“UNA REGIÓN MÁS DEMOCRÁTICA será más estable para nosotros y para nuestros amigos. Aún si alguien quiere ser dictatorial, le resultará difícil”.- Un diplomático estadounidense tras el derrocamiento del dictador del Medio Oriente.
Esta cita parecería provenir de lo que la elite de la política exterior del gobierno de Obama llamaría “un chiflado neoconservador”, con un escalofriante eco de la retórica ciegamente confiada de los primeros días de la ocupación estadounidense de Irak en 2003. Sin embargo, esta vez quien lo dijo no fue un chiflado neoconservador, y el hecho ocurrió en mayo de 2012. Denis McDonough, que en ese momento era viceasesor de seguridad nacional de Barack Obama, cantaba victoria durante un discurso ante un grupo de analistas en Washington. Y no presumía acerca de Irak, sino de Libia.
El gobierno de Obama, “dirigiendo desde el fondo” (término usado por un asesor de Obama citado en The New Yorker), había permitido que la OTAN bombardeara hasta el cansancio al ejército del Coronel Muammar el-Qaddafi, y el dictador libio había sido asesinado por rebeldes el 20 de octubre de 2011 en su ciudad natal de Sirte. Luego, en 2012, en la primera elección en Libia después de Qaddafi, un partido secular denominado Alianza de Fuerzas Nacionales, ganó el mayor número de escaños y obtuvo 48 por ciento de los votos. Lo único que faltó fueron videos de los flamantes votantes que, por primera vez, marcaban sus pulgares con tinta azul, al estilo de Irak. ¡La democracia está en marcha en Libia!
¿Cómo ocurrió todo eso? Durante los siete años y medio de su vida, el equipo de política exterior del gobierno de Obama ha promovido su uso del “poder inteligente”. Este, por supuesto, tenía la intención de marcar un contraste con el presidente anterior, cuyas políticas eran consideradas por este gobierno como la definición misma del “poder tonto”. En 2011, apenas unos meses después del surgimiento de la llamada Primavera Árabe, el equipo del poder inteligente debía tomar una decisión muy importante. Las manifestaciones y la creciente violencia en Libia contra el régimen habían sacudido a Qaddafi, pero él estaba decidido a poner fin al levantamiento, utilizando una fuerza aplastante contra su propio pueblo si era necesario. Estados Unidos, Francia y el Reino Unido persuadieron a las Naciones Unidas de declarar una zona de exclusión aérea en Libia, la cual defenderían, y el 11 de marzo de 2011, los franceses llevaron a cabo el primer ataque. “No podemos quedarnos parados cuando un tirano le dice a su pueblo que no habrá piedad”, señaló Obama.
El lenguaje fue impactante y, para Obama y su equipo, también fue importante. Invocaba implícitamente una doctrina conocida como “la responsabilidad de proteger”. Dicha doctrina fue creada por diplomáticos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Canadá al inicio de este siglo, pero su defensora más prominente es Samantha Power, embajadora de Obama ante Naciones Unidas. Como reportera independiente para esta revista, Power cubrió la guerra en Bosnia en la década de 1990. Indignada por lo que vio allí, escribió un libro que ganó el premio Pulitzer, A Problem From Hell (Un problema infernal), en el que describe las operaciones de limpieza étnica en Bosnia y Ruanda y afirma apasionadamente que las mayores potencias del mundo tienen la obligación de evitar tales genocidios.
Cuando Qaddafi prometió tomar brutales represalias, el conflicto en Libia parecía un posible genocidio en proceso. D.C. estaba decidido a impedir que esto fuera una repetición de 1991, cuando las fuerzas estadounidenses salieron de Irak tras expulsar a Saddam Hussein de Kuwait y el dictador dirigió la artillería de su helicóptero contra un alzamiento chiíta, matando a miles de personas. Cuando la coalición encabezada por Estados Unidos salió de ese país, el mundo dejó de prestar atención a Irak. El gobierno de Obama estaba decidido a asegurarse de que esto no ocurriera ahora en Libia, donde el conflicto era presentado por unos medios de comunicación occidentales mayoritariamente crédulos como una lucha entre un tirano y aquellos que buscaban la libertad y la democracia.
