¿Acaso los partidarios de Bernie Sanders apoyarán a Hillary Clinton si
ella obtiene la nominación? De igual forma, si a Donald Trump se le niega la
nominación republicana, ¿sus partidarios apoyarán a quienquiera que reciba la
aprobación de ese partido?
Si la elección de 2008 sirve como guía, la respuesta es un “sí”
indiscutible a ambas preguntas. Cerca de 90 por ciento de las personas que apoyaron
a Clinton en las primarias demócratas de aquel año acabaron apoyando a Barack
Obama en la elección general. Alrededor del mismo porcentaje de partidarios de Mike
Huckabee y de Mitt Romney se unieron para apoyar a John McCain.
Pero es posible que 2008 no sea una buena guía para la elección de 2016,
cuyo rasgo más característico es la furiosa antipatía hacia el orden político
establecido.
Los marginales y los disidentes suelen ser atractivos para un electorado
estadounidense crónicamente suspicaz de los políticos con información privilegiada,
pero los sentimientos contra el orden establecido que se desataron en este año
de elecciones tienen una magnitud distinta. Las candidaturas de Trump y Sanders
constituyen dramáticos repudios contra la política convencional.
Si se percibe que Clinton ganó la elección primaria demócrata debido a
“superdelegados” con acceso a información privilegiada y que la contienda
excluyó a los candidatos independientes, ello confirmaría ante los partidarios
a ultranza de Sanders la corrupción política sistémica a la que se ha opuesto.
De manera similar, si el Partido Republicano termina nominando a alguien
que no sea Trump y que no haya atraído el número de votos que él tiene, ello
podría ser percibido como una prueba del argumento de Trump de que el Partido
Republicano está corrompido.
Sin embargo, muchos de los partidarios de Sanders se unirán a Clinton
debido a la repulsión que sienten por el candidato republicano, especialmente
si se trata de Trump. De igual forma, si Trump pierde su apuesta por la
nominación, muchos de sus partidarios votarán por el Partido Republicano de
todas formas, particularmente si la nominada demócrata es Clinton.
Sin embargo, a diferencia de elecciones anteriores, un buen número de
votantes simplemente decidirá abstenerse de votar en la elección debido a su repulsión
aún mayor hacia la política convencional, y a la convicción de que la elección
ha sido arreglada por el orden establecido para su propio beneficio.
Esta convicción no estuvo presente en la elección de 2008. Surgió más
tarde, a partir de la crisis financiera de 2008, cuando el gobierno rescató a
los principales bancos de Wall Street mientras dejaba que los atribulados
propietarios de casas se hundieran.
Tanto el Partido del Té como Occupy fueron reacciones furiosas: los
miembros del Partido del Té furiosos por el papel del gobierno, y los
partidarios de Occupy furiosos con Wall Street: dos caras de la misma
moneda.
Entonces se produjo la decisión de 2010 de la Suprema Corte en el caso
de Ciudadanos Unidos contra la Comisión Federal Electoral, que liberó un
torrente de dinero hacia la política estadounidense. En el ciclo electoral de
2012, 40 por ciento de todas las contribuciones de campaña provinieron del 0.01
por ciento, es decir, de los hogares estadounidenses más ricos.
A esto siguió una desigual recuperación económica, cuyas principales
ganancias fueron, en su mayoría, hacia las altas esferas. El ingreso promedio
familiar sigue estando por debajo del nivel de 2008, ajustado por inflación. Y
aunque el índice oficial de desempleo se ha reducido notablemente, un
porcentaje menor de personas en edad de trabajar tienen un empleo actualmente
en comparación con el período previo a la recesión.
Como resultado de todo esto, muchos estadounidenses han unido los puntos
en una forma en que no lo hicieron en 2008.
Ellos ven el “capitalismo de compadrazgo” (que actualmente es un término
oprobioso para la izquierda y la derecha) en las lagunas fiscales especiales
para los ricos, en los subsidios gubernamentales y las garantías crediticias
para las corporaciones favorecidas, en las declaraciones de quiebra para los
ricos pero no para los atribulados propietarios o para deudores estudiantiles,
en la indulgencia para las corporaciones que amasan poder de mercado pero no
para los trabajadores que buscan aumentar su poder de negociación a través de
los sindicatos, y en los acuerdos comerciales que protegen la propiedad
intelectual y los activos de las corporaciones estadounidenses pero no los
empleos ni los ingresos de los trabajadores estadounidenses.
En otoño pasado, mientras me encontraba en una gira de presentación de
libros en el centro del país, encontré a mucha gente tratando de tomar una
decisión para la próxima elección entre Sanders y Trump. Estas personas
consideraban a uno u otro como su defensor: Sanders, el “revolucionario
político” que arrebataría el poder a la minoría privilegiada; Trump, el
autoritario hombre fuerte que le arrebataría el poder a un orden establecido
que lo ha usurpado.
Las personas con las que hablé me dijeron que el interés monetario no
podía comprar a Sanders debido a que él no tomaría su dinero, y que no podrían
comprar a Trump porque él no necesitaba su dinero.
Ahora, seis meses después, el orden político establecido ha
contraatacado, y los planes de Sanders de obtener la nominación demócrata se
desvanecen. Trump bien podría ganar el manto republicano, pero no sin una buena
pelea.
Como he dicho, espero que la mayoría de los partidarios de Sanders
apoyen a Clinton si ella obtiene la nominación. Y aún si Trump no logra la
aprobación republicana, la mayoría de sus partidarios irán hacia donde quiera
que vaya el candidato republicano.
Pero cualquier persona que suponga que habrá una transferencia total de
la lealtad de los partidarios de Sanders hacia Clinton, o de los de Trump hacia
otro candidato republicano, deberá prepararse para una sorpresa.
La furia contra el orden establecido en la elección de 2016 podrá ser
mayor de lo que se suponía.
—
Este artículo apareció por primera vez en RobertReich.org.
Robert Reich es catedrático rector de política
pública de la Universidad de California en Berkeley y miembro de alto rango del
Centro Blum para las Economías en Desarrollo. Fue Secretario del Trabajo en el
gobierno de Clinton y la revistaTime lo nombró uno de los 10
Secretarios de Gabinete más eficaces del siglo XX. Ha
escrito 14 libros, entre ellos, los éxitosAftershock,The Work of Nations (El trabajo de las naciones),Beyond Outrage
(Más allá de la indignación), y más recientemente,Saving Capitalism (Salvar al capitalismo). También es editor fundador de la revistaThe American Prospect,
presidente deCausa
Común, miembro de la Academia
Estadounidense de Artes y Ciencias y cocreador del documental galardonadoInequality for All
(Desigualdad para todos).
—
Publicado en colaboración con Newsweek / Published in colaboration with Newsweek.