Cada vez que parpadeas, piensas o te mueves, tu cerebro
genera electricidad conforme cada neurona transmite la información necesaria
para que esto ocurra. Si pudiéramos detectar las señales eléctricas que generan
las neuronas, podríamos leer la mente de una persona; en teoría.
¡Asombroso! Y extremadamente difícil. La cantidad de
energía que produce una neurona para transmitir un fragmento de información es
increíblemente minúscula. En total, el cerebro —con sus 100 mil millones de
neuronas— genera alrededor de 20 watts, apenas suficiente para encender una
bombilla incandescente. Desde hace décadas, lo más que han podido hacer los
neurocientíficos es usar la electroencefalografía (EEG) para, por ejemplo,
detectar las señales características de las distintas etapas del sueño, o las
descargas cerebrales provocadas por ataques epilépticos. Y eso no fue fácil.
Tuvieron que afeitar cabezas, poner a la gente en un cuarto alejado de otras
fuentes eléctricas, y usar geles conductores para pegarles varios electrodos en
el cuero cabelludo.
Pero en 2007, mientras Philip Low se encontraba haciendo
su doctorado en la Universidad de California, San Diego, inventó el algoritmo
Sleep Parametric EEG Automated Recognition System (SPEARS), el cual le permitió
crear un mapa de grupos de actividad cerebral, usando la información obtenida
con un solo electrodo; como dicen en la industria, “un EEG de canal único”.
Antes de Low, los dispositivos EEG que tomaban información de unos cuantos
canales servían para nada; a fin de proporcionar datos realmente útiles,
pre-SPEARS, tenías que cubrir de electrodos la cabeza de la persona, entorpeciendo
casi cualquier actividad cotidiana. Casi la única aplicación del EEG de canal
único, pre-SPEARS, era el mercado de juguetes, donde NeuroSky —compañía de
tecnología de Silicon Valley que producía artículos con interface
cerebro-computadora— lanzó “The Adventures of NeuroBoy”, un sencillo videojuego
en que los jugadores podían usar un auricular de bajo costo, con un solo canal,
para controlar al protagonista telequinético. Aunque relativamente asequible
(199 dólares), el auricular NeuroBoy no conseguía imitar la precisión del
algoritmo de Low. No obstante, fue innovador por otro motivo: era el primer
producto EEG de consumo que utilizó “electrodos secos”; es decir, podía leer
señales sin necesidad de gel conductor.
Muy pronto, los electrodos secos resultaron de interés
para la comunidad médica. Como no requerían de gel —el cual tiende a secarse o
derretirse después de unas horas (o menos, si quien lo lleva puesto realiza una
actividad intensa)—, podían permanecer aplicados indefinidamente. Mejor aún,
sin el gel, los usuarios simplemente tenían que asegurarse de que el elemento
conductor del electrodo estuviera en contacto con la piel.
Esos adelantos en la tecnología EEG despertaron las
ambiciones de empresarios como Tan Le, CEO de Emotiv System, fabricante de
dispositivos EEG para consumidores. Los aparatos más antiguos y complejos de
Emotiv estaban dirigidos a un segmento de mercado exclusivo para aficionados.
Pero con las nuevas tecnologías que hacían los EEG relativamente fáciles de
usar, Le esperaba construir un Fitbit o Apple Watch para la mente.
“Ansiedad, depresión, esquizofrenia, demencia, Alzheimer,
Parkinson, autismo…”, Le enumera una letanía de trastornos neurológicos, y
prosigue:
“Casi todos padecimientos son problemas del desarrollo. Es
probable que los marcadores existieran décadas antes que los síntomas se
manifestaran. Necesitamos una intervención y un monitoreo más tempranos”. Según
Le, la manera como practicamos neurociencias hoy día es fundamentalmente
fallida. “En buena medida, solo estudiamos el cerebro cuando algo está mal”. Se
supone que las personas con cerebros sanos casi nunca se someten a un escaneo
cerebral, en parte porque, hasta esta década, obtener resultados legibles con
un EEG era una tarea laboriosa que requería de mucho tiempo.
Sin embargo, Le opina que la creciente popularidad de la
tecnología usable ha “abierto la oportunidad para que monitoreemos, rastreemos
y aprendamos más sobre el cerebro, y empecemos a construir mejores modelos del
cerebro en todo el espectro de usuarios”, no sólo entre quienes están enfermos.
En otras palabras, si suficientes personas empiezan a usar el Insight (el nuevo
equipo EEG de Emotiv) y permiten que Emotiv recoja datos de sus mentes, tal vez
ese cúmulo de información permita que los neurocientíficos, finalmente,
conozcan el aspecto de un cerebro sano cuando enfrenta los estímulos
cotidianos. Y esa información permitirá que los neurocientíficos identifiquen
“los biomarcadores tempranos de una gran variedad de trastornos neurológicos”,
asegura Le.
Low piensa lo mismo. Poco después de crear el algoritmo
SPEARS, fundó su compañía enfocada en EEG, NeuroVigil. Durante años, la empresa
ha trabajado en proyectos de pequeña escala para contratantes de alto perfil;
así que iBrain, su dispositivo de canal único, ha sido usado como parte del
aparato de comunicaciones de Stephen Hawking y también como elemento del equipo
de campo de astronautas NASA. Pero Low dice que ha llegado la hora de que
NeuroVigil empiece a escalar:
“La comunidad para atención de ancianos nos ha abordado en
masa para que estudiemos la actividad cerebral de ese sector poblacional antes
del diagnóstico de demencia senil. Estamos trabajando con ASHA [American
Seniors Housing Association] y ya tenemos un contrato con varios operadores
para distribuir un EEG de canal único en varios centros para atención de
mayores, a partir de este año”. A largo plazo, el proyecto es convertir iBrain
en un dispositivo de uso cotidiano para todos. “La gente se registra la presión
sanguínea de manera rutinaria con bastante frecuencia”, agrega Low. “Considero
que, algún día, lo mismo sucederá con el cerebro, y registraremos su actividad
cada vez con mayor frecuencia hasta que sea algo continuo”.
HACE OLAS: Low dice que monitorear el cerebro podría
ayudar a los médicos a individualizar lo que recetan a sus pacientes. FOTO:
MISHA GRAVENOR
A la larga, Low espera que esto elimine el factor de
prueba y error en el método como estudiamos los efectos psicológicos de los
fármacos. “Antes que alguien tome un medicamento, debemos usar iBrain para ver:
¿Cómo luce el cerebro? Luego, al tomar la sustancia, seguiremos monitoreando el
cerebro y detectaremos los cambios que ocasiona el fármaco”. Mas el interés de
Low no es meramente científico. En su décimo cumpleaños, el padre de Low fue
encarcelado por amenazar con un arma a un banquero que lo estafó. Poco después,
su progenitor fue exonerado con el argumento de que la conducta fue provocada
por un somnífero que había ingerido, “el cual, aparentemente, ocasionaba
agresividad en muchas personas”, informa Low. En su adolescencia, Low comenzó a
dudar de la afirmación de que el crimen pudo ser “culpa” de la pastilla para dormir,
más que de su padre, hasta que empezó su doctorado en neurobiología
computacional y un miembro de su comité de tesis, J. Christian Gillin (mejor
conocido como el hoy difunto fundador de la revista Neuropsychopharmacology) le
advirtió que no hiciera experimentos con esa misma sustancia. “Me dijo, ‘No
uses eso. Enloquece a las personas’”, recuerda Low. “Así que tomé el teléfono,
llamé a papá y me disculpé”.
Algunos indicadores demuestran que no pasará mucho antes
que tengamos suficientes datos para empezar a leer nuestras mentes, pues el
costo —desde siempre, el punto conflictivo para los fabricantes de EEG— parece
estar disminuyendo de manera drástica. En diciembre de 2009, cuando lanzó un
equipo EEG llamado Epoc para aficionados. Le pasó dificultades para mantener el
costo por debajo de los 500 dólares. Pero para diciembre de 2011, estudiantes
de la Universidad Nacional de Ciencias Computacionales y Emergentes de
Peshawar, Paquistán, publicaron las especificaciones para una interface
cerebro-computadora habilitada para EEG de canal único, la cual permite que
individuos con enfermedad de Lou Gehrig se comuniquen mediante un aparato para
textos-mensajes controlado con la mente, que cuesta menos de 12 dólares por
dispositivo.
Por otro lado, el éxito de proyectos de gran escala, como
los que visualizan Low y Le, depende de lograr que personas sanas usen equipos
EEG y compartan sus cerebros cotidianos con científicos anónimos. Como a muchas
personas les inquieta que cualquier compañía recoja datos mucho menos personales
—como los publicistas anónimos que roban información de nuestros celulares, por
ejemplo—, hay que cuestionar si la manía emergente del EEG cotidiano no
colapsará debido a las consideraciones de privacidad. Después de todo, una cosa
es conectar tu cerebro con electrodos para que los médicos puedan leer las
señales en un ambiente controlado, y otra que unos científicos a quienes jamás
verás lean tu EEG día tras día (la Ley de Transferencia y Responsabilidad de
Seguro Médico, o HIPAA, exige que los doctores mantengan la confidencialidad de
los EEG de sus pacientes, pero los dispositivos EEG para consumidores no están
sujetos a esa limitante).
Con todo, Le ha tenido cierto éxito para conseguir que los
usuarios de EEG cotidianos —al menos, algunos de los que usan equipos Emotiv—
compartan detalles personales más allá de lo que cabría esperar. Resulta que
esos primeros adoptantes conectados con Emotiv están dispuestos —y a veces,
deseosos— de compartir no sólo lecturas EEG, sino “datos neurológicos relevantes”
adicionales (edad, género, lateralidad, nivel de educación, datos sociales,
idiomas que hablan y destrezas musicales), los cuales pueden dar contexto a la
señal. Y eso es crucial, porque en términos de tecnología, el factor limitante
es la interpretación de las ondas cerebrales. Ni siquiera los científicos más
diestros en leer señales EEG tomadas con docenas de electrodos colocados en la
cabeza, con gel conductor y en ambientes controlados, pueden interpretar las
señales que genera una persona usando Insight o iBrain en el ruidoso, confuso,
y desordenado mundo real, mientras realiza una carga de tareas cotidianas. Por
primera vez en la historia, las maravillas de la tecnología nos han permitido
“oír” los sonidos que producen nuestros nervios cuando hablan entre sí. Pero
antes que de verdad podamos leer mentes, necesitamos averiguar qué significan
esos sonidos: qué dicen los nervios. Y esa tarea apenas comienza.
Le y Low aseguran que sus compañías son capaces de
atribuir significado a las señales, y que están preparadas para procesar datos
EEG en la escala enorme que requeriría semejante empeño. Por supuesto, apunta
Le, el aporte de los usuarios es crítico: han pedido a quienes usan
dispositivos Emotiv que “indiquen” acontecimientos de sus vidas “como una mudanza
de casa, matrimonio, divorcio, o pérdida de un ser querido”, así como lesiones
físicas, sobre todo las que podrían afectar al cerebro, como “un traumatismo
craneal, o una conmoción cerebral leve”.
Pero no serán las grandes compañías las que descifrarán el
código; los usuarios individuales y las comunidades académicas, aunque carentes
de la infraestructura de procesamiento de Emotiv y NeuroVigil, también serán
grandes actores en este esfuerzo. El mismo equipo paquistaní que construyó el
equipo de comunicaciones controlado con la mente, por menos de 12 dólares,
también ha encontrado la manera de amplificar el EEG para que pueda leerse en
una tarjeta de sonido laptop. En otras palabras, si quieres participar en una
experimentación EEG casera, sólo tienes que seguir unas sencillas instrucciones
para construir tu propio equipo EEG simple, no propietario, e increíblemente
barato.
¿Y quién sabe? Tal vez descubras algo nuevo de ti mismo.
—
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in
cooperation with Newsweek