DURANTE DOS AÑOS, mientras languidecía en la prisión Evin de Teherán, el mundo pareció olvidarse del multimillonario iraní Babak Zanjani. Sin embargo, el hombre volvió a los titulares el 6 de marzo, cuando una corte del país lo sentenció a muerte.
La historia de Zanjani es la del típico don nadie surgido de la nada que amasó una fortuna impresionante proporcionando servicios ilícitos al gobierno de Irán a través del esquema de lavado de dinero más publicitado en la historia del país. Y su caída fue rápida y brutal.
Zanjani tenía la solución para uno de los problemas más grandes de Irán. Durante años, ayudó al gobierno a evadir las sanciones internacionales contra su programa nuclear, y vendió petróleo en el mercado global. Pero cuando Occidente también le impuso sanciones, su esquema terminó abruptamente. Luego de un cambio de gobierno, fue arrestado y acusado de retener 2700 millones de dólares del dinero del Estado. Y a principios de marzo recibió la pena de muerte por “corrupción en la Tierra”, acusación que engloba los crímenes más graves contra el Estado. Las ejecuciones en Irán suelen consistir en ahorcamiento.
Tras su arresto, a fines de 2013, pasé varios meses siguiendo el rastro de las operaciones de Zanjani, utilizando informes mediáticos iraníes, respaldados con entrevistas con fuentes empresariales, analistas y diplomáticos de varios países, incluidos Irán y Malasia. El multimillonario también operaba en Tayikistán, Emiratos Árabes Unidos y Turquía. Antes de su arresto, en 2013 (contaba con 39 años), presumió durante una entrevista, con la revista iraní Aseman, que tenía una fortuna de 13 500 millones de dólares y controlaba un imperio empresarial de más de 60 empresas, incluidos bancos, aerolíneas y compañías de cosméticos. Zanjani no era el único iraní que combatió las sanciones, aunque probablemente fue el mejor.
“De cierto modo, el tipo derrotó las sanciones y contribuyó a que Irán se mantuviera a flote en circunstancias económicas muy difíciles. Una genialidad. Y lo hizo mejor que nadie, más rápido que nadie”, dice Emanuele Ottolenghi, miembro de la Fundación para la Defensa de las Democracias, quien ha estudiado a Zanjani durante años.
Para algunos iraníes, Zanjani simbolizaba el compadrazgo y la corrupción que infectaban las jerarquías más altas del país. Hacía gala de una riqueza escandalosa en un país donde la modestia es virtud. Mientras sus compatriotas se sofocaban bajo las sanciones internacionales —en una semana la moneda cayó 40 por ciento; en otra, el precio de la leche se duplicó—, Zanjani ostentaba relojes Rolex y autos de lujo, y posaba para fotografías en el interior de un jet privado.
Demasiado joven para haber demostrado su valía en la revolución de 1979 o en la guerra contra Irak, en 1980, Zanjani tomó el único camino posible hacia la notoriedad y la riqueza: desarrollar nexos con la Guardia Revolucionaria de Irán, cuyo control de la economía se consolidó durante la presidencia de Mahmoud Ahmadinejad. Un joven larguirucho y, según sus allegados, de carácter agradable, se codeaba con un siniestro grupo de personajes que incluía a Hassan Mirkazemi, brutal allegado del régimen, famoso por arremeter contra los manifestantes del Movimiento Verde en 2009; y Saeed Mortazavi, exfiscal acusado de tortura y asesinato.
Algunos consideraban que Zanjani era un héroe. Solía suavizar su habitual arrogancia compartiendo algo de su riqueza; por ejemplo, proporcionó préstamos de millones de dólares a cineastas en ciernes e invirtió en un club de fútbol. En cierta ocasión se describió como un basij (nombre de la milicia paramilitar iraní) económico, pues dijo que estaba realizando el trabajo de Dios. En 2013, los lectores de dos diarios iraníes lo eligieron en una encuesta como la tercera “persona del año”, a la zaga del nuevo presidente, Hassan Rouhani, y el ministro del Exterior. “Todo lo que hice fue con la ayuda de Dios”, dijo Zanjani a la revista Aseman. “Ocurrían milagros en mi vida”.
Fue criado por una familia trabajadora en el transitado sur de Teherán, donde los taxis y las motocicletas compiten por espacio con los vendedores ambulantes y los carretones que ofrecen verduras y frutos secos. Empezó vendiendo joyería en el bazar, luego fue chofer del gobernador del Banco Central, quien confió a Zanjani el manejo de la moneda en el bazar. En la década de 1990, cuando surgieron enormes discrepancias entre la tasa del mercado y la tasa de cambio oficial, esa operación dio a muchos jóvenes pequeñas fortunas.
Zanjani utilizó sus ganancias para abrir un negocio de importación. Pero, una vez establecido, decidió hacer cosas más grandes que comerciar con café instantáneo y dentífrico. Ha dicho que su gran oportunidad llegó cuando usó sus contactos internacionales para que Khatam al-Anbiya, compañía de ingeniería que operaba la Guardia Revolucionaria, consiguiera órdenes de hasta 90 millones dólares en ventas de petróleo. Eso llamó la atención —entre otros— del ministro iraní del Petróleo, Rostam Ghasemi. Como las sanciones contra Irán se estaban intensificando, el ministro necesitaba gente que pudiera desplazar dinero y estuviera dispuesta a vincularse con el gobierno, cada vez más controvertido, de Ahmadinejad. “Este era un tema particularmente espinoso, porque al menos cuatro autoridades importantes de la administración de Ahmadinejad, incluidos el ministro del Petróleo, el jefe del Banco Central y el ministro de Economía, dieron permiso a Zanjani para vender crudo, y todos han guardado silencio al respecto”, dice Farideh Farhi, erudita iraní de la Universidad de Hawái.
Zanjani operaba a través de Sorinet Group, conglomerado de unas 60 empresas. Cuando investigué sus compañías en Teherán, descubrí que algunas eran legítimas; otras no eran más que fachadas. Pero unas pocas parecían tener la escala necesaria para un multimillonario que afirmaba emplear a 17 000 personas. Una de las hermanas de Zanjani dirige VIP Sorinet, restaurante de lujo que sirve delicadezas occidentales como coq au vin, pero sin vino. La mujer ignoró mis peticiones de una entrevista. Cuando conduje hasta las afueras de la ciudad, a la dirección de Zanis Group, filial de Sorinet, encontré un edificio residencial de tres pisos con una sencilla reja de metal y un oxidado tanque de agua. Desde el balcón, un hombre en camiseta me dijo a voces que jamás había oído hablar de esa compañía. Otras empresas no eran más que sitios web con burdas ilustraciones y publicaciones en inglés mal redactado.
Las redes para evadir sanciones son complejas y ambiguas, con la finalidad de confundir la identidad de quienes están a cargo, explica Ottolenghi. Sin embargo, tal vez las pantallas de humo de Zanjani siempre llevaron la intención ulterior de malversar el dinero del gobierno. “Es posible que Zanjani engañara a sus amos iraníes usando el mismo juego de confusión con que cubrió el rastro de Irán de la mirada inquisitiva de la comunidad internacional”, sugiere Ottolenghi.
A principios de 2014, viajé al eje del imperio de Zanjani: Labuan, isla malaya poco conocida en el exterior. Y tal vez su clientela lo prefiera así, a juzgar por los numerosos empresarios solitarios y la solemnidad de sus calles, que dominan la vista de buques cisterna que se mecen en el oleaje frente a la costa. Es una especie de paraíso fiscal donde la gente no hace demasiadas preguntas. Al mencionar a Zanjani, mucha gente de la industria asiente con expresión conocedora, pero muy pocos aportan información. Una fuente de la industria describió a Zanjani y su cohorte en los siguientes términos: “Es una maldita mafia”.
Según una investigación de Reuters, los barcos iraníes de Labuan aprovechaban la oscuridad de la noche para transferir millones de barriles de petróleo a buques cisterna que navegaban con bandera de otros países. En cuanto al dinero, Zanjani adquirió intereses en First Islamic Investment Bank (FIIB), sito en Malasia, ya que Irán tenía prohibido utilizar la Sociedad para las Comunicaciones Interbancarias y Financieras Mundiales (SWIFT), el sistema bancario internacional imperante.
No obstante, Zanjani y los funcionarios iraníes podían usar los códigos SWIFT de FIIB para circular dinero de Asia a través de Malasia y de allí, por ejemplo, a Tayikistán, donde Zanjani había usado una compañía turca para comprar un banco. Después se enviaba a Turquía, donde el dinero se convertía en oro que contrabandeaban a Irán, muchas veces a través de Dubái. Es probable que hubiera otras estrategias parecidas. Zanjani ha dicho que, en total, facilitó la venta de 24 millones de barriles de petróleo.
La investigación de negocios iraníes en Labuan siempre conduce a un callejón sin salida. En algunos casos, los buques cisterna fueron arrendados por una compañía llamada Glammarine que, según Reuters, estaba vinculada, por medio de otra compañía fantasma, con National Iranian Oil Co. Localicé a un funcionario de fideicomisos de la compañía legal ZICO, que representa a Glammarine, y accedió a hablar conmigo a condición de permanecer anónimo. Al preguntarle si Glammarine tenía oficinas físicas, me dijo: “No, que yo sepa”. Cuando pregunté si la compañía tenía empleados, el funcionario respondió: “No, que yo sepa”.
La situación de Zanjani comenzó a complicarse a fines de 2012, cuando la Unión Europea decretó sanciones contra él, FIIB y Sorinet. En abril de 2013, Estados Unidos hizo lo mismo. Incapaz de mover capitales, Zanjani no pudo pagar al gobierno el petróleo que estaba desplazando. Y cuando los vientos políticos cambiaron en Irán, su suerte quedó sellada. En agosto de 2013, Hassan Rouhani fue inaugurado como el nuevo presidente, después de un voto reformista arrollador y promesas que incluyeron combatir la corrupción. Tres meses más tarde, Zanjani fue arrestado y acusado, posteriormente, de robar más de 2000 millones de euros.
El multimillonario insiste en que trató de restituir el dinero. Su abogada, Zohreh Rezaee, asegura que el gobierno concedió a Zanjani un año para saldar sus deudas, pero lo arrestó cuatro meses antes de la fecha acordada. “Parece que la promesa de un ministro no tiene valor en Irán. Pueden cambiar de opinión de la noche a la mañana”, me dijo, calificando la acusación de “motivación política”.
“El hecho es que el señor Zanjani es meramente un banquero y empresario que proporcionó servicios a todos los gobiernos de Irán en los últimos 20 años”, dice Rezaee.
La acusación de Zanjani también es parte de la incesante lucha de poder político en Irán. Zanjani es el chivo expiatorio del gobierno actual, que intenta —al menos, públicamente— acabar con el compadrazgo de la era de Ahmadinejad. Sin embargo, es posible que Rouhani no buscara la pena de muerte para Zanjani; mas el Poder Judicial no hace lo que quiere el presidente. Y la incapacidad de Zanjani para pagar la deuda parece legítima. De hecho, podría haber sido “sacrificado por la gente que se quedó con el dinero que nadie puede rastrear, y que usó ese dinero para otros fines”, dice Farhi, de la Universidad de Hawái.
Ejecutar a Zanjani no devolverá el dinero al gobierno iraní. Aunque podría marcar el final simbólico de una época. Las sanciones que enriquecieron a Zanjani ya han sido levantadas. El mismo día que se dictó la sentencia, Europa recibió el primer embarque de petróleo iraní posembargo.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek