ESE DÍA DE FINALES DE MARZO, Benito Rivera escribió la primera página de su vida nómada. Guardó en la mochila un par de prendas, pidió un aventón y dijo adiós a su casa en el rancho El Chori, en el municipio de Etchojoa, Sonora. La localidad ofrecía muy poco y el inquieto muchacho quería recorrer el norte mexicano y cruzar, en algún momento, la frontera con Estados Unidos.
Rebelde de nacimiento, no había cumplido 11 años y ya consumía alcohol, fumaba y usaba drogas solventes. Benito se fue a Mexicali, luego a Tijuana y, más tarde, a donde los pasos lo llevaran. A los 16 años llegó a Portland, Oregon, en el noroeste de Estados Unidos, y poco tiempo después comenzaron las dificultades con las autoridades. “Por robar y adicto, me metieron preso y me deportaron a mí y a otros seis por San Diego, pero a los cinco días ya estaba en Los Ángeles”, recuerda Benito, que hoy cuenta 49 años de edad, más de 20 vueltas al otro lado, varios problemas con los policías y una decena de deportaciones, la última apenas hace un par de años.
Es probable que Benito forme parte de las cifras que Miguel Ángel Osorio Chong, titular de la Secretaría de Gobernación, dio a principios de julio: de 2013 a junio de este año, aproximadamente 900 000 migrantes volvieron a México de Estados Unidos, aunque el funcionario no especificó qué porcentaje correspondían a los deportados.
Con el tiempo, Benito probó toda droga que le pusieran en frente. De veinteañero entraba a robar en casas de gringos para mantener su adicción. Fueron años de exceso: se emborrachaba y drogaba a diario, compartía jeringas. De este lado y del otro pagaba por servicio sexual femenino y él, a su vez, se prostituía con homosexuales, sobre todo en San Francisco y Cabo San Lucas. Nunca, cuenta, usó protección. El VIH era algo que a él no le podía suceder, hasta finales de 2015, cuando se lo diagnosticaron.
También es posible que este migrante alimente los datos del Centro Nacional para la Prevención y el Control del VIH y el sida (Censida), que informa en su sitio en internet que el año pasado hubo un incremento, en comparación con 2014, en los nuevos casos diagnosticados de VIH y de sida notificados, al ascender de 10 156 a 10 669.
Las cifras de Gobernación y Censida no estarían relacionadas si no fuera porque, aunque es un tema en ciernes de ser confirmado, la prevalencia de VIH en migrantes deportados se encuentra arriba de la población nacional mexicana. Titulado Un camino de dos vías: las tasas de infección por VIH y factores de riesgo de comportamiento entre los trabajadores migrantes mexicanos deportados, elaborado, entre otros, por Gudelia Rangel Gómez, encargada de la Dirección General Adjunta para la Salud del Migrante de la Secretaría de Salud, este es el único estudio, publicado en 2012, sobre mexicanos repatriados portadores del virus.
Mientras la prevalencia del virus en México es, según Censida, de 0.3 por ciento, es decir, tres de cada mil mexicanos son portadores, Rangel y su equipo encontraron una de hasta 1.1 por ciento en los varones migrantes deportados por Tijuana.
Tras cumplir una condena de cinco años en una cárcel de California a donde fue a parar por dedicarse al narcomenudeo, Benito regresó a Tijuana, después se fue a Cabo San Lucas y luego a Rosarito, ya enfermo de tuberculosis y hepatitis C. “Estaba muy delgado, me estaba muriendo, no podía levantarme. Ignoro desde cuánto tengo la enfermedad. Solo sé que ahora tomo medicamento”.
Benito cuenta los detalles sobre su vida desde Tijuana, sentado ante un monitor en una de las habitaciones de Las Memorias, un albergue de migrantes con problemas de adicción y VIH positivos que opera desde 1999.
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El investigador del Instituto Nacional de Salud Pública, René Leyva, quien ha estudiado por lustros el flujo migratorio de centroamericanos por México y su prevalencia de VIH, indica que, por el mayor número de portadores del virus en Estados Unidos y la vulnerabilidad en que viven los migrantes en ese país, la hipótesis es que hay mayor riesgo de que estos lo adquieran ahí. El problema, dice, es que los gobiernos federal y locales no han desarrollado una política pública centrada en la detención temprana del VIH en deportados.
“Aunque este estudio no revela una macroepidemia, muestra que el número está arriba de las cifras nacionales. El Salvador ha hecho un trabajo muy importante. Cuando llegan los deportados, el gobierno ofrece de inmediato pruebas de VIH. A quienes regresan ya con diagnóstico positivo o se enteran en ese momento, les brinda servicio de salud y medicamento”, afirma el doctor.
—¿Qué pasa en México?
—En Tijuana, uno de los puntos por los que entran los deportados, hay un modelo interesante de recepción de parte del gobierno mexicano, a través del Instituto Nacional de Migración (INM). Hay también una comisión de atención a migrantes dirigida por la administración de Baja California y donde participan el municipio de Tijuana, organizaciones civiles, casas de migrantes y albergues, como Las Memorias o el Centro Madre Assunta, que atienda a mujeres. Este modelo debería replicarse en otros lugares de entrada, pues México tiene montonazos de puntos de paso de deportados.
El Instituto Nacional de Migración detalla en su sitio web que en 2015 fueron repatriados 205 484 mexicanos. De ese número, solo 30 000 se expulsaron por Tijuana. De acuerdo con el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, 2 800 000 indocumentados fueron enviados a sus países a principios de este año, lo que convierte la de Barack Obama en la administración con mayor número de deportaciones registrado en las últimas décadas. Por algo los líderes de la comunidad latina en aquel país lo apodaron Deporter in Chief, o Deportador en Jefe.
Ante el creciente número de repatriados, indica Leyva, se requiere “en todo el país la política de El Salvador e iniciada en Tijuana hace unos cinco años”.
—Además, no todos los migrantes regresan deportados, sino por decisión.
—Muchos de ellos desconocen su estatus de salud, algunos ya vienen con tratamiento. Otros no se interesan en hacerse la prueba, pues se sienten bien, no están en nivel sintomático.
—No hay número que muestre la situación porque no todos los casos son iguales y la situación no está controlada.
—En efecto. El número depende del total de deportados de Estados Unidos a México y la cifra varía anualmente. Hace falta hacer las estimaciones periódicas sobre la totalidad que regresa al año con VIH. Sin mencionar a Tijuana, la respuesta en el resto del país no es la misma.
Una persona triste cae en adicciones, y de ahí viene el resto. A los tres días consume drogas, tienen relaciones sin condón, intercambia jeringas, factores por los cuales se infecta de VIH. Foto: Iván Stephens/Cuartoscuro.
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Un migrante mexicano en Estados Unidos, comparado con alguien que no migra, se enfrenta a prácticas más peligrosas, explica el doctor Carlos Magis, experto en migración y VIH.
El también director de Atención Integral de Censida detalla: “El primero contrata más trabajo sexual, probablemente con mujeres usuarias de drogas, y experimenta con sustancias de alto impacto como crack, cocaína. Es más vulnerable. Vivir en un país donde eres ilegal, no hablas el idioma, te pone en riesgo de VIH y muchos otros problemas de salud, y nosotros no tenemos capacidad para trabajar prevención en Estados Unidos, lo hacen los colegas de allá”.
El doctor informa que las prevalencias de VIH de los migrantes mexicanos deportados son similares a la de los encarcelados en México, cercanas al 1 por ciento, y que, en el país, el grupo más afectado es el de las mujeres transgénero, con 20 por ciento: “Si le hacemos la prueba de VIH a 100 de ellas, vamos a encontrar 20 positivas”, indica. Después, expone, siguen los hombres que tienen sexo con hombres, entre 10 y 15 por ciento, y luego los hombres y mujeres usuarios de drogas inyectadas, con cinco por ciento. “Esos tres grupos son la población clave, como decimos en Censida. Ahí está concentrada la epidemia”.
—Es complicado hablar de números fidedignos de VIH en migrantes mexicanos deportados y centroamericanos cuando andan de aquí para allá.
—Tiene dificultades metodológicas, sí. Los números de migrantes cambian. Lo que sabemos es que la migración que llega a México del sur recibe atención para VIH, si la necesita. A finales de 2015, 77 000 personas estaban en tratamiento en el país. De esas, 851 eran extranjeras.
—En Estados Unidos ¿cuántos mexicanos viven con VIH?
—Eso es difícil de contestar porque son datos de la epidemiología de allá. Pero cuando hicimos un estudio en California, solo ahí había 10 000 mexicanos recibiendo atención de VIH. En general, la prevalencia en migrantes deportados no es tan alta como en los grupos clave, pero uno puede ser migrante y, por ejemplo, ser usuario de drogas, tener sexo con otros hombres, transgénero. Eso aumenta el riesgo.
En México, indica Magis, “unas 200 000 personas tienen VIH, pero 64 000 no lo saben y tienen que efectuarse la prueba. Pese a que las encuestas indican que existe el condón y funciona, nos cuesta trabajo usarlo”.
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Vía Skype, José Antonio Granillo, fundador y director general de Las Memorias, cuenta que el albergue es el único en su tipo en Baja California y que atiende a migrantes de Guatemala, El Salvador, Honduras, Perú, Portugal, Estados Unidos y, sobre todo, de México, principalmente de Sinaloa y Sonora, pero también de Chiapas, Oaxaca, Veracruz, Puebla y la Ciudad de México.
En Las Memorias se imparten charlas sobre VIH sida y enfermedades de transmisión sexual para la comunidad LGBT y mujeres y hombres heterosexuales. José Antonio explica que el proyecto nació ante la demanda de migrantes con adicciones y portadores de VIH. “Al principio llegaban personas adictas a la heroína, cristal, alcoholismo. Pero después el binomio era: VIH tuberculosis, VIH adicciones. Con el tiempo, los casos eran de hepatitis, sífilis, cáncer y enfermedades que se agregan al sida”.
El perfil de los habitantes de Las Memorias es, en su mayoría, portador de VIH. Actualmente, de los más de 100 que alberga, 99 por ciento es adicto a una sustancia, 60 por ciento es migrante y 30 por ciento es deportado. “Presionamos al gobierno porque la población no para de llegar —indica José Antonio—, pues ofrecemos hospedaje, alimentos y medicina para el VIH sida y tuberculosis. El factor que influye al problema de este virus no solo son los migrantes y deportados, sino también las adicciones en la región”.
—¿Qué han presenciado?
—Que el famoso sueño americano se convierte a veces en pesadilla. Mucha raza cree que fácilmente se pasa la frontera y descubren que no. Andan frustrados, desilusionados en las calles, y por eso son presa fácil de las adicciones, lo único en su entorno. Por lo regular son migrantes y uno que otro deportado. Una persona triste cae en adicciones, y de ahí viene lo demás. A los tres días consumen drogas, tienen relaciones sin condón, intercambian jeringas, factores por los cuales se infectan de VIH.
Granillo cuenta que constantemente las autoridades de migración avisan cuando detectan a un portador de VIH y este quiere ser atendido. “Vamos por esa persona. Aquí el alcoholismo y la drogadicción siempre vienen de la mano con este perfil, que no respeta condición étnica, religiosa ni tendencia sexual. El VIH a simple vista no se aprecia, necesitamos seguir informando, prevenir con campañas”.
José Antonio presenta por Skype a Benito, adicto a drogas desde hace lustros y portador de VIH.
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Cuando en 1999 se reunieron en Tapachula los gobiernos de México y Centroamérica para debatir migración y VIH, la preocupación era que los migrantes “diseminaran la epidemia”.
Migrantes mexicanos deportados y migrantes centroamericanos en tránsito por México son dos lógicas diferentes. En el caso de los segundos, la hipótesis del doctor René Leyva y su equipo es que la prevalencia del VIH es semejante a la de sus países de orígenes. “Esto es importante —dice el experto—, pues se piensa que esta población disemina el virus de manera potencial”.
Pero, indica, cuando este grupo de migrantes recorre México, “se expone a riesgos: intercambio sexual por alimento o transporte, o a violaciones sexuales. Ellos no buscan pleitos, sino cruzar para llegar a Estados Unidos, aunque, si necesitan ayuda y no hay dinero, ¿con qué pagan? Con el cuerpo, y a veces no hay condón. Eso, en este momento, no va a expresarse en un aumento en la prevalencia de VIH en México, sin embargo, cuando transcurra el tiempo veremos expresiones en la enfermedad”.
Leyva comenta que esta exposición a riesgos contribuye a explicar que los migrantes transmitan o adquieran el VIH: “Si una persona me viola y tengo VIH, la primera está en riesgo de contraerlo, pero si colocas a los migrantes como agentes de transmisión se genera una culpabilidad, y no”.
Otro ejemplo: “Alguien pide sexo a una mujer a cambio de llevarla a Tapachula o Tuxtla. Si ella o él están infectados y no usan condón, la probabilidad de contraer el virus claro que existe. Está el tema de la trata, que debe tratarse aparte, pues es una situación de explotación”. No debe ignorarse la desventaja en que se encuentran los migrantes, opina Leyva, “si diseminan es consecuencia de las agresiones. Dentro de estos riesgos de diseminación, los más importantes están relacionados con la violencia sexual y la inequidad de género”.
El último estudio sobre migrantes centroamericanos con VIH que transitan por México, publicado el año pasado, indica que el grupo más afectado es el de transgéneros y transexuales.
La investigación Prevalencia del VIH entre migrantes centroamericanos en su tránsito por México hacia los Estados Unidos consistió, entre otras, en realizar la prueba a 4201 centroamericanos de 15 a 49 años de edad en siete albergues de migrantes, de 2009 a 2013. Y arrojó que la prevalencia del virus, en la totalidad de la población, fue de 0.71 por ciento, similar a la de los países de origen.
Del total de personas que aceptaron la prueba, 89.8 por ciento eran hombres, 10.2 por ciento mujeres y 0.71 por ciento se identificaron como transgénero y transexual. Un 40.6 por ciento de los hombres y 14.3 por ciento de las mujeres habían estado antes en Estados Unidos.
El VIH se presentó en 3.45 por ciento en transgéneros y transexuales y disminuyó a menos de 1 por ciento en hombres y mujeres. Un 23.5 por ciento de transgéneros y transexuales y 5.8 por ciento de las mujeres habían experimentado violencia sexual en su tránsito por México. Los primeros reportaron que, en estas agresiones, el uso del condón fue prácticamente imposible. El estudio indica que el impacto de esta violencia en ambos grupos “influirá en el curso de la epidemia del sida” en México.
El gobierno mexicano, por su parte, no realiza estudios que revelen las consecuencias en VIH de estas dinámicas de riesgo.
La investigación indica, además, que el número de migrantes centroamericanos en su tránsito y estancia en México “es cuestionable”, pues se estima que en las últimas dos décadas ha variado entre 200 000 y 400 000. Estas, claro, son cifras oficiales. Las reales son prácticamente imposibles de conocer. Otra de las conclusiones es que “la prevalencia real de VIH sida en migrantes que cruzan México para llegar a Estados Unidos aún se desconoce”.
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Si la organización civil Salud Integral para la Mujer (Sipam), que se dedica al tema de salud sexual de las mujeres, se acercó al tema de la migración fue porque encontró relación con el VIH.
“Encontramos nuevos casos del virus en mujeres que habitan zonas rurales e indígenas de Guerrero, Oaxaca y Chiapas. Les preguntamos cómo había llegado el virus a sus vidas y la respuesta fue que sus maridos estaban fuera”, cuenta Alejandrina García, coordinadora de Feminismo y Otros Movimientos Sociales. “En la mayoría de casos, ellos trabajaban en otro lugar y lo transmitieron”.
García explica que las mujeres más vulnerables al VIH son aquellas cuyos maridos son migrantes o trabajan como traileros y jornaleros. “Que estén en movimiento hace que los hombres sean propensos a contraer VIH y que, con el tiempo, sus parejas estén en riesgo”.
El problema, indica, “es que no contamos con información sobre todo el fenómeno migratorio, ni con estrategias claras de los gobiernos para atender la situación. No siempre sabemos cuál es la salud de las mujeres migrantes, centroamericanas o mexicanas, pero sabemos sus riesgos: ser captadas por el crimen y, luego, explotadas sexualmente. Ahí no se negocia el uso de condón”.
Lo que promueve Sipam es que en las zonas de origen de migrantes se efectúe la prueba y se proporcionen los medicamentos. “Mujeres y hombres pueden tener VIH y desconocer que a lo largo del viaje hubo riesgos, elegidos o no. Saberlo ayuda a no transmitirlo a la pareja o, en el caso de las mujeres, a sus hijos en el embarazo, si toman el tratamiento.
—¿Funcionan las campañas de prevención?
—En este año y el pasado no hemos visto campañas masivas. Censida se ha enfocado en hacer locales, promueve la prueba en poblaciones donde históricamente hay más casos. Se ven en los centros de salud, en internet, pero llegan a quienes tienen acceso a este servicio. México tiene un gran subregistro de personas con VIH. Por cada caso detectado, hay 10 que no lo saben.
“Realizar pruebas en otros lugares clave —dice— logra que aparezcan portadores que pueden tomar tratamiento y proteger a sus parejas sexuales, pero las personas siguen sin usar condón”. Por desgracia, opina García, “en el tema de VIH hay aún mucha desinformación. Si alguien tuvo prácticas de riesgo, no quiere conocer su condición por temor a ser discriminado. Esto continúa”.
El albergue Las Memorias es único en su tipo en Baja California. Atiende a migrantes de Guatemala, El Salvador, Honduras, Perú, Portugal, Estados Unidos y, sobre todo, de México. Foto: Especial.
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El doctor René Leyva recuerda que hoy en México se cuentan 126 309 casos de VIH y sida y que la información al respecto está presente, “aunque tal vez no con la periodicidad que uno, interesado en el tema, quisiera. Las encuestas nacionales dicen que, en general, la mayoría conoce que existe el virus, que se transmite vía sexual, que puede prevenirse con condón. El asunto es que no basta la información, esta contribuye, sí, pero no es un elemento central ni suficiente. Se ha demostrado que tiene un efecto muy limitado. Falta un cambio de actitud en la población. Ese es el gran lío”.
Los estudios realizados por Leyva revelan que buena parte de las mujeres migrantes de Centroamericana se han efectuado una prueba antes de emprender el camino, pues perciben riesgo en su tránsito por México. “Ese es un cambio de actitud”, dice el doctor.
—Migrantes que regresan al país, deportados o no, podrían haber adquirido el virus en Estados Unidos y no saberlo y sostienen relaciones con sus parejas sin protección.
—Así es. Si tú sabes que fuiste a Estados Unidos, que tuviste relaciones ocasionales allá, por favor, hazte la prueba, ¡ya! Falta eso. Y ese no se logra con información solamente. Lo que ahí vemos son los déficit en la atención oportuna. Ese sería el principal problema.
Se sabe que algunos de los estados con mayor número de migrantes son Estado de México, Veracruz, Puebla, Oaxaca y la Ciudad de México, y que, según Censida, las mayores tasas de sida se encuentran en Campeche, con prevalencia de 21 por ciento, Colima, con 11.3 por ciento, y Guerrero, con 11.1 por ciento. Por otro lado, el mayor número de casos de VIH está en Yucatán, con 15.5 por ciento, Quintana Roo, con 15 por ciento y Tabasco, con 10.4 por ciento.
“Sería muy importante que los servicios locales de salud se enteraran de que ahí podrían estar los deportados —dice Leyva—, el quehacer institucional debe fortalecerse en los estados también, sin duda. Hay que facilitar por todos los medios posibles el acceso a la prueba”. Eso es clave, indica, “que se disponga de los insumos en los centros de salud de las comunidades de origen y retorno de migrantes. Aunque esto no resolverá el problema, es un gran paso para que aumente la posibilidad de que los migrantes acudan a los centros a efectuarse la prueba”.
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Cuando se habla de migrantes, se olvida que los hay heterosexuales, homosexuales, transgénero y mujeres biológicas, comenta Luis Manuel Arellano, subdirector de Integración Comunitaria de la Clínica Especializada Condesa en la Ciudad de México. “Migras con tu identidad y práctica sexual —dice—, y las posibilidades de un migrante heterosexual de contraer VIH no son las mismas que las de un gay migrante”.
Da un ejemplo: “Si eres gay y quieres sobrevivir con trabajo sexual, tus clientes serán, probablemente, otros gays. Si te ofrecen hacerlo sin condón por más dinero, vas a decir que sí. Estás sobreviviendo. Pero no solo vas a enfrentar el riesgo de VIH, sino de casi una treintena de infecciones: hepatitis B, C, sífilis y muchas más. El peligro está en permanecer a una comunidad donde la prevalencia es muy elevada”.
Desde luego, agrega, “no todos los migrantes diagnosticados con VIH son homosexuales, los hay de otras preferencias y, en la mayoría de casos, quien adquirió la infección fue el varón y sexualmente la transmitió a la mujer”. ¿Y el tratamiento?, cuestiona: “Una de las peculiaridades del sistema de salud en México es que te atiendes donde vives, no hay estrategias para personas en movimiento, aunque se llega a hacer”.
—No hay cobertura suficiente.
—No existe la necesaria para prevenir, además del VIH, todas las infecciones de transmisión sexual y embarazos. Las campañas existentes demuestran insuficiencia para cambiar la prevalencia anual registrada. Como el VIH se concentra en poblaciones específicas, ya sabemos cuáles, se ha cometido el error de direccionar los escasos mensajes a las redes sociales.
En México, explica, “tampoco hay estudios de incidencia. Por eso desconocemos cuántos casos anuales de VIH se producen. Sabemos cuántos se diagnostican anualmente, pero no significa que correspondan al de la infección. Los efectos del VIH pueden tardar años”.
Esto no permite “observar si las campañas en redes tienen efecto. No solo se deben de lanzar en poblaciones más expuestas, sino para el conjunto de la sociedad. Tendríamos que lograr que el conjunto de los centros de salud, no solo los especializados, reciban a pacientes con VIH, realicen pruebas y que la población en general deje de estigmatizar la infección porque, mientras eso continúe, miles de casos no serán diagnosticados”.
Arellano expone que el aumento de casos de VIH en la Ciudad de México se debe al incremento de la oferta de la prueba, cuyo número en 2015 en la capital fue de 126 000. “Si ofreces más encuentras más portadores. Que no veas a escala nacional un incremento como en la Ciudad de México se debe a que la prueba está disponible en pocos contextos en el país. Así no se detectan casos. No es que le toque a Censida, sino a los programas estatales. Si estos no compran pruebas, no habrá resultados”.
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Por sus características demográficas y sociales, Tijuana cuenta con un ambiente particular “que puede desarrollar más el VIH en migrantes y cualquier otra persona”, indica Ana María López, doctora en ciencias sociales y coordinadora de la maestría en estudios de población del Colegio de la Frontera Norte. “A la ciudad llegan flujos del sur-norte y norte-sur, que serían los deportados”.
Esas condiciones son, por ejemplo, alto consumo de drogas inyectables: “Si se comparten jeringas y alguien porta VIH, es una forma. Otra es el comercio sexual y practicar sexo sin condón. Los migrantes, por sus condiciones, pueden caer en alguna adicción o intercambiar sexo por algún favor”.
En Tijuana, por ser una ciudad donde el problema de VIH está latente, explica, “el INM hace pruebas y canaliza a un Centro Nacional para la prevención y el Control del VIH/Sida (Capacits) para que el migrante reciba el tratamiento”.
Sergio Borrego, subdirector operativo de Las Memorias, indica que ha habido un incremento de VIH en las personas que reciben. “Por eso realizamos prevención de enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados en adolescentes en el albergue, secundarias, preparatorias e incluso universidades.
Antes los grupos de riesgos eran homosexuales, trabajadores y trabajadoras sexuales, “pero ahora los casos de VIH se presentan en amas de casa y adolescentes. No usan condón por diversas razones, por el machismo o por falta de recursos para comprarlo”.
Un par de minutos antes de despedirse, Sergio cuenta la historia de un guatemalteco de 24 años deportado de Estados Unidos y portador de VIH que llegó a Las Memorias.
Cruzó México cuando tenía diez años. Del otro lado hizo su vida pero, por sus adicciones, lo encarcelaron y fue repatriado a Guatemala. A los pocos días volvió a atravesar el territorio mexicano y llegó a Estados Unidos. Cuando, de nuevo, se metió en problemas, inventó que era chiapaneco y lo enviaron a Tijuana.
“Fue una dificultad porque, como no contaba con documentos mexicanos, no pudimos incorporarlo al sistema de salud”. Los médicos de Capacits indicaron qué medicamentos debía tomar y en el albergue se los proporcionaron”. El joven prefirió regresar a Estados Unidos seis meses después.
Argumentó que sus familiares estaban allá y que no tenía motivos para regresar a Guatemala.
Nadie en el albergue volvió a saber de él.