Obama decidió intervenir en Libia, pero dejó que los franceses y los británicos tomaran la iniciativa. Y tras la muerte de Qaddafi, Estados Unidos se echó atrás. Obama percibía un conflicto en su decisión, dado su compromiso de reducir la participación de Estados Unidos en el Medio Oriente. Un plan que no incluyera a un gran número de soldados cumpliría con ese compromiso, implicando que no habría una participación a largo plazo por parte de las fuerzas estadounidenses. Además, permitió que el equipo de Obama enviara un mensaje: Miren, somos mucho más inteligentes que los Bushies, que enviaron enormes ejércitos a Afganistán e Irak durante años después de esas invasiones, con un enorme costo de vidas y recursos. La entonces Secretaria de Estado Hillary Clinton lo calificaría después como un ejercicio de “poder inteligente” en su máxima expresión.”
La estrategia militar incluyó un uso intensivo del poder aéreo de la OTAN desde arriba, mientras que la coalición armaría a grupos para dar batalla al bien equipado ejército de Qaddafi en tierra. Qatar, con la bendición del gobierno de Obama, aportó 20 000 toneladas de armas y las entregó a distintas milicias, muchas de ellas dirigidas por jihadistas islámicos incondicionales. Era inevitable que ellos fueran el núcleo de la oposición: los jihadistas suníes salafistas habían sido la principal oposición de Qaddafi durante más de tres décadas. Sin embargo, conforme estas milicias se hacían más fuertes, las agencias regionales de inteligencia estaban cada vez más preocupadas. Un número importante de los jihadistas que recibían las armas y el entrenamiento eran miembros del Grupo Combatiente Islámico Libio (LIFG, por sus siglas en inglés), combatientes incondicionales de Al-Qaeda y veteranos de la guerra estadounidense en Afganistán, entre ellos, varios que habían sido recogidos en el campo de batalla o en el extranjero, y enviados de vuelta para ser encarcelados en Libia o en la Bahía de Guantánamo.
Actualmente existen importantes diferencias de opinión en cuanto a si los funcionarios del gobierno fueron advertidos en 2011 sobre las consecuencias de armar a los combatientes del LIFG y otros grupos como ellos. Un funcionario de inteligencia de alto rango en Medio Oriente señala, “Teníamos verdaderas preocupaciones, especialmente en cuanto a con quién trabajaban y a quiénes entregaban armas los qataríes… Nosotros las planteamos [ante Washington]. No obtuvimos una respuesta”. Sin embargo, un antiguo funcionario estadounidense de inteligencia de alto rango se encoge de hombros. “No es que la CIA no supiera quiénes eran estos tipos”, señala el funcionario. “¿Quién más iba a combatir?”
Qaddafi había complicado el problema. En 2005, tras llegar a un acuerdo con Occidente para renunciar a las armas de destrucción masiva y durante un acercamiento con Washington, su hijo, Saif al-Islam Qaddafi, persuadió a su padre de tratar de llegar a un acuerdo con sus oponentes islamistas. A cambio de firmar un documento diciendo que no se opondrían al régimen, muchos de ellos fueron liberados de las cárceles libias, y docenas más que habían vivido en el exilio volvieron a Libia. Estos hombres volvieron alegremente a la batalla una vez que el régimen se vio amenazado en 2011.
Un funcionario árabe de inteligencia de alto rango piensa que Qaddafi buscaba un acuerdo con sus enemigos islamistas debido a que creía estar negociando desde una postura de poder. Había renunciado a sus programas de armas nucleares y químicas, como Washington había exigido, y había comenzado a compartir información con Estados Unidos. Creyó haber hecho las paces con Washington y se sintió envalentonado por ello. “Eso resultó ser un error”, señala el funcionario.
La misma fuente, que trabaja en un gobierno cuyas relaciones con el gobierno de Obama han sido difíciles, pero cuyo servicio de inteligencia aún trabaja de cerca con la CIA, señala que él y su organismo quedaron perplejos por la decisión de Washington de volverse contra Qaddafi. “¿Acaso el interés nacional fundamental de Estados Unidos en relación con Libia, según el cual este país no debía poseer armas de destrucción masiva y que no fuera hostil, no había sido básicamente asegurado?”
Añade que el hecho de respaldar a los rebeldes fue una acción miope por muchas razones. “¿Realmente pensaron que todo iría perfectamente a partir de allí? ¿Por qué pensarían así? ¿Simplemente porque no ocuparían el país? No hay mucho de esto que tenga sentido para nosotros.”
Con toda seguridad, la muerte de Qaddafi no produjo ninguna estabilidad. Una mezcolanza de grupos militantes islámicos vigila amplias partes del territorio; algunos de ellos, leales a Al-Qaeda, han operado en Libia durante décadas y, al igual que el LIFG, fueron muy importantes en la lucha para derrocar a Qaddafi. Otros son nuevos.
LA BATALLA DE SIRTE: Fuerzas leales al gobierno de Libia respaldado por Naciones Unidas lograron algunas victorias contra el grupo militante Estado Islámico en una operación para recapturar Sirte en junio, pero aún enfrentan una feroz resistencia. FOTO: AFP/GETTY
En Sirte, en la costa del norte de Libia, al sureste de Trípoli, ahora ondea la bandera negra del grupo militante Estado Islámico (ISIS). Unos 6,000 combatientes de ISIS han entrado a Libia durante los últimos dos años. De acuerdo con un informe reciente de Human Rights Watch, el grupo ha desviado alimentos y medicinas, entregándolos a sus combatientes y ha llevado a cabo docenas de ejecuciones de civiles desde agosto del año pasado. “Los residentes de Sirte”, señala el informe, “describieron escenas de horror: decapitaciones públicas, cadáveres con overoles color naranja colgando de andamiajes en lo que denominaron ‘crucifixiones’ y combatientes enmascarados sacando a los hombres de la cama durante la noche”.
En enero de este año, mientras Libia se tambaleaba, un gobierno respaldado por Naciones Unidas, el Gobierno de Acuerdo Nacional, se formó en el exilio, en Túnez. En marzo, dicho gobierno se trasladó a Trípoli y actualmente intenta animosamente poner fin a la anarquía. Varias milicias leales a él y ayudadas por un puñado de fuerzas de operaciones especiales de Estados Unidos y el Reino Unido, comenzaron hace más o menos un mes a combatir al Estado Islámico en Sirte. Las milicias han obtenido victorias, asegurando tierras alrededor de la ciudad, y la lucha ha sido feroz: 34 miembros de las milicias a favor del gobierno fueron asesinados el 21 de enero y otros 100 resultaron heridos. Sin embargo, hasta ahora, el ataque no ha sido concluyente.
El Gobierno de Acuerdo Nacional ha pedido que se levante el embargo de armas a Libia, y la OTAN ha acordado comenzar a entrenar a soldados del gobierno libio, aunque aún no se ha decidido exactamente cuándo y dónde. Tres fuentes de inteligencia de la región declararon a Newsweek que esperan que, en un momento dado, se produzca un aumento en el número de tropas de tierra de la OTAN en Libia. “Es inevitable”, dice una de las fuentes. “Libia es una cabeza de playa estratégica para ellos, una daga dirigida a Europa. La OTAN no puede tolerarlo”.
Mientras tanto, cada vez más libios toman lo que un vocero de la Oficina Internacional de Migración denominó “la ruta preferente” fuera del país: abordar cualquier embarcación que puedan, sin importar lo frágil que sea, para cruzar el Mediterráneo hacia Italia. Más de 1300 migrantes de ese tipo murieron en el intento durante los primeros cuatro meses de este año.
Hay que decir que Obama admitió en una entrevista reciente con The Atlantic que su mayor error como Presidente fue Libia. Específicamente, no haber hecho planes para enfrentar las consecuencias. También culpó al primer ministro del Reino Unido David Cameron por distraerse y a los franceses por no dar seguimiento para otorgar seguridad al país.
Sin embargo, el hecho de que haya asumido su error fue pasmoso por una razón muy evidente: Obama fue elegido en parte por su oposición a una guerra insensata dirigida por un gobierno que no tenía ni idea de lo que ocurriría una vez que Saddam fuera eliminado. El hecho de que este gobierno, el proveedor del “poder inteligente”, olvidara la famosa regla de “si lo rompes, lo pagas” de Colin Powell está más allá de toda ironía.
Esto también plantea un problema para Clinton, y la obliga a responder por su función en la debacle, algo que la virtual nominada demócrata para la presidencia no ha tenido que hacer aún en detalle, en parte debido a que los republicanos se obsesionaron con las cuatro muertes en el puesto diplomático estadounidense en Benghazi, Libia. A fin de cuentas, esa tragedia no fue más que un anuncio de un problema mucho mayor y mucho más peligroso, cuya amenaza crece día con día.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek