La adicción a los opiáceos ha
llamado recientemente la atención nacional de dos maneras inesperadas. Primera,
la médica californiana Lisa Tseng fue sentenciada a 30 años de prisión por su
participación en las muertes por sobredosis de pacientes a quienes ella les
recetó dosis grandes de opiáceos. Luego, la Asociación Nacional de Gobernadores
publicó una declaración conjunta con la Asociación Médica Estadounidense
llamando a la acción para frenar la “epidemia de opiáceos” en EE UU.
Conforme esta epidemia de
opiáceos suscita más preocupaciones, muchos médicos como yo se sienten
culpables. O por lo menos deberíamos. Porque es nuestra culpa.
Hace quince años, una multitud
de expertos —incluidos muchos médicos— afirmaron que los opiáceos como la
morfina eran seguros de usar para el dolor crónico. También minimizamos el
riesgo de la adicción a los opiáceos.
Por ejemplo, una declaración de
expertos en manejo de dolor crónico en adultos mayores (de la cual fui un
autor) decía que “Las preocupaciones por la dependencia y la adicción a la
droga no justifican el fracaso en aliviar el dolor”.
Estas recomendaciones llevaron
a más uso de opiáceos, y entre 1998 y 2011 las prescripciones de opiáceos en EE
UU se duplicaron. Ello facilitó mucho más el acceso a opiáceos potentes,
creando una población de rápida expansión que se volvió adicta. Cuando se
controló la prescripción, la gente optó por drogas ilegales como la heroína,
con un aumento resultante en muertes relacionadas con opiáceos.
Mientras trabajamos para frenar
el uso inapropiado de opiáceos y hallamos un tratamiento para todos aquellos
que se han vuelto adictos, muchos de quienes promovimos la prescripción de
opiáceos hace 15 años no queremos cometer el mismo error de nuevo. Y aun así
podríamos estar en riesgo de hacer exactamente eso. La marihuana medicinal está
haciéndose más aceptable a un ritmo extraordinario, y ahora es legal en 23
estados más el Distrito de Columbia. Aún más, se la considera seriamente en
media docena más.
Los defensores de la marihuana
medicinal anuncian su seguridad. Es natural, dicen ellos. De hecho, el dueño de
un dispensario me dijo ingenuamente: “Es del todo segura; proviene de una flor.
No como la heroína”. El dueño de ese dispensario ignoraba el hecho de que la
heroína se deriva de la adormidera. Y que la adormidera también es una flor.
Además, me dijo él, los riesgos
teóricos de la adicción no justifican el retener un tratamiento potencialmente
benéfico. Pero eso es exactamente lo que muchos expertos decían sobre los
opiáceos hace 15 años. Y deberíamos preocuparnos por la adicción a la
marihuana.
La buena noticia es que el
riesgo de la dependencia a la marihuana es menor que el de la heroína
(aproximadamente 9 por ciento contra 23 por ciento). (El término “dependencia”
se usa para describir a alguien que usa marihuana con regularidad, aun cuando
afecta su capacidad para funcionar con normalidad, y a pesar de los problemas
físicos y psicológicos relacionados con la droga.) No obstante, incluso si la
adicción a la marihuana no resulta tan devastadora como la adicción a los
opiáceos, todavía puede resultar en empleos perdidos, relaciones afectadas y
pérdida de oportunidades.
Incluso un riesgo de
dependencia del 9 por ciento puede convertirse en un problema de salud pública
si la cantidad suficiente de personas usa marihuana. Y si hay una cosa que
podemos predecir con certeza absoluta, es que más gente usará la marihuana
medicinal.
No solo la legalización está
ganando terreno, sino que hay una industria grande y creciente que trata de
convencer a los pacientes de que la marihuana es segura y efectiva. Ese dueño
de dispensario quien me dijo que la marihuana medicinal era “del todo segura”
tal vez haya tenido buenas intenciones, pero administraba un negocio muy
lucrativo.
Ello no es distinto al
incentivo financiero que las compañías farmacéuticas tuvieron hace 15 años para
promocionar la prescripción de opiáceos. Perdue Pharma, la compañía que fabrica
el Oxycontin, vio un aumento en sus ganancias de $45 millones de dólares en
1996 a $3,100 millones de dólares en 2010. Estas ganancias son impresionantes
incluso para los estándares del auge actual de la marihuana medicinal. Así que
podemos esperar el oír más afirmaciones —y más extravagancias— de empresarios
como ese dueño de dispensario.
Para ser justos, hay una
diferencia muy importante entre la marihuana y los opiáceos. Los opiáceos como
la oxicodona y la heroína pueden provocar una sobredosis fatal al suprimir la
respiración; la marihuana, no.
Así que una “sobredosis” de marihuana
podría volverlo muy confundido, paranoide y ansioso, pero no lo matará. De
hecho, en los estados que han legalizado la marihuana, los índices de muerte
por sobredosis de opiáceos han bajado, tal vez porque la gente está usando
marihuana en vez de opiáceos.
No obstante, el riesgo de
adicción es lo bastante importante para que necesitemos tomarlo con seriedad.
Si le hubiéramos prestado más atención al riesgo de la adicción a los opiáceos
hace 15 años, tal vez no estaríamos en la crisis que estamos ahora. Así que
tenemos una oportunidad de evitar los mismos errores, y podemos hacerlo de dos
maneras.
Primera, debería haber una
orientación obligatoria para los pacientes sobre los riesgos de la adicción a
la marihuana. Esta podría provenir de médicos, quienes proveerían una
recomendación con el fin de que un paciente tenga acceso a un dispensario. Los
dispensarios también deberían ser responsables de orientar, porque los
pacientes solo necesitan visitar al médico una vez al año en muchos estados
para obtener una recomendación, pero necesitan visitar un dispensario cada vez
que quieran comprar marihuana legalmente.
Segunda, necesitamos un
programa nacional de educación en salud pública. No podemos depender únicamente
de los médicos y dispensarios para que den orientación, porque en los estados
donde la marihuana no es legal, como Pensilvania, donde soy médico, los
pacientes no visitarán un dispensario.
Ello significa que todos
deberían estar conscientes de los riesgos de la adicción, porque incluso si no
usan marihuana —y la mayoría de la gente no lo hace—, su hermano, o su hija, o
su pareja de tenis podría usarla. Así que también necesitamos mensajes de salud
pública sobre los riesgos de la dependencia, tal como los damos para otras
sustancias adictivas como el tabaco y el alcohol (y la heroína).
La marihuana medicinal sí
ofrece beneficios reales. Estoy convencido de ello. Y si algún día se vuelve
legal en el estado donde ejerzo, la recomendaré a mis pacientes.
Pero también puede causar daño.
Y si ignoramos esos daños potenciales, nos arriesgamos a repetir el mismo error
que cometimos hace 15 años.
David Casarett es el autor de
Stoned: A Doctor’s Case for Medical Marijuana.