrían la conmoción secundaria de encontrarse solos con su crisis; y a menudo viviendo la pesadilla de verse entorpecidos por departamentos de policía perezosos, embrollos jurisdiccionales, y un FBI incapaz de entrar en un caso a menos que hubiera pruebas claras de secuestro”, decía el artículo. Eso comenzó a cambiar con el caso Patz, añadió el artículo, y “desde entonces, el interés en el tema ha crecido exponencialmente”.
“No había infraestructura” para enfrentar el problema en aquellos tiempos, prosigue Lowery. Y las agencias de la ley tendían a emprender investigaciones por su cuenta, como hace el alguacil local, Jim Hopper (interpretado por David Harbour) en “Stranger Things”.
Pero esto empezó a cambiar debido, en buena medida, a la labor de los progenitores de las víctimas, quienes se erigieron en defensores. En 1982, el Congreso promulgó la Ley de Menores Desaparecidos, y el Centro Nacional para Niños Desaparecidos y Explotados se inauguró en 1984. Ese mismo año, aparecieron por primera vez los rostros de los niños desaparecidos en los envases de leche de todo el país. “Muchas de las herramientas que tenemos hoy no existían entonces”, dice Lowery. Añade que la tasa de recuperación actual es de 98 a 99 por ciento, contra 62 a 64 por ciento en el periodo en que está ambientado “Stranger Things”.
Con todo, el FBI dice que cada año se notifica la desaparición de casi medio millón de niños en Estados Unidos. Mas si contamos los casos no notificados, la cifra podría rebasar 1.3 millones de menores. No obstante, solo una fracción de los secuestros ocurre a manos de extraños: 2 a 3 por ciento. Siete a 9 por ciento son secuestros familiares, y casi la mitad de los casos son fugitivos o “descartados” (niños abandonados o expulsados de casa). El porcentaje restante consiste de menores cuyos cuidadores desconocen su paradero, pero en realidad no están desaparecidos.
“Lo que ocurría a finales de los años 70 y 80 era que imperaba la enorme angustia de que estaban llevándose a los niños para explotarlos sexualmente y luego, asesinarlos de manera sádica”, explica Paula Fass, profesora emérita de historia en la Universidad de California, Berkeley, y autora de Kidnapped: Child Abduction in America. Los niños desaparecidos saturaban los medios de comunicación y aparecían en volantes y envases de leche. “La gente estaba rodeada de lo que parecían pruebas contundentes de que los niños estaban desapareciendo”, prosigue Fass. “Los padres compraban seguros contra secuestros. Las estaciones de policía locales aconsejaban a los padres que registraran las huellas digitales de sus hijos” para que después pudieran identificar los cuerpos.
A pesar de los titulares y los casos de alto perfil, Fass asegura que el pánico del “extraño peligroso” fue exagerado. Ella no ha visto “Stranger Things”, pero opina que el monstruo paranormal que secuestra a Byers parece la encarnación de ese terror, el secuestrador “sin rostro, venido de otro lugar”. La víctima principal del programa también guarda consistencia con las de aquella época: un varón prepuberal. Fass señala que la alarma sobre las víctimas masculinas jóvenes “tenía mucho que ver con temor de la homosexualidad, pues aquellos ‘monstruos’ trasgredían todos los límites de la sexualidad”, y además, la época coincidió con los primeros días de la crisis del SIDA. Fass agrega que la madre del niño, Joyce (interpretada por Winona Ryder), encaja con otro aspecto del pánico moral del periodo: debido al aumento de divorcios y con cada vez más mujeres ingresando en la fuerza de trabajo, los progenitores ya no estaban disponibles para cuidar de sus hijos todo el día.
La experiencia de Joyce es consistente con las de progenitores de niños desaparecidos que han hablado con Newsweek. Esos padres han dicho que se sintieron solos al enfrentar la desaparición, y que otras personas fueron incapaces de entender lo que estaban viviendo. Entrevistada en enero, Ruth Parker dijo: “Perder a tus hijos así, es muy distinto que perderlos de alguna otra manera”, refiriéndose a sus hijos CJ y Billy Vosseler, quienes fueron secuestrados por su padre en 1986, y aún siguen desaparecidos. “Quedas paralizada y no puedes vivir un duelo, no puedes terminar el proceso de duelo. Porque si terminas ese proceso, te das por vencida”.
“Stranger Things” es una de muchas representaciones en pantalla de niños desaparecidos, particularmente en el género de terror. “Tiendo a ver… la pérdida del niño como un daño irreparable, como un horror irrecuperable: un horror que no puede recuperarse en el recuerdo o la representación, un horror del cual no hay una recuperación absoluta”, escribe Emma Wilson, profesora de la Universidad de Cambridge, en su libro Cinema’s Missing Children. En la pantalla, semejante pérdida es “aniquiladora, inmensa e insensata”.
Para muchos espectadores, la amenaza del secuestro o la desaparición de un niño es más aterradora que cualquier monstruo paranormal. Quizás lo que hace más atemorizante y fascinante a “Stranger Things” es que tiene los dos elementos. Aunque ambos sean eminentemente ficticios.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek