A PRINCIPIOS DE JUNIO DE 2014, el corazón de un hombre de 27 años, con muerte cerebral tras un accidente automovilístico, fue enviado a toda prisa de un hospital a otro en Chennai, India. Eran las 6:30 p. m., justo la hora pico, y 26 policías trabajaban arduamente para mantener despejada la ruta de 42 kilómetros. El viaje, que en ese horario suele demorar dos horas, sólo tardó 13 minutos. Después de que trasplantaron el órgano a una mujer de 21 años con problemas cardiacos crónicos, los medios noticiosos indios celebraron la hazaña heroica del “corredor verde”, una ruta despejada para transporte de órganos.
Entre tanto, cuatro estudiantes españolas se pusieron a pen- sar que debía existir otra solución. Sin duda podrían desplazar órganos sin interrumpir el tráfico, incurrir en cuotas exorbitantes o pedir atención policiaca especial. Y la solución que idearon originalmente para un concurso, al fin se ha vuelto realidad: un dron diseñado para transportar órganos.
Según cálculos, alrededor de 500 000 indios necesitan un trasplante de órganos cada año. “La demanda de órganos es enorme”, afirma el especialista en riñones Sunil Shroff, quien fundó Multi-Organ Harvesting Aid Network o MOHAN, organización dedicada a incrementar la donación de órganos en India.
Y ya hay buenas noticias: aunque sólo cinco por ciento de los pacientes de ese país recibe el órgano que necesita (en comparación, la tasa en Estados Unidos es de casi 23 por ciento), la cifra de trasplantes se ha incrementado en los últimos años. La gran mayoría de los órganos trasplantados en India solía proceder de donadores vivos más que de cadáveres, y la tasa general de donaciones era baja. La falta de infraestructura para administrar el proceso y brindar capacitación para asesorar a las familias entorpecía la donación, y lo mismo hacían —aunque en menor grado— las creencias culturales y religiosas sobre la extracción de órganos de cadáveres. Sin embargo, los esfuerzos de MOHAN y otras organizaciones han alentado a la ciudadanía a registrarse como donadores; y las mejoras graduales en infraestructura —incluyendo la capacitación de coordinadores de trasplantes para hablar con las familias tan pronto como muere un ser querido— han resultado en un incremento lento, pero continuo, en la cantidad de órganos disponibles para quienes los necesitan.
Hoy uno de los desafíos principales es eminentemente práctico: desplazar órganos de un hospital a otro. Trasplantar órganos es una carrera contra el reloj. Por ejemplo, después de cosechar un corazón, es necesario trasplantarlo en un periodo de cuatro a seis horas. En India, esa carrera se vuelve muy lenta. La cantidad de autos en los caminos es el problema más manifiesto. El tráfico urbano es “horrible”, afirma K. R. Balakrishnan, jefe de cirugía cardiaca en el Hospital Fortis Malar de Chennai. Cuando estás circulando y no funcionan los se- máforos, dar vuelta a la izquierda puede llevarte hasta 45 minutos. Y en tiempo de lluvias, un recorrido que normalmente demora diez minutos puede tardar hasta tres horas.
Los corredores verdes han sido una solución indispensable. Cuando un órgano está listo para donación, los hospitales se coordinan con la policía y otras autoridades para desviar a los conductores a caminos secundarios y mantener todos los semáforos en verde, permitiendo que las ambulancias transporten los órganos y eviten congestionamientos de tráfico. Mas los especialistas en trasplantes adviertensobre los riesgos de depender de esto como
el único método para transportar órganos en las áreas metropolitanas,
especialmente conforme el volumen de los trasplantes aumenta. “No es
posible detener el tráfico todos los días”, afirma Balakrishnan, que ayudó
a crear los corredores.
En 2014, los Emiratos Árabes Unidos
organizaron la primera competencia de Drones para el Bien, ofreciendo un premio
de 1 millón de dólares para el diseño con mayor capacidad de mejorar la vida. Entre
los finalistas estuvo Dronlife, un vehículo aéreo sin tripulante para
transportar órganos y materiales de laboratorio, creado por cuatro mujeres que
en ese entonces estudiaban en la Escuela de Diseño Industrial de Ferrol, España.
Aunque Dronlife no ganó (ese honor le fue concedido a un dron a prueba de
choques denominado Gimball), la invención llamó la atención de David Carro
Meana, presidente de IFFE, una escuela de negocios del noreste de España que
intenta promover la innovación socialmente responsable. Él y sus colegas
pusieron en marcha una compañía con fines lucrativos para comercializar
Dronlife (las cuatro diseñadoras poseen acciones de la compañía), y Ricardo
Blanco, director de proyecto de IFFE, empezó a perfeccionar la tecnología.
El prototipo Dronlife
tiene una unidad de
refrigeración muy
ligera y muy fría. FOTO: DRONLIFE
Como lo explica Blanco, el dron tenía que
cumplir con algunos requisitos básicos para ser apto para el transporte de órganos.
El peso total no debe exceder los 20 kilos, y el dron debe alcanzar una velocidad
de vuelo promedio de 90 km por hora. Por ello, construyeron un cuerpo para el dron
con un compuesto de fibra de carbono, que era ligero y fuerte. El recipiente de
un solo uso que transporta el órgano, que no puede pesar más que 2.49 kilos, está
hecho con un material termoplástico económico (como el de los cubos de Lego),
así que no cuesta demasiado tirarlo después de un uso.
El control de la temperatura constituyó un
predicamento, ya que los órganos se debe mantener a 3.8 grados Celsius o menos.
El hielo mantiene fresco al órgano desde el momento en que se retira el cuerpo
de un donante hasta que se carga en el dron, pero es demasiado pesado para
acompañar el vuelo. Dronlife usa celdas de Peltier, que son dispositivos que se
utilizan en algunas heladeras portátiles y para enfriar equipo electrónico.
Alimentada por la batería de dron, una corriente eléctrica pasa la celda, que
calienta un lado y enfría el otro. El sistema de enfriamiento de Dronlife logra
una temperatura -4 °C, más frío de lo necesario en caso de una demora. Teniendo
en cuenta que en India el clima es caluroso durante la mayor parte del año,
este podía ser un beneficio crucial.
Para que el dron vuele sin peligro, Blanco
y un equipo de ingenieros crearon un programa informático que proporcionaría “un
mapeo muy preciso del territorio”, dice. Es necesario identificar cada elemento
del panorama con el que el dron podría encontrarse. Para garantizar un
aterrizaje seguro, también se requieren materiales visuales detallados del
destino. Dronlife está equipado con una cámara especial que identifica las
características específicas de la zona, y el software interpreta esas características
y emite instrucciones de vuelo que garantizan una ruta clara.
El costo de inicio, que comprende dos drones,
una estación de base, dos consolas de pilotaje, 45 recipientes y suministros de
saneamiento mediante radiación ultravioleta, además de la capacitación, se calcula
en 2.7 millones de dólares. Una compañía privada que colabora con una red de
hospitales no lucrativos en Nueva Delhi, India, trabaja actualmente con Carro
Meana y su equipo para ultimar los detalles. Se espera que la prueba de
Dronlife en Nueva Delhi comience más adelante este año.
Otros grupos médicos de India también
pretenden utilizar drones para el transporte de órganos. Shroff y sus colegas
planean realizar recorridos de prueba de drones en Delhi cuando cuenten con la
aprobación de los organismos regionales de control de tráfico aéreo. Balakrishnan
y otras personas en Fortis Malar planean evaluar mecanismos de transporte
utilizando drones en los siguientes meses. De acuerdo con Balakrishnan, el
potencial médico de los drones es inmenso. Esta tecnología también podría ser
utilizada para llevar sangre donada a los bancos de sangre o para llevar tratamientos
a personas que los necesitan. “Es posible transportar muchas cosas que
pueden salvar la vida de las personas”, dice.
De vuelta en España, IFFE ha puesto la
vista en muchos otros drones para mejorar la vida. Por ejemplo, Blanco está
desarrollando un sistema de visión artificial para identificar los cambios químicos
en el suelo que podrían indicar la presencia de alguna infestación que provoque
enfermedades. Esta tecnología también podría ayudar a identificar los niveles
de humedad en la tierra, localizando así áreas de uso excesivo, encontrar áreas
de aguas contaminadas y localizar minas terrestres para permitir que sean
retiradas en forma segura.
Hasta ahora, el uso de los drones se ha
limitado principalmente a operaciones militares y, cada vez más, para propuestas
de servicios al consumidor de corte futurista, como la entrega de pizza. “Pienso
que aquello con lo que trabajamos es una carga más preciada”, señala Scott
Pritchard, que dirige Transplant Transportation Services, una compañía de
vuelos chárter para el trasplante de órganos con sede en California. Él se
encuentra en las primeras etapas del estudio de los drones para este propósito
en Estados Unidos.
“No se ha aprobado nada aún, ya que todo
lo que tiene que ver con aplicaciones civiles está aún en su infancia”, dice
Pritchard. “Es un momento muy emocionante para andar por aquí.”
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek